Llegué a Albacete (ciudad y provincia de Castilla de la Mancha, que consta de 173 mil habitantes) desde Sagunto, después de haber pasado por Valencia, hermosa y gran ciudad costera. Debí esperar la conexión por dos horas más o menos en la Estación Nord, la más importante del servicio ferroviario en esa urbe. Recorrí los alrededores (no pude hacerlo mucho rato, pues cargaba conmigo el equipaje) y tomé algunas fotografías. Me di cuenta que ya me había olvidado de algunos detalles. También aproveché el tiempo para avanzar en el reporte que llevaba atrasado.
En dos horas estuve en Albacete, ciudad que inmediatamente me conquistó con sus amplias avenidas, su limpieza, flores coloridas, fuentes y esculturas. Al llegar al alojamiento, me sorprendió su fachada: se veía todo un gran hotel, en pleno sector céntrico, de esos tradicionales, que, pasados los años, se duermen un poco en sus laureles (lo pude comprobar, dijo la peladora, jajaja).
Salí a recorrer la urbe y, después de ver algunas calles silenciosas y casi vacías de gente, me encontré con una postal permanente en todas las ciudades y pueblos de España: mucha gente de distintas edades, bulliciosamente conversando, comiendo, bebiendo y fumando, en las llamadas "terrazas", que no son más que sillas y mesas en las afueras del local, con quitasoles o algo parecido.
No deja de impresionarme esta costumbre, que se ha globalizado, al parecer, pues también la vi en Italia y Grecia. Y eran las 15,30 y la gente no estaba almorzando; estaba comiendo tapas y picoteo, con cervezas u otro licor, todos muy bien arreglados, conversación a voz en cuello a veces. Esto mismo que vi aquí, lo he visto en todos lados. Pareciera que tuvieran una situación económica muy bollante, pues esta "gracia" se transforma en hábito y no deja de afectar al bolsillo.
Pero también me encontré en mi recorrido por las calles del centro urbano, a varios niños y jóvenes disfrazados, por lo que deduje que había por ahí alguna fiesta a la que no me habían invitado.
Un tanto cansada de sentirme como ave en corral ajeno, me dediqué, a continuación, a conocer el patrimonio arquitectónico del lugar. Lo primero en aparecer fue la Catedral San Juan Baustista, de grandes dimensiones, emplazada en un terreno algo más alto que la calle, lo que le otorga mayor majestuosidad. Fue construida el siglo XVI. No pude ingresar a ella; las dos veces, estaba cerrada.
Otros lugares interesantes que encontré en mi callejeo fueron:
Pasaje Lodares: histórica y monumental galería comercial en pleno centro de la ciudad, categorizado como monumento, construida a principios del siglo XX, de estilo modernista. Impresiona caminar bajo y entre arquitectura tan cuidada y hermosa.
Casa del Hortelano, hoy Museo de Cuchillería de Albacete, muy colorida por fuera, ignoro cómo es por dentro pues no tuve acceso (hay ciudades en que los fines de semana no se encuentra nada abierto al público). La cuchillería de la ciudad es famosa fuera de sus fronteras, de allí que haya un museo para aquello.
La verdad es que Albacete es pródiga en construcciones hermosas, de estilos renacentista y modernista, esculturas, bellos parques como el que lleva el nombre de Abelardo Sánchez, por el cual caminé buscando la sombra benefactora, con esculturas y fuentes de agua.
También el edificio de la Plaza de Toros es digno de mención. Se ubica un poco más alejado del centro, entre un Molino de agua (en homenaje a don Quijote de La Mancha) y el monumental recinto de la Feria.
Una vez que oscureció, volví a salir, para ver la ciudad de noche, con sus luces y vida "nocturna". Las calles estaban atestadas de gente y más niños disfrazados. Pronto descubrí adornos luminosos en altura en una calle principal. Según yo, eran caras de gato. Luego supe que lo que en verdad representaban eran rostros con máscaras.
Al comienzo, yo ya me imaginaba que había un curioso amor a los minimos, aunque a la fecha no había visto ninguno. Lo que sí vi fueron niños con caritas felinas.
Cuando capté que la gente, en número creciente, no caminaba sino que estaba detenida en las orillas de las veredas, "me pegué el alcachofazo": estaban a la espera de un desfile. Era el cierre o comienzo de una de las fiestas del invierno, lo que se hacía a través de un Carnaval.
Me uní al público espectador. Pronto comenzaron los grupos a desfilar, muy coloridos, muy organizados algunos, otros se veían bastante desordenados. Les acompañaban bandas musicales.
