viernes, 31 de enero de 2020

Chiloé 2020 (primera parte)

      Dos visitas a la Isla Grande de Chiloé en el mismo mes ha sido toda una hazaña. Hacía 5 años de la última visita, la que fue de un par de días, en dos ciudades y en unas pocas iglesias. Lo de ahora sí que estaba planificado  en toda regla, pues la idea era recorrer todas las ciudades grandes y, al menos, un par de islas. 
   Como suele suceder, no siempre lo proyectado se cumple. Por lo tanto, el haberlo logrado e incluso sobrepasado, fue todo un éxito y una tremenda satisfacción. Si a ello le agregamos el buen tiempo que nos acompañó (excepto el último día) no pudimos estar más que contentas. 
Fue un viaje de conocimiento interpersonal, humano y geográfico, lo último de un sector específico de nuestro país, lo que no por ser ya visto con anterioridad (la mayoría, en mi caso) deja de tener encanto y belleza. Para mí fue un nuevo encuentro con la tierra chilota en un momento distinto de mi vida, ya de vuelta de todo (o de casi todo), en que el mismo paisaje se va tiñendo con otros colores:  el de la madurez vital, de la tranquilidad alcanzada, con una mirada más amplia y conocedora de un  mundo que va más allá de las fronteras de nuestra mente y de nuestra nación. Un viaje teñido por la tonalidad  de la amistad, en etapas distintas de desarrollo y prueba.
   Llegamos a  ANCUD como primera ciudad de estadía, luego de pasar, en el trayecto, por Puerto Montt y el Canal de Chacao. Este primer contacto con la Isla Grande no pudo ser mejor, pues nuestro hospedaje se ubicaba precisamente en la Avda. Costanera, lo que nos ofreció una vista privilegiada del mar.

Allí, al atardecer, recorrimos con alegría el paseo marítimo, donde mis amigas ensayaron algunos pasos de baile al ritmo de un grupo de batucada. Al anochecer brindamos (con lemon stone, jajaja) por el éxito de nuestro tour y nos encomendamos a todos los seres mitológicos que conforman la cosmogonía chilota (yo, al menos; mis amigas, a sus dioses personales) para que todo resultara bien. 

 Al día siguiente, merced a la suerte o a la intercesión mágica o divina, participamos de un fantástico tour que nos permitió llegar a QUEMCHI, donde, además del pueblo y de sectores de su playa, conocimos la Casa-Museo del gran escritor Francisco Coloane y supimos de la "minga" realizada para llevar la construcción hasta el lugar donde se ubica actualmente. 

Allí en Quemchi comenzó la lucha partida contra los tábanos, que se unieron al viaje para la desesperación de algunos. Yo, ya ducha en esos avatares desde cuando iba a Hueicolla (balneario y pueblo ubicado en la zona costera de La Unión), les apliqué mi arma secreta: la indiferencia (jaja), la que funcionó a la perfección. 
Nos dirigimos después a la Isla AUCAR, conocida también como "Isla de las Almas Navegantes", en cuya superficie hay una Iglesia y un cementerio de antigua data. Es una pequeña ínsula con vegetación nativa (muchos arrayanes), que puede ser recorrida (a pesar de los tábanos), tanto por su interior como por la playa, a la cual las olas arriban calmadamente. 
Al lugar se llega a través de una pasarela de madera que la une al territorio mayor, aunque antes los deudos conducían a sus muertos cuando la marea se los permitía. 
Es un lugar digno de silencio y respeto, que induce a la reflexión. ¡Muy hermoso!  En los alrededores de la pasarela se ubican unos humedales, hábitat de  diversas aves, entre ellas, patos y cisnes.    

  El sector de COLO fue nuestra siguiente parada, en el cual admiramos la Iglesia San Antonio de COLO, la más pequeña de todas las categorizadas como Patrimonios de la Humanidad. 
   Fue allí también, a pocos metros, donde nos detuvimos a almorzar, un contundente plato a elección -que estaba exquisito- por un monto de $5000, lo que en mi caso acompañé con una copa de vino blanco (¡por sólo $1.000!). ¡Espectacular!
   Ya alimentados, nos dirigimos a la CASCADA de TOCOIHUE, bellísimo lugar, que nos hizo subir y bajar escaleras en medio de la vegetación, pero cuyo esfuerzo valió, sin lugar a dudas, la pena y el cansancio momentáneos, de lo cual guardamos recuerdo en un video (jajaja).  Las perfomances se multiplicaron en el lugar, todos dados a la tarea de obtener la mejor imagen de la visita. ¡Nosotras salimos regias! 

