sábado, 6 de junio de 2015

Un adiós inesperado...

- ¡Mierda, mierda, mierda! (sorry!!)
   No estoy por ingresar al escenario a poner en práctica mis dotes actorales (que poseo en grado mínimo). No, no  se trata de eso. ¡Es que estoy indignada, enojada, circumbirúmbica! ¡Ufff! ¡Llego a echar humo por las fauces!

   Esta vez la rabia es contra la vida, contra los médicos, o contra Dios si existe. Sé que a diario, a cada momento, miles de personas mueren o están muriendo mientras yo escribo, pero cuando esta "dama" (la misma, la de la capa y la echona) se hace presente en forma tan inopinada, tan sin-sentido, es que da rabia y me rebelo y en esa rebelión también me enojo con Antonieta, aunque ella sea la víctima de la vida. 
   Tenía un problema de salud, menor al parecer, calificativo que se le puede aplicar si se piensa que había sobrevivido a un cáncer. Decidió solucionar este  problemilla menor que había surgido  y planificó realizarse una operación con láser, para que la recuperación sea más rápida y la intervención menos invasiva. Todo estaba bien hasta allí y, en teoría, sólo permanecería un par de días en la Clínica Integral de Rancagua. 
   Pero, ¿qué pasó? 
  Lo inesperado: el o los médicos no hicieron buen uso del láser y comprometieron otro órgano, de manera que en vez de solucionar el pequeño problema de salud, produjeron como consecuencia una septisemia, de la cual nuestra amiga no pudo recuperarse. Murió antes que pudiera ser intervenida nuevamente para buscar otra alternativa de mejora. 
 Frente a esto, cabe preguntarse si hay algunos profesionales de la Salud (a los que nosotros, los pacientes, nos confiamos plenamente), a quienes no les importa la pega que hacen, que no tienen conciencia de la relevancia de su tarea, que no se dan cuenta que tienen la última palabra entre la vida y la muerte, que no despiertan y se levantan cada día conscientes de que para cada hombre, mujer o niño que van a atender o intervenir, son casi unos dioses. 
   ¿Cómo es posible que hagan su trabajo como verdaderos "maestros chasquillas" (con el perdón de aquellos maestros)?¿Es que acaso han perdido la noción de la trascendencia de cada acción una vez que ingresan a un pabellón quirúrgico? 
    La verdad es que, sea la profesión u oficio que sea el que uno ejerza, independiente  de su relevancia y a cuántos pueda afectar (positiva o negativamente), tenemos la obligación moral  (y legal en algunos casos;  ojalá fuera así con todos) de realizar en forma óptima nuestra labor, pero con mayor razón, aquellas tareas en que la vida biológica, la vida afectiva, la vida espiritual  o el éxito futuro de los seres humanos de los que estamos a cargo  dependa de nosotros. 
  Por ello, no es menor que médicos, psicólogos, sacerdotes, profesores, choferes, pilotos, y taaaaaantooooosssss otros, más los  padres y las madres, se equivoquen (voluntaria o involuntariamente) en el ejercicio de su profesión, oficio o rol. Muchas, varias o una vida se verá afectada por ese error o delito, que, habitualmente, no puede ser REPARADO. 
 Considerando que, mayoritariamente, lo que desempeñamos responde a una elección  LIBRE, no tenemos atenuantes para la negligencia ni el error. Muchos podrán decir que ellos no pudieron elegir, que no les alcanzó el puntaje, que no se les dieron las "cosas", etc., pero, en realidad, son muy pocos los que podrían acogerse a esta justificación. 
   ¿Por qué?  Pues porque si el puntaje no les "dio" para lo que querían, por ejemplo, fue porque desde pequeñitos fueron negligentes y no aprovecharon adecuadamente la oportunidad de educarse convenientemente. Si a alguien no "se les dieron las cosas" no fue por el destino u otro maleficio extraño, sino porque seguramente no hizo lo que debía o lo hizo mal. Por lo tanto, es su responsabilidad que algo no se "le haya dado". 
  Y ahora, Antonieta no podrá nunca más reunirse con sus amigos Directores jubilados, no podrá nunca más asistir a las Reuniones de nuestro edificio, nunca más podrá ir a buscar al colegio a su nieto (el Cesita), no podrá, en ninguna ocasión futura, apoyar a su familia, es especialmente a sus dos hijas. 
    En situaciones como éstas -y como tantas otras- la impotencia nos inunda y nos sentimos desprotegidos ante tamaña injusticia humana. Sólo cabe esperar que estos terribles descuidos, errores o delitos tengan su castigo. Se necesita. 

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