lunes, 30 de enero de 2017

Actos fallidos 2

   Recurro a este título, porque, si mal no recuerdo, ya le di este nombre a una entrada anterior, de hace un tiempo. Como me llevaría varios minutos comprobarlo, he optado por agregarle este número y así evito, al repetir el nombre, eliminar la anterior, toda vez que esta entrada es producto precisamente de un acto mecánico, del que no tengo conciencia (un peligro latente, como pueden ver). Me explico...
   Mientras el sábado me dedicaba a agregar las imágenes a lo escrito durante mi viaje a la Undécima Región, me di cuenta que me faltaba lo que  titulé "En estos días, en la Región de Aysén...", en que daba cuenta del recorrido de tres días de viaje. Busqué la forma de recuperar la información, pero fue imposible, debido a mi impericia en este aspecto. Así que, para que estos bellos lugares y sus imágenes no permanezcan en el anonimato, he decidido volver a hablar de ellos, aunque pasados ya varios días (ya más de una semana) resultará improbable escribir lo mismo. ¡Así que bienaventurados los que alcanzaron a leer la versión original! (jajaja).
  Tratando de vencer la modorra que me ataca después de almuerzo, que no siempre logro dominar cuando estoy en la tranquilidad de palacio, me he dado a la tarea de escribir en lugar de seguir una lectura, que versa esta vez sobre la interesante vida de Napoleón y otro grande de la historia occidental del siglo XVIII, el Duque de Wellington. El sueño que me invade no tiene que ver con la calidad del relato, sino simplemente con la pasividad de la acción, especial para llamar a la molicie. Así que, dejo descansar el kindle y me aboco a la escritura. ¡Ya les contaré cómo se desarrolla el argumento novelesco! (les interese o no, jajaja).
  Me traslado a través de mi memoria, a  Aysén, Coyhaique, específicamente. Son las 5,30 de la mañana y espero que me pasen a buscar. 
El destino es Puerto Tranquilo (a 220 kms. aproximadamente) para visitar unos monumentos naturales llamados Cavernas, Catedral y/o Capillas de Mármol.
 El lugar no es una novedad para mí. El año anterior lo conocí cuando fuimos con la familia. Sin embargo, quise  ir nuevamente, para agregar a la maravillosa experiencia de la visita de estas construcciones, los antecedentes que nos entregaran a través de un tour guiado.  

El día estaba gélido y amenazante, aunque aún no había amanecido. La aparición del sol la pudimos ver en el camino y logré fotografiar parte de este proceso, mientras la mayoría aprovechaba para dormir. 
   Bajando la Cuesta del Diablo, lugar en que confluyen el Río Simpson con el Río Ibáñez, a unos cuantos kilómetros alejados de Coyhaique, nos detuvimos a tomar un desayuno campesino en una casa ídem. Allí se nos atendió con pan amasado recién hecho, "tortas fritas" (lo que yo conocía simplemente como sopaipillas caseras, esas que se elaboran cuadraditas, y con la misma masa del pan, por lo tanto sin zapallo, no como aquellas que venden congeladas en la actualidad), queso artesanal, café de grano, leche, mermelada. Es decir, todo, o casi, elaborado en el lugar. ¡Estaba rico! Lo único malo es que el grupo era más numeroso que el día anterior y me tocó en suerte sentarme cerca de un matrimonio argentino... No es que yo padezca de argentinofobia, pero a mí me cansan. No me niego a hablar y compartir con gente desconocida (a veces, jiji), pero hablar, hablar y ...hablar...me abruma.  Cuando no tenía el micrófono él, lo tenía ella. ¡Uff!, debía armarme de paciencia no más...
   Salí antes de la casa-comedor y me dediqué a observar unos pavos (aves auténticas, jajaja) que deambulaban por los alrededores. Son "choros" los pavos, siempre están en conflicto con algún otro de su especie o con alguna otra especie de corral. También intenté fotografiar Cerro Castillo, que se erguía justo al frente, pero una gran nube impedía ver su frontis. Una pena... 

