La realidad es un pozo de aprendizaje, lo sé por experiencia pero no lo he querido asumir del todo. También sé que la mujer o el hombre proponen, pero el Ministerio de Transportes dispone. Lo he vivido en algunas ocasiones y aún no doy mi brazo a torcer. Siempre he sido porfiada, desde chica...o niña, mejor dicho.
Sucede que una cosa es marcar en el mapa el itinerario elegido, de acuerdo a la cercanía geográfica de las ciudades, pero otra cosa es que las líneas de buses usen el criterio del camino más corto y que esas mismas empresas estén dispuestas a realizar los viajes de ciudad en ciudad como yo quiero. ¡Lástima!, pero así no funciona el mundo, ni aquí ni en la quebrada del ají (jajaja).
(En estos momentos estoy en un patio de comida de una Estación de Metro de Madrid escribiendo mis "desventuras", mientras llega la hora para embarcarme en el Bus que me llevará, por fin, a Cuenca. Por si acaso, estaré atenta a la hora, para no tener la desgracia de "perder mi" autobús).
Retrocedo...Con los datos que me entregó la señorita de la Of.de Turismo ayer tarde, hoy me fui caminando hasta la Estación de Autobuses de Guadalajara (bastante más cerca que la de trenes, ¡por suerte!).
Un paréntesis...
《En el trayecto pasé por lo que en el Plano de la ciudad se denomina la Plaza de los Caídos, que rinde homenaje a las víctimas de la Guerra Civil Española, pero por más que ayer y anteayer había mirado no había ninguna placa recordatoria. Lo único que había visto eran unos rectángulos blancos a ras de tierra, que parecían "asientos" pero podían simbolizar tumbas. No lo tuve claro hasta hoy, cuando vi la hilera de cipreses en todo un costado. Allí se iluminó mi ampolleta y me di cuenta que era ése el lugar que me había intrigado. ¿Por qué?, se preguntarán ustedes. Les cuento: mientras yo era estudiante universitaria (¡uh!), al leer varios escritores españoles, aprendí que a los "cipreses" se les asociaba con la muerte, de allí su presencia en los cementerios. La sinapsis se produjo en ese instante en que vi los árboles y reconocí ambos símbolos: los supuestos "asientos" y los cipreses...Cierre paréntesis...》
Ya en la estación, compré mi billete en la máquina correspondiente para cumplir con la primera etapa de mi viaje, a Madrid, pues no había nada directo a Cuenca (con esto de la tecnología, ya es difícil encontrar personal atendiendo las oficinas de los buses y trenes por acá y hay que aprender a operar estos artefactos o pedir ayuda a algún/a samaritano/a, los que no faltan). Luego, a esperar media hora, hacer fila, como también a ubicar personalmente el equipaje en el maletero. El trayecto fue muy rápido (35 minutos) y llegué hasta el terminal de buses que me indicaron (Avda. América). De allí, de acuerdo a la información, debía subirme al Metro e irme a otra estación del mismo, que también lo es de Autobuses. Conseguí ayuda para cargar mi tarjeta de metro (equivalente a la Bip, la que compré y guardé de mi viaje anterior; "el que guarda siempre tiene"), pero no pude corroborar si era "Plaza Elíptica" la correcta. Me fui hasta allá, donde llegué en 20 minutos. ¡A buscar los buses ahora! Me alegré muchísimo cuando, luego de caminar por pasillos varios y subir algunas escaleras mecánicas (¿o bajarlas?, ya no me acuerdo...) vi una fila para comprar billetes en una conocida línea española, Alsa, además de divisar una máquina que era operada con la ayuda de un funcionario. Mi sonrisa Pep desapareció cuando este caballero me dijo: "Dezde aquí no zale nada a Cuenca, debe ir a la Eztación Menéndez ..."(se me olvidó el otro nombre o apellido). ¡Nooooo! (&*%$#€£@). Luego de desahogarme brevemente, cargué nuevamente mi tarjetita mágica y retrocedí 4 estaciones.
¿Creen ustedes que era lo correcto?
¡¡Sííí!! ¡Uff, al fin!! No obstante, debí esperar 55 minutos, pero ya tenía mi billete en mano y nadie iba a impedir, esta vez, que llegue a destino.
La primera parte del trayecto de dos horas y media, la hice con la conciencia adormecida. Por suerte, me había tocado ventana, para no ponerme a dormir apoyada en el hombro de mi compañero de asiento. Habría sido vergonzoso. Así y todo, no dejé de sentirme abochornada, porque cada vez que despertaba me parecía haber estado con la boca abierta (jajaja, ¡cero glamour!), pero la modorra me superaba. Sólo al llegar a un Terminal grande, que asustada creí que era Cuenca, me despabilé. Se trataba de un pueblo llamado Tarancón. Me dio risa el nombre y por eso lo recordé. Faltaba aún una hora para llegar.
