martes, 20 de octubre de 2020

Vida latiendo...

  

  Tejo a crochet mientras espero que se cargue la tablet  que se descargó cuando iba en las últimas páginas de la novela en que estaba sumergida. Poco previsora... El colorido distinto y animado del hilo que estoy encadenando como una verdadera Aracné, me anima a mí también.  ¡Qué  increíble! Hasta ese "detalle" influye en el entusiasmo con que uno emprende o continúa una tarea. De trasfondo escucho el sonido de los tambores de una batucada que participa en la manifestación que se está gestando. Al parecer,  se retomará la "costumbre" de octubre a febrero, de manifestaciones diarias llegando a Plaza  de los Héroes.  ¡Paciencia! ¡Es vida latiendo!, pero no la única.  

  No alcanzo a darme cuenta ni a espantarla,  cuando una paloma ya está  en el interior de mi jardín del Paraíso. Dije "paloma", no "serpiente", pero son casi análogas para mí. ¡Las odio! Ya lo he comentado en alguna ocasión. Precisamente mandé  a cerrar  los balcones con vidrieras para impedir sus presencias infestas, independiente de lo que lo que simbolicen y de los servicios que hayan prestado en más  de una situación prebélica o bélica en el pasado. ¡Diablos! Tendré que ayudarle a salir, no podrá  sola encontrar el angosto resquicio de la ventana que está abierta. ¡Qué  lata! Me acerco, se desespera, le tomo de un ala (literalmente), me quedo con sus plumas en la mano. ¡Qué  asco! Debo echarla cuanto antes, de otra manera dejará  huellas en el Edén y romperá más de una planta. Segundo intento. Alcanzo la otra ala, la segunda y última, jajaja.  Igual resultado, plumas en la mano. Si sigo así la voy a dejar desnuda. Pruebo con la cola. ¡Sorry! ¡Cola desplumada! Finalmente, como no puedo agarrarla a escobazos, pues se mueve entre las flores y los enanos (quienes no hacen nada por ayudarme y eso que son nada menos que siete), debo tomarla de su cuerpo y la lanzo por la ventana, desde el quinto piso a tierra. ¡Upps! Alcanza a planear sobre un arbusto y desaparece de mi vista... Seguramente, con su prodigiosa memoria (porque a diferencia de los caballeros las palomas sí la tienen), elaborará su venganza mientras espera que le salgan y crezcan nuevas plumas. En un par de semanas, deberé estar atenta. Hace unos años, a diario me daban vuelta los maceteros con cactus🌵 🌵 , en venganza de unos escobazos bien dados. ¡Fue una lucha a brazo o ala partida!

   Mientras tomaba contacto con mi enemiga, sentí latir su corazón . Fue una sensación extraña, impactante y desagradable. Me sentí de pronto dueña de su vida, la sentí a punto del infarto, luchando por su alada vida. En realidad,  eso es lo que estaba haciendo, plumas más plumas menos. Luego de analizar las sensaciones experimentadas, llegué  a la firme convicción de que no tengo rasgos psicopáticos,  al menos no graves. No me agradó ni me agrada quitarle la vida ni a un insecto. No me crean un alma llena de bondad, lejos estoy de eso, les advierto de antemano. Pero la responsabilidad sobre una vida y la necesidad de quitarla, en casos de un  insecto o de un ratón, por ejemplo, es estresante y de una descarga adrenalínica extrema. Darse cuenta de que es algo más que un ave, insecto o animal que no quieres tener cerca, darse cuenta, al captar en forma física, no sólo intelectualmente, que es un ser vivo, distinto pero tan vivo como uno, te interpela como especie. ¡Uff! Y uno llega a preguntarse cómo es posible que existan seres humanos que gozan "cazando" y matando a los de su especie, cómo  es posible que algunos puedan arrogarse el derecho a tomar la vida de otro u otra sin mayores cuestionamientos, si habemos una  mayoría -por suerte- que hasta no nos atrevemos a hacerlo con un ejemplar animal pequeño incluso en caso de necesidad. Ahora que lo recuerdo, creo que sólo matar a pulgas y moscas no me provoca objeciones de conciencia ni sentimentales, sólo asco. Hasta ver debatirse un ratón en una de esas trampas antiguas, me daba pena, hace aaaañoosss...

   La vida late también en el aire y en el silencio. Hasta este último tiene "vida" y se escucha, entre los ruidos de la vida cotidiana.  La manera de "matarlo" -me refiero al silencio- es indolora y provoca cero cuestionamiento. Sólo  es cuestión  de concentrarte en la lectura de un buen libro, darle vueltas a alguna idea, escuchar música o tejer.  Cualquiera de esas tareas, solas o combinadas, mata cualquier silencio y crea verdadera vida alrededor de uno, que permite que tu latido personal cobre sentido y tu corazón siga latiendo con normalidad.

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