De pronto las palabras me faltan para describir lo casi indescriptible. He llegado a Albarracín, un pueblo o localidad ubicada al noroeste de la ciudad de Teruel, a sólo 38 kms. de esta última, pero que cuenta con escasa locomoción pública: solamente un recorrido de autobús al día, a las 14,10 hrs., de manera que es imposible volver, salvo que uno tenga movilización personal. A pesar de aquello, perseveré en venir hasta acá, entusiasmada por unas fotografías que había visto y los antecedentes leídos. Todo lo vislumbrado era cierto y mucho más.
Un viaje tranquilo, de una hora, en un trayecto sinuoso, siguiendo el curso del Río Guadalaviar por muchos kilómetros, cuyo cauce es angosto pero sus aguas se transforman en un torrente impetuoso cada ciertos tramos.
La localidad de Albarracín está dividida en dos sectores, el casco antiguo, a una altura máxima de 1171 msnm y el Arrabal, la ciudad moderna, en la parte baja. Su población total es de 1.016 personas.
La localidad de Albarracín está dividida en dos sectores, el casco antiguo, a una altura máxima de 1171 msnm y el Arrabal, la ciudad moderna, en la parte baja. Su población total es de 1.016 personas.
El paradero de buses se ubica en el llano, de manera que debí enfrentar la tarea de "subir" hasta el casco histórico, donde se encontraba mi alojamiento. Al ver las escaleras estuve a punto de lanzar periquitos, pero luego me contuve. La vista de las casas, murallas, un par de Torres-campanarios, torreones y numerosas escaleras parecía sacada de una película ambientada en la edad media. Todo de color rojizo, tejas en los techos, piedras y ladrillos en las paredes y murallas eran todo un espectáculo casi imposible de creer.
Emprendí la tarea del ascenso por la escalera más ancha y menos pronunciada, aunque no me llevara en forma tan directa a la dirección correcta. Lógicamente, debí hacer unas cuantas detenciones, mientras arrastraba mi maleta por los irregulares adoquines una vez que se acabaron las escaleras.
¿Cómo logré llegar hasta allá?
No fue fácil, a pesar de Google. Las calles, más bien callejuelas, angostas, en penumbras en ciertos tramos (debido a la altura de las construcciones, de dos plantas la mayoría y de un color uniformemente oscuro) no colaboraban. Y como toda ciudad medieval, estaba llena de recovecos, subidas, bajadas, curvas imposibles, arcos y puertas, casi esperando que pasara haciéndome notar con el ruido que hacían las ruedas de mi maleta sobre los adoquines,...¡hasta que llegué! El Hostal, sencillamente espectacular. Mi habitación, amplia, bonita, con vista a parte de las construcciones casi colgantes del casco histórico y al cauce del Río, que rodea el cerro sobre el cual se erige el antiguo Albarracín.
No estuve más de 10 minutos en mi cuarto. Ya eran las 15,30 hrs. y el tiempo corría, aunque pudiera ser más lento en este entorno. Me conseguí un mapa, pero preferí dejarme llevar por la intuición, eligiendo lo más complejo para el inicio, así que me dirigí hacia la muralla o castillo medieval. Aún no sabía si era lo uno o lo otro, pero rápidamente salí de la duda. Se trataba de la Muralla defensiva de Albarracín, cuya data es del siglo X , aunque se amplió y restauró en distintos momentos desde el XI al XIV. Desde la base de las murallas pude observar una espectacular panorámica de la localidad, así como distinguir, en un montículo del mismo sector, las murallas del Castillo o Alcázar
Al hablar de Alcázar debemos entender que esta construcción corresponde a una fortaleza musulmana, pues fueron ellos quienes fundaron en esta zona la ciudad medieval hacia el siglo X.
Según los antecedentes con los que se cuenta, fue una tribu bereber, la de los Banu Razin ('los hijos de Razin'), a quienes debe su nombre. Ellos, construyeron una mezquita (sobre la cual se levantó el siglo XII y, posteriormente el XVI, la Catedral del Salvador de Albarracín), tres torres de vigilancia (de las cuales se conservan dos), el Alcázar con todas las dependencias propias de una fortaleza de este tipo (alcazaba, torres, hamán, aljibe y otras) y todas las viviendas necesarias para que viva la población.
Luego de bajar de la parte más alta (murallas), me dediqué a recorrer las callejuelas medievales de la ciudad hasta llegar a la Catedral de San Salvador. Allí me inscribí en una visita guiada del templo, que contemplaba un recorrido por la ciudad, a pie por supuesto.
El tour fue completamente personalizado, pues yo era la única interesada (en esta temporada los visitantes se concentran los fines de semana). Absolutamente afortunada, con información de primera mano, con posibilidades de preguntar y complementar información, anduve con Elena una hora por las calles de Albarracín conociendo los principales hitos constructivos.
Por ejemplo, la Casa de la Julianeta, vivienda de dos pisos que tiene salida a dos calles, de estructura muy peculiar, que aprovecha al máximo el pequeño terreno sobre el cual se construyó. Allí Elena me fotografió, para tener un recuerdo de cuerpo entero en las afueras de la vivienda más famosa de la ciudad. Lleva ese nombre por una de sus dueñas. Se construyó en el siglo XIV, aunque ha sido restaurada en la actualidad.
Aprendí que el colorido de las construcciones se debe a un yeso y/o arcilla existente en los cerros de la zona, con importante contenido de cobre y hierro entre otros minerales, así como la piedra y la madera eran otros materiales que complementaban las casas mayoritariamente más angostas en la base y más anchas en las plantas superiores, para aprovechar al máximo el espacio.
En el año 1170 Albarracín pasó a manos cristianas, transformándose en un lugar de mucha importancia estratégica, adquiriendo derechos y privilegios concedidos por el Reino de Aragón, del cual formó parte. Por un par de siglos tuvo un apogeo extraordinario.
Ya atardeciendo, me dirigí al Alcázar (del que se conserva murallas, la alcazaba, un aljibe y un hamán), pero no pude ingresar pues sus puertas ya se habían cerrado. ¡Será para una próxima vez!
Luego, aproveché de recorrer el Paseo Fluvial, a orillas del Río Guadalaviar, que por varios cientos de metros me mantuvo en los alrededores más bajos de la ciudad, que termina en la entrada del sector antiguo, donde, horas antes, había descendido del autobús.
La noche me sorprendió caminando sobre los adoquines, mientras emprendía el regreso al alojamiento. A esa hora, 19,30, el frío se había intensificado y, a pesar del calor producido por el ejercicio físico, debí recurrir a mi gorro de turno y mis guantes.
La noche me sorprendió caminando sobre los adoquines, mientras emprendía el regreso al alojamiento. A esa hora, 19,30, el frío se había intensificado y, a pesar del calor producido por el ejercicio físico, debí recurrir a mi gorro de turno y mis guantes.
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