lunes, 28 de septiembre de 2020

In crescendo...

  

 Casi como si estuviera escuchando el famoso "Bolero"  de Maurice Ravel me sentí mientras avanzaba y me acercaba al final de la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas (novelista español actual). Era un aumento de intensidad casi físico, que, incluso, me llevó a "ver" a Miralles caminando por el desierto africano. Fue una fuerte imagen, sólo formada a través de las palabras, lo que habla de la extraordinaria capacidad narrativa del autor ( y de mi profunda inmersión en la historia o de mi facilidad sugestiva..o todas).                                                                   
  Así como yo no les voy a hablar de esa maravillosa composición mencionada al principio -Bolero-, tampoco Cercas nos habla de la trascendental Batalla de Salamina,  que, según historiadores, de haber tenido un resultado distinto habría cambiado la historia de Occidente.              
¿Por qué entonces se llama así? Uno, porque la personalidad sobre la que investiga Javier Cercas les asegura a quienes  salvaron su vida, que escribiría su historia bajo ese título. Pero hay algo más, un recurso y, a la vez, un significado más hondo, que ya desvelaré...  
   Cabe mencionar que este relato está categorizado como "novela testimonio", lo que el narrador-personaje, Javier Cercas, se encarga de señalarlo más de una vez a algún entrevistado. Él dice no pretender la escritura de una novela sino de un "libro real", sin ficción. ¿Y acerca de quién o de qué escribe? Pues, de un buen escritor menor español -así lo califica-, Rafael Sánchez Mazas, perteneciente a las líneas de la Falange Española, uno de sus fundadores e ideólogos (permítanme aquí una digresión y una premisa, tal vez absurda e insostenible, pero mía: creo que todos los ideólogos se parecen físicamente; al observar un par de fotografías de Sánchez-Mazas pensé, sin venir a cuento, en Jaime Guzmán), quien fuera fusilado el año 1939, en los estertores de la Guerra Civil Española, pero salvó con vida, gracias a varias y casi increíbles circunstancias. Ese hecho le intrigó tanto a Cercas-narrador, que comenzó una exhaustiva investigación periodística e historiográfica, para comprobar la veracidad de lo expresado por el hijo del falangista (Sánchez Mazas ya hacía rato que estaba criando crisantemos; perdón, por el eufemismo).       
     Llevado por su interés en el "caso", l
ogró el contacto con los aún sobrevivientes y participantes del evento (todos octogenarios), quienes, a pesar de ser del lado republicano, resultaron fundamentales (unos verdaderos "soldados de Salamina") para salvar la vida de Sánchez,  amigo y consejero de José Antonio Primo de Rivera (máxima figura falangista, movimiento que fue adoptado como ideario por la Dictadura de Francisco Franco).  
   Todo el insumo de sus averiguaciones y entrevistas le permitió a Cercas escribir la Reseña de este escritor español, el más  destacado de los literatos falangistas, pero no quedó conforme con su trabajo. Y allí  surge un personaje (perdón, 'persona' diría Cercas) que lo lleva a otro y que cierra a la perfección la historia inicial.                                
     Debo decir que para mí fue también una sorpresa en lo personal
(y -agrego- el reconocimiento público de una vergüenza, porque no he leído nada de él, pero también un compromiso, porque lo haré a continuación). Se trata de Roberto Bolaño, escritor chileno, quien vivió en España desde el año 1977, para morir prematuramente el año 2003 (este contacto y entrevistas con el escritor chileno, las realizó Cercas entre los años 2000 y 2001, fecha de la publicación del libro). A través de Bolaño, llega a la persona clave, que logra cerrar el círculo de manera perfecta. Es Antoni o Antonio Miralles, ex republicano e integrante de La Legión Extranjera, quien, desde hace 5 años, vive en una residencia de un pueblo francés.                                                               
   No diré cuál es este cierre fantástico y magistral. Ya lo averiguarán ustedes, si lo desean. No exagero si digo que ésta ha sido una de las mejores novelas que he leído en estos meses..y he leído muchas. ¡Hasta pronto!

domingo, 27 de septiembre de 2020

Setas...

  Cual Alicias en el país de las maravillas, caminábamos sobre la cabeza (sombrero, se llama) de unas setas 🍄🍄gigantes. Nos deslizábamos por su sinuosa superficie, mirando con asombro desde la altura y, a ratos nos deteníamos, haciendo una que otra perfomance.

