lunes, 9 de noviembre de 2015

¡Día de suerte...!

    No todos los días puedes decir o pensar esto. No todos los días son lo mismo. No todos los días te ves beneficiada por la honradez de una congénere. 
    Esta mañana de día lunes debía ir a visitar al Dentista. 9,30 exactas, en la sala de espera. Tuve 5 minutos de tranquilidad, pues estaba el TV apagado, pero, como lo bueno dura poco, se acabó después del minuto cuarto. Ello significó un mayor esfuerzo de concentración en la lectura que, felizmente, logré sin tanto trabajo neuronal. Sentada en el sillón dental, continué la lectura hasta que el Doc llegó. 
   ¡Inyección anestésica! ¡Ayyy, las detesto, sobre todo ésas sobre las encías! Aunque debo de reconocer que el Doc es "livianito de mano". Y luego de tres minutelis, ¡la famosa maquinita chillona y molestosa! Al menos, esta vez hubo mayor trabajo en mi diente por parte del Doc. ¡Destaquemos lo bueno! 
    Salgo de la consulta, paso a la Oficina del Corredor de Propiedades (no sé por qué le dicen "corredor" porque yo pienso que no corre, apenas camina; le daré plazo hasta el fin de verano, si no hay novedades, buscaré otro "atleta"). Luego me dirijo a IPS a intentar retirar un documento del Castillo.. ¡Ah, noooo! ¡Mucha gente! Vendré mañana mejor. 
- ¡Humm! Iré a la Cordonería a comprar una naveta (del francés navette).
- ¿Naveta? ¿Qué es eso? 
- Un pequeño aparato tecnológico, con forma de pez, que sirve para tejer con hilo; una lanzadera.
- ¿Y para qué? ¿Te lo encargaron o vas a hacer un emprendimiento? Te sugiero, porsiaca,  un nombre bien original: "Manos de mujer", jajaja.
- ¡Ufff! ¡Tan poco seria que te has vuelto! 
   Hace unos días descubrí en la sala de profes a una funcionaria administrativa tejiendo a crochet. Inmediatamente manifesté mi interés en su actividad, pues es uno de mis hobbies, aunque un tanto dejado de lado por efectos de la tendinitis que me provocó el exceso. Me facilitó unas revistas y conversando, conversando, supe que sabía hacer frivolité y estaba dispuesta a enseñarme. Así que por ello, fui a comprar una naveta. Después de la compra, me quedaba tiempo para otro de mis hobbies: ¡vitrinear! (jijiji). Así que puse manos a la obra y aproveché de pasar a unos locales a los que rara vez voy: DIJON (llega a dar pena la ropa que hay allí), Tienda ANICH (local rancagüino de origen; me fue bien allí, encontré una prenda especial para primavera : esos tejidos bieeeeennn calados, que más que abrigar, adornan,  de color azulino, ¡yupii!). Ya regresando a palacio, paso por FASHION PARK (algunas prendas bonitas, pero de una calidad bajísima, del grosor de una "tela de cebolla", como decía la Reina Urbana). Miré las vitrinas de varias zapaterías, pasé a comprar un lápiz de tinta, para luego dirigirme al Mall. Ya me encaminaba hacia allá cuando sentí que llevaba muy   p o c a s   c o s a s    en las ¡manooossss! 
- ¡Mi kindle! ¡¡¡Dónde lo dejé???? (es decir, ¡mi biblioteca electrónica!)
- ¿¡¡¡Quééé?!!!
  Ya eran las 11,30,  casi una hora desde que había empezado mi recorrido. Traté de reconstruir mentalmente mi periplo, además de revisar introspectivamente hasta qué local tuve conciencia de portar el kindle. Con este retroceso de acciones, descubrí que sólo recordaba estar con él en la sala de espera de la Clínica Dental, pues al solicitar la próxima hora, había dejado el aparato sobre el mesón de la Secre. Decidí regresar allá al final, si es que no tenía éxito en los demás locales. Comencé en una relojería-joyería en que me pasé a probar un collar que vi en vitrina y me había gustado. ¡Nada! Fui a la Cordonería, menos. Se lamentaron por mí... 
    Esta búsqueda me trajo a la memoria una ocasión en que con Mirella vitrineábamos al interior de una tienda y, lógicamente, nos probábamos algunas prendas. Yo andaba trayendo un libro, creo que de Saramago y, cuando ya habíamos salido del local, me di cuenta de la falta de mi valiosa pertenencia. Volvimos, con tanta suerte, que lo encontramos en el mismo lugar. ¡Nadie se  había interesado en la lectura de él, jajaja! 
   Vuelta al presente:  fui a la Tienda ANICH... Allí había dos posibilidades: que se me hubiera quedado en el probador y aquello significaría la pérdida del aparato con más seguridad, o, que se me haya quedado en el mesón de caja y empaque. Partí para allá primero, mostré la bolsa propia del local para demostrar que había comprado recientemente y pregunté...
- ¿Y?
- ¡Allí se me había quedado! Luego de describir las características me lo entregaron. Yo, total y absolutamente agradecida de la honradez de la funcionaria que lo encontró. 
- ¡Eso no lo cuentas otra vez! 
- ¡Creo que no! ¡Hoy, sin duda, era mi día de suerte!
   No obstante, cabe señalar que no es primera vez que me pasa esto. En más de una ocasión extravié alguna joya, incluso de oro, y luego me fue devuelta (en el Liceo de Lanco). Acá en Rancagua, en una ocasión logré recuperar mi primer celular, que se me cayó del bolsillo mientras iba en un colectivo. En dicha ocasión, hasta me lo fueron a dejar al colegio. 
   Situaciones como éstas hacen seguir confiando en el ser humano a pesar de la relajación o pérdida de muchos valores fundamentales. Felizmente éstos siguen existiendo en la realidad en personas concretas. 
- ¿Qué habrías hecho si no hubieras encontrado tu pertenencia?
- Lamentarlo por  el resto del día, desear que alguien lo aproveche y...¡a otra cosa, mariposa...!
- ¿Tanto así? ¿De verdad?
- ¡Sííí! Así lo hice cuando fuimos víctimas de robo, en tres ocasiones ...y en lugares distintos... 
   Así es. Frente a hechos como éstos, que no dependen de uno, sino de una persona que no conoces y que, premeditadamente o por azar, no tiene ninguna obligación o lazo contigo, es mejor dejar pasar. Y aunque parezca un cliché, de verdad que lamentarse de las pérdidas materiales que no son trascendentales, no vale la pena...Se va más feliz por la vida y eso sí que es relevante...¿O no?

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