En el intertanto, mi compañero de viaje me abandonó, pasamos por las afueras de una Villa llamada Valparaíso y el paisaje mejoró considerablemente, abundando los terrenos cultivados o por cultivar, con terrenos llanos y con un cielo diáfano, casi veraniego. A las 14,30 llegué a puerto (había partido de Guadalajara a las 9).
En unos 10 minutos, merced a la valiosa ayuda de mi celular y google, llegué al hostal, siendo muy bien atendida por el encargado (los anteriores habían sido unas mujeres pesadas e indiferentes).
A las 15 horas, con plano en mano, ya me sentía hija ilustre de Cuenca. Seguí las indicaciones recibidas para visitar el casco histórico de Cuenca, con miradores, un puente de fierro en altura, edificios religiosos, con restos de murallas medievales y el curso del Río Huécar, rodeando un lateral del Cerro el Socorro, donde se ubica la Cuenca Medieval.
Caminar hasta el sector donde comienza el casco histórico de Cuenca (patrimonio histórico de la humanidad), me trajo a la memoria la ciudad de Granada, con las correspondientes diferencias que las hacen únicas, pero también con el curso de un río en el llano. El camino de subida es amigable, aunque al pleno sol de las 15,30 hrs. no resultó tan inocuo. Poco a poco fui teniendo una mejor panorámica de lo que se llama las Casas Colgadas, que son viviendas y edificios construidos sobre la roca misma y la muralla medieval, a centímetros del acantilado, cuya visión asombra por su belleza y ubicación.
La fundación de la ciudad de Cuenca data de fines del siglo VIII cuando los musulmanes dominaban este territorio, el que fue recuperado el año 1177 por el Rey Alfonso VIII.
Para acceder al sector antiguo de lo que fue la ciudad de Cuenca durante la edad media, se debe pasar por el Puente San Pablo, de fierro y madera, de 100 metros de longitud y una altura de 60. Según sea la cantidad de gente, la estructura oscila, lo que se nota mientras uno avanza por los tablones que componen el piso del puente, de ya 117 años de edad.
Todo el ingreso a la Ciudad Antigua va en ascenso. Pronto se llega a la Plaza Mayor, cuyo principal edificio es la Catedral de Sta. María y San Julián de Cuenca, con una portada realmente majestuosa, imponente, excepcional.
En su estructura se mezclan los estilos gótico, barroco y neogótico. Su construcción se dio inicio a fines del siglo XII, terminándose a mediados del siguiente. De ella sólo pude ver la fachada y la entrada, pues no se permitía el ingreso si no se pagaba un boleto. Tampoco tenía el tiempo suficiente.
Atrajeron mi atención unas esculturas de tamaño natural de los participantes en "La Última Cena".
En la continuación del recorrido, pisando sobre adoquines y pasando por murallas o subiendo escaleras de piedra, hay varios edificios eclesiásticos, las ruinas del Castillo árabe que se emplazó en el lugar luego de la fundación de la ciudad (de ubicación completamente estratégica, se debe agregar), paños de muralla, escaleras,
mientras al frente, a la misma altura del Puente San Pablo, se emplaza estratégicamente, el Convento de San Pablo, construido durante el siglo XVI, en estilo gótico y renacentista, que en la actualidad funciona como Parador de Turismo. Desde lo alto de la ciudad se observa una vista espectacular de su estructura.
La naturaleza ha sido pródiga con el lugar. La belleza es innegable, aunque la abundancia de visitantes en este soleado sábado invernal, resultaba un tanto molesta. Hay un espacio no despreciable, libre de construcciones al frente, a partir del edificio del Archivo Provincial de Cuenca, y a orillas del acantilado, con trozos de rocas con curiosas figuras causadas por la erosión, algunas que pare en gnomos, otras, setas. Por allí anduve caminando, aunque no me asome a los roqueríos.
En el otro lado de la ciudad medieval, además de existir sectores con muralla medieval, hay miradores desde los que se pueden apreciar Los Ojos de la Mora en el Cerro de la Majestad. Estos ojos verdes fueron pintados hace años en los huecos de una piedra. Desde lo alto de ese cerro, eran lanzados los condenados a muerte por el Tribunal de la Inquisición, que estuvo funcionando en el actual edificio del Archivo Provincial.
Como es posible apreciar, una enorme cantidad de historia para una ciudad vieja que asombra, pero que al mismo tiempo se contamina de bares dirigidos especialmente al turista que la visita, quienes dejan decenas de botellas de cerveza, vasos de plástico y servilletas usadas en los asientos del Paseo.
Me encantó la Cuenca antigua y la actual. Aún así continúo camino a otra ciudad, pues los atractivos cercanos a esta urbe son inalcanzables para mí en estas fechas, en que los tours funcionan sólo para el interior citadino. Me iré contenta de haber llegado hasta acá, a pesar de los problemillas, pues la belleza de lo visto es impagable. Además, encontré ¡¡granadas!!, de carne roja y muy dulce . ¡Una delicia! ¡Hasta pronto!
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