   ¿Habíamos ingresado a una dimensión fantástica, donde nuestra realidad había sufrido un extraordinario vuelco? ¿Sería la explicación, bien poco razonable pero factible, que el mundo alrededor nuestro había crecido en forma gigantesca o, tal vez, que nosotras, con Gladys y Tita, nos habíamos reducido en forma drástica, bajo el efecto de alguna poción mágica o de un poderoso abracadabra? ¿O acaso, sólo se trataba que nos encontrábamos en el mundo de los sueños? ¡Nooo! Ninguna de las anteriores. Simple y llanamente recorríamos el Mirador Las Setas ubicado en el centro de Sevilla, una moderna y metálica construcción, muy atractiva a la hora de acceder a una vista privilegiada de esta hermosa y antigua ciudad andaluza,  pero una verdadera incongruencia arquitectónica  con el pasado y la tradición sevillana.                                        
  Hay varias ciudades españolas, especialmente las más populosas, que presentan estas controvertidas construcciones, símbolos del progreso, que no guardan concordancia con el entorno urbanístico, para qué decir con la historia. También se ve esto en Barcelona, donde junto a las construcciones modernistas de Gaudí y otros destacados arquitectos de inicios del siglo XX, se observa la contrastante imagen de la Torre Agbar. No puedo dejar de decir que son novedosas, pero también debo señalar que desde una perspectiva purista y conservadora, son verdaderas bofetadas a la tradición.  Al contrario de aquéllas, hay muchas ciudades, bellísimas en armonía, que parecen haberse quedado estacionadas en un pasado imponente: Alabarracín, Sigüenza, Toledo, Ávila, Salamanca, Cáceres, Zamora y varias más.                                                                         
Para variar, comencé pensando en setas 🍄 🍄 🍄 y he derivado en una permanente discusión entre tradición vs.modernidad. Suele suceder hasta en las mejores familias.     Mi idea original, para serles sincera, era hablar de aquellos honguitos tan apetecidos en el ámbito culinario, especialmente en estos últimos años, en que hemos ido recuperando algunos productos de los que disfrutábamos desde infantes en forma natural y silvestre y que hoy, no sé si producto de la sofisticación gastronómica,  del acercamiento a las raíces,  de un acierto comercial  o, quizás,  de todo junto y más, estamos degustando masiva y continuamente. Ayer conversábamos en familia,  bajo el gentil auspicio del zoom de Marisol, de la factibilidad de cultivarlas de manera casera. Intentaré probar a ver si resulta.                                                 
    A estas alturas, debo señalar que el gusto por estos hongos no es de última data, tampoco es por capricho autoadquirido vía publicidad y moda. Para los Álvarez Saldaña del primer triunvirato, jajaja, fue parte de su alimentación normal y estacional
(sólo podíamos recolectarlas en invierno... ¿o era en primavera? Ya no  me acuerdo, jiji. Primavera, me dice wikipedia). Así como las cosechábamos, en forma natural y sencilla, sin grandes aspavientos,  así  también las comíamos luego de haberlas cocido con un poco de sal sobre la superficie caliente de la cocina a leña. El sabor de esas rústicas y nativas callampas aún  permanece en mi memoria gustativa, a pesar del escaso valor comercial que en esos años tuvieron. Era tan bajo el costo, tan rápida y sorpresiva su aparición en medio del pasto y a los pies de los árboles, que su nombre se asoció a lo precario, de poco valor y digno de desprecio, que se observa claramente en las expresiones "poblaciones callampa" y en el insulto "¡valís callampa!", jajaja, ambas ya desfasadas en el tiempo. En la actualidad, en cambio, una comida con este producto gana puntos gourmet, tanto así que afrancesamos el concepto para darle más glamour. Ahora hablamos de champiñones (del francés 'champignon') o, por último, de setas, y así  parecemos  menos extranjerizantes.                                                               Antes de que me olvide, debo puntualizar que  no todas estas "señoritas" son inocuas. Las hay también venenosas y otras, alucinógenas. Nosotros consumíamos las sin valor agregado  jajaja, pero gigantes si las comparamos con las que compramos en un supermercado económico. Las deshidratadas y ahumadas son una especialidad de mi gusto, que uso a cuenta gotas para adobar carnes y guisos. La inmovilidad pandémica me ha impedido proveerme de este producto tan sabroso. Intentaré cultivarlas, a ver si me resulta. ¡Ahí les cuento! ¡Au revoir!
  

sábado, 26 de septiembre de 2020

Hilos...

  Hay hilos invisibles e imperceptibles que atan, que retienen, que sostienen y que también pueden hacer un profundo daño. Son los hilos del amor, de la responsabilidad, de la solidaridad, de la dependencia y sojuzgación, establecidos entre las personas individuales. Al mismo tiempo, hay unos hilos, potentes y casi insalvables: los del poder y de todo lo que conlleva. Son verdaderos tejidos con tramas y colores diversos, que pueden alimentar, pero también someter. 

Hay otros, que forman una red protectora y nutritiva, que no suele llegar a todos, pero a los que envuelve, los alimenta,  a través  de la esperanza y de las buenas acciones. Son hilos también poderosos, en este caso  para hacer el bien. ¡Ay de los que ningún hilo invisible los une a nada y están perdidos de todo contacto como un astronauta en el espacio, lejos de sus raíces y de su destino, flotando en el vacío existencial! ¡Pobres de ellos!

   Ésos son los hilos que no vemos, pero que sabemos que existen. No son los únicos. También hay otros, los concretos y reales, los sólidos y consistentes, con los que las manos femeninas principalmente, crean maravillas. Son los hilos con que bordamos, tejemos, cosemos, trenzamos, anudamos y envolvemos.

    La literatura nos da rendida cuenta de ellos. Aracné fue una verdadera artista, tan orgullosa de su habilidad que llegó a desafiar a Atenea. ¡La soberbia le costó cara! Penélope también usó de ellos. ¡Astuta Penélope! Fueron su herramienta para vencer al tiempo y a los pretendientes, dejando paso al amor y a la fidelidad.    

   En todas las épocas los hilos han estado presentes. A veces, para crear; en  otras, transformados en ardid; no hace tanto -apenas unos siglos-, fueron el adorno obligatorio para una dama perfecta y adecuada, que además de ser una experta bordadora,  debía ocupar sus manos con las teclas del piano, todo, para responder a la mujer ideal y casadera. En la dimensión del mundo de las hadas y de las princesas, las ruecas y los husos participaban de su aprendizaje, aunque más de un dedo pinchado cobró alguna Bella víctima por años.    
     A comienzos del siglo XX, los hilos se unieron a las telas en manos de las obreras de las fábricas. Sus objetivos no decían relación con la belleza ni la búsqueda de un esposo. Su razón de ser era más básico y sustancial: la sobrevivencia personal y de la familia. El tiempo entre costuras, la cabeza gacha, a la débil luz de las velas, se transformó en un postura cotidiana de lucha.   

  En estos tiempos de pandemia, los hilos y las telas han recuperado protagonismo en manos de mujeres de distinta edad y extracción. Mascarillas, ropa infantil, manteles, tapetes, laboriosa artesanía ha surgido de las nuevas obreras y artistas de hoy, cubriendo necesidades de alimento para el cuerpo y el alma, del propio hogar o de otros miembros de la familia,  queridos y añorados.

