martes, 8 de septiembre de 2020

Secretos...

  Los secretos... ¡Qué tremendo poder tienen, para lo bueno y para lo malo! Los hay que hunden y los hay que sanan. Los hay que adquieren el filo de un cuchillo,  así  como otros que acarician y curan las heridas. Los hay grandiosos, pero también  los hay sórdidos.  Ésos son los más terribles. 
    ¡Quién no guarda más de alguno, ya sea por motivos loables o mezquinos! Los hay que no son personales, por lo que no se tiene la libertad de compartirlos. Aunque no faltan los bien llamados "sanguchitos de palta", tal vez no mal intencionados, pero que no pueden cargar con el silencio. Hay otros  que se llevan sus secretos a la tumba, como si allí sirvieran de algo. Claro que si develando lo que sabe se puede hacer mucho daño, tal vez se entienda que el secreto se entierre junto a su custodio.
   Aquí cabe preguntarse qué es lo más importante, ¿la verdad o el efecto de ella?  Habrá,  seguramente, como en todo,  pros y contras, personas a favor de una u otra postura. Por de pronto, creo que habría que privilegiar la verdad, aunque haga daño, si esa verdad es necesaria para no construir una realidad alternativa, con bases falsas. Especialmente, cuando se trata de la historia, ya sea general o particular. Si la vida de alguien se ha ido desarrollando sobre fundamentos falsos, debería  ser tarea de quien es poseedor/a de un secreto compartir para permitir la corrección, reconstrucción o, en último término, destrucción, minimizando los daños si es posible. Uno debe ser capaz de mirar y asumir la verdad aunque duela.
   No obstante, también hay secretos que no marcan la diferencia y que, al mismo tiempo, avergüenzan.  Se ubican principalmente en el ámbito personal. Revelarlos no es cuestión de vida o muerte, aunque sí son indicativos de alguna actitud egoísta, miserable, deshonesta, traidora... Estos secretos nos hablan de cómo es uno en realidad. No se trata de que lo que piensen los cercanos sea completamente falso. No. Simplemente sucede que la visión es incompleta y sesgada y como no somos transparentes como las medusas u otros seres vivos similares, nos aprovechamos de nuestras mayores o  menores dotes para la actuación 🎭. De estos secretos estamos llenos (me incluyo). 

Guardamos mucho, por temor, por conveniencia, por maldad, por compasión. Aprendemos desde pequeños a callar verdades incómodas para otros adultos que no sean nuestros padres (y también para ellos). Hay que saludar con cariño y respeto aunque no se sienta ni lo uno ni lo otro por el saludado,  no hay que decir algunas cosas porque "papá se puede enojar", porque "¿qué va a decir el profesor?", porque "no te van a querer". Ya entonces, a corta edad, uno va guardando sentimientos, emociones, ocultando situaciones, acumulando pequeños secretos, que a veces compartimos con los hermanos, con los amigos, con el diario de vida o con nadie. Todo depende de la realidad vital de cada uno.  
  Poco a poco uno aprende el poder de los secretos. Si los usa como mercancía obtendrá  "bienes" a cambio, pero no será  un buen ser humano. Si, en cambio, los guarda y los revela cuando corresponde y de la manera adecuada, habrá  crecido como persona. 
     El secreto de los Hoffman de Alejandro Palomas (¡qué buen escritor es él!) es una novela que habla de aquello: de esos secretos que pesan como lápidas, que hunden y que cuándo  se develan  cambian la vida, felizmente para bien, porque la persona que podría  sufrir por aquello, ya dejó de hacerlo. 
   Constanza ha muerto. Sus cuatro familiares: su ex esposo, (Rodolfo Hoffman), su hija Martina y sus dos nietos -Verónica y Lucas-  se juntan para el sepelio. La atmósfera es tensa, pero no sólo por la situación presente. Hay demasiados silencios ...y secretos de larga data. Rodolfo, afamado cantante ya tiene 85 años y vive hace veinte años en Buenos Aires (en la otra orilla, dicen). Abandonó su matrimonio, dos años después del trágico accidente de su único hijo, el padre de sus nietos. Fernando falleció junto a su esposa y los niños quedaron faltos del amor paterno, abrupta y brutalmente, lo que suplió Martina, su tía, quien, además, ha pasado veinte años al lado de una madre culposa, huraña, insoportable, que le ha atado a su cuidado cual  celadora. 
   Estarán el fin de semana juntos, para luego volver cada uno a sus vidas, mientras Martina se quedará con su no-vida. Hay cariño de por medio, pero el silencio pesa más. Cada cual con el temor de preguntar y escuchar respuestas dolorosas, cada cual con el miedo a que la verdad duela.  

 Es un emotivo e íntimo relato "coral" (jaja, descubrí que lo que se quiere decir con este adjetivo es que las voces de los personajes se van intercalando en la narración; son distintas perspectivas para los mismos o similares hechos). Me hizo emocionarme hasta las lágrimas. Es una de las gracias de A.Palomas como escritor. Sus textos te llegan al alma, todo un logro en mi caso porque la tengo bien escondida. Son casi catárticas y como dicen que llorar de vez en cuando hace bien, para limpiar las glándulas lacrimales y purificar el alma, bienvenido sea el llanto que no afecta tu vida, pero que no es inocuo, porque te conduce por caminos presentes y pretéritos de tu propia vida. En fin, puentes hacia lo casi olvidado, pero siempre latente...

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