miércoles, 20 de mayo de 2015

¿Será la vida una cadena sin fin de ritos o de ritos ... sin fin?

    La vida está llena de ritos. 
¿Todos ellos tienen sentido? 

  Vamos a ver...
     Aprendí de los ritos y su importancia cuando por primera, segunda y tercera vez leí El Principito. Y, al igual que el zorro, supe que la repetición con sentido hace de esas acciones algo importante, significativo, único.
    Sin embargo, a pesar de que en nuestra vida diaria repetimos muchos de nuestros actos, no todo lo que hacemos es ritual. Desde que despertamos, comenzamos a actuar sobre la base de lo aprendido. Y si bien ningún día es igual al anterior (¡uff, sería horrible!), hay bastante de lo que sucede en cada jornada, que responde a lo habitual, usual, acostumbrado, a lo necesario, pero que, no obstante, no alcanza la categoría de un rito. 

   ¿Qué es un "rito" según un diccionario? 
1. - Costumbre o ceremonia.
2. - Conjunto de reglas establecidas para el culto y ceremonias religiosas. 
    Estas dos acepciones, más otras específicas que no adjunto, le otorgan a este tipo de acto una característica especial, aunque en nuestra vida cotidiana y familiar carezca del sentido sagrado de una ceremonia religiosa. 
3. - "Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días: una hora, de las otras horas"- dijo el zorro. 

   En el rito se participa de corazón y por convicción (me acuerdo de Juan Antonio Gómez cuando uso esa palabra; genial la imitación de Kramer, pues si hay un hombre que no me convence para nada, al menos por su expresividad,  es el flamante y nuevo Ministro de Defensa, jajaja), dejando cada uno de ser un ente individual para transformarse en "parte de...", personaje del cual se espera determinada conducta y actitud, respetuosa de aquellas reglas-no-escritas que han ido surgiendo con la reiteración de estos actos-con-sentido. La sanción grupal no se hace esperar cuando alguna "oveja descarriada" no respeta las reglas-no-escritas. 
    Me viene a la memoria, de inmediato, la trágica disyuntiva del personaje Antígona en la obra de Sófocles. El cumplimiento de un rito familiar y humano (realizar las honras funerarias a uno de sus hermanos,  recién fallecido en una lucha fratricida) fue superior a la sanción (la pena de muerte) que recibiría por el acto,  prohibido por el gobernante, su tío.   Y si bien es cierto, en este caso, una muerte, cual efecto dominó, trae consigo otra y otra, en nuestra vida cotidiana lógicamente no es así (¡por suerte!). No obstante, nuestros ritos no dejan de tener su "peso específico" en el ámbito familiar, para quien sigue considerándose parte integrante de ese árbol genealógico. 

   Rito era en nuestra familia (cuando el Rey Asendino estaba entre nosotros)  juntarnos en la casa paterna para Fiestas Patrias, Navidad y/o Año Nuevo. Y no concurríamos sólo por cumplir, sino porque efectivamente aquello se  había transformado en momentos especiales de encuentro para la familia (como debe pasar en casi todas las familias del mundo). En los últimos años era un gusto ver a mi padre disfrutar feliz de tener a sus hijos y nietos en casa. 
    Una vez que nos dejó, hubo un cambio de rito, sin proponérnoslo. Ya no fueron ésas las fechas de los encuentros masivos, sino los 1 de noviembre, día muy cercano al aniversario de su partida. El sentido había cambiado: ahora se trataba de reunirse en torno a la figura paterna, pero en un ambiente de alegre rememoranza y compañía a nuestra madre.

   Cuando niños, teníamos dos tareas que podría elevarlas a esta categoría. Días previos a las Fiestas Patrias, colaborar, gustosamente, en la elaboración de los alfajores. Nuestra labor consistía, cuando teníamos menos edad, en hacerle los hoyitos a las hojarascas con un tenedor, para evitar que se inflen al ser cocidas. Ya más crecidas (las mujeres) apoyar la cocción de las mismas, mientras mi hermano seguía "haciendo hoyitos" (jajaja). La tarea femenina no era fácil, porque ordenar las redondelas aquellas en una lata caliente, luego introducir lata con hojarascas al horno, preocuparse del fuego (era una cocina a leña) y estar atenta a que el producto no se queme, exigía no dar lugar a la distracción. Una vez que esa etapa estaba lista y a un par de días de las festividades, correspondía rellenar las "farascas" (así le decían algunas personas) con manjar o chancaca. Este paso era el más "rico", pues aprovechábamos de "pagarnos" por adelantado por el trabajo (jajaja) y las hojarascas quebradas se iban directo a nuestro estómago con abundante manjar (la chancaca no nos entusiasmaba en esa etapa). 

