Sigüenza fue el destino que elegí para hoy. Ciudad de 4.500 habitantes, ubicada a 74 kms. de Guadalajara. Sabía de ella que pertenecía a la categoría de "pueblos medievales", al igual que Ávila y Toledo, que visitamos con mi hermana a fines del 2016, en nuestra primera aventura por estos lares. Después de haber obtenido características específicas de Sigüenza y visto algunas imágenes, me convencí que debía contemplarla en mi itinerario. ¡Fue una decisión absolutamente acertada!...Les cuento...
Madrugué para viajar. Caminé los chorrocientos metros hasta la Estación de Ferrocarriles de Guadalajara y compré los boletos de ida y vuelta. Ida: 8,26; regreso, a ver, a ver..."¿Hay mucho que ver en Sigüenza?", le pregunté al funcionario que me estaba vendiendo el "billete". "No lo sé, no he ido nunca", me contestó (¡plop!). Me arriesgué: elegí las 16,30 para regresar, a riesgo de equivocarme. Si me sobraba mucho tiempo, podría intentar cambiar el billete y volver antes. Ahí vería. Lo que no quería es que me faltara.
El tren llegó con 4 minutos de atraso, ¡escandaloso! (jajaja). Se fue como "flecha" (¡se me cayó el carnet!), deteniéndose sólo en dos estaciones. La verdad iba veloz, por eso a los 45 minutos ya estaba bajándome, después de haber disfrutado de un paisaje mayoritariamente llano, con pequeñas colinas, con diferentes colores de verdes, con cursos de agua en los alrededores de la línea férrea, discurriendo rápido en algunos tramos, como en abierta competencia con el tren. Varias construcciones típicas de las zonas rurales aparecían de vez en cuando (casas de tejado café y paredes blancas). Un par de pequeños túneles casi al llegar, producto de un relieve rocoso, aumento de la niebla, que auguraba mucho frío. La noche anterior, al revisar el pronóstico climático, me encontré que en Sigüenza habría una mínima de 1 grado (¡brrr!).
En la pequeña estación "seguntina"(gentilicio) no había nadie a quien hacerle consultas. "¡Chanfles!", me dije para mí, "¡no empezamos muy bien!", pero a poco andar, al salir del edificio, debí tragarme mis pensamientos. Me encontré con una funcionaria de Correos (le vi el logo del uniforme) a la que consulté cómo llegar al "centro" (típico que uno es lo primero que pregunta cuando llega a una ciudad desconocida). Me dio una charla de 5 minutos a todo frío (jajaja), hablándome de travesañas alta y baja, catedral, plaza, más varios lugares y edificios dignos de visitar. Casi mareada con tanta información (son buenos para hablar estos españoles, trata de hacerlos callar y llevarás las de perder, jajaja), ni siquiera intenté que me explicara qué debía entender por "travesaña" (jajaja).
Caminé dos cuadras y me encontré con un Paseo-Alameda y al final de él, a lo lejos, se veían unos edificios religiosos antiguos. "¡Tate!", me dije, "por aquí me lanzo". Pero, a lo Juan Segura, aproveché de preguntarle a un trabajador del parque, el que corroboró mi intuición y conclusión. A poco andar, me encontré con una fuente muy sui géneris, con pequeños arcos y llena de musgo. ¡Bonita! La reconocí fácilmente por una foto que había visto la noche anterior.
Caminando unas cuadras más, hacia arriba, me adentré en el Barrio San Roque, sector tradicional y antiguo (siglo XVIII), que adquiere su nombre por una Ermita del sector que se llama así.
Casas típicas, cuyo material de construcción es el ladrillo y adobe, con balcones de fierro en forma continuada, de altura uniforme (2 ó 3 pisos), estilo neoclásico, ordenadas en cuadrícula. Al ver este sector, pensé (otra vez, mal pensada) que no le veía a la ciudad "la gracia" de Ávila y Toledo, con sus calles empedradas, irregulares, con subidas, bajadas y vueltas inesperadas. He dicho "mal pensada", porque aún no ingresaba al sector medieval, que estaba en la "travesaña alta" (jajaja, ahora entendía a mi primera guía), es decir, en la parte más elevada del casco histórico.
Cerca encontré la Oficina de Turismo, donde terminé de informarme, me "hice" de un plano urbano y de datos fundamentales. A unos pasos, la Catedral de Sigüenza, una maravilla constructiva, que, más tarde visité.
Seguí por la Plaza Mayor,, el Palacio del Ayuntamiento, los Soportales de las construcciones que rodean la plaza, todo digno de Guinness.
Una calle muy empinada me desafió a subirla. Aceptando el desafío, inicié la ruta. A medio camino, lado izquierdo, me sorprendió el Puerta del Sol. Hacía mucho frío, tanto que debí ponerme uno de mis gorros y los guantes chilotes. Me invité solita a cruzar la puerta (que había sido una de las 7 que existieron en las murallas que rodearon la ciudad en la edad media) y, ¡sorprise!, me encontré con una senda empedrada que rodeaba todo el casco histórico. ¡Obvio!, seguí la senda.