Continuamos viaje. Se hizo eterna la llegada a Puerto Tranquilo. 
De los 220 kilómetros, aprox. 120 son de ripio, así que tuve que acudir a ejercicios casi de yoga para calmar mi ansiedad. ¿Por qué tanto?, se preguntarán ustedes. Sucede que la salida tan de madrugada era debido a que en esos días, se había dificultado la navegación por las cavernas, debido a que después de mediodía el fuerte oleaje del Lago General Carrera hacía peligroso el recorrido y ya la semana anterior se había cerrado el puerto, por lo que los que fueron en el tour no lograron su objetivo...Me fui con los dedos cruzados para que lleguemos a tiempo de navegar. 
Al fin, a las 11 horas estuvimos en Tranquilo. Ya el bote-lancha estaba esperándonos y, antes de subir, nos embutieron en un "cacaraco" de nylon con mangas, de los que usan los trabajadores en las empresas salmoneras.
 Parecía exagerada la medida, en verdad, porque no llovía y el oleaje sólo estaba un poco más bravío en un pequeño tramo. Ya veríamos si estaban exagerando o no...
 ¡Fue fantástico y muy explicativo el recorrido por los roqueríos y cómo nos fueron explicando las distintas figuras zoomorfas que se podían distinguir en las rocas, todo producto del tiempo y de la erosión del agua. La cantidad de fotografías, al igual que en el verano pasado, fue numerosa. Ingresamos a varias cavernas, tocamos las rocas, nos maravillamos de ese prodigio natural.
  Cuando llegó el momento de iniciar el regreso nos dimos cuenta que el lago estaba algo más inquieto, lo que aumentó exponencialmente el movimiento de la embarcación, toda vez que íbamos contracorriente. ¡Guauu! ¿Para qué contarles (como dice Arjona, jajaja) acerca de la cantidad de agua que recibimos en el cuerpo, cara y cabello? La ducha que no me di en la mañana por la hora tan temprana, me la di con creces en esta ocasión. Se justificó plenamente el que nos hayan embutido  en ese casi papel alusa, aunque mis zapatos recibían el resultado de la ducha directamente. 
Cuando me di cuenta de aquello, escondí lo más que pude mis piececillos. Al agua, hubo que agregar el movimiento, que no nos dejó impávidos, hasta gritos se nos escapaban involuntariamente cuando la embarcación subía y bajaba por las olas más grandes. Incluso una persona se cayó hacia atrás, lo que no debe haber sido muy tranquilizador. Claro que habría sido peor hacerlo por la borda, en aguas profundas y con oleaje, a una temperatura de 4 grados. Llegué como un pitío a tierra, congelada y con los zapatos mojados, los que felizmente pasaron la "prueba de la blancura" (no se me mojaron las patitas).
De allí, nos llevaron directo al almuerzo, donde nos esperaba una cazuela caliente, muy bienvenida por todos. Fue lo más rico. El principal era carne estofada y eso no me gusta mucho. (prefiero las parrilladas y los asados, mmm). Durante el almuerzo, los argentinos y unas 3 personas más tuvieron sus minutos de fama. Se fueron turnando ellos el micrófono. La otra mitad de personas nos dedicamos a comer y yo, personalmente, a mirar y escuchar beatíficamente. Apenas pude, me arranqué de la mesa.
    Saliendo del Restaurante nos fuimos a caminar un poco a la Plaza del lugar, donde aprovechamos de fotografiarnos en un monumento a la Familia Patagónica, que aparecían en el interior de una embarcación.
 Luego, emprendimos el camino de regreso, deteniéndonos en algunos lugares de interés con el apoyo del guía. Cuando pasamos por Puerto Cisnes, ingresamos a la localidad, para conocer el Monumento al Gaucho, con el cual, obvio, nos turnamos para sacarnos fotos. ¡Lindo monumento y muy propio de acuerdo a las costumbres típicas de la Patagonia, tanto chilena como argentina!
   No tuvimos suerte cuando pasamos por Cerro Castillo. Las nubes seguían cubriendo la parte superior. En ese viaje nos informamos de los diferentes hitos en la construcción de la Carretera Austral, logrando, en ese momento,  dimensionar la importancia crucial de este proyecto en el ámbito de la conectividad de los numerosos poblados existentes en la Región, la más extensa en territorio, pero la que cuenta con menor densidad poblacional. Buen acierto de Marcelo, el guía, que se notó claramente que era admirador del general.
  Al Parque Queulat, ya visitado en el primer tour, partí al día siguiente, aunque esta vez fuimos más allá, pues nuestros objetivos eran otros: conocer un famoso Puente Colgante dentro de parque y ver, a la distancia el Ventisquero, también colgante. ¡La perspectiva era extraordinaria!
