martes, 18 de febrero de 2020

Albarracín, maravilla detenida en el tiempo...

   De pronto las palabras me faltan para describir lo casi indescriptible.  He llegado a Albarracín,  un pueblo o localidad ubicada al noroeste de la ciudad de Teruel, a sólo  38 kms. de esta última, pero que cuenta con escasa locomoción  pública: solamente un recorrido de autobús al día, a las 14,10 hrs., de manera que es imposible volver, salvo que uno tenga movilización personal. A pesar de aquello, perseveré en venir hasta acá, entusiasmada  por unas fotografías  que había  visto y los antecedentes leídos. Todo lo vislumbrado era cierto y mucho más. 
   Un viaje tranquilo, de una hora, en un trayecto sinuoso, siguiendo el curso del Río  Guadalaviar por muchos kilómetros, cuyo cauce es angosto pero sus aguas se transforman en un  torrente impetuoso  cada ciertos tramos. 
La localidad de Albarracín está  dividida en dos sectores, el casco antiguo,  a una altura máxima de 1171 msnm y el Arrabal, la ciudad moderna,  en la parte baja. Su población total es de 1.016 personas.
 
  El paradero de buses se ubica en el llano, de manera que debí  enfrentar la tarea de "subir" hasta el casco histórico,  donde se encontraba mi alojamiento. Al ver las escaleras estuve a punto de lanzar periquitos,  pero luego me contuve. La vista de las casas, murallas,  un par de Torres-campanarios, torreones y numerosas escaleras parecía  sacada de una película ambientada en la edad media. Todo de color rojizo, tejas en los techos, piedras y ladrillos  en las paredes y murallas eran todo un espectáculo casi imposible de creer. 

 Emprendí la tarea del ascenso por la escalera más ancha y menos pronunciada,  aunque no me llevara en forma tan directa a la dirección correcta. Lógicamente,  debí hacer unas cuantas detenciones, mientras arrastraba mi maleta por los irregulares adoquines una vez que se acabaron  las escaleras. 
  ¿Cómo logré  llegar hasta allá? 
 
No fue fácil, a pesar de Google.  Las calles, más bien callejuelas, angostas, en penumbras en ciertos tramos (debido a la altura de las construcciones,  de dos plantas la mayoría y de un color uniformemente oscuro) no colaboraban. Y como toda ciudad medieval, estaba llena de recovecos, subidas, bajadas, curvas imposibles, arcos y puertas,  casi esperando que pasara haciéndome  notar con el ruido que hacían las ruedas de mi maleta sobre los adoquines,...¡hasta que llegué!  El Hostal, sencillamente espectacular. Mi habitación,  amplia, bonita, con vista  a parte de las construcciones  casi colgantes del casco histórico  y al cauce del Río,  que rodea el cerro sobre el cual se erige  el antiguo Albarracín. 
   
No estuve más de 10 minutos en mi cuarto.  Ya eran las 15,30 hrs. y el tiempo corría,  aunque pudiera ser más lento en este entorno. Me conseguí  un mapa, pero preferí dejarme llevar por la intuición, eligiendo lo más complejo para el inicio, así que me dirigí  hacia la muralla o castillo medieval.  Aún  no  sabía si era lo uno o lo otro,  pero rápidamente  salí  de la duda. Se trataba de la Muralla defensiva  de Albarracín, cuya data es del siglo X , aunque se amplió  y restauró  en distintos momentos desde el XI al XIV.  Desde la base de las murallas pude observar una espectacular panorámica de la localidad, así  como distinguir, en un  montículo del mismo sector, las murallas del Castillo o Alcázar 

 Al hablar de Alcázar debemos entender que esta construcción corresponde a una fortaleza musulmana,  pues fueron ellos quienes fundaron en esta zona la ciudad medieval hacia el siglo X.  


Según los antecedentes con los que se cuenta, fue una tribu bereber, la de los Banu Razin ('los hijos de Razin'), a quienes debe su nombre. Ellos, construyeron  una mezquita (sobre la cual se levantó el siglo XII y, posteriormente el XVI, la Catedral del Salvador de Albarracín), tres torres de vigilancia (de las cuales se conservan dos), el Alcázar con todas las dependencias propias de una fortaleza de este tipo (alcazaba, torres,  hamán,  aljibe y otras) y todas las viviendas necesarias para que viva la población. 

 Luego de bajar de la parte más alta (murallas), me dediqué  a recorrer las callejuelas medievales de la ciudad hasta llegar a la Catedral de San SalvadorAllí  me inscribí en una visita guiada del templo,  que contemplaba un recorrido por la ciudad, a pie  por supuesto. 
 
 El tour fue completamente personalizado,  pues yo era la única interesada (en esta temporada los visitantes se concentran los fines de semana). Absolutamente  afortunada,  con información de primera mano, con posibilidades de preguntar y complementar información,  anduve con Elena una hora  por las calles de Albarracín conociendo los principales hitos constructivos. 
 
Por ejemplo, la Casa de la Julianeta, vivienda de dos pisos que tiene  salida a dos calles, de estructura  muy peculiar,  que aprovecha al máximo el pequeño terreno sobre el cual se construyó. Allí  Elena me fotografió, para tener un recuerdo de cuerpo entero en las afueras de la vivienda más famosa de la ciudad. Lleva ese nombre por una de sus dueñas.  Se construyó  en el siglo XIV, aunque ha sido restaurada en la actualidad. 
 
 Aprendí  que el colorido de las construcciones se debe a un yeso y/o arcilla existente en los cerros de la zona, con importante contenido de cobre y hierro  entre otros minerales, así como  la piedra y la madera eran otros materiales que complementaban las casas  mayoritariamente más angostas en la base y más  anchas en las  plantas superiores,  para aprovechar al máximo el espacio.
   
En el año 1170 Albarracín  pasó  a manos cristianas,  transformándose en un lugar de mucha importancia estratégica,  adquiriendo derechos y privilegios concedidos por  el Reino de Aragón, del cual  formó parte. Por un par de siglos  tuvo un apogeo extraordinario. 
   Ya atardeciendo, me dirigí al Alcázar (del que se conserva murallas,  la alcazaba, un aljibe y un hamán), pero no pude ingresar pues sus puertas ya se habían cerrado. ¡Será para una próxima vez!
   Luego, aproveché de recorrer el Paseo Fluvial, a orillas del Río  Guadalaviar, que por varios cientos de metros me mantuvo en los alrededores más bajos  de la ciudad, que termina en la entrada del sector antiguo, donde,  horas antes, había descendido del autobús.  
La noche me sorprendió caminando  sobre los adoquines,  mientras emprendía el regreso al alojamiento. A esa hora, 19,30,  el frío  se había intensificado y, a pesar del  calor producido por el ejercicio físico,  debí recurrir a mi gorro de turno y mis guantes. 
   Mi habitación  me recibió con todo el calor de una madre y aunque en el exterior la  temperatura llegará  a -2° durante la noche, yo dormiré bien arropada y calefaccionada, feliz de haber seguido mi instinto  aventurero.  ¡Hasta pronto!

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