viernes, 18 de septiembre de 2020

Modernidad vs. Tradición

    He quedado como un "chinche" como decía mi padre,  luego de haber almorzado los frutos de mi parrillada de carnes y verduras. Ésta es la única manera de celebrar las Fiestas Patriaen esta modernidad pandémica. Cero familia, cero amigos, cero viaje y salidas.  Sólo al interior del hogar y cada cual se las debe arreglar de la mejor manera y como puede. Mi familia está  lejos. El integrante más  cercano, en Curepto; los demás  en Arica, Coronel, Valdivia,  La Unión y Puerto Montt. También en Cañete, pero aquél es como la nada misma. Así  que cero posibilidad, porque todos estamos en regiones distintas   

 Por ello no me quedó más que animarme sola, aunque podría,  por supuesto, haber hecho como si fuera un fin de semana cualquiera. Sin embargo, los olores que llegan hasta mí por el balcón son inconfundibles. Así que para no seguir con este masoquismo dañino,  decidí  proveerme de todo lo necesario, para "celebrar" comiendo, jajaja.  Claro que olvidé  algunas cosillas, lamentablemente,  pero improvisando, también uno puede salir adelante y no morir en el intento. Me olvidé  del cilantro para el pebre (en mi huerto sólo tengo perejil actualmente), de la marraqueta para el choripán, de la frutilla para el borgoña. Con  los dos primeros, improvisé, pero el borgoña simplemente tuve que descartarlo. 

  Los Dieciochos infantiles y los posteriores sí que eran espectaculares.  Cuando niños,  el 18 comenzaba a prepararse los primeros días  de septiembre, cuando en casa se iniciaba la elaboración de las hojarascas para los alfajores. Allí  teníamos participación de ayudantes: cuando muy niños, estábamos encargados  de "pinchar" las hojarascas antes de que mi madre las llevara al horno. Posteriormente "ayudábamos" a rellenar, ya sea con manjar o chancaca (habitualmente lo hacíamos  a la par que comíamos lo que podíamos). Ya más  crecidos (yo no mucho, jajaja), seguíamos en calidad de asistentes pero la función  era de mayor complejidad: estirar masa, cortar hojarascas, colaborar  en la cocción.  También,  en la etapa del relleno, nos aprovechábamos de pagarnos en especies. Ya habíamos adquirido la noción del valor del trabajo obrero infantil,  jajaja. Las festividades Patrias cuando infantes también eran ocasión  para hacer funcionar la fábrica de galletas, de quácker,  chuño, maicena, etc. En ese producto también colaborábamos en todo el proceso. Todo esto estaba bajo la dirección de mi madre.   

   Mi padre, por su lado, estaba a cargo de lo salado y lo líquido. Encargar el correspondiente cordero y comprarlo,  claro está. Esto  lo  hacía "religiosamente" y con antelación,  de manera que era habitual que la semana anterior a las fiestas la familia había  aumentado y había un invitado pernoctando en el patio y bien amarrado con su lazo, para evitar que el lobo se lo lleve. También  debía  encargarse de la(s) chuica de vino y/o chicha,  además  de las compras de papas y ensaladas. No se trata que él  comprara esto último, pero debía  abrir su billetera para que mi madre lo hiciera.  

    Llegada la fecha, 17 septiembre,  se comenzaba con el sacrificio ritual del ovino invitado y el consiguiente ñachi. Es decir, la ingesta de la sangre coagulada de la víctima (jajaja), bien aliñada  acompañada con pan y un vasito de vino blanco.  Como eso no duraba mucho, después  se seguía con el carneo del animal (perdón,  de la ofrenda ritual) y el despiece. En tanto, mi madre, con nuestra ayuda, comenzaba a preparar el "chau chau", guiso estofado con algunas vísceras del pobre animal, con las correspondientes papas cocidas y ensalada. A ello se agregaban las empanadas fritas, totalmente caseras. Aquello constituía el almuerzo.

   El gran asado gran era el mismo día 18, día en el cual el comedor se trasladaba al patio  alrededor del fogón que se preparaba para poner los costillares del cordero en un asador.  Esta tarea iniciada por mi padre y en la cual solían colaborar mis hermanos cuando ya estaban más  grandes, era seguida casi en su totalidad por la familia. Las mujeres nos ocupábamos de disponer ensaladas y las papas cocidas, además de poner la mesa y preparar el pebre. El pan tampoco podía  faltar y, para no aburrirnos ni morirnos de sed, iniciábamos los brindis en homenaje a los Padres de la Patria, jajaja, unos con bebida,  otros con vino o chicha, dependiendo de la edad.

    Cuando niños, a la celebración familiar se le unía la concurrencia a ver los juegos populares organizados por la Municipalidad y más de alguna visita a las "ramadas" o fondas dieciocheras. Allí no se consumía nada, a excepción de algún algodón dulce o mote con huesillos, para los más golosos. 

   Cuando mis padres se trasladaron a vivir a Valdivia,  ya no hubo más asados al palo. Debieron ser cambiados por parrilladas,  por un tema de espacio y porque tampoco se podía comprar un cordero vivo. Entonces, ya no hubo ceremonias, aunque sí se pudo aumentar la variedad de carnes, además  de introducirse un nuevo producto: el choripán,  que pasó  a ser parte del aperitivo. En lo concerniente al rubro bebestible, se incorporaron las cervezas y una preparación nueva: el borgoña. 

   Hoy, año 2020, he tratado de rendir honor a mis antepasados y descendientes ausentes, ya sea temporal o definitivamente.  Los he tenido presentes en mi memoria y en mi corazón.  He brindado por ellos y los he añorado. Todo estaba delicioso, pero no es lo mismo y aquello se nota. Así que, a no mediar otra pandemia o desastre, habrá que retomar los ritos familiares mientras nos dure la cuerda. ¡Salud!    

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