sábado, 30 de agosto de 2014

¿Son responsables o culpables los Hijos de los "pecados" o acciones de sus Padres?

       ¿Deben "pagar" por ellos o en lugar de ellos? 

      Es la pregunta que me surge al iniciar la lectura de la novela La Biblia de  barro de Julia Navarro ( ¡oh!, me salió verso, jajaja) ¿Qué habrá de verdad en esa expresión de que los hijos suelen repetir los errores de los padres ... o madres?  ¿Hay un  dios o dioses locos,  como decía Borges, que se entretienen con nosotros los humanos y nos manejan a su antojo como simples marionetas que sirven de entretención o de experimento?  ¿Existe el sino, hado o destino o cómo quiera llamársele? ¿Tendrían razón los griegos, quienes,  a través de sus obras,  nos muestran el peso inexorable e indesmentible que tienen sobre la vida de cada ser humano ciertas fuerzas superiores a uno?  ¿Será verdad,  como dice Jean  Paul Sartre,  que " la suerte está echada" y que nada podemos hacer a pesar de todos los pataleos que logremos dar?  ¿O simplemente somos resultado del azar, de la sin razón, de la casualidad cósmica, como leí en una novela de ciencia ficción hace muuuuchos añosssss? 

   Después de todas estas interrogantes, que no pasan de ser retóricas, cabe tomar una posición, "casarse" con una de las alternativas ya planteadas o con una por plantear. 
    Ejem....

     Lo que es seguro,  es que seamos seres con libre albedrío o no, sin duda, TODAS nuestras acciones,  ya sean por libre voluntad personal o producto  de  las circunstancias (de nuevo Ortega y Gasset me hace un guiño), ora corroborando una decisión,  ora omitiendo la realización de algo, tiene peso en lo que  nos sucede a cada uno y todos  lo que nos rodean. Y aquí me viene a la memoria el cuento de Cortázar "El ruido del trueno", en el cual un "pequeño paso en falso" en el pasado  del personaje, cambia el futuro de la sociedad entera. Es decir, nada es inocuo, ni la mínima palabra, ni el más leve gesto, en tanto somos conscientes de nuestro ser individual y social ( ¡uyy, qué profundidad, Principessa!) 
    No sé si resulta más fácil  culpar  o responsabilizar a fuerzas externas (Dios, dioses, Sino o Destino, Azar o Extraterrestres incluso)  u optar (de acuerdo a creencias heredadas, adquiridas en el transcurso de la vida o asumidas conscientemente como verdaderas)  por el libre albedrío personal -no otorgado por el Dios de los creyentes-  sino  el personal. Si yo, en poder de todas mis facultades, he cometido errores, faltas, delitos inclusive, TODO AQUELLO habrá afectado y afectará indefectiblemente a quienes me rodean, a quienes quiero y he querido, a cada una de las personas que han formado parte, aunque sea en una mínima porción, de mi existencia. 
    Entonces, está claro, que debemos actuar en plena conciencia, despiertos y atentos a lo que haremos o dejaremos de hacer, para que nuestro quehacer-humano-en-el-mundo-desde-que-somos-conscientes-hasta-el-final-de-nuestros-días NO afecte, para mal, a quienes amamos o estimamos. Si lo que hacemos va en beneficio del otro, bienvenido sea (eso no hay ni qué dudarlo). Tu conciencia te lo agradecerá o tendrás un premio en la otra vida (si ésta existe).   

    Pero...¿cómo saber si lo que estoy haciendo está bien?

     Tal vez, ponerte en el lugar del  otro sea una de las claves, conversarlo y  analizarlo con otra (s) persona(s) también  es esclarecedor. Lo importante es no dejarse  llevar por la irreflexión si hay  tiempo suficiente para meditar y reflexionar.  Ahora, si actuar es perentorio y urgente, hay que hacerlo y,  en aquellos casos, tu tabla de valores debe ser la guía. Si te equivocas, el yerro no tendrá el mismo peso que en las situaciones anteriores. Lo premeditado es un agravante. Pero así y todo, la delgada línea roja entre el bien y el mal, entre lo correcto e incorrecto, entre la honestidad y la sinvergüenzura, es visible, aunque tengamos problemas visuales.

   
     Luego de estas disquisiciones, volvamos al origen de este cuestionamiento. ¿Son responsables los hijos de las acciones de sus progenitores?   Indudablemente que no, pero, en el devenir de la historia general y particular, las consecuencias suelen tener larga data y, cual efecto-dominó, afecta hasta al último de la serie.  Lo triste y lamentable es que la sabiduría no crece a la par de nuestro cuerpo y, sólo cuando ya has recorrido gran parte de tu camino, después de numerosos errores y, tal vez horrores, recién empezamos a ser aprendices de sabios y, quizás, ya es demasiado tarde para enmiendas . 

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