jueves, 19 de junio de 2014

Comentario literario acerca de EL PRINCIPITO

ACERCA DE … EL PRINCIPITO
 

Si quisiera hablar de libros que escapan a todo intento de clasificación y encasillamiento, a toda adscripción a un tiempo y un espacio (a toda ubicación en un  “hic et nunc”), debiera y debo hablar de “El principito”, texto universal, intemporal, profundamente humano :  un verdadero patrimonio o “reservorio” de la Humanidad.
        “El principito” es de aquellos libros que alcanzan el perfecto equilibrio entre lo mágico y lo real, entre la sabiduría y la simpleza, entre lo profundo y lo trivial.
        Y desde mi pragmática piel vulpeja (no precisamente por lo sabia), no dejo de admirarme y descubrir simbólicamente mi cabeza, ante la principesca sabiduría infantil de este niño-mago, que da lecciones con su accionar y que descubre, asimila y acepta para sí la sabiduría de los demás.
        El Principito ama, cree y busca. Interpela, escucha , se detiene a reflexionar e infiere. Huye del estancamiento, valora lo que le rodea y regresa, dejando la invaluable huella de su recuerdo  -la verdaderamente indeleble-  en los que logran captar su esencia.
        El Zorro re-aprende de la inocencia, haciendo un paréntesis en sus habituales y estresantes tareas de cazar y huir. Es capaz de entregar la sabiduría que la experiencia le ha dado, una experiencia colmada de luchas por sobrevivir, por la pérdida de su individualidad (durante el día se transforma en hombre-masa), por el alejamiento de la fe. Le habla ( ¡Uf!, felizmente) al Principito  -y a nosotros- acerca de la ineficacia  de los ojos ante el amor, de la importancia de los ritos para amar y ser amado, de que al “domesticar” se salva al otro(s) del no-ser; en síntesis, de que somos responsables de los “lazos” que establecemos voluntariamente (sean éstos de amor o de amistad).
Y , ¡ vaya que es importante lo anterior !  Si el Zorro nos dice claramente que no se trata de andar domesticando por ahí a la gente y, luego,  si te he visto  y no me acuerdo, no es problema mío. ¡Por supuesto que lo es! …. En fin, pero esto es tema para otro comentario y, no precisamente, literario.
Dejando de lado las extrapolaciones, retorno a mi centro. Y recuerdo ese dibujo que menciona el narrador de la obra de Saint-Exupery, el sombrero-boa, que no pudo ser “visto” por los representantes del mundo adulto, pero sí por ese niño-mago. Y , sobre la base de ese recuerdo, reafirmo mi deseo de seguir manteniéndole una cabida –háganlo ustedes también…si pueden- , a  esa parte de mí por la que no pasa el tiempo, y que las tareas de cazar y huir no han logrado desterrar : el alma de niña.

Mónica Álvarez Saldaña (28 de febrero de 2004)



No hay comentarios:

Publicar un comentario