  El tiempo pasa más rápido bordando, tejiendo o cosiendo; la creatividad echa a volar sus alas; el estómago se alimenta si se requiere. Una pléyade de Aracnés me rodea: mi hermana Gladys, mi cuñada Sibella, mi sobrina Jenni, mis amigas Ana María y Anita, y seguro unas cuantas más que desconozco. Yo, trato de seguirles el paso de vez en cuando, aunque juego más con los hilos de las ideas, que voy tratando de unir con armonía y sencillez. Surgen, a veces inesperada y enérgicamente, otras, con la calma de una música en sordina. Algunos hilos de estas ideas fructifican y se desarrollan orgullosos, otros, se discontinúan como un almíbar mal logrado. 

  Cuando niños tejíamos "sillitas" entre nuestros dedos, ensayando en la naturaleza el trabajo futuro. Eran nuestros hilos, los tallos de una planta silvestre, inexistente en nuestro mundo cotidiano. Después, la planta derivó en hilo de algodón creando figuras entre nuestras manos.     En estos días tenemos la oportunidad valiosa de volver a juntar hilos, de vivir la alegría del tejido nacido de las propias manos, colorido, bello, ornamental o utilitario, pleno de cariño y de orgullo. Hilos de raigambre vegetal, hilos nacidos de la amistad y la familia, hilos neuronales. Cualquiera de ellos, ojalá todos, alimentan y dan sentido, sostienen y aportan a la cordura. Así que: allons-y. ¡Hasta pronto!     

viernes, 25 de septiembre de 2020

Clarita...

      Desde hace casi 9 años Clarita sólo me mira a mí.  No tiene a ningún humano más a quien hacerlo, especialmente durante este año en que hemos estado estacionadas en palacio. Clarita tiene más  amigos; ignoro cómo "se lleva" con ellos. A veces la saludo, no siempre, debo confesarlo. Tiene más  de 30 años (¡no había tomado conciencia que eran tantos!), pero no estoy completamente segura de la cantidad exacta. Aunque la vi llegar, pasados los años los límites se han difuminado. Habitualmente suele estar tendida, echada más bien, al lado de un par de amigas, con una media sonrisa en su cara estática.  En ocasiones, le obligo a cambiar de posición y la dejo sentada, pero no demora mucho en estar de nuevo casi tendida, cual maja vestida. Pareciera que no se da cuenta de las estaciones, siempre con la misma ropa... Se ha descuidado. Ya no se preocupa de su persona. A veces me da pena. Es como si su vida ya no tuviera sentido y la entiendo. A  mí también  suele pasarme, aunque en mi caso me muevo, sonrío, me enojo, me pongo en dos pies y los muevo. No como ella, siempre quieta.     

Clarita es originaria de La Unión,  aunque aquello no es un dato significativo en su adn  pero sí en su naturaleza emotiva. Fue un regalo que recibió mi hija cuando pequeña de su madrina de bautismo, de quien heredó el nombre, transformándose en una tierna compañía para ella. Era tanto el ir y venir de Clarita en los pequeños brazos de Mirella que en una ocasión sufrió un accidente no menor en una de sus patitas, la que resultó quemada en una amplia porción. La ayuda de su abuelita no se hizo esperar,  quien le aportó con el remedio que "combinaba" a la perfección.  Ahora, pasados los años  hasta el parche está deteriorado.   

  Hay compañías infantiles que son inolvidables e insustituibles. También la tuve  aunque no guardo memoria del nombre. Sé que hubo alguna de "trapo" en mi primera infancia, pero casi ni recuerdo cómo era. De la que sí preservo la imagen es de una de plástico, casi gemela de la que recibió mi hermana. Digo "gemela" porque era igual a excepción del color del cabello, que no era cabello realmente, sino imitación de él en la cabeza plástica. La mía tenía "cabellera" negra y la de mi hermana era rubia (yo se la envidiaba por ello; desde pequeña valorando más la raza aria, ¡qué terrible!). Se transformaban en nuestras favoritas, especialmente en los meses de invierno, momentos en que las salidas al mundo natural con sus grandes posibilidades  de juegos estaban vedadas y que los participantes también eran menos. No podíamos compartir diariamente, como en el verano  con nuestros vecinos. Sin embargo, en el verano cumplíamos nuestra tarea de "madres" a la perfección. Es así como, mientras nuestra madre lavaba la ropa nuestra, nosotras lavábamos la ropa de nuestras muñecas y la tendíamos en los arbustos. Al finalizar la tarea, terminábamos tan mojadas como la ropita, que bien podrían habernos "colgado" también. ¡Aprendizaje por imitación y en forma de juego, el mejor!     

    Vaya un pequeño y personal homenaje a esos compañeros de infancia, infaltables y necesarios en este mundo tan impersonal, a veces. ¡Arrivederci!

jueves, 24 de septiembre de 2020

Indocumentada...

 Aquí estoy, en una fila interminable, asignada con el número 124. La parte buena es que hago la cola bajo la sombra de unos árboles, en medio de una plazuela con asientos. Claro que yo no estoy sentada. Están todos ocupados, pero no pierdo la esperanza que a medida que la cola se reduzca, yo vaya adquiriendo el derecho, por antigüedad, de posar mi humanidad,  o más bien parte de ella, sobre un banco.  

   ¿Por qué me encuentro en esta tesitura?     

