viernes, 14 de febrero de 2020

Sigüenza Medieval...

   Sigüenza fue el destino que elegí  para hoy. Ciudad de 4.500 habitantes, ubicada a 74 kms. de Guadalajara.  Sabía  de ella que pertenecía  a la categoría de "pueblos medievales", al igual que Ávila  y Toledo, que visitamos con mi hermana a fines del 2016, en nuestra primera aventura por estos lares. Después  de haber obtenido características específicas de Sigüenza y visto algunas imágenes,  me convencí que debía contemplarla en mi itinerario.  ¡Fue una decisión absolutamente  acertada!...Les cuento...

 Madrugué para viajar.  Caminé  los chorrocientos metros hasta la Estación de Ferrocarriles de Guadalajara y compré  los boletos de ida y vuelta.  Ida: 8,26; regreso, a ver, a ver..."¿Hay mucho que ver en Sigüenza?", le pregunté al funcionario que me estaba  vendiendo el "billete". "No lo sé,  no he ido nunca", me contestó  (¡plop!). Me arriesgué: elegí  las 16,30 para regresar,  a riesgo de equivocarme. Si me sobraba mucho tiempo, podría  intentar cambiar el billete y volver antes. Ahí vería.  Lo que no quería  es que me faltara.  
 
El tren llegó  con 4 minutos de atraso,  ¡escandaloso! (jajaja). Se fue como "flecha" (¡se me cayó el carnet!), deteniéndose sólo  en dos estaciones.  La verdad iba  veloz, por eso a los 45 minutos ya estaba  bajándome, después de haber disfrutado de un paisaje mayoritariamente llano, con pequeñas colinas,  con diferentes colores de verdes, con cursos de agua en los alrededores de la línea férrea, discurriendo rápido  en  algunos tramos, como en abierta competencia con el tren. Varias construcciones típicas de las zonas rurales aparecían de vez en cuando (casas de tejado café y paredes blancas). Un par de pequeños túneles casi al llegar, producto de un  relieve rocoso, aumento de la niebla, que auguraba mucho frío.  La noche anterior, al revisar el pronóstico climático, me encontré que en Sigüenza habría una mínima de 1 grado (¡brrr!).
 
  En la pequeña estación  "seguntina"(gentilicio) no había  nadie a quien hacerle consultas.  "¡Chanfles!", me dije para mí,  "¡no empezamos muy bien!", pero a poco andar,  al salir del edificio, debí  tragarme mis pensamientos. Me encontré con una funcionaria de Correos (le vi el logo del uniforme) a la que consulté  cómo llegar al "centro" (típico que uno es lo primero  que pregunta cuando llega a una ciudad desconocida). Me dio una charla de 5 minutos a todo frío (jajaja), hablándome de travesañas alta y baja,  catedral,  plaza, más varios lugares y edificios dignos de visitar. Casi mareada con tanta información (son buenos para hablar estos españoles, trata de hacerlos callar y llevarás las de perder, jajaja), ni siquiera intenté  que me explicara qué  debía  entender por "travesaña" (jajaja). 

 Caminé dos cuadras y me encontré  con un Paseo-Alameda  y al final de él, a lo lejos, se veían  unos edificios religiosos antiguos. "¡Tate!", me dije, "por aquí me lanzo". Pero,  a lo Juan Segura, aproveché de preguntarle a un trabajador del parque, el que corroboró  mi intuición y conclusión.  A poco andar, me encontré con una fuente muy sui géneris, con pequeños arcos y llena de musgo. ¡Bonita! La reconocí fácilmente por una foto que había visto la noche anterior. 
 
 De allí,  a la Iglesia de los Huertos (monjas clarisas), que se divisaba a mi izquierda.  Más adelante, la Ermita de la Vera Cruz, ambas  enormes construcciones. La primera,  de estilo gótico,  data del siglo XVI; la segunda, data del siglo  XVI.  
   
    Caminando unas cuadras más,  hacia arriba, me adentré en el Barrio San Roque,  sector tradicional y antiguo (siglo XVIII), que adquiere su nombre por una Ermita del sector que se llama así. 
 Casas típicas, cuyo material de construcción es el ladrillo y adobe, con balcones de fierro en forma continuada,  de altura uniforme (2 ó 3 pisos), estilo neoclásico,  ordenadas en cuadrícula.  Al ver este sector,  pensé  (otra vez, mal pensada) que no le  veía a la ciudad "la gracia" de Ávila y Toledo, con  sus calles empedradas, irregulares,  con subidas, bajadas y vueltas inesperadas.  He dicho "mal pensada", porque aún no ingresaba al sector medieval,  que estaba en la "travesaña alta" (jajaja,  ahora entendía  a mi primera guía), es decir,  en la parte más elevada del casco histórico.  

 Cerca encontré  la Oficina de Turismo, donde terminé  de informarme, me "hice" de un plano urbano y de datos fundamentales. A unos pasos, la Catedral de Sigüenza, una maravilla constructiva, que, más tarde visité. 
   Seguí  por la Plaza Mayor,, el Palacio  del Ayuntamiento, los Soportales de las construcciones que rodean la plaza, todo digno de Guinness.  

