martes, 19 de mayo de 2015

Con lo mínimo éramos felices...

     Mientras regresaba a palacio luego de haber alcanzado hasta  la Feria de Frutas y Verduras que se instala en Avda. Grecia todos los domingos, al ir pasando por el Mall rancagüino, me crucé con un personaje que podría denominar "típico" de nuestra ciudad, por su especial manera de vestirse, la misma  desde hace años. Digo hace años, porque precisamente, por su vestimenta, es que dejó de ser un NN dentro de la masa informe con la que uno se encuentra a diario en el camino al trabajo, al hogar o a otros lugares o actividades. Es un hombre de mediana edad, alto,  delgado, de cabello largo, poco agraciado, que viste siempre de ropa negra semi-militar (sweter con hombreras, pantalón con muchos bolsillos y botas sobre los pantalones).  El color y el tipo de ropa le hacen verse más que delgado, hasta "flaco", diría yo. En verano el pantalón largo lo cambia por uno a media pierna, también negro y con las mismas botas. Se ve extraño. 
    Cuando yo esperaba movilización colectiva para ir a mi anterior trabajo (2013 y anteriores) lo veía todas las mañanas pasar en dirección a la plaza. Ahora lo veo rara vez (ya no requiero locomoción e ingreso más tarde a laborar), pero igualmente lo reconozco. Siempre lo he asimilado a un insecto (ignoro por qué, ....hum....tal vez sea  porque tiene un parecido al personaje de una película vista hace años, el cual se convertía paulatinamente en mosca después de un experimento, jajaja, ¡de verdad!). 

    Decía, entonces, que al ir pasando por fuera del Mall, en dirección a palacio,  me crucé con el hombre-mosca, quien llevaba una cerveza en la mano y se veía feliz. Aparte de deducir que le gusta beber cerveza (ya en una ocasión anterior me "topé" con él en la fila para pagar en el Súper y lo único que había comprado era una beer, ¡qué copuchenta soy!) su expresión de felicidad me hizo recordar, asociar, comparar, reflexionar y deducir. 
     ¿Cómo tanto, dirán ustedes? 
   Pues así es. Tal vez pueda parecerles exagerado, pero no lo es. 
  Me trajo el recuerdo de tiempos infantiles, en que estudiaba en el Liceo de La Unión, Quinto básico....


- ¡Uyyyy! ¡Qué atrás te fuiste, Princess! ¿Aún te acuerdas de aquella época, jijiji?

- ¡Claro que sí! Ten en cuenta que lo significativo no se olvida nunca más...
- ¡Guauu! ¿Y qué te ocurrió cuando tenías 10 años? 
- Recuerdo que llegaba a La Unión (¡la gran ciudad para mí, en ese tiempo, jajaja) los días lunes  (desde el campo, Puerto Nuevo) y, apenas podía, iba a comprar un paquetón de caramelos a media cuadra de la casa en que  "tomaba la pensión",  en una esquina, camino al "centro", a un Almacén donde vendían dulces "sueltos" o a granel.  Mi "extraordinaria" compra la realizaba con algunas monedas que me habían dado para la semana. Recuerdo que me  entregaban los caramelos en un papel de envolver o papel de diario (jajaja). A veces elegía unos dulces rayados, con múltiples colores, en forma de barrilito; otras veces, optaba por unos redondos, que tenían un grano de trigo (al parecer) al interior. Esos dulces de mi infancia me encantaban y eran el regalo que yo me hacía cada semana, hasta que me acusaron ante mis padres que gastaba la plata en aquello (jajaja). 
- ¡Jajaja! ¡Nunca faltan los acusetes! 
- ¡Cierto!


   Viene también a mi memoria el sentimiento de la ansiedad y expectación con que esperábamos, siendo más pequeños, en conjunto con mis hermanos,  los fines de mes, cuando le pagaban a  mi padre. Junto a mi madre,  regresaba de La Unión, con las compras para la casa. Durante esa primera semana disfrutábamos de la mitad de alguna  naranja,  la que hacíamos durar el mayor tiempo posible y a la cual le comíamos hasta la cáscara. También eran los días de disfrutar de alguna tajada de cecina o salame, de la mitad de un durazno en conserva...y de otras delicias que no existían en el campo.

- Puchas, estaba mala la cosa en tu casa en esos tiempos...

- ¡Nooooo, no se trataba de eso! En esos años  -no hace mucho, te lo aseguro, jajaja- no existían frutas fuera de estación, como ocurre ahora. Nosotros gozábamos de la alegría de consumir mucha fruta y verdura, pero sólo lo propio de la zona (Región de los Ríos, a orillas del Lago Ranco) y exclusivamente en el tiempo de verano. 
- ¿Qué frutas, por ejemplo?
- Cerezas, manzanas, ciruelas y peras extraídas  de los mismos árboles, además de frutos  silvestres como el maqui, la mora o murra, la murta, los chupones, los cóguiles. Pero las frutas que no eran de la zona, llamadas "exóticas" en esos años,  pocas veces las degustábamos y eso era, en ocasiones,  a fin de mes, cuando nuestros padres viajaban a comprar la alimentación. 
- ¿Qué era lo tan "exótico" para ustedes en ese tiempo?  
- Las naranjas, los duraznos, los plátanos, por ejemplo. 
    