Durante la caminata fui circulando por la parte baja de las construcciones medievales. Al levantar la vista hacia la derecha, a unos 30 metros de altura, se veían las murallas del Castillo de los Obispos de Sigüenza y otros edificios. ¡Un privilegio de paseo! A la izquierda, las pequeñas colinas arboladas que rodean ese sector de la ciudad y el Paseo de la Ronda.
Siguiendo el camino, llegué hasta la parte posterior del Castillo y continué rodeándolo, para ver si podía ingresar a él. Está transformado en un Parador Turístico, lo que significa que puedes entrar si estás dispuesto a pernoctar en su interior. ¡Diablos! ¡Y yo que quería conocerlo! Sin embargo vislumbré un detalle. Había una puerta, que daba a un patio interior y estaba abierta. ¡Esta es la mía!, me dije. Había prohibición para el ingreso de vehículos, pero no para mí (jajaja). ¡Ingresé! Me encontré con un pozo (de los típicos de estas construcciones, con brocal y todo, como pozo de los deseos), un sector ajardinado, mientras se veía la parte posterior del comedor o café del Parador. Aproveché de registrar todas las imágenes posibles y escapé. Jajaja, digo esto porque sucede que allí, al lado del pozo, había una Cárcel subterránea antiguamente. No sé si tendrían a algún curioso encerrado (jajaja).
Después de esa aventura, caminé en bajada, siguiente el paseo. Fue entonces cuando me encontré con un pizarrón ofreciendo desayunos económicos (€2,50, equivalente a $ 2.400 nuestros). Aún tenía frío y necesitaba un baño. Ingresé. Lindo y sencillo local, bien atendido y con un desayuno delicioso. Eran las 11 horas.
Salí de allí, reconfortada. Seguí mi excursión, descubriendo más iglesias, otras puertas y arcos, paños de muralla, una Biblioteca-Torreón, la famosa Casa del Doncel , todo subiendo y bajando, caminando por adoquines y metiéndome en cuanto recoveco encontré. Finalmente, volví a la Plaza Mayor, pasé por la Puerta del Toril, a través de la cual di con el Paseo de la Ronda, que es un Mirador fantástico, mediante el cual se puede apreciar todo el contorno del casco antiguo.
Así que decidí ingresar a la Catedral, que, luego de haberla visto desde el Mirador, me parecía más imponente. A cambio de € 5,50, algo menos que la entrada general por ser de tercera edad (jiji), me dieron el comprobante y me pasaron una audioguía. Había bastante que ver, conocer, escuchar y admirar. Una construcción verdaderamente majestuosa, con unos pilares enormes sosteniendo el "techo" de las naves de la Catedral. Pinturas, capillas, retablos, el Coro, altares, tumbas con estatuas yacentes,
a excepción del Doncel de Sigüenza, Martín Vásquez de Arce (siglo XV), joven noble seguntino, que murió tempranamente, a los 25 años de edad, en la Guerra de Granada (contra los infieles). En su tumba, el Doncel permanece recostado, con los ojos semi abiertos, realizando la acción de leer un libro. La curiosa y diferente postura ha contribuido a su "fama" después de su muerte. Es un símbolo de Sigüenza.
Pasé por salas donde se exponen tapices confeccionados en Bruselas en el siglo XVII, verdaderos tesoros, que se exponen en unas salas con menos luz y que resultaron verdaderos congeladores para mí. Una vez que salí de ellas era tanto el frío que no fui capaz de ver nada más con dedicación y morosidad. Me fui rápidamente a ponerme al sol, que alumbraba con fuerza. Logré descongelarme antes de que la hipotermia fuera irreversible (jajaja). Eran las 14,30 horas.
No había ningún otro monumento abierto, así que tomé la decisión de premiarme, con tan buena suerte, que justo encontré un local con precio razonable para un almuerzo completo: € 10 ($ 9.000). ¡Fue un autorregalo exquisito y a elección! Lentejas con chorizo, ternera con ensalada, vino tinto, pan y postre de cuajada con miel. ¡No dejé nada! Ah, perdón, sí dejé algo: ¡vino! Tenía la botella llena, recién abierta, toda para mí, pero quise salir dignamente del restaurante. Sólo bebí dos tercios de copa, como corresponde a una dama.
Un par de vueltas más y a la Estación, para llegar a Guadalajara a las 17,30 horas. Ya mis patitas me dolían (hoy batí record: caminé 22, 5 kms.), así que, a pesar de estar de día, ya me quedaban pocas ganas y fuerzas para seguir "turisteando". Sólo me vi obligada a ir hasta el Terminal de Buses para averiguar en terreno el horario de viaje para mañana. Luego de comprar una botella de agua mineral que necesitaba con urgencia (donde una china carera), debí pasar a la oficina de turismo donde me facilitaron muy buena información (sigo destacando la amabilidad de la gente).
Mañana dejo Guadalajara, luego de haber conocido esta ciudad y Sigüenza, en un verdadero acierto. Ha sido un día cansador, pero fantástico. Cruzo los dedos para seguir así. ¡Hasta pronto!
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