   Una calle muy empinada me desafió  a subirla. Aceptando el desafío, inicié la ruta. A medio camino, lado izquierdo,  me sorprendió el Puerta del Sol. Hacía  mucho frío,  tanto que debí  ponerme uno de mis gorros y los guantes chilotes. Me invité  solita a cruzar la puerta (que había  sido una de las 7 que existieron en las murallas que rodearon la ciudad en la edad media) y, ¡sorprise!, me encontré  con una senda empedrada que rodeaba todo el casco histórico.  ¡Obvio!, seguí  la senda.
 Durante la caminata fui circulando por  la parte baja de las construcciones medievales. Al levantar la vista hacia la derecha,  a unos 30 metros de altura, se veían  las murallas del Castillo de los Obispos de Sigüenza y otros edificios.  ¡Un privilegio de paseo! A la izquierda, las pequeñas colinas arboladas que rodean ese sector de la ciudad y el Paseo de la Ronda

 Siguiendo el camino, llegué  hasta la parte posterior del Castillo y continué  rodeándolo, para ver si podía  ingresar a él.  Está  transformado en un Parador Turístico,  lo que significa que puedes entrar si estás dispuesto a pernoctar en su interior.  ¡Diablos! ¡Y yo que quería  conocerlo!   Sin embargo  vislumbré un detalle. Había  una puerta, que daba a un patio interior y  estaba abierta. ¡Esta es la mía!, me dije. Había  prohibición  para el ingreso de vehículos,  pero no para mí  (jajaja). ¡Ingresé! Me encontré  con un pozo (de los típicos de estas construcciones,  con brocal y todo, como pozo de los deseos), un sector ajardinado,  mientras se veía  la parte  posterior del comedor  o café del Parador.  Aproveché  de registrar todas las imágenes  posibles y escapé.  Jajaja, digo esto porque sucede que allí,  al lado del pozo, había  una Cárcel subterránea antiguamente.  No sé  si tendrían  a algún  curioso encerrado  (jajaja). 

 Después  de esa aventura, caminé  en bajada, siguiente el paseo. Fue entonces cuando me encontré  con un pizarrón ofreciendo  desayunos económicos  (€2,50, equivalente a $ 2.400 nuestros). Aún  tenía  frío  y necesitaba un baño. Ingresé.  Lindo y sencillo local, bien atendido y con un desayuno delicioso. Eran las 11 horas. 
 
 Salí  de allí,  reconfortada. Seguí  mi excursión, descubriendo más  iglesias, otras puertas y arcos,  paños de muralla, una Biblioteca-Torreón,  la famosa Casa del Doncel , todo subiendo y bajando, caminando por adoquines y metiéndome  en cuanto recoveco encontré.  Finalmente, volví  a la Plaza Mayor, pasé por la Puerta del Toril, a través  de la cual di con el Paseo de la Ronda, que es un Mirador  fantástico,  mediante el cual se puede apreciar todo el contorno del casco antiguo. 

 Terminado aquello aún no eran las 13 horas. 
Así  que decidí  ingresar a la Catedral, que, luego de haberla visto desde el Mirador, me parecía más imponente. A cambio de € 5,50, algo menos que la entrada general por ser de tercera edad  (jiji), me dieron  el comprobante y me pasaron una audioguía. Había  bastante que ver, conocer,  escuchar y admirar.  Una construcción  verdaderamente  majestuosa, con unos pilares enormes sosteniendo el "techo" de las naves de la Catedral. Pinturas, capillas, retablos, el Coro, altares, tumbas con estatuas yacentes,
   
a excepción  del Doncel de Sigüenza, Martín Vásquez de  Arce (siglo XV), joven noble seguntino, que murió  tempranamente, a los 25 años de edad, en la Guerra de Granada (contra los infieles). En su tumba, el Doncel permanece recostado,  con los ojos semi abiertos, realizando la acción de leer un libro. La curiosa y diferente postura ha contribuido a su "fama" después de su muerte. Es un símbolo  de Sigüenza.  
    Pasé  por salas donde se exponen  tapices confeccionados en Bruselas en el siglo XVII, verdaderos tesoros, que se exponen en unas salas con menos luz y que resultaron verdaderos congeladores para mí.  Una vez que salí  de ellas era tanto el frío  que no fui capaz de ver nada más  con dedicación  y morosidad.  Me fui rápidamente a  ponerme al sol, que alumbraba con fuerza. Logré  descongelarme antes de que la hipotermia fuera irreversible (jajaja). Eran las 14,30 horas.
 
 No había  ningún  otro monumento abierto, así  que tomé  la decisión  de premiarme, con tan buena suerte, que justo encontré un local con precio razonable para un almuerzo completo: € 10 ($ 9.000).  ¡Fue un autorregalo exquisito y a elección! Lentejas con chorizo, ternera con ensalada, vino tinto, pan y postre de cuajada con miel. ¡No dejé  nada! Ah, perdón,  sí  dejé  algo: ¡vino! Tenía  la botella llena, recién  abierta, toda para mí, pero quise salir dignamente  del restaurante. Sólo  bebí dos tercios de copa, como corresponde a una dama. 
   Un par de vueltas más  y a la Estación, para llegar a Guadalajara a las 17,30 horas. Ya mis patitas me dolían (hoy batí record: caminé 22, 5 kms.), así  que, a pesar de estar de día,  ya me quedaban pocas ganas  y fuerzas para seguir "turisteando". Sólo  me vi obligada a ir hasta el Terminal de Buses para averiguar en terreno el horario de viaje para mañana. Luego de comprar una botella de agua mineral que necesitaba con urgencia (donde una china carera), debí pasar a la oficina de turismo donde me facilitaron muy buena información (sigo destacando la amabilidad de la gente).
   Mañana dejo Guadalajara, luego de haber conocido  esta ciudad y Sigüenza, en un verdadero acierto. Ha sido un día  cansador, pero fantástico. Cruzo los dedos para seguir así.  ¡Hasta pronto!
   

No hay comentarios:

Publicar un comentario