  Ha sido toda una sorpresa para mí, nada de agradable debo añadir, encontrarme con que mi carnet de identidad no estaba en el lugar de costumbre. Por una de esas casualidades inexplicables, mientras me preparaba para salir a caminar y a vitrinear con destino Easy y Jumbo, al revisar con cuánto cash contaba para mi incursión en el mundo del retail, me di cuenta que la fundamental carta de presentación de mi existencia no se veía por ningún lado. Busqué, busqué, rebusqué, ¡nothing! Otra cartera, bolsillos de parcas, mesa del pc, ¡nada de nada!                                                     

Pensé en cuándo y cómo podía haber sucedido aquello, si siempre soy cuidadosa con mis documentos. Sin embargo, también es cierto que estos tiempos extraños e inusitados, han dado para todo. Cambié de portadocumentos dejando sólo el carnet y la tarjeta de débito, pues todo lo otro me resultaba innecesario en estas circunstancias que estamos viviendo. No uso tarjetas de crédito, así que sólo ellas dos debían acompañarme más el cash mínimo.  
     Tengo claro que los  días en que estuvimos condenados a la cuarentena tenía mi carnet, pues lo pedían junto con el permiso temporal, así que lo ubicaba en la solapa del celular, para obrar con mayor rapidez a la hora de identificarme. Pero terminó la cuarentena el 3 de agosto y después regresé el documento a su lugar. Sé que estuvo allí. El problema es que no sé por cuánto tiempo más porque no me vi en la necesidad de usarlo. ¡Ah!, ahora que me acuerdo, debí usarlo cuando telefónicamente dejé de ser una Chica Wom y volví a Entel  hace un mes (he estado  en Entel no sé cuántas veces, jajaja, ya debo tenerlos mareados).
    Traté de hacer memoria y reconstruir mis itinerarios pasados. Sin embargo, sabía que aquello no me llevaría a buen puerto, tampoco a uno malo. A ninguno, la verdad. La pérdida debía tener al menos unas dos semanas o tal vez una, porque no recuerdo haber visto la tarjeta de débito en soledad. Por ello, creo que perdí mi identidad en algún momento de estos últimos días, en que saqué mis documentos para pagar y el carnet se escapó del encierro y de una existencia casi sin sentido.      
  Todos esos pensamientos daban qué hacer a mis neuronas, mientras infructuosamente trataba de hallar la prueba de que soy una individua única e irrepetible (por suerte, dirán mis enemigos, jajaja) y no un producto creado en serie. Ante la esterilidad de mis esfuerzos, no me quedó otra alternativa que resignarme cristianamente.   
   Para demostrar al menos que mi existencia consta en algún plástico salido del sistema del registro nacional de identificación, me di a la tarea de buscar el anterior carnet por si acaso me detuvieran en el mundo real. ¡Lástima que venció el año 2014! En fin, algo es algo, pero viendo el vaso medio lleno, debo concluir como algo positivo que en él tengo 14 años menos, pues lo tramité el año 2006. Así, de un tirón, sin ningún tratamiento de cremas, pociones mágicas ni intervención quirúrgica, me veo con 14 años menos. ¡Viva!   
   Sé que puedo seguir viviendo sin carnet, eso no lo dudo. No respiro, no como, no camino, ni duermo con él o por su graciosa intercesión. Pero considerando mis maquiavélicos planes de emprender algún viaje interregional apenas las normas sanitarias lo permitan, requiero obligatoriamente del plástico. No basta con que yo tenga forma, consistencia y apariencia humana para que me consideren un ser con existencia e identidad, debo probarlo. Aquí me viene a la memoria Aniceto Hevia (en Hijo de ladrón) y su alegato acerca de su existencia sin que sea obligatorio para ello presentar un papel que dé fe de su ser-en-el-mundo.    
   Evalué la situación y llegué a la conclusión de que tenía dos caminos. Uno, concurrir a cada uno de los lugares y locales a los que he ido e ingresado en el último mes, lo que incluye también algunos puestos de vendedores ambulantes a los que acostumbro comprar verduras en busca del carnet perdido. Acaso tuviera más probabilidades de éxito que si buscaba una aguja en un pajar (por su tamaño y su forma, pienso), pero no había ninguna seguridad. Por tanto, debí optar por el camino más concreto y legal: concurrir a la oficina del Registro Civil. 
 Obvio que después de aquello mi caminata cambió de rumbo. Luego de peinarme con algo más de entusiasmo, echar en mi cartera un lápiz labial "porsiaca", dirigí mis pasos a la puerta de palacio y lo abandoné. Debía atender esta tarea con urgencia. Trámites de este tipo no son rápidos en nuestro país, de manera que debía ganar tiempo. 
    Así que aquí me tienen, con el número 124, ya sentada y a la sombra, escribiendo y cruzando los dedos, para que los números de atención vayan avanzando (van en el 50), luego de llevar una hora y media en este lugar paradisíaco. Quedan dos horas de funcionamiento de la oficina. Ojalá la suerte  y la fuerza me acompañen y no deba madrugar mañana y volver. En todo caso, si así sucediera, estoy completamente asumida. Después de este paso,  sólo me quedará esperar a recuperar mi identidad legal y oficial, porque la otra, la emocional, la tengo, de lo cual no me cabe ninguna duda.     
      El sonido de la sirena ha avisado que ya es mediodía, un mediodía totalmente diferente para mí, interesante e inmersa en el mundo real. 
   La hora sigue pasando. No he escuchado un nuevo llamado  de atención. Me está dando sed y hambre. Cerca, en el centro de la plazuela, hay un par de puestos de venta de alimentos. Me llega el olor a fritura y pienso, en forma masoquista, en unas ricas empanadas caldúas. ¡Mmm! ¡Resignación! Peor es en la guerra... y en África...   

     Siendo las 14,30 me siento frente a la funcionaria que me atenderá. Lo primero, pagar el costo del documento. Lo segundo, optar por mantener la fotografía anterior o actualizarla. Y justo en el momento de elegir, cavo mi propia tumba. Yo juraba, dentro de toda mi ingenuidad a pesar de los años, que los seis años transcurridos del anterior trámite, pudieron mejorar en algo lo que la biología no se dignó a hacer desde el principio. Olvidé los estragos de la pandemia y de los calendarios.                                     

