...desde la guata, desde las vísceras y del corazón ha salido expulsado lo que se había ido acumulando por años y décadas. Aquello no podía tener otro resultado que el visto: evasión, agresión, violencia, que fue creciendo exponencialmente, sin control, hasta que, finalmente, la razón, en parte, comenzó nuevamente a tomar el timón. Esta catarsis social, mayor mientras más fuerza mantenía acumulada y sin salida, fue completa y absolutamente inesperada, aunque muchos, cuales generales después de la guerra, preconicen que lo habían pronosticado, casi como gurús anunciando el apocalipsis.
Una vez que todos los malos humores salieron, empezó a llegar la sonrisa a muchas caras de la ciudadanía, el miedo remitió parcualmente, la atmósfera se hizo algo más liviana y respirable, plena de gestos inesperados y positivos. En tanto, los conductores del país, empezaron a cambiar su discurso de desacreditaciones y ataques, por uno más contemporizador y amistoso. En un momento, casi pareció un taller de autoayuda a cargo de Paulo Cohelo.
Sin embargo, hoy, la incertidumbre se mantiene. No hay conformidad ni descanso en la voz ni en las demandas. El vandalismo y la rabia siguen presentes, casi enquistados en un grupo no menor. Muchos consideran que es lo necesario para que no se amortigüen ni minimicen las exigencias, dejándolas en el olvido. Son días de volatilidad, de poca sustancia y arraigo al suelo. Días de cansancio emocional. La ciudad -la Metrópoli- ha adquirido un rostro casi postapocalíptico en algunos sectores (y esto se sigue extendiendo). Los encapuchados parecieron reemplazar a los zombies fílmicos, que, de seguir, creo que podrían, incluso, evolucionar a esa categoría.
Y a pesar de todo lo anterior, los líderes oficiales siguen en sus trece, haciéndose los comprensivos, los abiertos al diálogo, los dadivosos. Sin embargo, entre ellos, no dejan de darse patadas bajo la mesa, apostando por el cansancio y desgaste popular, manteniendo sus reductos de poder incólumes -y también los de sus aliados-.
Para mal de los anteriores, la gente no se cansa, renueva sus fuerzas, se pasa la posta astutamente y el cansancio se desvanece. Ahora que los establecimientos educacionales han regresado a clases (los que no han visto cerrado su año escolar), los secundarios llevan el peso de las marchas en estos días, en muchas de las ciudades. Y conociendo su fuerza y actuación colectiva, los comerciantes están más alertas.
¿Hasta cuándo seguiremos en este caos e inestabilidad? ¿Hasta cuándo los entes gubernamentales lograrán empatizar con los marchantes? Nadie puede asegurarlo, ni siquiera Salfate. En tanto, deberemos ajustar nuestra rutina, según la condición de cada cual. En mi caso, a salir de compras básicas lo más temprano posible, a olvidarme del vitrineo como entretención, a estar más al tanto de cada hecho local, como una paloma avizorando en lo alto de un edificio. Sólo espero imitar su actitud y no otras características. ¡Toco madera..., por si acaso! ¡Así como están las cosas, uno nunca sabe!
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