ACERCA DE … EL PRINCIPITO
Si quisiera hablar de libros que
escapan a todo intento de clasificación y encasillamiento, a toda adscripción a
un tiempo y un espacio (a toda ubicación en un
“hic et nunc”), debiera y debo hablar de “El principito”, texto universal,
intemporal, profundamente humano : un
verdadero patrimonio o “reservorio” de la Humanidad.
“El
principito” es de aquellos libros que alcanzan el perfecto equilibrio entre lo
mágico y lo real, entre la sabiduría y la simpleza, entre lo profundo y lo
trivial.
Y
desde mi pragmática piel vulpeja (no precisamente por lo sabia), no dejo de
admirarme y descubrir simbólicamente mi cabeza, ante la principesca sabiduría
infantil de este niño-mago, que da lecciones con su accionar y que descubre,
asimila y acepta para sí la sabiduría de los demás.
El
Principito ama, cree y busca. Interpela, escucha , se detiene a reflexionar e
infiere. Huye del estancamiento, valora lo que le rodea y regresa, dejando la
invaluable huella de su recuerdo -la
verdaderamente indeleble- en los que
logran captar su esencia.
El
Zorro re-aprende de la inocencia, haciendo un paréntesis en sus habituales y
estresantes tareas de cazar y huir. Es capaz de entregar la sabiduría que la
experiencia le ha dado, una experiencia colmada de luchas por sobrevivir, por
la pérdida de su individualidad (durante el día se transforma en hombre-masa),
por el alejamiento de la fe. Le habla ( ¡Uf!, felizmente) al Principito -y a nosotros- acerca de la ineficacia de los ojos ante el amor, de la importancia
de los ritos para amar y ser amado, de que al “domesticar” se salva al otro(s)
del no-ser; en síntesis, de que somos responsables de los “lazos” que
establecemos voluntariamente (sean éstos de amor o de amistad).
Y , ¡ vaya que es
importante lo anterior ! Si el Zorro nos
dice claramente que no se trata de andar domesticando por ahí a la gente y,
luego, si te he visto y no me acuerdo, no es problema mío. ¡Por
supuesto que lo es! …. En fin, pero esto es tema para otro comentario y, no
precisamente, literario.
Dejando de lado las extrapolaciones,
retorno a mi centro. Y recuerdo ese dibujo que menciona el narrador de la obra
de Saint-Exupery, el sombrero-boa, que no pudo ser “visto” por los
representantes del mundo adulto, pero sí por ese niño-mago. Y , sobre la base
de ese recuerdo, reafirmo mi deseo de seguir manteniéndole una cabida –háganlo
ustedes también…si pueden- , a esa parte
de mí por la que no pasa el tiempo, y que las tareas de cazar y huir no han
logrado desterrar : el alma de niña.
Mónica Álvarez
Saldaña (28 de febrero de 2004)
No hay comentarios:
Publicar un comentario