domingo, 2 de febrero de 2020

Chiloé 2020...(segunda parte)

 
  Dicen que la tercera es la vencida. Ojalá sea así, porque ésta es la cuarta vez que inicio esta parte, con la mala suerte que, la primera vez, ya listo todo el relato, lo perdí por apurona. Si los aparatos tecnológicos a veces se taiman, uno debiera tener paciencia y esperar, de otra manera  se arriesga a perder información valiosa, que, luego, no hay cómo recuperar. En fin... no seré la primera ni la última víctima de la tecnología.
  Sigamos...
 Habíamos quedado en que, luego de un almuerzo frugal de una empanada de marisco, sentada frente al mar en las afueras del Mercado de ACHAO, nos aprestábamos para iniciar la tarea del embarque. 
   Cuando llegamos al Muelle, observamos que habían unas diez embarcaciones ubicadas en primera línea, a ambos lados del embarcadero. 

Empezamos a leer sus nombres hasta que dimos con Marbella IV, "nuestra" lancha ("A dónde va la lancha, 🎶🎵, ¡¡a Quehui va!!"). No, no iríamos a Quehui, pero sí a Apiao  (isla perteneciente a la comuna de QUINCHAO, de apenas 12,4 kms. de superficie, con una población de poco más de 400 habitantes). La embarcación Marbella se encontraba en quinto o sexto lugar lejos del muelle, por lo que, inmediatamente surgió la interrogante acerca de cómo lograríamos subir si estaba tan lejos. Volando no iríamos, saltando, tampoco (ni aunque tuviéramos capacidades olímpicas, jajaja). Tampoco se me da bien nadar, así que descartada esa alternativa ipso facto. Por tanto, pensé que estaban ordenadas de acuerdo al horario de salida y llegado el momento las otras naves zarparían y nos dejarían el acceso libre (jajaja). Sin embargo, aunque la lógica me decía que ése debiera ser el modus operandi, suele haber soluciones que no se ajustan a ella, como sucedió en este caso. Los pasajeros de las distintas embarcaciones se subirían por el mismo lugar y cada cual, según necesidad, cruzaría una o más cubiertas, hasta llegar a la que le correspondía, 😲😲😲. 

