viernes, 27 de marzo de 2020

Transgresiones...

    En estos días, he vuelto a la lectura y, "casualmente"(va entre comillas porque me asiste la duda acerca de su grado de "casualidad") me he "topado" con dos novelas "femeninas" en  su protagonismo y altamente recomendables en estos tiempos y en otros.
   Un día  que iba en un bus viajando por España, no me acuerdo hacia qué ciudad,  escuché una entrevista radial de la que, desde mi asiento en primer  plano, no me pude sustraer. El invitado era un escritor argentino, Eduardo Sacheri, autor de la novela que sirvió  de base a la película "El secreto de sus ojos" llamada La pregunta de sus ojos. Bueno, este escritor había sido invitado precisamente porque pronto iba a realizar el lanzamiento de su nueva novela Lo mucho que te amé.  La conductora  del programa manifestó  más de una vez que el relato de amor le había encantado y que agradecía  al autor su aporte. Además,  se agregaba el dato que nuevamente iba a ser llevada al cine, con la participación de los actores Darín,  padre e hijo.
   Considerando  que el filme "El secreto de sus ojos" y su protagonista fueron de mi agrado, me interesé  por la entrevista y memoricé el nuevo título,  lo busqué,  lo encontré  y lo leí. Aquí  les cuento.
    Lo mucho que te amé de Eduardo Sacheri (sólo para románticas/os).
   Corren los años 50 en la ciudad de Buenos Aires.  Ofelia comienza su historia relatando el ingreso a la familia Fernández  Mollé de Manuel Rosales,  el "pretendiente" de Delfina, la menor de las 4 hijas, todo un acontecimiento en  su tradicional familia. Es la prueba de fuego para el "pajarito nuevo", que resulta  toda una sorpresa por su actitud moderadora, simpática y de gran despliegue personal,  sin caer en la petulancia y soberbia.  Es profesional en el área  de la construcción (arquitecto), pero eso no impide que sea un gran cinéfilo y lector.  Y es en estos últimos aspectos donde  coincide completamente con Ofelia,  que sin darse cuenta, se va enamorando de su futuro cuñado, mientras más comparten en familia tardes semanales de cine en parejas. 
   De trasfondo, se despliega la realidad política  de Argentina, en tiempos en que se es partidario o enemigo de Perón,  a quien defienden  o atacan, según  simpatías,  don José  y sus yernos, en cada encuentro familiar que sostienen. Las discusiones son memorables y las mujeres, que no acostumbran a tener una postura política  en esa década y anteriores, deben intervenir muchas veces apaciguando los ánimos.  
   Ofelia, casi como un personaje hamletiano, debe enfrentarse, luego de escuchar la confesión  de Manuel y asumir que a ella le pasa lo mismo (están recíprocamente enamorados ) a la decisión  de mantener su noviazgo oficial con Juan Carlos (a quien también  quiere) o a decidirse por Manuel y romper con la familia, con las convenciones sociales, con su amoroso novio y su entrañable hermana. 
   Pasa el tiempo, los años, cada cual forma su familia como se esperaba, cuando Ofelia se da cuenta que en realidad ama a Manuel, que no fue un capricho y que no lo ha olvidado. 
   Siguen adelante con sus matrimonios, casi modélicos, pero, sin que nadie  más se entere, viven, en sus encuentros secretos y esporádicos,  la dicha de estar juntos,  de amarse a escondidas, más  allá de la moralidad y del bien y el mal. 
  En  Lo mucho que te amé,  Ofelia,  completamente transgresora a su tiempo,  logra mantener, finalmente, el equilibrio emocional y moral (¿o amoral?) que le permite vivir dos mundos, sin culpas,  asumiendo lo que le ha tocado y eligió vivir. 

 Esos días azules de Nieves Herrero
   Quien haya oído hablar del gran poeta Antonio Machado,  este texto le "hará sentido" (como dicen algunos cursis imitadores de otros cursis). Y como creo que casi todos conocen,  al menos, algunos versos del gran vate, resultará  interesante leer esta novela.
   
Es un relato de carácter  biográfico,  pero desde la perspectiva de Pilar Valderrama, una dama de alcurnia, casada, monárquica  y poetisa, madre de tres hijos, para mayor abundamiento, quien,  profundamente decepcionada por la infidelidad de su esposo, cae en depresión (en esos tiempos,  1928, se le llamaba "surmenage"). La recomendación médica es viajar a un especie de retiro espiritual para recuperarse. En la segunda oportunidad que viaja hasta Segovia  (desde Madrid) logra conocer a Machado,  su autor preferido.  

