domingo, 23 de febrero de 2020

Albacete y Almansa en Castilla de la Mancha...

  Llegué a Albacete (ciudad y provincia de Castilla de la Mancha, que consta de 173 mil habitantes) desde Sagunto, después  de haber pasado por Valencia, hermosa y gran ciudad costera. Debí  esperar la conexión por dos horas más o menos en la Estación Nord, la más importante del servicio ferroviario en esa urbe. Recorrí los alrededores  (no pude hacerlo mucho rato, pues cargaba conmigo el equipaje) y tomé  algunas fotografías. Me di cuenta que ya me había olvidado de algunos detalles. También  aproveché el tiempo para avanzar en el reporte  que llevaba atrasado. 

  En dos horas estuve en Albacete, ciudad que inmediatamente me conquistó con sus amplias avenidas, su limpieza, flores coloridas, fuentes y esculturas. Al llegar al alojamiento,  me sorprendió su fachada: se veía todo un gran  hotel,  en pleno sector céntrico, de esos tradicionales, que, pasados los años, se duermen un poco en sus laureles (lo pude comprobar,  dijo la peladora, jajaja)
 
 Salí a recorrer la urbe y, después de ver algunas calles silenciosas y casi vacías  de gente, me encontré con una postal permanente en todas las ciudades y pueblos de España: mucha gente de distintas edades, bulliciosamente conversando, comiendo, bebiendo y fumando, en las llamadas "terrazas", que no son más que sillas y mesas en las afueras del local,  con quitasoles o algo parecido. 
 
 No deja de impresionarme esta costumbre, que se ha globalizado,  al parecer, pues también la vi en Italia y Grecia. Y eran las 15,30 y la gente no estaba almorzando; estaba comiendo tapas  y picoteo, con cervezas u otro licor, todos muy bien arreglados, conversación a voz en cuello a veces. Esto mismo que vi aquí,  lo he visto en todos lados. Pareciera que tuvieran una situación  económica  muy bollante, pues esta "gracia" se transforma en hábito y no deja de afectar al bolsillo.

Pero también  me encontré en mi recorrido por las calles del centro urbano, a varios niños y jóvenes  disfrazados,  por lo que deduje que había  por ahí  alguna fiesta a la que no me habían invitado. 

 Un tanto cansada de sentirme como ave en corral ajeno, me dediqué,  a continuación,  a conocer el patrimonio arquitectónico del lugar. Lo primero en aparecer fue la Catedral San Juan Baustista, de grandes dimensiones,  emplazada en un terreno algo más alto que la calle,  lo que le otorga mayor majestuosidad. Fue construida el siglo XVI. No pude ingresar a ella;  las dos veces,  estaba cerrada.
   Otros lugares interesantes que encontré  en mi callejeo fueron:

Pasaje Lodares: histórica y monumental galería  comercial  en pleno centro de la ciudad, categorizado como monumento, construida a principios del siglo XX, de estilo  modernista. Impresiona caminar bajo y entre arquitectura tan cuidada y hermosa.
Casa del Hortelano, hoy Museo de Cuchillería  de Albacete, muy colorida por fuera,   ignoro cómo es por dentro pues no tuve acceso (hay ciudades en que los fines de semana no se encuentra nada abierto al público). La cuchillería de la ciudad  es famosa fuera de sus fronteras, de allí  que haya un museo para aquello. 

La verdad es que Albacete es pródiga en construcciones hermosas, de estilos renacentista y modernista, esculturas,  bellos  parques   como el que lleva el nombre de Abelardo Sánchez, por el cual caminé buscando la sombra benefactora, con esculturas y fuentes de agua.
 

 También el edificio de la  Plaza de Toros  es digno de mención. Se ubica un poco más alejado del centro,  entre un Molino de agua (en homenaje a don Quijote de La Mancha) y el monumental recinto de la Feria. 

    Una vez que oscureció, volví  a salir, para ver la ciudad de noche, con sus luces y vida "nocturna".  Las calles estaban atestadas  de gente y más niños disfrazados.  Pronto descubrí adornos luminosos en altura en una  calle principal.  Según  yo, eran caras de gato. Luego supe que lo que en verdad representaban eran rostros con máscaras. 
 Al comienzo,  yo ya me imaginaba que había  un curioso  amor a los minimos, aunque a la fecha no había  visto ninguno.  Lo que sí  vi fueron niños con caritas felinas. 
 
  Cuando  capté que la  gente, en número creciente, no caminaba sino que estaba detenida  en las orillas  de las veredas, "me pegué el alcachofazo": estaban a la espera de un desfile. Era el cierre o comienzo de una de las fiestas del invierno,  lo que se hacía a través  de un Carnaval

Me uní al público espectador.  Pronto comenzaron los grupos a desfilar, muy coloridos, muy organizados algunos, otros se veían bastante desordenados.  Les acompañaban bandas musicales. 


