miércoles, 7 de octubre de 2020

Lluvia...

 ¡Qué imagen más poderosa la de un hombre en silla de ruedas mirando caer la lluvia intensa desde su ventana en mitad de la noche! Esa imagen compuesta de palabras, inserta en una novela que leo, me trajo a la conciencia la inexistencia de esa circunstancia en mi vida, y llegó un instante que deseé con fuerza que lloviera para vivenciarla! ¡Qué loco!, ¿no?  Así de mágicas suelen ser las palabras en manos de magos extraordinarios. Lo interesante es que esto es casi como una caja china: en la novela un personaje, Liz, imagina a un amigo mirando la lluvia,  yo leo aquello y "veo" al amigo mirando la lluvia caer y añoro estar en su situación -excepto  en la silla de ruedas-, porque me doy cuenta que nunca he gozado -o sufrido- una lluvia en tales circunstancias.  ¡Humm! ¡Bien loco!  

  La lluvia me conduce instantáneamente al sur, donde viví hasta febrero 2006, zona en la cual diez meses, al menos cuando vivía allá,  eran de lluvia frecuente o intensa, con días de sol y no-lluvia intercalada. El verano no siempre era sólo sol, también la lluvia nos visitaba, como para que no la olvidáramos.  Recuerdo una semana de veraneo  en Chiloé en el mes de febrero, hace aaañooos, en que hubo que renunciar a la protección de la carpa porque la lluvia era diluviana. Obviamente, hasta allí llegaron las vacaciones... Este año, a fines de enero, sufrimos los embates de la lluvia un par de días  en Ancud. A ratos, fue divertido.     

 Viví toda la vida en lo que era la  "provincia" de Valdivia y allí la lluvia es parte de su encanto, dicen los turistas. La verdad, no siempre la sentí encantadora. Como cuando debía cruzar el Puente Pedro de Valdivia para llegar a la Universidad en la década del '70,  y todavía no existía movilización que llegara al Campus, los días invernales eran de una humedad permanente en el cuerpo. Toda la ropa quedaba mojada. No había 👞 👠 que aguantara. Lo único factible eran las botas👢, pero de goma, que no resultaban para nada sofisticadas en esa época. Por lo tanto, como para ser y parecer bella "hay que ver estrellas", nosotras no usábamos esas poco sentadoras botas y preferíamos criar musgos entre los dedos de los pies de tanta humedad. Considerando que muchos "pingüinos" de aquella época éramos residentes de otras ciudades, más que gozar la lluvia la sufríamos estoicamente. En las pensiones, piezas arrendadas, pensionados universitarios no existían las facilidades como en la casa familiar, para secar ropa y zapatos al calor de la lumbre. Así que no quedaba más que resignarse cristianamente, adaptarse y acostumbrarse a los resfríos permanentes. 

   Las inundaciones se constituían en una de las desgracias habituales cada ciertos años en las localidades,  ciudades y campos sureños. Por años en La Unión y Valdivia hubo poblaciones que sufrieron los estragos de las subidas del río y de las lluvias intensas. Sé que en la ciudad unionina debieron hacer un insistente trabajo, año a año, de dragado del Río Llollelhue para evitar el desbordamiento. En Valdivia no sé qué acciones realizarían para evitar las inundaciones, pero recuerdo haber escuchado de poblaciones que sufrían sus efectos anualmente.  También recuerdo, ya por los años 2000, haber visto campos enteros bajo el agua en las cercanías de Lanco, mientras en San José de la Mariquina, en dos temporadas, observé gente habitando el segundo piso de una vivienda pues el primero estaba bajo el agua, a la entrada de la ciudad. Incluso yo me veo saliendo de la casa institucional de Lanco, haciendo equilibrio sobre tablones, porque el patio de la vivienda está bajo el h2o. Por suerte, la casa tiene radier,  lo que no quita la intensa humedad existente.  

 Toda esta realidad de lluvia excesiva y humedad constante, y también otras razones, me llevaron a pensar en escaparme del sur a tierras más soleadas. Claro que para ser justa, no toda la lluvia fue siempre fuente de males e incomodidades. Uno de los mayores goces es escuchar el sonido de la lluvia sobre el techo o contra los vidrios de una ventana, cuando uno está gratamente abrigado al calor de un fuego 🔥de verdad o acostado y arropado al máximo. En tales circunstancias la lluvia es deliciosa y permanece en la memoria emotiva de quien lo vive. También puede serlo en pleno verano, cuando surge sorpresiva y no afecta la actividad cotidiana ni lo que uno lleve consigo en el momento salvo la vestimenta, siempre y cuando uno tenga la posibilidad del recambio a la vuelta de la esquina. En ocasiones, dependiendo de las circunstancias personales, la lluvia produce un efecto purificador, lenitivo y/o sanador. Me viene a la memoria la localidad de Niebla, agosto de los años 90: una cabaña frente al mar, lluvia intensa contra los cristales, ayudando a calmar la tumultuosa situación por la que estaba pasando. 

   La lluvia ha sido una compañía omnipresente en la mayor parte de mi vida, muchas veces bienvenida, en otras, detestada, pero siempre estuvo allí, viva y  vigente, con su música inigualable, con sus gotas cristalinas, dando más vida que quitando, en ocasiones llegando acompañada de granizos, rayos y truenos o mostrándose a través de un arco iris... De vez en cuando -cómo no- añoro su sonido tras los cristales.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho este texto.
    Edtando en U de Concepción viví esas experiencias de botas de goma, inundaciones cruce de calles en carretela porque era igual que cruzar un rio muy torrentoso 😊😊😊😊😊😊

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  2. En ocasiones era tanta la lluvia que hasta la ropa interior terminaba mojada.

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