viernes, 25 de septiembre de 2020

Clarita...

      Desde hace casi 9 años Clarita sólo me mira a mí.  No tiene a ningún humano más a quien hacerlo, especialmente durante este año en que hemos estado estacionadas en palacio. Clarita tiene más  amigos; ignoro cómo "se lleva" con ellos. A veces la saludo, no siempre, debo confesarlo. Tiene más  de 30 años (¡no había tomado conciencia que eran tantos!), pero no estoy completamente segura de la cantidad exacta. Aunque la vi llegar, pasados los años los límites se han difuminado. Habitualmente suele estar tendida, echada más bien, al lado de un par de amigas, con una media sonrisa en su cara estática.  En ocasiones, le obligo a cambiar de posición y la dejo sentada, pero no demora mucho en estar de nuevo casi tendida, cual maja vestida. Pareciera que no se da cuenta de las estaciones, siempre con la misma ropa... Se ha descuidado. Ya no se preocupa de su persona. A veces me da pena. Es como si su vida ya no tuviera sentido y la entiendo. A  mí también  suele pasarme, aunque en mi caso me muevo, sonrío, me enojo, me pongo en dos pies y los muevo. No como ella, siempre quieta.     

Clarita es originaria de La Unión,  aunque aquello no es un dato significativo en su adn  pero sí en su naturaleza emotiva. Fue un regalo que recibió mi hija cuando pequeña de su madrina de bautismo, de quien heredó el nombre, transformándose en una tierna compañía para ella. Era tanto el ir y venir de Clarita en los pequeños brazos de Mirella que en una ocasión sufrió un accidente no menor en una de sus patitas, la que resultó quemada en una amplia porción. La ayuda de su abuelita no se hizo esperar,  quien le aportó con el remedio que "combinaba" a la perfección.  Ahora, pasados los años  hasta el parche está deteriorado.   

  Hay compañías infantiles que son inolvidables e insustituibles. También la tuve  aunque no guardo memoria del nombre. Sé que hubo alguna de "trapo" en mi primera infancia, pero casi ni recuerdo cómo era. De la que sí preservo la imagen es de una de plástico, casi gemela de la que recibió mi hermana. Digo "gemela" porque era igual a excepción del color del cabello, que no era cabello realmente, sino imitación de él en la cabeza plástica. La mía tenía "cabellera" negra y la de mi hermana era rubia (yo se la envidiaba por ello; desde pequeña valorando más la raza aria, ¡qué terrible!). Se transformaban en nuestras favoritas, especialmente en los meses de invierno, momentos en que las salidas al mundo natural con sus grandes posibilidades  de juegos estaban vedadas y que los participantes también eran menos. No podíamos compartir diariamente, como en el verano  con nuestros vecinos. Sin embargo, en el verano cumplíamos nuestra tarea de "madres" a la perfección. Es así como, mientras nuestra madre lavaba la ropa nuestra, nosotras lavábamos la ropa de nuestras muñecas y la tendíamos en los arbustos. Al finalizar la tarea, terminábamos tan mojadas como la ropita, que bien podrían habernos "colgado" también. ¡Aprendizaje por imitación y en forma de juego, el mejor!     

    Vaya un pequeño y personal homenaje a esos compañeros de infancia, infaltables y necesarios en este mundo tan impersonal, a veces. ¡Arrivederci!

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