Me sorprendió ver grupos con personas minusválidas intelectuales  y físicas,  acompañadas  de cuidadoras,  todos vestidos para el carnaval. Lo que constituyó  una mayor sorpresa fue ver grupos de baile propios de los Carnavales andinos (morenadas y  caporales), de nacionalidad  boliviana,  participando de la fiesta. Eso dio cuenta de la numerosa colonia de ese país por estos lares o alguna relación  de intercambio cultural.

   
Al terminar la actividad, fue todo un desafío  volver al hotel.  Las calles estaban desbordadas de gente, muchas familias con sus hijos. El tiempo había contribuido completamente al éxito del Carnaval "del gato", según yo, al comienzo (jajaja ). 
   
Al otro día,  siguiendo mi personal costumbre de aprovechar al máximo las estadías, busqué  una ciudad o pueblo visitable cercano.  Había varios, pero a los que no podía acceder por medios públicos,   así que,  con resignación cristiana,  acepté la sugerencia del señor de informaciones de la Estación de Ferrocarriles.  Destino cercano: Almansa (24 mil habitantes). 
 
  En menos de una hora estuve allá y bajé las escalinatas de la estación,  que me unieron a las  calles de los ciudadanos  de  a pie, casi como una visitante ilustre.  Eso fue todo lo magnífico  que pude ver por largo rato, pues las calles por las que me fui introduciendo al centro de la ciudad eran comunes y corrientes, insulsas a  cabalidad.  Cuando vi que las estrechas veredas comenzaban a ensancharse, ya respiré algo más tranquila,  pues eso significaba que la calle adquiría importancia.  No tenía plano, así  que continué,  "echándole p' elante". Empezaron a aparecer tiendas y también  gente (jajaja), más  algunos niños con elementos de disfraces  (¡otra vez!)
 
  Al fin, apareció  ante mis ojos, un hito patrimonial: la Iglesia de la Asunción, la más  relevante de la ciudad,  que comenzó a construirse en el siglo XVI, pero siguió aumentando su estructura hasta el XIX, por ello, la mezcla de estilos constructivos.  Al interior,  valoré su sencillez,  que no suele ser costumbre en estos edificios, recargados de símbolos y ornamentación (para mi gusto),
 
  A unos pasos de allí, en la misma Plaza Santa María, se levanta el Palacio de los Condes de Cirat, hoy edificio en que funciona el Ayuntamiento almanseño. Es un edificio hermoso, patrimonial,  de fines del siglo XVI, a cuyo patio interior con arcos  pude acceder libremente. 
   
 Siguiendo el recorrido,  vi que el final de la plaza lo constituían las escaleras que permitían el acceso al Castillo de Almansa, patrimonio más relevante del lugar.  
Esta construcción  data del siglo XII, es de origen almohade (dinastía bereber que dominó el norte de Africa los siglos 12 y 13 y llegaron también  a la península ibérica), aunque posteriormente pasó  a manos cristianas,  siglo XIV, a un personaje conocido, el Infante don Juan Manuel, padre del escritor Don Juan Manuel, autor de la obra "El conde Lucanor" (a quien conocí en mi época universitaria, a través  de la lectura,  obviamente). Este noble mandó  a restaurar y ampliar el castillo,  para su mejor habitabilidad y defensa. Es importante decir que está  emplazado en el llamado Cerro del Águila,  cubre una longitud de 100 metros por 30 de ancho. 

 A inicios del siglo XX el Castillo estuvo "a punto" de ser demolido, por su estado de abandono y el peligro que constituía su posible desplome, especialmente  para las viviendas existentes a los pies del cerro. Sin embargo, lograron declararlo monumento  y gestionar los correspondientes fondos,  poco a poco, para su reparación. 
 Está  muy bien habilitado para los visitantes, con una sala museística al interior, donde debió  estar la construcción de la parte habitable del Castillo. Fue un agrado visitar este patrimonio, aunque el esfuerzo de ir subiendo cada peldaño de piedra sin pulir resulte un ejercicio no menor, incluso para los más  jóvenes. 
 Desde la altura de la Torre del Homenaje, hasta el nivel que se puede acceder, se obtiene  una excelente panorámica de la ciudad, que justificaban absolutamente  la construcción  de esta dependencia en fortalezas de este tipo.
   Luego de visitar  brevemente el Museo de la Batalla de Almansa ( histórico enfrentamiento por la Corona del reino en el año 1707 )  inicié  mi camino de retorno, encontrándome con numerosas  familias con pequeños disfrazados, que habían tenido su carnaval ese mediodía.  
Conseguí  adelantar en una hora mi "billete" de regreso a Albacete, donde llegué,  casi en pleno verano: el termómetro  marcaba 24° y ya las fuerzas no daban para más.  Regresé al hotel a descansar y alimentarme,  para planificar la siguiente etapa de mi itinerario. ¡Hasta pronto! 

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