  Junto a la promesa de lo nuevo e interesante por conocer, estaba el hecho singular que los 5 tour-istas ya nos conocíamos: con una pareja joven estábamos coincidiendo por tercera vez y con un matrimonio menos jovencito, por segunda vez. También el guía ya lo conocíamos, así que prácticamente el grupo conformado no podía ser el más adecuado. Para añadidura, ninguno era arrgggennntino (jajaja), sino todos chilenos.
 El día nos acompañó desde el principio, es decir, no había lluvia (se lee extraño cuando uno lee esa expresión, como si pudiéramos hacer algo que no fuera en un día equis, sea cuál sea, jaja), aunque yo había ido con ropa de recambio "porsiaca". 
Nos detuvimos en varios lugares, guiados por la experticia del guía, hasta que llegamos, pasadas unas cuantas horas, a una especie de bosque, por el cual comenzamos a ingresar subiendo.
   Yo debo haber estado "pajareando" pero no escuché lo que realmente íbamos a hacer allí. No era ir a ver a la "abuelita" ni a buscar al "lobo feroz" (jajaja), sino a almorzar a un restaurante rústico, en medio de un bosque y en altura. 
La sorpresa fue mayúscula cuando tomé conciencia de aquello. 
Subimos con mucho cuidado, pues aunque no llovía la cantidad considerable de barro  hacía resbaladiza la subida. Casi compré terreno en el trayecto, logrando recuperar el equilibrio luego de haber puesto una rodilla en el barro, al estilo Cristóbal Colón (¡qué simpático!). 
Cuando llegamos al Restaurant de este seudo Tarzán (jajaja), que en realidad se llamaba Leo, nos encontramos con una cabaña de un ambiente, con una mesa rústica, donde estaban servidos los platos con una porción de merluza rellena (o al cancato) sobre papas doradas rústicas. Eso se acompañaba de una ensalada de zanahorias, más agua con limón (¡huácala, nada de vino!, jajaja). Leo, que había preparado el mismo la comida,  joven de unos treinta y tanto, onda medio hippie, medio místico, delgado, de cabello largo, nos recibió afablemente en su local. Lo más rico, un pan amasado con semillas, también elaborado por él. La verdad, a mí no me gustó mucho la comida, la encontré desabrida. Es probable que sea por mi tendencia a utilizar bastantes aliños en lo que preparo. Y el jugo....era agua, con unas rodajas de limón... En fin, sé que un almuerzo de aquellos no es económico y rara vez uno puede darse el gusto de consumirlo en ese ambiente. Por ello, como niña obediente, me comí todo y lo agradecí.
 Lo espectacular era el lugar. Los ventanales de ese pequeño restaurante, que no debe haber sido de una superficie mayor 25 m2, daban al bosque, a un balcón-terraza, también rústico, que contaba con un par de mesas y sillas para instalarse allí y una hamaca.
 Estuve un rato allí, escuchando el sonido del viento entre las hojas y el canto del cuchao, que a ratos, se hacía escuchar en el lugar. Aire puro, naturaleza autóctona y auténtica, creciendo alrededor de esas  construcciones.
  Un poco más arriba, continuando la subida, había tres pequeñas cabañas, rústicas también, que tenían al interior un camarote y una cama adicional, más una cubierta donde había un lavatorio para el aseo personal. Me pareció fantástica la oportunidad de vivir la experiencia de alojarse allí y amanecer con el sonido del viento, la lluvia, las aves o de cualquier otro, propios del bosque. En días despejados, incluso se podía ver, nos dijo Leo, el ventisquero.
   Desde allí, luego de varios kilómetros más de carretera de ripio, nos internamos en el Parque Queulat, donde caminamos una cuarta parte de lo que habíamos recorrido el día anterior, por un camino bastante más amigable, con sólo un poco de barro, pero casi sin agua. 
Al inicio de la caminata debimos cruzar el Puente Colgante, larguísimo, de madera, hermoso. Al cruzar el puente, afortunados de nosotros, las nubes dejaron ver por un momento una parte del Ventisquero, a la distancia. Alcanzamos a tomar un par de fotografías, pero no insistimos mucho, pues nuestro plan, al llegar a la laguna, era subirnos a un zodiac y acercarnos a la otra vista del Ventisquero. 
 Llegamos hasta la Laguna Témpano sin inconvenientes. Allí estaba el zodiac, pero no estaban los operadores, por lo que nuestro fantástico plan quedaría incompleto. Miré para todos lados y no vi ningún glaciar. ¡Diablos!, me dije, ¡exijo una explicación! 