   Él,  viudo a la fecha (hace ya 16 años) queda obnubilado por Pilar,  a quien le asigna el nombre ficticio de "Guiomar" en los poemas que escribió  en adelante,  para no comprometerla. Ella se transforma en su musa y diosa hasta su muerte. En tanto, Pilar, muy amante de sus hijos y profundamente religiosa (¿?) corresponde a este amor y establece una relación amorosa en el ámbito platónico, con encuentros fugaces y un secreto Intercambio de correspondencia durante años.
       La realidad política y social es el escenario en que los personajes se mueven y que condicionan  totalmente  sus vidas personales: la dictadura de Primo de Rivera,  el período  de anarquía  posterior, la Segunda República  y, finalmente,  la Guerra Civil. Junto a ello, se muestra a la mujer  en un  mundo de absoluto machismo, en que, estando casada, no puede tener una cuenta bancaria ni viajar al extranjero, por ejemplo, si no es con el permiso  de su esposo. Sufragar, opinar de política, participar en tertulias con hombres, andar sola por la calle, son actividades mal vistas por una sociedad que las considera sin ideas propias ni raciocinio suficiente. 
   Resulta curioso, como siempre, la coincidencia, o paralelismo más  bien, de los textos.  Mujeres adelantadas a su tiempo, transgresoras de normas y de conductas sociales, que atentan contra los "más  puros y sagrados valores  familiares", pero que no dejan de tener sobre sus hombros y su conciencia el peso de una culpa casi atávica  inculcada por la Iglesia Católica  durante siglos. 
    Ambos relatos, recomendables para estos tiempos de cuarentena.

viernes, 20 de marzo de 2020

Confinamiento, regreso y...cuarentena...


Martes 17. Sevilla. Tercer día confinada. 
 Sólo salí unos minutos a la Estación de Autobuses de Sevilla más cercana para confirmar si el horario del bus para el cual tengo pasaje seguía vigente. Aproveché  de pasar a una Farmacia a menos de dos cuadras para ver si encontraba mascarillas. ¡Nada, ni mascarillas, ni alcohol gel, ni nada parecido! Me lo imaginaba,  pero debía  corroborarlo. 
  En unos minutos llegué al terminal. me encontré con varias personas en el camino, incluidos ancianos. Me sorprendió, porque una o dos personas está bien, pero unas 20 eran muchas en un trayecto de 3 cuadras.
Mi trámite  duró  poco: el viaje seguía vigente.  Respiré  tranquila. Agradecí  y regresé.  Volví a pasar a la farmacia, esta vez para averiguar si tomaban la presión  arterial. Cuando me dijeron que no podían  por la situación,  solicité algún  remedio  para la hipertensión más efectivo que el Losartán. Me dijeron que si no había prescripción  médica era imposible venderme nada.  Asumí,  estaban en lo cierto. Me iba a retirar y la persona  que atendía me dijo que me iba a tomar la presión.  No lo esperaba y lo agradecí.  Lo mejor de todo es que la presión era óptima, lo que me dio mucha tranquilidad.  
 
 Volví rápidamente  al Hostal.  Negocié con la encargada mi estadía  en su local hasta las 20 horas aprox. y ella misma me dijo que  se iba a ir a su casa, me dejaba una llave para que pudiera salir si lo necesitaba, que podía irme más tarde, y, llegada la hora, vendría  a cerrar. Obviamente, a la hora del cobro,  aunque no iba a dormir allí,  me cobró  como si lo fuera a hacer. Lo suponía,  y aunque hubiera cierto aprovechamiento,  para mí  era más conveniente quedarme en ese lugar  que exponerme en el Terminal esperando horas. Así  que pagué  una noche más.  
   Y aquí  estoy, ya más  tranquila, deseando que cada etapa se vaya cumpliendo. 
 
