sábado, 7 de enero de 2017

Sevilla, ¡una maravilla...!

   Realmente fue así. Una ciudad en la que no se puede estar apenas cuatro días, que fue lo que le asignamos antes de volver a "Madriz" (no teníamos más tiempo). ¡Tiene tantos puntos de interés que falta tiempo para dedicarse a ello! Sin embargo, los días estaban contados y había que asumir aquello.
  La Casona de San Andrés nos recibió con las puertas abiertas. Ubicada absolutamente central: un par de cuadras y ya estábamos en el centro más comercial de Sevilla. ¡Nos encantó este hotel! Una amabilidad fuera de serie del encargado, Jesús, que resultó ser un hermano de la gran nación latinoamericana (era ecuatoriano y me imagino que seguirá siéndolo, jajaja). Suite en primer piso, con ventana a la calle, una Plaza, la verdad. Nos separaban de este lugar de encuentro, las ventanas, cortinas y postigos.
   Esto del uso de postigos es otra muestra de conservadurismo español en el ámbito de lo arquitectónico, lo que es absolutamente lógico, pero además de mantener los edificios hasta en los mínimos detalles, tiene la ventaja de impedir el ingreso de la luz exterior. Eso me pareció una costumbre formidable. A muchos nos cuenta dormir con mucha luz y mientras más oscura esté la habitación mejor es el descanso nocturno. En todos los lugares que estuvimos o había postigos o cortinas tipo blackout, absolutamente herméticas a la hora de impedir el ingreso de la luz. Incluso hay edificios que tienen persianas metálicas externas en cada ventana. Claro que aquello también tiene una pequeña desventaja: te puedes pasar de largo durmiendo, lo que es lamentable si tienes un programa de visitas pensado. En fin...
   Una vez que estuvimos instaladas salimos a recorrer las cercanías, a almorzar y, posteriormente, a buscar la estación de autobuses. Habíamos intentado comprar nuestros pasajes al llegar, pero allí no vendían para regresar a Madrid (¡cueck!). No fue difícil llegar a nuestro destino y no estaba tan lejos como en Granada. Cuando salimos de allí, descubrimos ...¡el Guadalquivir! 
Yo no acostumbro a averiguar muchos detalles del lugar que voy a visitar, prefiero la sorpresa, así que no tenía clara conciencia que este río, conocido a través de los versos de García Lorca y de otros textos, estaba específicamente en Sevilla. Una vez a orillas del río, en lo que nosotros llamaríamos "Costanera", no pude resistirme a recorrerla, toda vez que desde donde estábamos alcanzaba a divisar 3 puentes, todos distintos. 
   Recorrí las orillas del Guadalquivir en medio de la tranquilidad del lugar (eran kilómetros de Costanera) y casi en soledad (mis compañeras regresaron a nuestro alojamiento). El silencio de la tarde era roto a ratos por los gritos de los bogadores, que practicaban en forma numerosa en el cauce fluvial, mientras algunos corredores anónimos hacían footing por la Costanera.  
Caminé, caminé...caminé. Llegué a un segundo puente y decidí cruzarlo para visitar lo que había al otro lado. Había divisado algunos construcciones que sobresalían y la curiosidad hizo presa de mí. ¡Y tenía toda la razón! Allá estaba la Isla Mágica, el Monasterio de la Cartuja y numerosas construcciones, entre ellas, un gran cohete espacial, que, al día siguiente, cuando  nos incorporamos a un tour-bus, nos enteramos que había sido parte de las dependencias que habían constituido la Feria Internacional de Sevilla de 1992, que se enmarcó en el tema de la tecnología. Caminé por la isla. 
Es necesario aclarar que el Monasterio de la Cartuja, si bien está en la isla del mismo nombre, data de los siglos XIV y XV y que ha tenido, en sus siglos de existencia, visitantes y residentes ilustres, como Cristóbal Colón, e incluso, por un tiempo, sus restos mortales estuvieron allí. No nos alcanzó el tiempo para visitarlo, pero logramos ver parte de sus instalaciones y de sus chimeneas, en este recorrido y en el que al día siguiente hicimos en el bus turístico. 
 Esa primera tarde en Sevilla regresé a casa sin problemas. 
No me extravié en absoluto (¡por suerte!), lo que sí ocurrió al día siguiente en la tarde, cuando por las mías fui a conocer la Catedral de Sevilla, la Giralda


el Palacio Real (o Real Alcázar), al que ingresé maravillándome de la riqueza de la construcción, de la influencia morisca, de sus jardines y fuentes, además de los hermosos pavos reales que deambulaban en el lugar. 