  Ahora estoy tan deprimida que hasta mi almuerzo me "supo" a nada. Pienso en la pintura mural que había en la sala de espera y creo que era premonitoria. Debí atender las señales.  Creo que no saldré más de palacio, excepto para ir a retirar el dichoso documento y al llegar acá, quemarlo...o cambiar la foto. O mejor, dibujarle una mascarilla. Mientras menos me vea, mejor, jajaja. Así que a hacer desaparecer los espejos o sólo mirarme una vez tenga puesta la protección. La otra posibilidad es comprarme una máscara completa. Lo pensaré y les cuento. ¡Hasta pronto!

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Memorias...

    Desde el comienzo aclaro que no será  de mis memorias de las que hablaré  (ni tampoco de mi memoria, jajaja), sino de las de un distinguido y cercano Premio Nobel de Literatura (2010). Me refiero al escritor peruano Mario Vargas Llosa.

   "Conozco" a Vargas Llosa desde mi adolescencia -al escritor-, cuando  cursaba enseñanza media en el Liceo de La Unión.  La ciudad y los perros  y algunos cuentos de Los jefes fueron mi primera incursión en su prosa literaria. No fue fácil leer su primera novela, no por no ser atractiva, sino por los recursos narrativos utilizados.  Uno estaba acostumbrada a leer una historia lineal y desde sólo una perspectiva narrativa. En este texto, la visión es múltiple y no fácil de reconocer en primera instancia.    

  Posteriormente, en la UACh, como alumna de Pedagogía en Castellano, me apasionó, y correspondió por programa, leer todo lo que se pudiera de los integrantes del llamado "Boom Latinoamericano", toda vez que estaban absolutamente  en su punto más álgido: García Márquez, Cortázar, Rulfo, Vargas Llosa y otros. Ya ejerciendo como docente, compré y leí  lo que encontré de García Márquez y Vargas Llosa, transformándose en grandes referentes para mí.  

    En estos últimos años, asoman de vez en cuando sus obras, que en el caso del peruano, son nuevas porque, además de estar vivo, continúa escribiendo. Entre las que no había leído de este último se encontraba  El pez en el agua (escrita en 1993). Desconocía la temática, porque en casos de autores como él, no reviso sinopsis (siempre sus historias me atrapan). Mi sorpresa, en esta ocasión, fue que no era un texto ficticio, sino uno autobiográfico.  

   El pez en el agua es un hito para mí.  Es la primera vez que leo las memorias de alguien y debo decir que me resultó fascinante, aunque la vida de Vargas Llosa da para un segundo volumen. Durante cuatro días he permanecido en Perú, con un recreo de un mes en París, siguiendo sus recuerdos. Su relato no es lineal. Sigue dos cauces: por un lado, su infancia, adolescencia y juventud primera, con la omnipresente y ominosa figura de su padre; y, por el otro, el corto pero intenso período de tres años en que incursionó en la política de su país, transformándose en Candidato a la Presidencia de Perú  (1987 a 1990)

     Después  de lo leído,  además de informarme de sus inicios como escritor y de su enorme capacidad de trabajo, he confirmado, una vez más,  que los "escribidores", consciente o inconscientemente, cogen de su vida, de sus experiencias, de lo que los rodea el material que se transforma luego en literario. La gracia es que aquello, unido al talento, sea convertido en un resultado artístico destacado y entretenido. 

   Con el relato de su casi desquiciante actividad política, he recibido una exhaustiva panorámica del comportamiento humano de individuos y de masas realmente digno de estudio, que sirve de explicación al tipo de líderes que tenemos en el continente. Y para no quedarme con la mirada desde sólo un ángulo, a pesar de que los hechos y los personajes no me son para nada desconocidos, me dediqué  por varias horas, a informarme acerca de Alan García, Alberto Fujimori, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, PP Kuczynski y las organizaciones terroristas Sendero Luminoso y Tupac Amaru (añado que estaba precisamente en Tacna el año pasado, cuando A.García se quitó la vida. Mi actitud y la de muchos peruanos fue de absoluto estupor ante el hecho).

    Teniendo  en cuenta todo lo leído -lo del novelista y la información de Internet- no me cabe más que justificar completamente la pregunta que se hace Santiago al comienzo de la novela Conversación en la Catedral"¿En qué momento se había jodido el Perú?". Pregunta irreverente, pero no menos necesaria frente a una realidad que abruma. Prueba de ello es que desde mucho antes del gobierno de las personalidades mencionadas en el párrafo anterior, los peruanos han tenido dirigentes venales, corruptos, incapaces,  abusivos del poder, a pesar de toda la educación a la que tuvieron acceso y de sus capacidades intelectuales, situación no muy lejana al resto de Latinoamérica, donde la actividad predominante pareciera ser llenarse el bolsillo. 

    Un texto  apasionante  y recomendable para darse un baño de historia e intrahistoria sociopolítica  de nuestro país vecino.

domingo, 20 de septiembre de 2020

Verdades...

