Guiándose por el puro "espíritu de la tinca", la Principessa eligió la Salida por Amunátegui al llegar al Palacio Real (entiéndase "La Moneda") . Una vez en la superficie pudo respirar a sus anchas. Ese medio "moderno" de movilización mal llamado Metro ( pues mide algo más que 1 metro) no le resultaba precisamente cómodo en día hábil, por la mañana. Casi la sobrepasaba "confraternizar" con la plebe, con apenas 50 cms. de espacio para ubicar su regia humanidad.
Caminó una cuantas cuadras santiaguinas, hasta llegar a las edificaciones donde se Conservan los documentos de las propiedades del reino. Una vez en su interior, el bullicio la envolvió y casi se sintió a punto de sufrir una metamorfosis kafkiana, al más puro estilo de Gregorio Samsa. Uffff!!!! : gente y más gente (nobles y plebeyos revueltos), formularios, computadores, solicitudes, filas de espera, heraldos diligentes y otros no tanto. Añosos libracos, estanterías repletas con cientos de libros empastados con lomos de diversos colores y nuevos mamotretos llegando, desde las mazmorras, por unos pequeños ascensores en forma de chimenea. ¡ Se le ocurrió que quizás en Navidad hagan subir al Viejo Pascuero d.esde las profundidades por aquellos ascensores!
Después de dos solicitudes fallidas, la Principessa digita la tercera, esperando tener más suerte. ¡Muy moderno el Reino, pero ya se sentía colapsada, a punto desmayarse (claro que así sucedía, debía cuidar de caer sobre el glúteo derecho, pues el izquierdo aún estaba resentido), acalorada, cansada, con su majestuosa cabeza retumbando... Piensa que debió enviar al Mayordomo a realizar estos trámites mundanos y quedarse tranquila en su castillo, tocando el piano (jajaja)... En fin, ya estaba allí, había que salir de la manera mas digna del atolladero. La cabeza le punzaba, las extremidades inferiores también (entiéndase "patitas") . ¡¡Pobre Principessa!!!
Una vez cumplido con la primera parte de su periplo, arrastró sus reales patitas hasta la Ilustre Muni donde la historia fue algo parecida.
Finalmente, con las pocas fuerzas que le quedaban , se subió a un carruaje negro-amarillo que la llevó hasta su amurallado depto.
Caminó una cuantas cuadras santiaguinas, hasta llegar a las edificaciones donde se Conservan los documentos de las propiedades del reino. Una vez en su interior, el bullicio la envolvió y casi se sintió a punto de sufrir una metamorfosis kafkiana, al más puro estilo de Gregorio Samsa. Uffff!!!! : gente y más gente (nobles y plebeyos revueltos), formularios, computadores, solicitudes, filas de espera, heraldos diligentes y otros no tanto. Añosos libracos, estanterías repletas con cientos de libros empastados con lomos de diversos colores y nuevos mamotretos llegando, desde las mazmorras, por unos pequeños ascensores en forma de chimenea. ¡ Se le ocurrió que quizás en Navidad hagan subir al Viejo Pascuero d.esde las profundidades por aquellos ascensores!
Después de dos solicitudes fallidas, la Principessa digita la tercera, esperando tener más suerte. ¡Muy moderno el Reino, pero ya se sentía colapsada, a punto desmayarse (claro que así sucedía, debía cuidar de caer sobre el glúteo derecho, pues el izquierdo aún estaba resentido), acalorada, cansada, con su majestuosa cabeza retumbando... Piensa que debió enviar al Mayordomo a realizar estos trámites mundanos y quedarse tranquila en su castillo, tocando el piano (jajaja)... En fin, ya estaba allí, había que salir de la manera mas digna del atolladero. La cabeza le punzaba, las extremidades inferiores también (entiéndase "patitas") . ¡¡Pobre Principessa!!!
Una vez cumplido con la primera parte de su periplo, arrastró sus reales patitas hasta la Ilustre Muni donde la historia fue algo parecida.
Finalmente, con las pocas fuerzas que le quedaban , se subió a un carruaje negro-amarillo que la llevó hasta su amurallado depto.
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