 Hoy amaneció  un día helado,  lloviendo incluso un poco. Lo estaba a eso  de las nueve,  cuando salí  a recepción  del hostal a comprar un café  de máquina.  Por ello, debí  cambiarme de ropa y salir más  preparada.  Con mi chaqueta de lunares pero con ellos escondidos para hacerme menos visible y con la capucha puesta, caminando rápido y silenciosamente.  Pareciera  que estuviéramos en una situación  de pre-guerra y el sentimiento  de culpabilidad invade aunque en mi caso, salvo mi breve  caminata del domingo a mediodía,  no haya culpabilidad ni delito. La desconfianza ha surgido  como reacción  inmediata de esta situación de incertidumbre y riesgo. 
...
  Dos horas antes de irme al Terminal de Buses me levanto de la cama y comienzo a caminar en los 10 m2 que mide la habitación.  Sólo  puedo caminar en forma de L , 8 ó 9 pasos, dependiendo, de la longitud de ellos. La tarea me da sueño, es muy monótona la acción.  Logro caminar dos kilómetros  aproximadamente. Pienso en los reos, que hacen de este ejercicio  la tarea del día.  Yo sólo  camino. Nada de flexiones, saltos  ni pesas. No pretendo ducharme después,  la salida está próxima, salida para la primera etapa de mi éxodo. Ansío  respirar aire puro, aunque esté  helado o con lluvia, al menos por unas cuadras, mientras voy hacia el Terminal. Luego deberé  subirme a un bus y viajar por 7 horas. Espero que todo vaya saliendo bien. Toco madera. 
....
 
 Ya estoy en el Aeropuerto de Barajas. El bus llegaba hasta acá  y aunque yo tenía billete sólo hasta el  centro de Madrid, el conductor me trajo graciosamente. Ésa es la solidaridad de los tiempos difíciles. 
   Partimos puntualmente de Sevilla 19 pasajeros, todos separados según indicaciones y lejos del conductor. En Córdoba,  nos hicieron  cambiar de bus. "Cambio de bus, no olviden nada en él antes de bajar.   Cambien  su equipaje al bus de la derecha y súbanse por la puerta trasera. Usen las mismas plazas (asientos)". Éste fue el discurso del chofer, claro y preciso, como si instruyera a reclutas. En tanto, abajo del bus, había dos personas que controlaban lo que hacíamos.  Todos, en silencio y con rapidez,  cumplimos las órdenes.  
   Nuevamente me invadió una sensación de peligro, de incertidumbre. Estábamos actuando como verdaderos ilegales, como dando gracias humilde y silenciosamente, por permitirnos  seguir el viaje. No queríamos  decir ni hacer nada indebido, no vaya a ser cosa que nos dejaran atrás,  en el descampado y desierto pavimento.  
 
Reiniciamos el viaje. Las ciudades por las que pasábamos parecían  ciudades fantasmas: con mucha o poca luz,  pero no se veía  un alma, tampoco cuerpos.  Toda una fantástica infraestructura al servicio del silencio. Silencio cargado de olor a azahar,  la flor del naranjo, seguramente. 
 
  Recuerdo que los primeros días que llegué  a España en esta ocasión,  sentí ese olor intenso y pensé que era jazmín. Es un aroma tan penetrante que aunque uno esté cavilando y/o planificando profundamente, los efluvios atraviesan las capas del subconsciente y te sacan de la tarea a pesar de lo dedicada que pueda ser..... Por más que miraba el sector no veía ningún arbusto de jazmín. Luego pensé  que era,  tal vez, la flor de la madreselva, pero tampoco vi la enredadera por las cercanías, Sólo  hace unos días  descubrí que era la flor de los naranjos, abundantes en las plazas y calles  de las ciudades españolas, al observar uno de ellos, que teniendo frutos, también tenía flores. ¡Tate!  Las veces anteriores yo había estado en la madre tierra  en diciembre y enero, fines  de otoño e inicio de invierno.  Ahora, era un período distinto, terminaba el invierno, se iniciaba  la primavera, más pronta que en ocasiones anteriores. Por ello, los naranjos estaban con flores y, por ende, su aroma impregnaba las calles. ¡Una belleza intangible!》.
 
 Llegamos puntualmente a Madrid. El viaje había sido expedito. Allí  solicité pagar la diferencia.  Recién pasadas las 6 de la mañana, no había  oficina abierta que me permitiera pagar. No sé  si el conductor tenía  su caja pagadora, como todos,  pero dudó y finalmente  me dijo que si venía  del origen podía seguir. ¡Uff! ¡Menos mal! Yo sólo  me había levantado del asiento,  pero no había hecho amago de bajar, porque no quería  hacerlo si el bus iba hasta el mismo aeropuerto.  
 