¿No me creerán que estuvimos casi una hora esperando, junto con otros tour-istas, que llegaban y se iban, que las nubes se fueran a buena parte, pero nada? Por más que soplábamos, no obtuvimos resultados (jajaja). Hubo un momento que logramos ver parte de las tres mayores cascadas que se originan en el glaciar, pero nada más. Optamos por la resignación cristiana (jajaja) y nos marchamos de regreso. A mí me asistía la conformidad que en un par de días más iría a la Laguna San Rafael y aunque estuviera lloviendo, no me perdería el espectáculo.
 Amenizamos el regreso con algunas paradas y con detención en una Chocolatería y Pastelería de Villa Mañihuales, llamada Lucymarc, pues la dueña emprendedora del local se llamaba precisamente Lucy, hermosa mujer de unos cuarenta años, que se dedicaba a ese rubro, así como a la elaboración de té con productos autóctonos. Tenía té de arándano, de maqui, de calafate, por ejemplo, así como bombones con crema de grosellas, planta que es abundante en la zona. Tomamos once en el local con sus productos. Fue un rato muy agradable y quedamos gratamente impresionados con el emprendimiento y el entusiasmo de Lucy. Fue el corolario ideal para ese día de paseo.
.....
  El viernes participé en un Minitour con 6 personas más, además de la guía-chofer. El objetivo era conocer seis lagunas y dos lagos que se ubicaban en los alrededores de Coyhaique. El día era casi veraniego. El ánimo, el mejor.
  En este caso, el espíritu del viaje era captar la belleza de los alrededores de la ciudad, visualizar algunas actividades agrícolas, avistar animales y aves, conocer la flora característica del sector, compartir una merienda a orillas del Lago Elizalde y cerrar el ciclo llegando hasta el Lago La Paloma. 
  

 Todo el programa se cumplió a cabalidad, en el mejor ambiente. El único inconveniente que tuvimos al inicio es que uno de los "chiquillos" que iba en el tour, chileno residente en Estados Unidos, tomó el micrófono y a duras penas dejaba hablar a la guía. 
Ya le apretábamos el cuello al vejete para que se callara. Por suerte, más adelante se cansó y cada vez que nos subíamos al furgón se quedaba dormido (jajaja).
   Fue una tarde muy agradable, en la que constatamos el privilegio regional de contar con tantas fuentes de agua natural y abundante vegetación. ¡Qué envidia! 

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