   La segunda tarea ritual de nuestra infancia se desarrollaba para Navidad y consistía en la instalación y ornamentación del árbol de Pascua. Nunca faltó un arbolito de éstos en casa, por lo que hemos seguido la tradición en nuestros propios hogares, ya siendo adultos. Gozábamos con aquella tarea, pero no dejaba de producir algo de angustia cuando no teníamos la seguridad de conseguir el ansiado pino natural, que era parte obligada de nuestros años infantiles. Recuerdo que en ocasiones, ante la ausencia de un pino completo, armábamos uno con ramas. Cuando pequeños, la obligación de llevar el árbol a casa era de nuestro padre. Más adelante, ya adolescentes, nosotros debíamos conseguirlo. A propósito de aquello, es válido referirme a una anécdota que, aunque creo haberla contado, no está de más referirme a ella nuevamente,  toda vez que es absolutamente atingente. Para tranquilidad nuestra, existe la prescripción de los delitos, pues aquella vez fue eso lo que cometimos.  Mi padre se enteró después y lo habríamos "metido" en un gran lío si hubiéramos sido descubiertos sustrayendo de una plantación de coníferas un pequeño pino. Y si bien no éramos los primeros (se notaba), ni seguramente los últimos, aquello no  atenúa la falta. Nuestro padre,  aparte de reprendernos fuertemente, no pudo hacernos devolver el bien "expropiado" pues significaba un nuevo riesgo. 
    Años después,  siendo estudiante universitaria, instauramos un rito con mi amiga Oriana. A partir del segundo año  de estudios superiores pasamos a formar parte de la selectiva masa de estudiantes-laborantes. Fuimos ayudantes de algunas cátedras de nuestra carrera y recibíamos un honorario por aquel trabajo. No era mucho, pero nos ayudaba en nuestros gastos. El dinero no nos sobraba, pero cada fin de mes, el mismo día que  había "cantado Gardel" (jajaja) llegábamos  al Restaurante La Cabaña  a servirnos un completo con una cerveza, máximo derroche de esos tiempos gloriosos. Mientras vivimos juntas, arrendando pieza, cumplimos con este rito, "sagradamente" (jajaja). 
    Cuando ya jefa de hogar, los ritos familiares con nuestros progenitores se siguieron respetando y cumpliendo, mientras que, al interior de nuestra pequeña familia, fueron surgiendo otros, relacionados con nuestros viajes a Valdivia o Temuco. El lugar de visita obligada en la ciudad del Calle-Calle era el Restaurant "El Volcán" para disfrutar de un churrasco con un shop  Kunstmann Bock (¡mmmmm!), mientras que en la novena región, el lugar elegido era el Patio de Comida del Mall de Almacenes París, para degustar Comida China (¡mmm! ¡a esta hora pienso en carne mongoliana o carne de cerdo con tamarindo y se me revoluciona la solitaria!). 
    Ya en Rancagua o Santiago, el Día de la Madre  adquirió la categoría de rito, acto del que formó parte también la amiga de mi querida Infanta, Pamela. Especial mención cabe para aquella vez que me quisieron sorprender y agasajar con pizza, y el repartidor demoró tanto en llegar, que festejada y festejantes estuvieron en serio riesgo de morir de inanición (jajaja).

   En estos días, reservo los domingos para visitarte, llevarte flores y escuchar tu canción, rito que nos une y hermana, a pesar del tiempo, de la distancia y de lo ocurrido. Rito del recuerdo y de la memoria, rito del amor y del consuelo... 
- ¿Hasta cuándo? 
- Hasta  que no me queden más días en esta tierra...
  
     "Cuando acabe este verso que canto
         yo no sé, yo no sé, madre mía,
       si me espera la paz o el espanto; 
          si el ahora o si el todavía. 
    Pues las causas me andan cercando,
              cotidianas, invisibles, 
      y el azar se me viene  enredando
              poderoso, invencible....
           eh eh eh... eh eh eh... eh eh eh...."

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