Unos cuarenta minutos antes decidimos  embarcarnos. No fuimos las únicas que tuvimos la misma idea, así que, por una escalerilla portátil, hubo que ir accediendo a la primera nave. Adelanto que no fue nada 8fácil, pues cada una cargaba con su cartera, una mochila y un bolso. Casi hubo que recurrir a una grúa para que alcanzáramos la primera cubierta (jajaja). El recorrido por varias lanchas ya fue más fácil, teniendo cuidado, eso sí, con el bamboleo producto del oleaje. 
 Una vez que dejamos a buen recaudo nuestra carga, procedimos a "investigar" la embarcación antes del zarpe. Nos encontramos con una sala para pasajeros bajo cubierta, otra sala cerrada a nivel de la cubierta (a ésta la calificamos de Vip), el sector de cubierta techado pero sin paredes, donde había carga especialmente líquida (bebidas, cervezas, vino), un baño y la cabina. 
Ése fue el momento en que a una de mis amigas se le ocurrió la brillante idea de fotografiarse con el timón (a mí no se me ocurrió porque soy más seria, jajaja). El capitán o patrón de la lancha no pudo resistirse ante tanta belleza junta, así que las tres, por separado, tuvimos nuestro minuto de fama. 
  La travesía se inició puntualmente. Principalmente en cubierta, nos dedicamos a conversar con otras pasajeras, premunidas de nuestros chalecos salvavidas, una selfie por aquí, otra selfie por allá, más numerosas instantáneas del paisaje. El viaje fue muy tranquilo, ideal para marineras principiantes. Para acortar el tiempo, dormitamos un poco en la sala de pasajeros bajo cubierta. Pronto llegó la hora de abrir la billetera para pagar el pasaje y nuestro asombro no tuvo límites:😲 $1.000 adultos y $500, tercera edad. Casi nos dio vergüenza pagar la última cantidad, más por tener que confesar los años de vida que por otra razón. Ante tamaño baratura para un trayecto de dos horas de navegación, se nos explicó que se debía a que el Estado subvencionaba los pasajes, con el objetivo de asegurarle conectividad a los habitantes de las islas. 
   Pronto divisamos la isla, pero debimos controlar nuestra emoción y ansiedad de tocar tierra, pues había un "paradero" anterior al de nosotras.
 Antes de llegar al final del recorrido, nos vimos nuevamente sorprendidas, esta vez  por el cuasi abordaje de parte de un bote, cuya bogadora nos interceptó. En mitad del océano, se trasladaron a la embarcación menor  tres pasajeros: una madre con su hija adolescente y un perrito/a. 
A ellas le siguieron unos sacos con mercaderías (no es que los sacos hayan cobrado vida, sino que los descargaron en el bote) el que, una vez terminada la descarga, reinició su viaje hacia la orilla, tradicional manera de acortar caminatas, pues allí no había detención de la nave. Para nosotras, que sólo vimos mujeres en el proceso (salvo un pequeño de acompañante) nos impresionó sobre manera.
   Varios cientos de metros más y llegamos, por fin, al muelle final. El único problemilla es que quedaba a una distancia considerable de la casa de nuestra anfitriona, por lo que debíamos buscar un "Uber" que nos llevara hasta allá; es decir, conseguir que un vehículo de los que hacen fletes nos trasladara. Pronto unas tres camionetas que estaban a la espera se completaron, pero así y todo preguntamos. A la que recurrimos ya llevaba cinco personas, entre ellas una señora mayor (¡Dios guarde a las presentes!). Al decirle donde íbamos, "Ah, donde doña Marylyn!" señaló el conductor cambiando el tono. Inmediatamente, nos ayudaron a subir nuestro equipaje y nos señaló que nos acomodáramos en la camioneta doble cabina. Salvo la copiloto, que parecía ser cliente también, los demás, incluida la anciana, se fueron en la carrocería, con toda nuestra incomodidad, pues, en justicia, correspondía que nosotras fuéramos allí. 
  La distancia no era menor. A pie, habríamos llegado al día siguiente (jajaja).  A la hora de bajarnos, pasada la iglesia del sector, estaba esperándonos nuestra anfitriona. El conductor y los demás, eran conocidos y vecinos suyos. ¡¡No nos cobró un céntimo!!  ¡¡Gentileza chilota!! Una vez hechas las presentaciones y saludos de rigor, ingresamos a la propiedad por un terreno poblado de árboles frutales. La casa olía a cera. 
   Aquí, un paréntesis...
   [[ ¿Quién es Marylyn?, se preguntarán algunos, con justa razón. Ella, junto a Gloria y América, son las amigas del Tour por Oriente Medio realizado el pasado noviembre. Sin conocernos algunas, nos avinimos tan bien que acordamos seguir cultivando esta amistad, juntándonos en el mes de enero en Chiloé, debido, principalmente, a que allí viven Marylyn y Gloria, mientras las otras dos -yo, entre ellas-  ya teníamos planeado hacerlo con anterioridad al acuerdo. Establecimos fechas y aunque no pudimos coincidir las 4 en los mismos días, sí todas estuvimos allí... 
Marylyn en el presente vive en Ancud, pero por 40 años hizo patria en Apiao, en la Escuela Rural de Metahue, en calidad de docente de aula y directora. 
Así que sigue siendo toda una autoridad en aquella localidad, lo que pudimos comprobar cada vez que nos cruzábamos con alguien. Si se postulara a Alcaldesa seguro que saldría elegida... Así que se fue  un día antes, para recibirnos en forma...Cierre paréntesis.]]
   Luego de elegir habitaciones, comer y tomar algo (sólo café y té!!, 😌😌), salimos a conocer la isla. Primero, la Iglesia, de estructura típicamente chilota, a la cual debimos conformarnos con ver desde fuera. No estaba abierta.
 Al otro lado del camino, el cementerio local, muy colorido. Más allá, la playa, extensa por ambos lados y las fotos de rigor bajo el cartel de "Bienvenidos a Apiao".
  Allí también había un muelle, en el que nos embarcaríamos en nuestro viaje de retorno a la isla mayor. En la playa, unos hombres embolsando luga  ya seca (alga de color rojo que se extrae y recolecta en el sector y que se vende para la elaboración de productos alimenticios, de higiene y cosmética). 
Lógicamente, se conocían con nuestra anfitriona. Fotos van, fotos vienen, caminata. Mis amigas haciendo sus propias perfomances para obtener las mejores instantáneas de ellas y del entorno, se fueron alejando. Desde la distancia las vi agachadas, recogiendo tesoros de recuerdo.
   Con Marylyn volvimos a casa, luego de avanzar hasta la Escuela en que ella trabajó (a unos 200 metros más allá). La observamos desde fuera y ella fue repasando los adelantos en la construcción. 
 Ya en casa, nos abocamos a preparar una cena exquisita, que, además tenía como plus, que todos sus ingredientes habían sido regalados a nuestra amiga por vecinos y conocidos: un robalo, un salmón, papas nuevas, dos pepinos, una lechuga, huevos. ¡¡Una recepción de lujo!! ¡Cualquiera se la quisiera! Le agregamos unos tomates y pan y lista la cena. Lógicamente, también los condimentos. Pero nos faltaba uno elemental, el que da el toque mágico de color y sabor: el cilantro o perejil. Nos internamos en el invernadero medio abandonado de nuestra anfitriona (hacía varios meses que no iba a la isla) y, ¡oh, sorpresa!, encontramos una matita de cilantro (algo es algo, nos dijimos). La alegría fue mayor, cuando afuera nos "topamos" con varias matas de perejil que no habíamos visto. 
Conseguido el último ingrediente, nos aprestamos a degustar la cena, acompañada con un "vinito" que habíamos cargado como "hueso santo" (jajaja). ¡Delicioso todo! Hacía mucho tiempo que no saboreaba unos pepinos tan ricos, frescos, nuevos (no es mi ensalada favorita, así que doble mérito). El salmón, de chuparse los bigotes (perdón, estamos entre damas, jiji).
   "¡Comida hecha, amistad deshecha!", dice un refrán, que NO se aplicó en este caso. Luego de limpiar, lavar y ordenar, salimos a apreciar la noche isleña,  que ya había caído en su totalidad (a las 21, 50 aún estaba atardeciendo). El silencio era completo, el aire, puro, casi cero contaminación lumínica (sólo un par de luces al otro lado del brazo marino). La Vía Láctea dominaba el cielo, muy nítida. Fácilmente divisamos a "Las tres Marías" y la "Cruz del Sur". Más no pudimos, por ignorancia astronómica. Aclaro: no se trata que nuestro desconocimiento sea de ese tamaño, sino que simplemente no somos expertas en astros celestes. 
   Pronto nos entramos, conversamos otro poco al "son" de unos brindis con pisco souer (otro "tesoro") y algo para "picar", hasta que siendo hora de Cenicientas, nos fuimos a la "durma". Casi no supimos de nosotras hasta el día siguiente, aunque Marylyn nos mencionó que, al parecer, estuvimos talando todo el bosque cercano  con bastante entusiasmo (jajaja, seguramente somos sonámbulas, ya que no nos dimos ni cuenta).    