    Sucede que en la localidad en que vivíamos no había negocios, que yo recuerde, que vendiera esos productos. Además, no había llegado aún la  luz eléctrica, así que no era posible llevar algunos alimentos, si no existía la forma de conservarlos en buen estado. Por eso la cecina y el salame eran, para nosotros, un bien  preciado.  ¡Ah! ..., me acabo de acordar, y también los higos. Recuerdo que a mi made le gustaba, a veces,  comprar un paquete de higos y nueces. A la hora de degustarlos,  no deben haber alcanzado más de dos higos por persona, pero ese  gustito dulce y un poco áspero en la lengua, con sus minúsculas pepitas eran una delicia...¡Mmmm!
  Tampoco era fácil ni barato comprar conservas, además que la variedad de antaño en absoluto es comparable con la de ahora. Por ello, comer un postre de fruta en conserva era un lujo del que podíamos gozar sólo en ocasiones especiales.

   Por eso, tal vez, ese mismo esquema se transmitió en mi quehacer doméstico, cuando ya fui adulta y dueña de casa, especialmente después que mi  matrimonio hizo agua y zozobró (sniff, jajaja). No fue fácil sobrevivir en una ciudad distinta, donde había que arrendar, pagar una nana para el cuidado de la pequeña Infanta, alimentarse, vestirse, etcetc. De manera que las fechas especiales, cumpleaños, Fiestas Patrias, Navidad y Año Nuevo, eran ocasiones en que el postre esperado era frutilla en conserva con crema. ¡Y con ello éramos felices! 

    Y estos gratos recuerdos y momentos inolvidables, sin quererlo ni planificarlo, se transmitieron a mi Infanta, casi como por herencia. Prueba de ello es que, en más de una ocasión, en momentos de amena charla con algo de nostalgia, ella contó de qué manera esperaba cada fin de mes (cuando vivíamos en Malalhue), porque significaba viajar a Valdivia y aquello, implicaba poder gozar de la compra de una nueva  Revista de Historietas, un yoghurt 1+1 y una cajita de Chocapic de chocolate. Ella recordaba esos momentos como mágicos.   En esa misma categoría ubico  las dos tortillas con chicharrones que, algunos años después, comprábamos en el Supermercado Único de Valdivia, los fines de mes. 
    De lo preparado en casa, lo especial era un almuerzo con papas y huevos fritos, una vez al mes, aproximadamente. 
   Mucho de ello, aunque parezca increíble, pasó por mi mente cuando vi a ese hombre con la cerveza en la mano, sujetándola como si fuera un verdadero tesoro.

     Creo que en la actualidad, el mayor acceso a los bienes de consumo, los avances tecnológicos, la globalización de los mercados, les está ofreciendo,  a los niños, adolescentes y adultos jóvenes, un mundo bastante distinto al que tuvimos los adultos "propiamente tales" y adultos mayores. Este mundo de hoy, con un sinnúmero de estímulos y  oportunidades, sin embargo, también ha inhibido en muchas personas el anhelo genuino de algo sencillo y básico, les ha quitado la posibilidad de experimentar el ferviente deseo de algo con verdaderas ganas, aunque, desde la perspectiva de un niño o adolescente actual, aquello que deseamos nosotros otrora resulte para ellos nimio y trivial y no se haya merecido ser el causante de tal momento de felicidad. 

   Al final, como en muchas cosas, todo es cuestión de perspectiva, de experiencias de vida, de hacer de lo mínimo algo valioso; de lo poco, un tesoro; de saber vivir adaptándose a lo que se tiene; de ver, de nuevo, el vaso medio lleno en lugar de lo contrario. 
   En la actualidad podría darme muchos gustos y hasta lujos, si quisiera. Pero prefiero privarme de algunas goces a mi alcance, para que el deleite y la fruición sea más intenso cuando decida disfrutarlos. Es un poco cuidar el nivel de tolerancia, dirían los entendidos, pues mientras más se tiene, menos puedes gozar de lo que tienes (porque es mucho y no te queda tiempo); mientras más se tiene menos se anhela (salvo que en el tener esté el goce)
   Y como dice una propaganda televisiva, en realidad, "Menos es más". 
     ¿Why? 
    ¡Claro! en tanto menos se tiene, cuando se accede a lo deseado, es mayor la felicidad de la posesión o el logro. 
   ¿O no? Xd...

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