     Reviso la lista de entradas que tengo en "barbecho", jajaja, es decir, sólo el título o un poco más.  Son más  numerosas que de costumbre,  son pequeñas ideas  (no, "pequeñas" no), son apenas bocetos de ideas, una mínima luz que puede dar origen a una llamarada, cuando las palabras vayan alimentando el fuego inicial. No es fácil  de pronto, escribir si los días transcurridos son casi iguales y la rutina le va ganando a la magia. Busco y termino eligiendo. Algo de lo que había escrito me gusta. Me decido. Acorto el título y me lanzo. 
   No resulta fácil hablar de verdades, en un mundo cada vez más engañoso, en un mundo con posturas múltiples y contradictorias, que llenan y sobrepasan cualquier espectro de todo lo posible. Creo que quien conoce la verdad, su verdad, es sólo uno mismo. Aunque la transmita a través  de las palabras, no logrará traspasarla en su totalidad y con todos los matices, salvo que la simplifique y la haga "comercial". Porque hay situaciones, sentimientos, percepciones que son inefables y por más que lo intentes tu discurso no es más que un pálido reflejo de lo que sentiste (felicidad, gozo, dolor, desconcierto, miedo...), de lo que viste o de tus certezas. ¿Para qué decir de verdades "colectivas"? Un grupo de personas frente a un mismo hecho, tiene tantas verdades como integrantes, dependiendo de sus intereses, sus virtudes y defectos, sus luces y oscuridades. Por lo tanto, la verdad adquiere pluralidad y con ello se pierde su calidad y se devalúa. Deja de ser verdad en sí  misma. 
    Entonces nos encontramos que hay tantas verdades como personas o un poco menos, dependiendo de los que renuncian a las propias por las de otros. Porque así  sucede, aquí  y en la quebrada del ají.  Renunciantes a miles por la verdad de otro(s), que ha tenido la fortuna de hablar más fuerte, más "bonito", con y por medios que han colaborado en su transmisión y en su supremacía. No me gustan las verdades colectivas, allanan y hacen desaparecer todas las verdades individuales, lanzándolas a la basura, transformándolas en desechables. 
    Las verdades individuales tienen la gracia de la diferencia y de la autenticidad, mantienen sus rasgos únicos, tal vez muy tenues y poco significativos con respecto a las verdades colectivas, pero vale la pena preservarlas. No me ajusto a ritmos ya marcados, prefiero los propios.
    Creo que en esto de las verdades, hay algunas que aspiran a ser absolutas, otras, muy pocas, que lo son, mientras la mayoría son hijas de la relatividad y de los "depende". Es un mundo, por lo que se ve engañoso (no es que pretenda engañarnos ex profeso, no le atribuyo "voluntad", sino que somos nosotros los que caemos en el engaño) e incierto.  La certidumbre existe pero de muy pocas verdades. 
    Los que creen que su dogma es la verdad absoluta se equivocan. Si lo fuera, el dogma sería único y sabemos que hay muchos. Por tanto, el creer a través  de un acto máximo de fe que la suya es la Verdad, es un error desde el punto de vista de lo absoluto.  
 "¡Momento!", dirán las ruinas en los abundantes sitios arqueológicos de nuestro planeta, "nuestra existencia es una verdad indiscutible, indesmentible". Y efectivamente es así. Ellas nos "hablan" a través de los siglos y hasta el más escéptico acepta aquello. Pero esa existencia, ¿guarda relación con lo absoluto?
    ¿Y la vida? ¿La muerte? ¿El transcurso del tiempo? ¿Son éstas verdades  absolutas?
    Vivimos, ésa es una verdad. Morimos, también lo es. Lo que ya no resulta una verdad "absoluta" es qué pasa con nosotros después. Lo físico se degrada, pero quisiéramos creer que hay algo más allá de lo estrictamente biológico. La esencia, el alma, si existe, ¿dónde "se va" o dónde "se queda"? No hay verdad sobre aquello, sólo conjeturas, partiendo de que la premisa, existencia de la esencia o del alma, sean una realidad.
  El tiempo es inasible. Lo hemos encajonado en años, meses, días, horas...Eso es arbitrario. No lo vemos en sí mismo, sino en sus efectos. Sabemos que transcurre porque hay objetos que se erosionan, porque los seres vivos crecen, se desarrollan y se mueren. Porque hay movimiento, porque hay sonido, porque hay luz y falta de ella...
    ¡Uff! no avancé mucho en mi búsqueda de verdades ni en la certeza de algunas. Sólo he podido constatar que aún existo porque pienso, aunque sean puras tonteras, jajaja. ¡Hasta pronto!
   

sábado, 19 de septiembre de 2020

Reencarnación...

      ¿Les cuento algo...? Aquí va...

  Me gustaría  reencarnarme, pero no sólo con la loable idea de buscar la perfección espiritual, sino esencialmente para acceder a la  terrenal y, si por añadidura me perfecciono en lo espiritual, por qué  no, total, lo que abunda no daña, en ciertos aspectos, claro está. Me gustaría, obvio que sí, pero siempre y cuando yo tenga plena conciencia de que estoy siendo parte de ese proceso. Si no, cuál  es la gracia, al menos para mí.  Ah, y la idea sería perfeccionarme en lo físico (ahí  sí  tendrían harta pega los "reencarnadores"), en lo intelectual  (ídem) y en el ámbito  de los recursos disponibles para mi nueva vida. Si surge algún otro aspecto, ya lo mencionaré más adelante, aunque con éstos ya es bastante para una primera reencarnación,  jajaja. 

    ¿Quieren saber cómo me surgió esta brillante idea?

   Mirando, de pronto, a un prospecto humano del sexo opuesto digno de congelar y preservar para futuras reencarnaciones. No les diré quién  es para no quedar inerme  frente a ustedes. No resultaría gracioso ni gratificante para mi imagen externa ni personal.  Al contrario, sería como estar "en cueros" ante la mirada crítica de los demás. No me simpatiza.  Ya tengo mis propios espejos, aunque no siempre los use para verme como realmente soy. ¡Qué  pena mi vida y mi autoestima!, pero así es. ¡A quién queremos engañar! ¿Al espejo? Jajaja. Éste es el momento preciso en que agrego a mi proceso de reencarnación entrar en posesión  de un espejo mágico y seductor, como el mejor de los psicólogos (claro que no sé si los habrá buenos, me refiero a los psicólogos).   