    Decía que al día siguiente me perdí (nada del otro mundo, eso sí, pues estaba en el sector céntrico igualmente). Estuve algo de más de dos horas recorriendo esas maravillas sevillanas y debía regresar donde mis compañeras para retomar el tour al atardecer, correspondiente a la Ruta Romántica (jajaja) y entre calles angostas, pasajes y curvas, no logré encontrar la salida a la Avda. Alfonso XII. 
 Acá en Chile, los Carabineros nos salvan en estas situaciones (y en muchas otras más). Allá también y son bien amables, pero no siempre se encuentran, además que como visten de azul oscuro no son tan visibles como nuestro policías. Al fin encontré un par que me dio las indicaciones. ¡Bien!, me dije (ya llevaba media hora deambulando).
Caminadas unas cuadras según sus indicaciones, me encontré con otros policías, quienes me dieron indicaciones contrarias. ¡Chanfles!, me dije, a esa hora casi desesperada. 

Ya eran más de las 18 horas y había oscurecido. Claro que eso también tenía su ventaja : las calles estaban adornadas con muchos motivos navideños luminosos, cada una con motivos distintos (como en todas las ciudades españolas visitadas) y podría reconocer a la distancia el adorno de la avenida que buscaba como referencia. De acuerdo a las indicaciones de los últimos policías, debí reandar lo andado y ...¡eureka!, al final llegué al hito buscado.
Y, así como ocurre con esos descubrimientos por azar, en mi caminata me encontré con la monumental construcción del Parasol, que es un Mirador gigantesco en medio de la ciudad, en forma de setas o champiñones ("callampas" en buen chileno, jajaja). A otros policías, que realizaban su función en cabalgaduras, me vi obligada a preguntarles si debía ir a izquierda o derecha. Lo siento mucho si a algunos no les gusta, pero me enviaron a la izquierda (jajaja) y...¡al fin!... encontré la entrada al "barrio" en que pernoctábamos.
   Imagínense cómo llegué después de la aventura: más transpirada que torero después de la lidia... Directo a la ducha y al descanso. Una de mis compañeras había estado en brazos de Morfeo toda la tarde, de manera que no entorpecí ningún plan con mi atraso. Me alegré por ello. 
     A día siguiente, luego de nuestras abluciones matinales y demases (jajaja), ya ingerido el correspondiente desayuno, partimos en nuestro segundo día de tour-bus. Habíamos decidido poner nuestra atención en dos lugares específicos: la Plaza de Toros y el Plaza España.  
 La Plaza de Toros de la Real Maestranza nos esperaba con sus puertas abiertas.
 Compramos las correspondientes entradas y nos incorporamos a una visita guiada, que en sus primera parte contemplaba la visita de salas de Museo para llegar finalmente a la arena. Vimos hermosos trajes de toreros famosos que habían lidiado en la arena de esta plaza.
 Allí nos informamos de que el traje de un Torero afamado cuesta millones de pesos, pues contempla hilos de oro en su ornamentación. Nos hablaron de hasta 30 mil euros, equivalente a $21.600.000. ¡Una ganga!

   Cuando nos adentramos a la arena propiamente tal, la emoción me invadió y aunque estaba vacío, no deja de impresionar. Debe ser infartante ser parte del público de un espectáculo taurino. Imposible tener la oportunidad en nuestro viaje, pues el programa de actividades es desde Abril a Octubre.
 Tal vez, en el futuro tenga la oportunidad de viajar en entre esas fechas y poder ser testigo de un evento de esta naturaleza (¡no estoy ni ahí con los detractores!). La fuerza y pasión, el riesgo, la emoción, la habilidad, la lucha entre la vida y la muerte son fortísimos imanes para muchos (yo, entre ellos). Personalmente comprobamos en unas protecciones de madera ubicadas a orillas del ruedo la huella de las cornamentas de los toros, seguramente en su afán de perseguir y atacar al torero y sus ayudantes. Sin duda, prefiero estar en el público (jajaja). 
    El Pabellón de España ubicado en la Plaza de la misma denominación, construido con motivo de la Exposición Iberoamericana del año 1929 es sencillamente ...¡¡espectacular y soberbio!! (estos españoles les gusta hace las cosas a lo grande; bueno, eso de haber sido parte de un imperio en el que no se ponía el sol debe influir su poco, digo yo, jajaja). Una construcción semicircular maravillosa con dos torres en los extremos, una gran fuente en el centro y un canal de agua navegable rodeando en semicírculo la construcción con puentes cóncavos, con balaustradas de azulejos. ¡Uff! Es para no terminar de extasiarse de la belleza y grandiosidad.  