  Una vez allá,   me aboqué a buscar el Terminal 4, al cual no se puede  ir caminando, pues queda a bastante distancia, seguramente varios  kilómetros.  El pequeño tren que hace el  habitual recorrido no estaba funcionando (porque al interior de él  es muy difícil  guardar la distancia, toda vez  que la cantidad de gente que se sube siempre es bastante,  a pesar de la disminución actual). Había  buses esta vez...y unos uniformados, probablemente militares, que controlaban el número  de personas que subían a cada uno de ellos.  Me tocó subirme al segundo autobús  y a las 7 de la mañana ya estaba donde comenzaría la segunda etapa de mi regreso. Sólo  tenía que esperar 13 horas. ¡Bien!
....
   Estaba instalada en un grupo de sillas con 5 cupos, cuando llegan unos franceses desubicados, que querían  ocupar todos los espacios que yo no ocupaba, indicándome que necesitaban el lugar en que yo tenía  mi mochila para asegurarme mantener la distancia mínima.  ¡Que "madame" ni qué ocho cuartos!, me dije. "Un, deux, trois, quatre" me indicó el sujeto cincuentón  con un aro en la oreja como contando pececitos (para mi gusto,  puede que discutible pero es el mío,  sólo a algunos especímenes masculinos de ese rango etario les quedan bien los aros, que no era el caso de éste). Me hice la loca y la mochila actuó de la misma manera  (jajaja), por lo que debieron conformarse con los tres puestos libres. Al rato se fueron: habían encontrado vacía  toda una fila para ellos solos, por allí cerca. 
   No pasó mucho tiempo y me llegaron nuevos compañeros: esta vez unos chilenos, que hablaban por el campeonato, floridamente como es típico, que me impedían concentrarme en lo que leía. Ellos también esperaban irse en la noche.  Eran seis y se iban turnando los asientos, caminando a ratos a otros sectores, haciendo incursiones para conseguir alimentación,  las que no resultaron muy productivas. Sólo  existían  las máquinas expendedoras de productos de café,  bebidas y confites.  En alguna otra parte, había una con sándwich, que ya había sido medio arrasada, por los hambrientos viajeros.  
   
  El tiempo se estiraba como chicle, lata y monótonamente. Había que luchar contra el sueño también.  Cada cierto tiempo me levantaba del duro asiento, para evitar las escaras en los glúteos, caminaba un rato o iba a los aseos más cercanos, a lavarme la cara para  vencer la somnolencia.  Allí  me había  cambiado algunas prendas en la mañana, con el fin de estar más cómoda y algo más limpia. La ducha la necesitaba a gritos, pero tenía que resignarme a su ausencia.  En una de ésas, el virus huía  del mal olor (jajaja).
   .....
  Todo ha sido una laaaarrrrga espera. El tiempo subjetivo ha cumplido muy bien su tarea. Conversaciones de los vecinos, advertencia de los policías que hacen vigilancia en el aeropuerto  para que se mantenga la distancia, ya perdiendo un poco la paciencia. A ratos, silencio, nada qué  decir entre los viajeros grupales. Cada ciertos minutos, se oyen  los mensajes a través de los parlantes, dándole la bienvenida a los pasajeros, recomendando mantener las distancias, recordando el cuidado personal del equipaje, sugiriendo estar atento a las novedades de los vuelos a través de las pantallas. 
  Ya se acercaba la hora de empezar la facturación del equipaje para bodega. Policías, guardias y funcionarios controlando la distancia, mientras algunos grupos, estaban todos juntos y "apelotonados". La fila deriva en algo kilométrico. A las 18,30 yo ya estaba lista,. con la maleta entregada y la tarjeta de embarque confirmada. 

Faltaba poco menos de 4 horas para el vuelo. Me mantuve en el lugar, por poco más de media hora. Me quedaban varias tostadas, unas rebanadas de salame, unos "piquitos" (especie de pequeños grissinis) y varias magdalenas. Quería consumir algo más antes de deshacerme de aquello, situación que no me gustaba nada, habiendo tanto niño en África muriendo de hambre.
    Pasadas las 19 horas, me fui a Control de Seguridad. A sacarse  algunas prendas, las joyas, poner a la vista celular y tabletas. Todo pasó  bien,  incluso las magdalenas, pues no las había desechado por estar selladas individualmente.  A caminar y buscar el tren que lleva a un Subterminal. En fin, caminar cerca de tiendas duty free cerradas y bloqueadas, hasta parecía un trayecto distinto.  Al fin, la puerta de embarque. Aún  quedaba una hora.  
 
 A la hora de embarcar, mucha gente. "Mantenga  su distancia" decía algún funcionario de Latam. Fila 49, penúltima (siempre me toca casi al final,  es mi sino). Ya había  2 personas, madre e hija brasilera, en un hilera de 3 asientos.  Parecía un vuelo normal, de una gran aeronave de 450 asientos. Uno que otro asiento desocupado. El 98 por ciento,  apretados uno al lado del otro, prácticamente "hacinados", como sardinas. Resultaba indignante al recordar lo que se preocupaban que en las colas para facturar y para embarcar  se respetara la  distancia de un metro al menos.
    A  mi lado  la  señora iba resfriada,  sorbiendo fluidos  nasales al mismo tiempo que respiraba. ¡Ufff! ¡Qué  ganas de pedir que me  cambiasen de asiento,  pero era poco lo que iba a mejorar! Hacía mucho calor, así que el caldo de cultivo estaba en su punto. Me resigné. 
 