A la mañana siguiente, cada cual (las visitantes) se levantó discretamente, tratando de no despertar a la dueña de casa, y salimos a caminar, yo a la playa a gozar del aire marino a primera hora, mis amigas, a la escuela. Al rato volvimos y a preparar el desayuno, nuestro equipaje y colaborar en dejar todo ordenado, para luego emprender el trayecto hacia el muelle.    
Mis amigas aprovecharon hasta los últimos momentos para caminar por la playa, buscar recuerdos y fotografiarse, mientras yo, resignadamente, aguardaba en el "paradero" "cuidando los bultos"(jajaja, es broma, si yo hubiera  salido a caminar, al equipaje nada le hubiera pasado)
Llegaban y llegaban pasajeros y nada que  se asomaba la lancha ("A dónde va la lancha,🎶🎶🎵...", 😵😵, jajaja, cada vez que alguien mencionaba la palabra lancha,  reaccionábamos como en un programa de don Francisco, no poniéndonos de pie, sino cantando esta conocida canción)Al fin apareció en lontananza, con 15 minutos de retraso. ¡¡Todosss a bordoooo!!  
 Iniciamos el regreso, caminando con más cuidado por la borda, pues sus defensas eran más bajas, no nos pasaron chalecos salvavidas y el mar estaba con algo de mal genio. Nos movíamos como coctelera a ratos. 

Nuestra rutina fue la misma de ida: un poco en el sector de borda y luego bajo cubierta, conversando y dormitando un rato para acortar el viaje. El pasaje tuvo el mismo costo ($500; esto de pertenecer a esta categoría tiene sus ventajas,...a veces) y cuando atracamos debimos hacer el proceso inverso : recorrer la cubierta de varias embarcaciones hasta llegar a la escalerilla. 

Yo salté junto con la ola de resaca, así que me quedé con una patita en remojo. Allí nos despedimos de nuestra amiga Marylyn, agradeciendo todo lo vivido en esas horas y en "su" isla. ¡¡Afortunadas totales nosotras!! Ya llegará el momento de actuar nosotras de anfitrionas y demostrar que no sólo en Chiloé hay personas acogedoras y generosas.
   
Nos fuimos caminando con nuestros bártulos a cuestas, con toda la energía de lo recién vivido, hasta el Terminal. Allí, estaba esperándonos un minibús con dirección a CASTRO, donde pernoctaríamos los dos siguientes días. Ya eran casi las 15 horas cuando le dijimos adiós a ACHAO y, un poco más, también  a  la Isla QUINCHAO, para irnos a la ciudad de los palafitos. ¡Hasta la próxima! 

   

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