Paulo Coehlo no logra convencerme –
aunque tampoco creo que lo esté intentando-. He leído siete de sus conocidos
libros ( “La Quinta Montaña ”,
“El alquimista”, “El peregrino”, “A orillas del Río Piedra me senté y lloré”,
“Brida”, “Verónika decide morir” y “Once
minutos” ) y no logro “enganchar” con
sus personajes, con sus historias, con sus opciones de vida. Y no es complejo
de ser leído; al contrario, es bastante
entendible, sencillo, hasta diría, casi simplón. Lo que sucede es que sus
personajes me parecen poco creíbles, muy estereotipados, resultado de la unión
de partes seleccionadas de diferentes seres humanos, así como unos Frankesteins
modernos, sin cicatrices visibles, estéticamente agradables, pero
con una mixtura interior a prueba de los
mejores siquiatras.
Me desagrada, asimismo, el afán de
autojustificación permanente Eso de
recurrir a la manida costumbre de señalar que la historia relatada está
basada en un hecho real. Tal argucia narrativa era imperativa en tiempos en que
la literatura necesitaba de un soporte para ser creíble; en tiempos en que lo ficticio era vedado,
prohibido. En la actualidad este recurso resulta anacrónico. Es como pedir
permiso para hablar, para ser escuchado, porque lo que viene a continuación es
“verídico”, hecho inadmisible en un escritor de fama internacional y con un
enorme éxito de ventas. A lo mejor, no es ése el objetivo ideado por el autor,
pero cabe la posibilidad que sí lo sea. Y en tal caso, no sería arriesgado
señalar que su éxito no va a la par con la calidad.
Y ese evidente afán de enseñar, de
dar lecciones, de moralizar (y no siempre desde la perspectiva moral cristiana)
; si hasta los personajes parecen querer
decirte que debes pensarlo bien, que no debes cometer sus errores, que lo que
les pasa te puede estar pasando a ti, que puedes mejorar, que hay salida, que
hay sol y luz, que hay finales felices,
El lector –o lectora- que necesita
ayuda para superar sus traumas y domeñar sus demonios, debe recurrir a un
profesional preparado, no a un texto literario. En mi rol de lector-a, lo que
me interesa es entretenerme, gozar eso indefinible que posee la obra creada,
reírme con lo gracioso, admirarme de lo ingenioso, asombrarme con la capacidad
de crear, pero no aplicar lo planteado como una receta a mi vida personal. Eso
es quitarle a la literatura su valor intrínseco, su esencia, su propósito y
verdadero sentido : ser una muestra de un espíritu libre y creador, lejos del
pragmatismo y de la cotidianeidad.
Mónica Álvarez Saldaña
(24 de febrero de 2004)
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