 Diez horas después  habíamos aterrizado en la losa del Aeropuerto de Sao Paulo. Era el momento de ceñirse a los controles brasileros, para luego ir a la nueva sala de embarque de un aeropuerto igualmente enorme. ¡Al fin!  
  Luego de hacer fila un buen rato, me toca cumplir con el embarque. "Sra., éste no es su vuelo", me dice el funcionario.  "¡¿Qué?!", me alcanzo a decir y asustarme interiormente. "Es el de al lado". Yo había  estado todo el rato atenta al vuelo 8028 y el mío era el 8068. ¡Una pequeña diferencia, que redundó  en  beneficio! (¡Por suerte!) La cantidad de pasajeros, era de menos de un tercio en el vuelo nuestro; el otro iba completo.  Aquello también tuvo se ventaja en el momento de llegar al país. 
   Al salir por la manga del avión  nos desviaron a otro sector  y debimos subirnos a un bus que nos llevó a otro lugar. Yo ya me imaginaba, con mi mente cinematográfica y calenturienta, mínimo un campo de concentración o uno de exterminio, para asegurarse (jajaja).
   
Fila con distancias personales, personal médico al final,  en los mesones (me pareció  visualizar la figura del Dr. Mengele, jaja). Llevábamos en nuestras manos la declaración  jurada que completamos en el avión.  "¡Llegó  mi hora!", pensé,  al ver la pistola supersónica en la frente de las personas que me antecedían. Pero no, nadie cayó fulminado con la luz roja del láser.  Tampoco yo, que no arrojé grados anormales de temperatura corporal (fiebre, uno de los síntomas).  Revisaron mi declaración en que yo había señalado dolor de  cabeza,  lo que seguramente se debió  al encierro en Sevilla. Instrucciones varias, un volante, una mascarilla de regalo  para que viaje hasta Rancagua y el cartoncito de "autorizada" en forma de marca página.  

 De allí  a Control de Inmigración,  al retiro de equipaje y al Control del SAG. ¡Todo bien y expedito! Hasta los perros guardias me dejaron tranquila esta vez.  Bus al Terminal Sur y de allí hasta Rancagua. Colectivo y ya, en palacio, luego de comprar unas verduras y frutas al verdulero que se instala,a la entrada del condominio. 

....
 
 Hoy fui a comprar los víveres que me permitirán alimentarme durante esta cuarentena. Mucha gente en las calles, con mínimas medidas de seguridad, especialmente en la distancia personal. Largas filas en  Bancos y en  oficinas públicas.  Mucho cuidado  al ingresar a las instituciones, pero cero cuidado al exterior. Así  somos, así nos comportamos, por encima de reglas, recomendaciones e instrucciones.  Muchos se sienten por encima de las autoridades,  de los virus y de los demás. 
   Es el mismo proceso que han vivido los europeos, principalmente, del que ahora se arrepienten. En España,  el número  de víctimas alcanza el doble de las que había  cuando "escapé" el miércoles  en la noche y sólo han pasado dos días.
   En tanto acá,  en estos momentos,  me llega  el sonido de los caceroleo de las protestas, muestra del tinte político de la vida cotidiana en estos días (y meses), que no da tregua, no dialoga ni transa, ni frente a la Pandemia, que está extendiéndose en nuestro país, y que terminará silenciando a muchas cacerolas si no se dictan medidas más  restrictivas.
   En fin, los días  se irán desplegando de a uno en el calendario y lo que tiene que llegar llegará.  Ni más ...ni menos. ¡Hasta pronto!, digo, tras la mascarilla, pero mi sonrisa ya no es la misma de antes. Sólo espero que disminuya la temperatura y se comporte a la altura del otoño, que empezó esta madrugada. Claro que cuando caigan las primeras gotas, ojalá no contengan sustancias peligrosas como en la serie "The Rain". Sería demasiado, ¿verdad?


lunes, 16 de marzo de 2020

...Y perdí la silla...y la libertad...

