He quedado como un "chinche" como decía mi padre, luego de haber almorzado los frutos de mi parrillada de carnes y verduras. Ésta es la única manera de celebrar las Fiestas Patrias en esta modernidad pandémica. Cero familia, cero amigos, cero viaje y salidas. Sólo al interior del hogar y cada cual se las debe arreglar de la mejor manera y como puede. Mi familia está lejos. El integrante más cercano, en Curepto; los demás en Arica, Coronel, Valdivia, La Unión y Puerto Montt. También en Cañete, pero aquél es como la nada misma. Así que cero posibilidad, porque todos estamos en regiones distintas.
Los Dieciochos infantiles y los posteriores sí que eran espectaculares. Cuando niños, el 18 comenzaba a prepararse los primeros días de septiembre, cuando en casa se iniciaba la elaboración de las hojarascas para los alfajores. Allí teníamos participación de ayudantes: cuando muy niños, estábamos encargados de "pinchar" las hojarascas antes de que mi madre las llevara al horno. Posteriormente "ayudábamos" a rellenar, ya sea con manjar o chancaca (habitualmente lo hacíamos a la par que comíamos lo que podíamos). Ya más crecidos (yo no mucho, jajaja), seguíamos en calidad de asistentes pero la función era de mayor complejidad: estirar masa, cortar hojarascas, colaborar en la cocción. También, en la etapa del relleno, nos aprovechábamos de pagarnos en especies. Ya habíamos adquirido la noción del valor del trabajo obrero infantil, jajaja. Las festividades Patrias cuando infantes también eran ocasión para hacer funcionar la fábrica de galletas, de quácker, chuño, maicena, etc. En ese producto también colaborábamos en todo el proceso. Todo esto estaba bajo la dirección de mi madre.
Mi padre, por su lado, estaba a cargo de lo salado y lo líquido. Encargar el correspondiente cordero y comprarlo, claro está. Esto lo hacía "religiosamente" y con antelación, de manera que era habitual que la semana anterior a las fiestas la familia había aumentado y había un invitado pernoctando en el patio y bien amarrado con su lazo, para evitar que el lobo se lo lleve. También debía encargarse de la(s) chuica de vino y/o chicha, además de las compras de papas y ensaladas. No se trata que él comprara esto último, pero debía abrir su billetera para que mi madre lo hiciera.
Llegada la fecha, 17 septiembre, se comenzaba con el sacrificio ritual del ovino invitado y el consiguiente ñachi. Es decir, la ingesta de la sangre coagulada de la víctima (jajaja), bien aliñada acompañada con pan y un vasito de vino blanco. Como eso no duraba mucho, después se seguía con el carneo del animal (perdón, de la ofrenda ritual) y el despiece. En tanto, mi madre, con nuestra ayuda, comenzaba a preparar el "chau chau", guiso estofado con algunas vísceras del pobre animal, con las correspondientes papas cocidas y ensalada. A ello se agregaban las empanadas fritas, totalmente caseras. Aquello constituía el almuerzo.
El gran asado gran era el mismo día 18, día en el cual el comedor se trasladaba al patio alrededor del fogón que se preparaba para poner los costillares del cordero en un asador. Esta tarea iniciada por mi padre y en la cual solían colaborar mis hermanos cuando ya estaban más grandes, era seguida casi en su totalidad por la familia. Las mujeres nos ocupábamos de disponer ensaladas y las papas cocidas, además de poner la mesa y preparar el pebre. El pan tampoco podía faltar y, para no aburrirnos ni morirnos de sed, iniciábamos los brindis en homenaje a los Padres de la Patria, jajaja, unos con bebida, otros con vino o chicha, dependiendo de la edad.
Cuando niños, a la celebración familiar se le unía la concurrencia a ver los juegos populares organizados por la Municipalidad y más de alguna visita a las "ramadas" o fondas dieciocheras. Allí no se consumía nada, a excepción de algún algodón dulce o mote con huesillos, para los más golosos.
Hoy, año 2020, he tratado de rendir honor a mis antepasados y descendientes ausentes, ya sea temporal o definitivamente. Los he tenido presentes en mi memoria y en mi corazón. He brindado por ellos y los he añorado. Todo estaba delicioso, pero no es lo mismo y aquello se nota. Así que, a no mediar otra pandemia o desastre, habrá que retomar los ritos familiares mientras nos dure la cuerda. ¡Salud!
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