Hay hilos invisibles e imperceptibles que atan, que retienen, que sostienen y que también pueden hacer un profundo daño. Son los hilos del amor, de la responsabilidad, de la solidaridad, de la dependencia y sojuzgación, establecidos entre las personas individuales. Al mismo tiempo, hay unos hilos, potentes y casi insalvables: los del poder y de todo lo que conlleva. Son verdaderos tejidos con tramas y colores diversos, que pueden alimentar, pero también someter.
Hay otros, que forman una red protectora y nutritiva, que no suele llegar a todos, pero a los que envuelve, los alimenta, a través de la esperanza y de las buenas acciones. Son hilos también poderosos, en este caso para hacer el bien. ¡Ay de los que ningún hilo invisible los une a nada y están perdidos de todo contacto como un astronauta en el espacio, lejos de sus raíces y de su destino, flotando en el vacío existencial! ¡Pobres de ellos!
Ésos son los hilos que no vemos, pero que sabemos que existen. No son los únicos. También hay otros, los concretos y reales, los sólidos y consistentes, con los que las manos femeninas principalmente, crean maravillas. Son los hilos con que bordamos, tejemos, cosemos, trenzamos, anudamos y envolvemos.
La literatura nos da rendida cuenta de ellos. Aracné fue una verdadera artista, tan orgullosa de su habilidad que llegó a desafiar a Atenea. ¡La soberbia le costó cara! Penélope también usó de ellos. ¡Astuta Penélope! Fueron su herramienta para vencer al tiempo y a los pretendientes, dejando paso al amor y a la fidelidad.
En todas las épocas los hilos han estado presentes. A veces, para crear; en otras, transformados en ardid; no hace tanto -apenas unos siglos-, fueron el adorno obligatorio para una dama perfecta y adecuada, que además de ser una experta bordadora, debía ocupar sus manos con las teclas del piano, todo, para responder a la mujer ideal y casadera. En la dimensión del mundo de las hadas y de las princesas, las ruecas y los husos participaban de su aprendizaje, aunque más de un dedo pinchado cobró alguna Bella víctima por años.
A comienzos del siglo XX, los hilos se unieron a las telas en manos de las obreras de las fábricas. Sus objetivos no decían relación con la belleza ni la búsqueda de un esposo. Su razón de ser era más básico y sustancial: la sobrevivencia personal y de la familia. El tiempo entre costuras, la cabeza gacha, a la débil luz de las velas, se transformó en un postura cotidiana de lucha.
En estos tiempos de pandemia, los hilos y las telas han recuperado protagonismo en manos de mujeres de distinta edad y extracción. Mascarillas, ropa infantil, manteles, tapetes, laboriosa artesanía ha surgido de las nuevas obreras y artistas de hoy, cubriendo necesidades de alimento para el cuerpo y el alma, del propio hogar o de otros miembros de la familia, queridos y añorados.
El tiempo pasa más rápido bordando, tejiendo o cosiendo; la creatividad echa a volar sus alas; el estómago se alimenta si se requiere. Una pléyade de Aracnés me rodea: mi hermana Gladys, mi cuñada Sibella, mi sobrina Jenni, mis amigas Ana María y Anita, y seguro unas cuantas más que desconozco. Yo, trato de seguirles el paso de vez en cuando, aunque juego más con los hilos de las ideas, que voy tratando de unir con armonía y sencillez. Surgen, a veces inesperada y enérgicamente, otras, con la calma de una música en sordina. Algunos hilos de estas ideas fructifican y se desarrollan orgullosos, otros, se discontinúan como un almíbar mal logrado.
Cuando niños tejíamos "sillitas" entre nuestros dedos, ensayando en la naturaleza el trabajo futuro. Eran nuestros hilos, los tallos de una planta silvestre, inexistente en nuestro mundo cotidiano. Después, la planta derivó en hilo de algodón creando figuras entre nuestras manos. En estos días tenemos la oportunidad valiosa de volver a juntar hilos, de vivir la alegría del tejido nacido de las propias manos, colorido, bello, ornamental o utilitario, pleno de cariño y de orgullo. Hilos de raigambre vegetal, hilos nacidos de la amistad y la familia, hilos neuronales. Cualquiera de ellos, ojalá todos, alimentan y dan sentido, sostienen y aportan a la cordura. Así que: allons-y. ¡Hasta pronto!
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