  Cuando vi aquel especimen, mi alma lloró metafóricamente. Me di cuenta que ya jamás tendría ni la más lejana posibilidad de alimentar la mirada o algo más ni a cien metros de él o de alguien parecido, ni atraer ninguna de sus miradas, salvo que me reencarnara rápida y urgentemente. Pero, y ahí me invade el vacío existencial y la trágica suerte o destino de las heroínas, y no me queda más que lanzar un "¡Ay, desventurada de mí!", mientras pienso en cualquier pacto con el "Malulo", para que me vuelva joven,  bella, rica y... políglata. ¡Por favor, por favor, por favor....! Sé  que puede resultar un poco mucho, pero, dicen, "en pedir no hay engaños", total, tengo unos pocos pesos que para algo debieran servirme, si no es para darme algunos gustos...o gustazos. 

   Si alguien sabe de alguna solución a este tan humano problema, ya sea vía reencarnación, pactos ultrasecretos, pociones o espejos mágicos, por favor, le ruego pueda ayudar a esta alma atormentada. Además, de las redes sociales, buscaré otras formas de pedir ayuda para cumplir estos acuciantes deseos y sueños.

   Bien. Creo que he expresado con cierta claridad mis motivos para desear y buscar un giro a mis existencias. Creo que la misma o similar ansiedad de reencarnación debe acuciar a quienes se "entusiasman" con ejemplares de una generación menor, aunque, "sospecho" que  al o la joven no debe pasarle lo mismo por la mente. No creo que aspire a futuras existencias con quien pudiera parecer su padre o madre...o abuela. ¿Cierto?

   Lo que me preocupa,  además de acceder a la reencarnación que anhelo, es si habrá suficientes "funcionarios" para que alguno se digne a atenderme, pues yo creo que son incontables sus clientes. También me preocupa saber si podrán cumplir con el requisito de que yo mantenga mis recuerdos. Lo digo porque la gracia no sería  comenzar a repetir errores, toparse con los mismos esperpentos y llegar a un momento en que de nuevo no hayas logrado alcanzar lo que querías.  Sería frustrante por decir lo menos. En fin, si no pueden cumplir con aquella condición básica, al menos que el servicio incluya unos cuantos "déjà vu", especialmente en momentos o frente a personas claves, que me eviten equivocaciones y pérdidas de tiempo. Es lo mínimo que pueden darme. Lo otro podría  ser, pensándolo bien, dejar una historia de mi triste y miserable primera vida, no para llorar como Magdalena sobre sus páginas, sino para que me sirva de guía vital 2.0. ¡Buena idea! Claro que ahí es donde se hace necesario la virtud de ser políglata,  porque si aparezco en mi nueva vida en Asia, podré leer sin necesidad de traductores e "ipso facto".  Antes de que se me vaya la idea, sería necesario también que pudiera tener la habilidad de reconocer a otros reencarnados, para contar con ventajas comparativas. Si el reencarnador de otro "colega" es maoma no más, es preferible hacerle el quite a ese  producto con fallas de fábrica.

 En fin...Seguiré buscando y averiguando, pidiendo presupuestos y garantías. Espero recibir las suficientes respuestas y ofertas para decidir en conciencia, antes de que sea tarde. ¡Cruzaré los dedos para invocar a la suerte! Hasta pronto. 

    

viernes, 18 de septiembre de 2020

Modernidad vs. Tradición

    He quedado como un "chinche" como decía mi padre,  luego de haber almorzado los frutos de mi parrillada de carnes y verduras. Ésta es la única manera de celebrar las Fiestas Patriaen esta modernidad pandémica. Cero familia, cero amigos, cero viaje y salidas.  Sólo al interior del hogar y cada cual se las debe arreglar de la mejor manera y como puede. Mi familia está  lejos. El integrante más  cercano, en Curepto; los demás  en Arica, Coronel, Valdivia,  La Unión y Puerto Montt. También en Cañete, pero aquél es como la nada misma. Así  que cero posibilidad, porque todos estamos en regiones distintas   

 Por ello no me quedó más que animarme sola, aunque podría,  por supuesto, haber hecho como si fuera un fin de semana cualquiera. Sin embargo, los olores que llegan hasta mí por el balcón son inconfundibles. Así que para no seguir con este masoquismo dañino,  decidí  proveerme de todo lo necesario, para "celebrar" comiendo, jajaja.  Claro que olvidé  algunas cosillas, lamentablemente,  pero improvisando, también uno puede salir adelante y no morir en el intento. Me olvidé  del cilantro para el pebre (en mi huerto sólo tengo perejil actualmente), de la marraqueta para el choripán, de la frutilla para el borgoña. Con  los dos primeros, improvisé, pero el borgoña simplemente tuve que descartarlo. 

  Los Dieciochos infantiles y los posteriores sí que eran espectaculares.  Cuando niños,  el 18 comenzaba a prepararse los primeros días  de septiembre, cuando en casa se iniciaba la elaboración de las hojarascas para los alfajores. Allí  teníamos participación de ayudantes: cuando muy niños, estábamos encargados  de "pinchar" las hojarascas antes de que mi madre las llevara al horno. Posteriormente "ayudábamos" a rellenar, ya sea con manjar o chancaca (habitualmente lo hacíamos  a la par que comíamos lo que podíamos). Ya más  crecidos (yo no mucho, jajaja), seguíamos en calidad de asistentes pero la función  era de mayor complejidad: estirar masa, cortar hojarascas, colaborar  en la cocción.  También,  en la etapa del relleno, nos aprovechábamos de pagarnos en especies. Ya habíamos adquirido la noción del valor del trabajo obrero infantil,  jajaja. Las festividades Patrias cuando infantes también eran ocasión  para hacer funcionar la fábrica de galletas, de quácker,  chuño, maicena, etc. En ese producto también colaborábamos en todo el proceso. Todo esto estaba bajo la dirección de mi madre.   

   Mi padre, por su lado, estaba a cargo de lo salado y lo líquido. Encargar el correspondiente cordero y comprarlo,  claro está. Esto  lo  hacía "religiosamente" y con antelación,  de manera que era habitual que la semana anterior a las fiestas la familia había  aumentado y había un invitado pernoctando en el patio y bien amarrado con su lazo, para evitar que el lobo se lo lleve. También  debía  encargarse de la(s) chuica de vino y/o chicha,  además  de las compras de papas y ensaladas. No se trata que él  comprara esto último, pero debía  abrir su billetera para que mi madre lo hiciera.  

