Hay un hecho histórico que da pie a la ficción: no se conoce el nombre de quien diseño y creó esta monumental obra, hace ya 1.950 años (se comenzó a construir el año 71 d.C, siglo I). Se sabe quién la encargó y la financió, el Emperador Vespasiano, de la gens o familia Flavia, pero no hay noticias del arquitecto creador.
La trama acoge este "olvido" (¿?) de la historia y le da sustento, lo que resulta altamente interesante. Según el argumento es un extranjero, un heleno o griego, Calícrates, quien diseñó el Coliseo, que, por el hecho de ser extranjero, por tanto No-Romano, casi cae en el pecado mortal conocido como "hybris" (soberbia y orgullo), al transformarse en el máximo responsable de una construcción tan señera, pero es castigado por aquello borrando toda constancia de su nombre en la creación y construcción de esta maravilla.
Mientras avanzaba en el relato no pude dejar de recordar el recorrido que hice por el Coliseo Romano en diciembre de 2018, cuando tuve el privilegio de verlo a la distancia, en pleno día y también al atardecer, recorrer sus cercanías, fotografiarlo e ingresar hasta sus dependencias, subir sus escalinatas como tantos patricios, pobres y esclavos lo hicieron desde el año 80 d.C. en adelante, mirar el arena desde las gradas, mientras caminaba como una turista más admirándome de la herencia romana, sintiéndome sobrecogida por la belleza y la monumentalidad de aquella obra humana.
También su lectura me llevó a recordar a otro escritor español, Ildefonso Falcones, que, en las novelas La Catedral del Mar y Los herederos de la tierra, nos transmite y da cuenta de la construcción de las grandes Catedrales cristianas medievales, productos de la fe y del esfuerzo colectivo, "materiales" que, junto a la piedra y la argamasa, mantuvieron por siglos en pie estos íconos de la espiritualidad europea -o lo siguen haciendo-, yendo mucho más allá de un mero edificio producto del trabajo humano.
Con Calícrates y los otros personajes volví a recorrer las calles de la antigua y soberbia Roma del siglo I, siendo testigo desde fuera de los esfuerzos que sus dirigentes, muchos amados, otros odiados por sus dirigidos, hicieron para dejar una huella en la historia en la ciudad más grande e importante de "todo el mundo conocido", huellas que es posible observar aún, a pesar de los efectos del tiempo y de los hombres.
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