 
   Sevilla, ciudad maravillosa del sur de España, capital de la Región  de Andalucía,  la urbe andaluza más poblada (690 mil sevillanos/as), me recibió con pocos habitantes en las calles. En el bus que salió de Cádiz,  éramos sólo  2 las pasajeras. La situación  adquiría color de hormiga. Un funcionario de la Estación de Cádiz  ya me había informado que empezaba el "toque de queda" oficialmente  al día  siguiente. "¡Chuata!", me dije.  "¡Los días que me quedan se me van a hacer interminaaables!"
   En fin... La fecha de  cambio del pasaje de avión  ya estaba confirmada y no  podía volver a adelantarla. Así que, a ponerle todo el ánimo y a cruzar los dedos.
   En la estación  de Sevilla decidí utilizar taxi para desplazarme al alojamiento.  No quedaba tan lejos, pero era algo enrevesada la ruta para llegar. Fui memorizando el trayecto y reconociendo,  contenta,  hitos y edificios vistos en la visita que hicimos con mi hermana el año 2016. Precisamente  por el encanto indiscutible  de la ciudad, la incluí  en mi itinerario.  ¡Quería  volver a disfrutar de Sevilla y de sus encantos! 

 Llegué  a mi alojamiento  y allí  tuve la primera sorpresa desagradable: el local había decidido  cerrar sus puertas y no  me lo había comunicado, acción necesaria toda vez que la reserva estaba confirmada. ¡Me indigné pero no podía  hacer nada! ¡Ellos habían  reaccionado  de inmediato al "Estado de Alarma" determinado el día  anterior por el gobierno  español!
 Seguramente,  no pasarían un par de días que todos tendrían  que hacerlo.  Busqué por el sector. Consulté en un hotel, que cobraba el doble de lo que había  pagado a la fecha. Opté  por seguir en mi búsqueda y tuve mucha suerte. Encontré un lugar adecuado y allí me quedé.  

 Una vez instalada, salí  a caminar y comprar  víveres.  Al día  siguiente,  nadie, salvo casos necesarios, podría desplazarse libremente. La instrucción  era "quedarse en casa".
    Ubiqué un Terminal de Buses cercano, apenas a tres cuadras (distinto al que llegué), consiguiendo comprar un pasaje para Madrid para el martes en la noche, lo que me permitiría llegar el miércoles  de mañana y trasladarme de inmediato al aeropuerto  Barajas. Así,  aunque tuviera que esperar más de 12 horas, ya sería  lo de menos. 

Más  tranquila, me dispuse a aprovechar mis últimas horas de libertad  de desplazamiento en recorrer las orillas del Río  Guadalquivir. No era la única en ella, andaban bastantes turistas, algunos deportistas, otras personas con sus mascotas, paseándose por el lugar. 
 
  Todos relajados  y felices, algunos derechamente tomando el sol. Todo  bien,  hasta que apareció  en lontananza  un vehículo de la Guardia Civil. Se detuvo  a mi lado y uno de los policías me dijo  que no podía  andar en el lugar, que debía irme a casa. No  sé qué  cara habré  puesto,  pero luego que les dije que iba al Terminal a comprar  pasaje me dejaron seguir, diciéndome que estaba bien. 
  Efectivamente, mi trayecto estaba en dirección  de la Estación de Autobuses  a la que había llegado,  así que mi respuesta era creíble.  Antes de alejarme, los mismos  policías, a través de megáfono,  instruyeron a los numerosos  turistas tras mío  de lo mismo. 
 
 Me fui hacia la Plaza de España, hermoso complejo, construido  con motivo de la Exposición Iberoamericana de Sevilla del año 1929, que se emplaza en el Parque María Luisa, y es una verdadera preciosidad arquitectónica. Sin embargo,  estaba TODO CERRADO.  Antes que yo, habían llegado varios turistas,  que trataban  de sacar fotos  desde el exterior.  
 
 Fue el momento en que decidí volver al alojamiento, pasando a comprar víveres  en el camino de regreso. El horno no estaba para bollos y correspondía  acatar lo determinado. Pasé  a dos minimarket, no encontré todo lo que quería,  pero debí  conformarme.  Los precios estaban algo más subidos también.  Llegué  sin novedad al alojamiento y di inicio a este confinamiento involuntario.  
 🛌🛌  Soledad no he sentido, pues aquélla es parte de mí. Además de que la comunicación  virtual es una gran ventaja cuando se cuenta con señal, como en mi caso. El mayor problema es no poder desplazarme.🤷‍♀️🤷‍♀️ Cansa estar sentada y/o acostada. Turno  los noticieros que veo,  tanto de Chile  como de España,  así  estoy completamente informada.  También  he aprovechado para escribir los últimos relatos, que habían quedado un tanto rezagados  por cierto desánimo propio de la contingencia. 
   Ahora, sólo me queda poco más de 24 horas para subirme a un bus y luego a un avión.  Espero que todo  salga bien y así  los españoles puedan librarse de mí,  antes de tiempo. Mala suerte para ellos, jajaja. Pero, ...¡volveré!👋👋
    

Gadir, Gades, ...CÁDIZ...en Andalucía...