    Esa tarde, mientras esperábamos iniciar la Ruta Romántica, fui a incursionar en la Torre del Oro, Museo Naval en la actualidad, pero que en sus orígenes, siglo XIII, 
era la construcción que ayudaba en la defensa de la ciudad (formaba parte de las murallas de ella) toda vez que se ubica a los márgenes del Guadalquivir. Entre sus particularidades están el hecho de su color dorado y la base dodecagonal que la caracteriza. Tiene una altura de 36 metros, la mayoría de los cuales subí por sus estrechas y empinadas escaleras.
Desde la altura, uno puede contemplar la ciudad, destacando el Guadalquivir y sus márgenes, la Catedral y la Giralda. La Torre del Oro ha sido restaurada en numerosas ocasiones, ostentando en el presente el título de Monumento Histórico Nacional.  



 Llegó el último día. Para él, teníamos preparados dos panoramas: llegar hasta el Metropol Parasol y asistir a una función de Flamenco, además de comprar los últimos recuerdos de la ciudad, y, por supuesto, ¡¡comer!!
(jajaja). Nuestro plan se cumplió a cabalidad. Nos subimos al Parasol por un módico valor de 3 euros y pudimos observar y fotografiar la ciudad desde 26 metros de altura. Desde la distancia vimos las numerosas cúpulas de las no menos abundantes construcciones religiosas (¡qué religiosos estos españoles, realmente impresionante!). 

Disfrutamos de las vistas, fotografiamos a destajo, unas cuantas selfies y perfomance ad hoc, más la degustación de una bebida, vino en nuestro caso,  para aminorar el frío de las alturas (jajaja, cualquier excusa es buena). Lugar digno de verse, que estaba apenas a dos cuadras del hotel. 

 La noche de Flamenco estuvo fuera de serie. Esta vez fue en un tablado, a tres cuadras del 5 estrellas. Una sala pequeña con sillas de felpa roja. Los bailaores, un hombre y una mujer, más el cantaor y el tocaor (jajaja) realmente fantásticos. Si los gitanos de Granada fueron buenos, éstos le dieron chirlo y medio a los otros. Ni en sueños podríamos ejecutar los pasos y movimientos de ellos. ¡Uff, terminamos agotadas de tratar de seguir el ritmo de sus pies! ¡Contentas de haber ido!


 Debo agregar que, aunque nos faltó detenernos y
observar con mayor atención algunos lugares emblemáticos, también conocimos otros aparte de los mencionados, aunque no con tanto detalle.

 Entre ellos están, el Barrio de Triana, ubicado en la Isla Cartuja, lugar tradicional, cuyo nombre deriva de Trajano, uno de los tres Emperadores Romanos de origen Sevillano (junto con Adriano y Teodosio). También conocimos la Torre de don Fadrique, el Costurero de la Reina (cualquiera quisiera ir a coser allá, jajaja), el Parque María Luisa, el Palacio de San Telmo (con estatuas de personalidades en la cornisa de uno de sus laterales), el Puente Isabel II, también llamado Puente Triana, las Murallas de Sevilla, el Puente de Santiago Calatrava (una maravilla de la arquitectura contemporánea y de la física), el Puente de la Barqueta, las Columnas de Hércules, el Estadio del Betis, Pabellones de varios países latinoamericanos que datan de la Exposición de 1929, preciosas construcciones, aunque no vimos (tampoco nos quedó tiempo para buscarlo) el Pabellón de Chile.
 La Torre Cajasol nos llamó la atención (imposible que pudiera pasar inadvertida), aunque la sentimos muy discordante con el entorno. Sin embargo, se constituye en la construcción más alta de Sevilla. 
   Sevilla es exigente para el visitante. Hay tanto que ver que resulta difícil organizarse, sobre todo si el tiempo es limitado. Es una ciudad que no puede soslayarse si uno quiere captar el alma andaluza y la historia española, desde que fue parte de la Provincia de Hispania, en tiempos romanos, pasando por las diferentes invasiones (en especial la de los árabes, de cuyo paso y estadía hay huellas en cada construcción antigua), hasta llegar a la Modernidad. También, y no puede ser de otra manera, se observa claramente los valores espirituales de sus reyes y súbditos que gobernaron este gran imperio del que somos en algo herederos. 

 "¡El que fue a Sevilla perdió su silla!" era una expresión que usábamos sin saber su origen cuando niños, aunque la historia señala que la versión correcta es "Quien se fue de Sevilla...". Nosotras fuimos a Sevilla y a pesar de que no hemos perdido nada material, sí hemos perdido algo de la capacidad de impresionarnos ante tanta maravilla,...al menos, temporalmente ...(jajaja). Cuando vayamos a Asia o África, seguro que...la recuperamos con creces...
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario