martes, 17 de enero de 2017

Una Principessa en el Bosque Encantado

   El día de doña Principessa comenzó hoy a las 6,30 hrs. Debía levantarse temprano, aunque el viento que se hizo sentir desde las últimas horas del día anterior no auguraban un día muy diáfano. No pudo dormir muy bien en la noche, despertó varias veces y la última vez, a las 5,30 sólo estuvo dormitando y descansando. 
Al final se levantó unos 10 minutos antes, pero no con tanta suerte, porque el W.C. estaba ocupado y debió esperar en paños menores (bueno, no tanto, lo suficiente para no perder las formas). Una vez terminado su aseo, se dedicó rápidamente, casi al estilo de la Mujer Biónica, a llenar la mochila con agua mineral, un par de frutas porsiaca, protector, zapatillas, calcetas y pantalones de recambio, más manta de nylon para la lluvia (recuerdo de cuando anduvo por Macchu Picchu, ya hace unos 6 años). La ropa de recambio no le hacía ninguna gracia llevarla, pero fue una recomendación realizada tan insistentemente por la vendedora del tour, que le hizo caso. ¡Y no podía tener más razón, como lo verán más adelante!
  A las 7,20 hrs. me pasaron a buscar: una camioneta 4x4, doble cabina, con chofer-guía y 3 turistas más. ¡Excelente! Sería un tour casi personalizado. Casi no salíamos de Coyhaique cuando ya comenzó a llover y...¡con mucho frrríííoo!, como se estila acá. Ya lo pudimos comprobar en nuestra primera detención, para observar desde la altura el Río Simpson, la ciudad de Coyhaique y unos molinos de viento. Allí fue el momento en que me dije que debía haber echado en la maleta una parca larga, en lugar de la que había llegado. ¡En fin!, ya no había remedio y no quedaba otra cosa que ponerle el pecho a las balas, figuradamente hablando, claro está. Al menos, había llevado el cuello-bufanda que me había comprado el día anterior.
  El camino que recorrimos -la Carretera Austral principalmente- estaba en muy buenas condiciones, de manera que el guía nos iba informando mientras disfrutábamos del paisaje, con mucho bosque nativo y grandes murallas de rocas, en muchas ocasiones por ambos lados y más de algún río y numerosos saltos y saltitos de agua de deshielo.
 La siguiente parada que hicimos fue frente al Salto o Cascada de la Virgen (de una de las tantas vírgenes que saltan en nuestro país, jajaja). De allí, nos detuvimos a orillas del Río Mañihuales, y, algo más adelante, en el Mirador Río Cisnes y, a continuación, en el Salto del Cóndor. Hasta allí, todo iba perfecto y sólo sentíamos frío y nos mojábamos un poco al bajar de la camioneta para fotografiar.
  A esas alturas, ya sabíamos que el copiloto era un Profe de Inglés residente en Santiago, que la pareja de jóvenes que viajaban a mi lado eran de Temuco, y mientras él era mecánico, ella estudiaba una ingeniería. El guía, Cristian, había llegado sólo hacía tres meses a la Undécima Región desde Santiago, pero ya estaba bastante bien informado de los antecedentes regionales, tanto históricos como geográficos, que hacían interesante lo que nos iba informando.
   Ya eran las nueve y necesitábamos desayunar. Pasamos a un Restaurante de la localidad de Mañihuales. El desayuno estuvo de primera, con sandwich de pollo, más tarta de yoghurt o pie de limón. Una vez que dimos cuenta de todo esto, reemprendimos el viaje.
   Cerca de las 11 horas llegamos al objetivo de nuestro viaje: el inicio del Sendero de El Bosque Encantado. Una vez que el Guía gestionó nuestra entrada, comenzamos el trekking. 
   No tuve conciencia de lo que íbamos a hacer hasta que ya llevábamos unos metros caminando. Ingresamos a un tupido bosque, con árboles nativos, muchos líquenes y flora del lugar, con algunos especímenes alados y humedad que se hacía sentir sobre nosotros a través de la lluvia que caía entre los árboles. 