Próxima visita y parada, la ciudad de DALCAHUE. Allí nos separamos del grupo pues nuestro plan tenía a esta urbe como segunda estadía. Llegamos a una cabaña, que no fue la mejor pero que satisfizo lo básico, donde  pudimos descansar, prepararnos una rica once y beber una lata de lemon cada una para "la sed" (jajaja)

Claro que esto lo hicimos luego de haber recorrido la costa, visitado la Feria Artesanal, lugar infaltable para todo visitante que se precie, además de haber concurrido a la Iglesia de Nuestra Sra. de los Dolores (también patrimonial), habernos premiado con un rico helado y comprar alimentos (entre ellos, un queso chilote, el que formó parte de nuestro viaje hasta que desapareció)
    Le dijimos adiós a Dalcahue ('lugar de dalcas') al día siguiente, cuando nos subimos a un minibús y al transbordador, rumbo a la Isla QUINCHAO.
 Todo bien, con nuestros bártulos a cuestas, disfrutamos de los 10 minutos de travesía y de la flora isleña hasta llegar a ACHAO.   Allí se nos presentó la primera dificultad de cierta importancia, aunque la resolvimos sin mayores complicaciones: una vez en el Terminal de buses, nos abocamos a intentar conseguir un taxi que nos llevara a la nueva cabaña reservada. Nos dijeron que NO había taxis. "Uber, entonces", consulté. ¡Nada! Pedimos antecedentes acerca de la dirección que teníamos y por allí comenzamos, ayudadas de Google, ...hasta que llegamos a nuestro destino, luego de subir a duras penas una cuesta (jajaja)
No quedaba lejos; el problema era la cuesta. Pero como al irnos en la siguiente jornada iríamos de bajada, cero rollo. La cabaña tenía todo lo necesario, era bonita y nueva, además de ubicarse en un pequeño altozano al interior de la propiedad de los dueños, con un entorno muy  bien cuidado. ¡Bien! 
 Dejamos nuestras cosas más o menos instaladas y nos fuimos al Terminal, pues queríamos conocer CURACO de VELEZ (la segunda ciudad en importancia de la Isla Quinchao). Inicialmente íbamos a pernoctar allí, queríamos hacerlo en un domo, aunque resultara más oneroso, pero no nos confirmaron a tiempo la reserva, por lo que hubo que desistir (¡ya habrá una próxima vez!). Por ello decidimos ir de visitantes por medio día, considerando la cercanía y la  locomoción frecuente. ...
  A propósito de movilización, a una de mis amigas (me reservaré el nombre para no arriesgar demanda, jaja) le surgió un admirador en este trayecto, que fue a sentarse a su lado (estaba en la fila del frente, así que no fue casualidad) y trató de entablarle conversación. El único problema fue que no tenía variedad de temas, jajaja, pues le habló dos veces y, en ambas ocasiones, fue "el calor" el leitmotiv. La verdad, no fue el único problema: era además un "curadito" (de los típicos que hay en los pueblos chicos), así que quedó bautizado como "el Curao de Vélez" (ingenioso apodo cuya autoría no fue nuestra, jajaja). 
   Nuestro primer encuentro con la ciudad de Curaco no pudo ser mejor. Accedimos a la Plaza, donde además de conocer la Iglesia, llegamos hasta la Feria Artesanal, cuyo mayor atractivo es la preparación y venta de Chochoca (comida tradicional chilota elaborada con papa cruda y cocida o harina, con manteca y chicharrones, que se asa al fuego adherida a un gran asador en forma de uslero). Como es lógico, compramos una porción para las tres (estamos cuidando nuestro nivel de colesterol) y la compartimos amistosamente, cumpliendo un hito más de nuestro tour.
 Luego, nos fuimos a recorrer  la Costanera de madera de CURACO bajo un intenso sol, visitamos las diferentes Ferias de Artesanía local, para terminar almorzando (yo, para variar, salmón) en un sombreado y bello sector gastronómico.
 A mis amigas, no les podían faltar las empanadas, de las cuales dieron cuenta a la brevedad. Luego de abandonado el lugar, una pequeña caminata, unas fotos y más selfies y unos cuantos ejercicios en máquinas para conservar la figura.
 De allí, al terminal de buses y de regreso a ACHAO, para aprovechar la tarde y conocer sus lugares de interés. Al día siguiente, emprenderíamos la aventura más extrema, pues cuales imitadoras de Robinson Crusoe, navegaríamos hasta una pequeña isla, APIAO, a 38 kms. de distancia, 26 en línea recta, aproximadamente 48 millas náuticas.
   Por lo tanto, recorrimos ACHAO proveyéndenos de alimentos, visitando su famosa y excelente Feria Artesanal, la Plaza y, por supuesto, la Iglesia Sta. María de Loreto, cuya característica principal es el hecho de ser la construcción más antigua de Chiloé en su tipo (construida en 1740 aunque con remodelaciones posteriores, como sucede con las demás iglesias de ésta y las otras islas, debido al material del edificio, la madera).
 Durante la mañana posterior, caminamos por el Paseo Marítimo, además de visitar el Mirador La Paloma, sector ubicado a unos 3 kilómetros, desde donde se obtienen panorámicas espectaculares de ACHAO. Luego, a alimentarnos antes de iniciar el viaje náutico, sin siquiera pensar en que la navegación de 2 horas, podría hacer inútil nuestra alimentación. 
    Hasta aquí esta primera parte, con nosotros a punto de iniciar el trayecto marítimo más extremo de nuestras vidas. 😓😓😨😨

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