miércoles, 15 de julio de 2015

La belleza de lo nimio...

Sol, lluvia y...viento...

   El viento me despertó de mi profundo sueño. Las ráfagas se hacían oír a través de los ventanales y cortinas cerradas, atravesando  la oscuridad, por sobre todos los otros sonidos y ruidos de la noche sabatina. El temporal se había desatado, pero al lado de los que habíamos experimentado en el sur, éste parecía un infante. Me arrebujé en las ropas de cama y cerré los ojos, contenta al acordarme que era domingo. 

    Nuevamente desperté cerca de las 9 de la mañana y ya estaba el día en su plena claridad. Me pareció extraño; volví a mirar el reloj para confirmar.  El dia anterior a la misma hora aún no aclaraba, de manera que cuando viajé a Rengo aún no era completamente de día, a pesar de que el reloj marcaba unos minutos más.  ¡Extraño!, pensé...Me alegré de haber despertado sin intervención de terceros (del celu, especifico).
   [Esto de la intervención de terceros siempre me ha llamado la atención. En lo que respecta a la lógica resulta ser una falacia, pues al no haber  "segundos" participando en una acción, no corresponde llamar a los únicos y posibles intervinientes,  "terceros". Me imagino que más bien dice relación con el hecho del desconocimiento, especialmente en el caso de una muerte. Me explico: al ignorarse si es una o más personas los posibles responsables, se opta por pluralizar. Esto también  sucede, por ejemplo,  cuando uno escucha el timbre de la puerta de palacio y exclama "¡Están tocando!" La verdad,  no hay certeza que los "tocadores" sean más de uno, pero ante el desconocimiento (salvo que tenga una mirada poderosa como la de  Súperman) se utiliza el plural. ]

   Después de consumir mi desayuno habitual y trabajar en mis tareas pedagógicas hasta las 10,30 aprox., me preparé para salir. El rito de los domingos comenzaba. No quise llevar paraguas; la lluvia era intermitente y escasa, así que preferí protegerme del frío, con una parca larga,  aunque sin olvidar que podía intensificarse la lluvia. Así que partí, cual Caperucita (morada en esta ocasión), con parca-abrigo con capucha. 

    Había poquísimos visitantes en el Parque, situación absolutamente lógica si se piensa que en Rancagua llueve un poco y muchos de sus  habitantes dejan de realizar sus actividades habituales (los alumnos, por ejemplo, del nivel que sea, dejan de concurrir a clases). Aquello nos pareció muy extraño cuando estábamos recién avecindadas en esta región. En Valdivia, con lluvia o sin ella había que seguir funcionando; es un tema de contexto distinto. Se notaba que había habido bastante viento y lluvia, pues varios  sectores estaban bajo el agua y la cantidad de hojas y ganchos en el suelo así lo evidenciaban. 
    De regreso, tal como lo tenía planificado,  me dirigí a la Feria y al Súper Líder. Sólo caían unas pocas gotas, de manera que la caminata de cuatro cuadras desde la Alameda no constituyó ningún  sacrificio. Antes de llegar, unos transeúntes con sus carros de frutas y verduras,  me confirmaron que estaba funcionando la venta de productos, aunque no como todos los domingos; se veía varios sectores sin los habituales puestos. Pero, primero era lo primero: inicié mis adquisiciones en el Súper, en el cual me entusiasmé "vitrineando" por las estanterías con tanta variedad de productos. Compré varias "novedades" para probar, especialmente en el ámbito de las sopas, que, en estos meses, son un alimento necesario. Encontré sopas individuales de  distintas marcas y tipos, las  que iré degustando de a poco. 
   [Pienso cuán fácil se ha vuelto nuestra vida y qué poco es el esfuerzo que debemos hacer en el día a día y, sin embargo, nos quejamos permanentemente. Recuerdo que  lo máximo para mi madre, como dueña de casa y encargada de cocinar a toda su prole, cuando nosotros éramos  infantes y vivíamos en el campo, lo constituía  comprar un par de  Sopas Martini, que a pesar de lo revolucionarias que eran en aquellos años, igual debían cocinarse 45 minutos, lo que sin duda no es ninguna garantía en los tiempos actuales, cuando el tiempo parece ser oro... y plata. Si no quiero cocinar o tengo poco tiempo, perfectamente puedo comprar cualquier cosa que se me ocurra, indudablemente dependiendo de mis recursos. Y si no deseo ir hasta el Súper, puedo comprar desde mi casa y pedir que me lleven el producto a domicilio, sin que me cueste ningún esfuerzo, salvo el de digitar la orden y la clave de mi cuenta corriente o tarjeta. Así de facilista es nuestra vida de hoy. 
Lo que antes implicaba horas de trabajo y preparación, en la actualidad se lo encomendamos a un desconocido para que lo haga por nosotros, pudiendo ocupar ese tiempo en otra cosa, pero, al mismo tiempo, perdemos la magia de lo preparado al interior del hogar y con el cariño de lo casero. Ese cariño y gusto  caseros ahora es vendido y/o comprado en el mercado, porque ya no lo tenemos en casa. Y pagamos para servirnos la comida que nos hacía nuestra madre, porque ya no se tiene tiempo para replicar aquello en casa ni enseñarlo a los hijos.    Precisamente para no caer en lo facilista y no perder el contacto con lo natural, me he dedicado, desde el año pasado, a sembrar algunas verduras básicas en la terraza de palacio. Junto con ello, estoy contribuyendo  a mejorar nuestra atmósfera (jaja),  aunque sea de mínima forma, tan contaminada por estos lares. La verdad es que esta decisión y actividad tiene sólo ventajas, de las que escribí hace un tiempo. Por otro lado, también desde el año 2014, gracias al cambio laboral, me he podido dar el gusto y lujo (no por el precio de los productos, sino por el tiempo que requiere) de preparar,  con dedicación y a  diario, mi almuerzo, lo que tiene enormes y positivas repercusiones en mi hermoso cuerpo (jajaja). Cabe señalar que no he aumentado de peso (tampoco he bajado, snifff), pero se ha mejorado la calidad y variedad de lo que consumo, desarrollando, al mismo tiempo, mis habilidades artísticas (jejeje). ]
    Al abandonar el Súper con mi preciada carga de sopas, cereales y demases, me sorprendió la lluvia, la que había dejado de lado su timidez y había comenzado a expresarse con mayor intensidad y fuerza. Aún así, me aboqué a lo que había ido: a buscar granadas y algunas otras frutas y verduras.
  ¡Y encontré granadas! No tan frescas y lindas como hubiera querido, pero dentro de los cánones medianamente exigibles. Peras, manzanas, mandarinas, más unos morrones, acelgas y paltas completaron mis provisiones semanales. 
   Ya en palacio, debí cambiarme de ropa. La lluvia había arreciado sobre las calles rancagüinas. Lo extraordinario fue que, a pesar de la intensidad del agua, ésta no se había filtrado por los intersticios de mis zapatos, así que mis patitas estaban calentitas. 
   Preparé mi almuerzo con dedicación y gusto, contenta de estar ya en casa y con todo lo necesario para seguir viviendo, cumplidos  los ritos y tareas exitosamente, en un ambiente húmedo, ventoso y lluvioso que trajo a mi mente, a mi vista y a mi olfato el olor y sabor de la vida valdiviana. 

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