    Llegada la fecha, 17 septiembre,  se comenzaba con el sacrificio ritual del ovino invitado y el consiguiente ñachi. Es decir, la ingesta de la sangre coagulada de la víctima (jajaja), bien aliñada  acompañada con pan y un vasito de vino blanco.  Como eso no duraba mucho, después  se seguía con el carneo del animal (perdón,  de la ofrenda ritual) y el despiece. En tanto, mi madre, con nuestra ayuda, comenzaba a preparar el "chau chau", guiso estofado con algunas vísceras del pobre animal, con las correspondientes papas cocidas y ensalada. A ello se agregaban las empanadas fritas, totalmente caseras. Aquello constituía el almuerzo.

   El gran asado gran era el mismo día 18, día en el cual el comedor se trasladaba al patio  alrededor del fogón que se preparaba para poner los costillares del cordero en un asador.  Esta tarea iniciada por mi padre y en la cual solían colaborar mis hermanos cuando ya estaban más  grandes, era seguida casi en su totalidad por la familia. Las mujeres nos ocupábamos de disponer ensaladas y las papas cocidas, además de poner la mesa y preparar el pebre. El pan tampoco podía  faltar y, para no aburrirnos ni morirnos de sed, iniciábamos los brindis en homenaje a los Padres de la Patria, jajaja, unos con bebida,  otros con vino o chicha, dependiendo de la edad.

    Cuando niños, a la celebración familiar se le unía la concurrencia a ver los juegos populares organizados por la Municipalidad y más de alguna visita a las "ramadas" o fondas dieciocheras. Allí no se consumía nada, a excepción de algún algodón dulce o mote con huesillos, para los más golosos. 

   Cuando mis padres se trasladaron a vivir a Valdivia,  ya no hubo más asados al palo. Debieron ser cambiados por parrilladas,  por un tema de espacio y porque tampoco se podía comprar un cordero vivo. Entonces, ya no hubo ceremonias, aunque sí se pudo aumentar la variedad de carnes, además  de introducirse un nuevo producto: el choripán,  que pasó  a ser parte del aperitivo. En lo concerniente al rubro bebestible, se incorporaron las cervezas y una preparación nueva: el borgoña. 

   Hoy, año 2020, he tratado de rendir honor a mis antepasados y descendientes ausentes, ya sea temporal o definitivamente.  Los he tenido presentes en mi memoria y en mi corazón.  He brindado por ellos y los he añorado. Todo estaba delicioso, pero no es lo mismo y aquello se nota. Así que, a no mediar otra pandemia o desastre, habrá que retomar los ritos familiares mientras nos dure la cuerda. ¡Salud!    

Colosseum

      Primera novela que leo de Jordi Nogués, español. 
     Creo   qu  es   obvia   la  razón  por  la  cual  inicié   su lectura. Relato histórico,  centrado en el mayor símbolo que hllegado hasta nuestros días del Imperio Romano, de  su grandiosidad  y  su cultura:  el Coliseo, concebido como un Colosseum   ('coloso',  por  su  tamaño  y   magnificencia, adquiriendo el nombre de la estatua colosal de Nerón,  de 30  metros.  en  el  mismo  sector),  aunque  su  verdadero nombre fue Anfiteatro Flavio.

   Hay un hecho histórico que da pie a la ficción: no se conoce el nombre de quien diseño y creó esta monumental obra, hace ya 1.950 años (se comenzó a construir  el año 71 d.C, siglo I). Se sabe quién la encargó y la financió, el Emperador  Vespasiano, de la gens o familia Flavia, pero no hay noticias del arquitecto creador.          

 La trama acoge este "olvido" (¿?) de la historia y le da sustento, lo que resulta altamente interesante.  Según el argumento es un extranjero, un heleno o griego, Calícrates, quien diseñó el Coliseo, que, por el hecho de ser extranjero, por tanto No-Romano,  casi cae en el pecado mortal conocido como "hybris" (soberbia y orgullo), al transformarse en el máximo responsable de una construcción tan señera, pero es castigado por aquello borrando toda constancia de su nombre en la creación y construcción de esta maravilla.      

    Mientras avanzaba en el relato no pude dejar de recordar el recorrido que hice por el Coliseo Romano en diciembre de 2018, cuando tuve el privilegio de verlo a la distancia, en pleno día  y también al atardecer, recorrer sus cercanías, fotografiarlo e ingresar hasta sus dependencias, subir sus escalinatas como tantos patricios, pobres y esclavos lo hicieron desde el año 80 d.C. en adelante, mirar el arena desde las gradas, mientras caminaba como una turista más admirándome de la herencia romana, sintiéndome sobrecogida por la belleza y la monumentalidad de aquella obra humana.  

 También  su lectura me llevó a recordar a otro escritor español, Ildefonso Falcones,  que, en las  novelas La Catedral del Mar y Los herederos de la tierra, nos transmite y da cuenta de la construcción de las grandes Catedrales cristianas medievales, productos de la fe y del esfuerzo colectivo, "materiales" que, junto a la piedra y la argamasa, mantuvieron por siglos en pie estos íconos de la espiritualidad europea -o  lo siguen haciendo-, yendo mucho más  allá  de un mero edificio producto del trabajo humano

    Con Calícrates y los otros personajes volví a recorrer las calles de la antigua y soberbia Roma del siglo I, siendo testigo desde fuera de los esfuerzos que sus dirigentes, muchos amados, otros odiados por sus dirigidos, hicieron para dejar una huella en la historia en la ciudad más grande e importante de "todo el mundo conocido", huellas que es posible observar aún,  a pesar de los efectos del tiempo y de los hombres.