El camino, a veces inundado parcial o totalmente, subía como un tirabuzón, pasando unos pequeños puentes de madera sobre cursos de agua torrentosos. Caminamos, con un par de descansos, cerca de dos kilómetros, trayecto en el que nos encontramos con "chucao" y una "ranita de Darwin", que probablemente no haya logrado sobrevivir al finalizar el día (numerosos turistas subían en el momento en que nosotros bajábamos). Luego de bajar un poco, llegamos a un curso bullente de agua, que entre piedras se desplazaba en pequeños rápidos. La meta era cruzarlo y continuar el camino ascendente hasta llegar a la Laguna Encantada.
  La pregunta del millón no demoró en escucharse, de boca del guía: ¿Subimos o no?, dirigida a todos. Me miró y yo dije si la mayoría quiere, me sumo a ella. ¡Noooo! ¡Todos querían llegar allá! Ok, crucemos, dije.  
  A esa hora, llevando una hora y media de trekking, mis patitas ya estaban mojadas y mis pantalones y la parka ídem (felizmente esta última sólo en parte pues llevaba una capa-manta que había conservado por años guardada) . El único problema era que el viento me la hacía volar a ratos y me había acalorado tanto, que debí terminar sacándome los anteojos (los que se mantenían empañados que al final opté por prescindir de ellos).
  Llegó la hora: había que cruzar el caudal. Con la ayuda del guía pudimos lograr nuestro cometido, en tres etapas y con los pies ahora sí completamente inundados. Una vez al otro lado me sentí medianamente feliz, pues luego debíamos regresar por el mismo lugar. 
Caminamos por entre los rocas, seguimos subiendo hasta... llegar a nuestro destino: desde un pequeño altozano, una gran roca, pudimos observar la hermosa laguna de aguas turquesa, más unos cuantos saltos de agua entre sus altas paredes, que encerraban su hoya hidrográfica. Además de fotografiarnos de espalda a nuestra proeza, logramos obtener imágenes de una familia de patos que se desplazaban por el agua. A esa hora, las 13 en punto, llovía y llovía con mucho viento. Habíamos demorado dos horas en recorrer subiendo los 2,250 kms.
   Más de alguien puede preguntarse por qué algunos pagan para participar en este tipo de travesías, que más parecen verdaderos sacrificios. La respuesta es simple : por la belleza de los lugares y por el desafío que supone lograr llegar a estos sitios.  
  Regresamos a salvo. Una vez atravesamos el cauce de agua, ya lo otro era lo de menos. Claro que debíamos tener cuidado, pues la mayor parte era de bajada . ¡Desafío logrado!, me dije feliz, luego de que terminó el descenso, a las 13,20 hras. Ahora merecíamos un premio: ¡el almuerzo! 
Iniciamos camino de regreso, hasta llegar a Puerto Cisnes, donde nos detuvimos e ingresamos al Restaurante "La Panchita".
 Allí inmediatamente yo me cambié, feliz, la ropa mojada: pantalón, calcetas y zapatillas. Cuando lo hice, no podía creer lo que veía: mis bellas piernas (premiadas en más de una ocasión, jajaja) estaban manchas de color negro en algunos sectores. ¡Diablos, qué me ha pasado!, pensé. Cuando capté lo que había sucedido me dio mucha risa. El jeans era de color negro y esa ocasión era su primera lavada. ¡Se había desteñido, jajaja!
  El almuerzo estuvo exquisito. Para superar el frío que comenzó a invadirnos, nos servimos un exquisito vino tinto, a excepción del chofer-guía, quien debió conformarse con agua con limón. El menú: merluza frita con ensalada, más postre o café. ¡Delicioso!
   Ya después, sin apuros, iniciamos el regreso, deteniéndonos en algunos lugares, toda vez que ahora ya no llovía: fuimos a una Feria Artesanal de Puerto Cisnes, además de recorrer brevemente su Costanera, nos detuvimos en Villa Amengual, también en una Pasarela Colgante sobre el Río Mañihuales, para llegar de regreso a Coyhaique a las 20 horas. 

   Fue un lindo día de paseo. Nos despedimos contentos y satisfechos, con la certeza de encontrarnos con algunos en el día de mañana. ¡Ya les contaré lo que suceda!
  Nota al cierre:
  Fue una dolorosa tarea desmanchar mis extremidades, jajaja. Faltó poco para escobillarlas con klenzo, jaja.
   Nos vemos mañana. Buenas noches.


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