 Llegando a CÁDIZ...
  Precisamente ésa  es la evolución del nombre de la actual ciudad y puerto de CÁDIZ  a donde llegué  el viernes, luego de abandonar Tarifa sin poder embarcarme para Marruecos.  En fin, eso ya es pasado...
 
 La ciudad fue fundada con  el nombre de Gadir por los fenicios,  cuyo significado es 'castillo",  'fortaleza' o 'recinto murado'.  Luego  fue conocida por los griegos como Gadeira. En latín,  se le denominó  Gades, mientras que en árabe  fue Qādis. De allí  deriva su nominación, que, actualmente, no se aleja de todos los topónimos asignados.

Cádiz  es una de las ciudades-puertos importantes del sur de España, no sólo por su tráfico portuario y por ser zona franca, sino también  por su historia.  Es la urbe más antigua de Europa  occidental, con restos arqueológicos datados del año 3100 a.C. Durante su vida como ciudad  tuvo un rol significativo  en procesos como las  Guerras Púnicas,  la Romanización de Iberia, el Descubrimiento y Conquista de América (el continente) o la instauración  del Régimen Liberal  de España con su Primera Constitución. 
 Precisamente en la Plaza de España se levanta un monumento a "Las Cortes de Cádiz" en recuerdo  de la importancia de la Constitución  de 1812.
  En la ciudad,  viven 116 mil gaditanos. Después  de revisar los antecedentes de la urbe, me sorprende  descubrir que es una isla que se separa del continente por un estrecho canal llamado Caño de Sancti Petri que atraviesa las marismas. 
 
En el mapa se ve con claridad que efectivamente está unida al resto del territorio a través  de puentes. Incluso, tomé  conciencia de aquello, cuando hice una salida por unas horas, que a ambos lados de la carretera teníamos mar.
 
 Por un lado, la continuidad de la playa que bordea la ciudad, por el otro,  todo el sector correspondiente a Puerto Real (municipio contiguo a Cádiz)  y luego a las marismas que existen en la zona  y en las localidades cercanas. En estas marismas divisé algunos flamencos, mientras en otro sector de ellas, descubrí  que había  salineras. Singular paisaje, sin duda. 
 
  El casco histórico  de Cádiz es como  el de tantas ciudades españolas: con edificios de pocos pisos, donde las construcciones religiosas  sobresalen por su altura (especialmente los campanarios y las torres) y su amplitud, habitualmente imponentes.  
   Cuando llegué  a la ciudad, me sentí  un poco perdida en su amplitud y magnificencia de entrada, no de riqueza, sino de murallas y arcos que conforman la llamada Puerta de Tierra,  entrada de la ciudad, construida en el siglo XVIII. Al lado de ella, se encuentra el Baluarte de San Roque, construcción  porticada dedicada en la actualidad a actividades culturales. 
 
 Recorrer las callejuelas más  allá  de la Plaza San Juan de Dios, donde se emplaza el Ayuntamiento,  me recordó  la ciudad de Nápoles,  aunque, eso sí,  por suerte, sin los tendederos de ropa en medio de las angostas calles del casco antiguo. 
 
 Salí  a conocer  la urbe. Poco se podía  visitar al interior.  Estaba prácticamente todo cerrado, aunque aún  no se había  llegado ese día (viernes) al  "Estado de Alarma"  en todo el país.  Una enorme Catedral de la Santa Cruz preside la Plaza de la Catedral (obvio). Se comenzó a construir el siglo XVIII y se terminó  el siguiente. De estilo barroco, rococó y neoclásico.  Cerca suyo, se encuentra la Iglesia Parroquial, antigua catedral del siglo XVI.
 
  No muy lejos, se emplaza un Teatro Romano, que se descubrió  recién  en 1980 cuando se estaban haciendo excavaciones arqueológicas para encontrar un castillo. Está  bajo una serie de edificios del barrio llamado "El Pópulo". Sus características son extraordinarias: es el segundo más  grande de la Hispania Romana  (tenía  un aforo de 10 mil espectadores). Es el más  antiguo de la península  y el segundo más antiguo del Imperio Romano. Habría  sido construido hacia el año 70 a.C.

 Debí conformarme con verlo desde fuera, pero con la ayuda de imágenes  existentes en  la red he podido apreciar sus características en forma virtual. Sin duda, una obra extraordinaria. 
 
  Lo otro  llamativo,  desde mi perspectiva,  es el largo (de al menos unos 10 kms. o más) Paseo Marítimo,  que coincide con las monumentales Murallas  Reales, 
   
intercaladas por un par de baluartes y un par de castillos: Castillo de Sta. Catalina  y el Castillo de San Sebastián, a  lo que se suman sus playas, que estaban con bastante gente a pesar de la situación contingente.
   Conociendo a VEJER de la FRONTERA...
  El sábado  viajé  a esta localidad,  considerada  en la nómina  de los pueblos blancos más bonitos de la Costa de la Luz de España. Claro que de aquello  me enteré  luego de haberlo  divisado a la distancia y desde "abajo", cuando iba camino a Cádiz.  Digo "desde abajo", porque el bus en el que me trasladaba no pasaba por la localidad, que se sitúa en lo alto de una colina,  a 200 msnm. y a 8 kms. de la costa. La distancia con Cádiz  es de 56 kms.

  Es un pueblo en el que viven 12.500 vejeriegos/as, realmente hermoso,  cuyo casco histórico  se ubica en una de los lados altos  de la colina, mientras la ciudad nueva, en los bajos y el otro lado alto, tras unos Molinos de Viento (molinos harineros del siglo XIX, 7 en total, de los cuales estuve cerca de 3 ).
 
Estas construcciones constituyen patrimonio local, aunque, a decir verdad, están bastante descuidados.  Sé  que hay un restaurado y visitable,  pero ese día  estaba casi todo cerrado.
 
 No fui la única en tener la idea de visitar esta bella localidad. Vi a 5 turistas  más: una pareja y tres jovenzuelas como yo. Por las calles, mientras subía  al casco antiguo, prácticamente  no se veía  gente y eran pasadas las 10 de la mañana. Lo que sí  se veía era el hermoso  paisaje de los alrededores, desde la altura.  
   
Adentrándome en las callejuelas,   me encontré con el Castillo de Vejer, sus murallas, las puertas que se conservan del recinto amurallado, la Parroquia del Divino Salvador ( la que data del siglo XVI), con su bello pozo "de los deseos " en el patio posterior.
   
A lo anterior, cabe agregar la hermosa Plaza de España, con una bellísima  fuente en que se destacan 4 verdes ranas lanzadoras de agua. 
 
 Además  de desplazarme por la parte antigua de la ciudad, recorrí  el sector de los molinos de la parte nueva, sintiéndome,  en realidad,  algo incómoda  por las miradas de la gente del lugar. Más adelante pude comprobar que no era un tema personal, sino un rechazo velado a todos los visitantes. Muchas dueñas de casa de la población cercana, limpiaban vidrios y puertas, premunidas de guantes y paños con alguna solución  desinfectante. 

Sólo  estaban abiertos los locales de alimentación, farmacias y supermercados. Precisamente pasé  a uno  de ellos, a comprar  pan, queso y agua, para alimentarme,  ya que sería  imposible almorzar en ningún restaurante. Me fui entonces  al paradero. Faltaba 1,30 horas para que pasara el bus que me llevaría de regreso,  pero ya no tenía  sentido seguir  caminando  al sol y bajo miradas de sospecha.
   Al rato llegaron las tres amigas que habían  bajado del  mismo bus.  Las escuché  comentar  lo mismo, por lo que no había sido sólo  idea mía.  De pronto, observo a una de ellas y, ¡oh, sorpresa!, veo que lleva puesta una polera con las letras "Valparaíso". Luego supe que efectivamente había  visitado el puerto  y la Casa de Neruda. Eran alemanas. 

 Regresé  a Cádiz.  Anduve caminando por la parte de la "Costanera" que aún  no había  visitado, por suerte, porque pude conocer el sector amurallado donde se ubican las baterías  de defensa de la ciudad,  entre otros edificios y parques. Con ello,  había terminado mi incursión  por esa ciudad-puerto y esa misma noche  procedí  a tomar la decisión  de regresar a Chile, luego de ver la evolución de la situación contingente. Me iría  a Sevilla al día siguiente y, desde allí,  a Madrid, para tomar el vuelo de regreso. 
   Desde ese momento,  comencé  a mantener los dedos cruzados -y desinfectados- mientras pudiera, jajaja.