Me sorprendió ver grupos con personas minusválidas intelectuales y físicas, acompañadas de cuidadoras, todos vestidos para el carnaval. Lo que constituyó una mayor sorpresa fue ver grupos de baile propios de los Carnavales andinos (morenadas y caporales), de nacionalidad boliviana, participando de la fiesta. Eso dio cuenta de la numerosa colonia de ese país por estos lares o alguna relación de intercambio cultural.
Al terminar la actividad, fue todo un desafío volver al hotel. Las calles estaban desbordadas de gente, muchas familias con sus hijos. El tiempo había contribuido completamente al éxito del Carnaval "del gato", según yo, al comienzo (jajaja ).
Al otro día, siguiendo mi personal costumbre de aprovechar al máximo las estadías, busqué una ciudad o pueblo visitable cercano. Había varios, pero a los que no podía acceder por medios públicos, así que, con resignación cristiana, acepté la sugerencia del señor de informaciones de la Estación de Ferrocarriles. Destino cercano: Almansa (24 mil habitantes).
En menos de una hora estuve allá y bajé las escalinatas de la estación, que me unieron a las calles de los ciudadanos de a pie, casi como una visitante ilustre. Eso fue todo lo magnífico que pude ver por largo rato, pues las calles por las que me fui introduciendo al centro de la ciudad eran comunes y corrientes, insulsas a cabalidad. Cuando vi que las estrechas veredas comenzaban a ensancharse, ya respiré algo más tranquila, pues eso significaba que la calle adquiría importancia. No tenía plano, así que continué, "echándole p' elante". Empezaron a aparecer tiendas y también gente (jajaja), más algunos niños con elementos de disfraces (¡otra vez!).
Al fin, apareció ante mis ojos, un hito patrimonial: la Iglesia de la Asunción, la más relevante de la ciudad, que comenzó a construirse en el siglo XVI, pero siguió aumentando su estructura hasta el XIX, por ello, la mezcla de estilos constructivos. Al interior, valoré su sencillez, que no suele ser costumbre en estos edificios, recargados de símbolos y ornamentación (para mi gusto),
A unos pasos de allí, en la misma Plaza Santa María, se levanta el Palacio de los Condes de Cirat, hoy edificio en que funciona el Ayuntamiento almanseño. Es un edificio hermoso, patrimonial, de fines del siglo XVI, a cuyo patio interior con arcos pude acceder libremente.
Siguiendo el recorrido, vi que el final de la plaza lo constituían las escaleras que permitían el acceso al Castillo de Almansa, patrimonio más relevante del lugar.
Esta construcción data del siglo XII, es de origen almohade (dinastía bereber que dominó el norte de Africa los siglos 12 y 13 y llegaron también a la península ibérica), aunque posteriormente pasó a manos cristianas, siglo XIV, a un personaje conocido, el Infante don Juan Manuel, padre del escritor Don Juan Manuel, autor de la obra "El conde Lucanor" (a quien conocí en mi época universitaria, a través de la lectura, obviamente). Este noble mandó a restaurar y ampliar el castillo, para su mejor habitabilidad y defensa. Es importante decir que está emplazado en el llamado Cerro del Águila, cubre una longitud de 100 metros por 30 de ancho.
A inicios del siglo XX el Castillo estuvo "a punto" de ser demolido, por su estado de abandono y el peligro que constituía su posible desplome, especialmente para las viviendas existentes a los pies del cerro. Sin embargo, lograron declararlo monumento y gestionar los correspondientes fondos, poco a poco, para su reparación.
Está muy bien habilitado para los visitantes, con una sala museística al interior, donde debió estar la construcción de la parte habitable del Castillo. Fue un agrado visitar este patrimonio, aunque el esfuerzo de ir subiendo cada peldaño de piedra sin pulir resulte un ejercicio no menor, incluso para los más jóvenes.
Desde la altura de la Torre del Homenaje, hasta el nivel que se puede acceder, se obtiene una excelente panorámica de la ciudad, que justificaban absolutamente la construcción de esta dependencia en fortalezas de este tipo.
Luego de visitar brevemente el Museo de la Batalla de Almansa ( histórico enfrentamiento por la Corona del reino en el año 1707 ) inicié mi camino de retorno, encontrándome con numerosas familias con pequeños disfrazados, que habían tenido su carnaval ese mediodía.
Conseguí adelantar en una hora mi "billete" de regreso a Albacete, donde llegué, casi en pleno verano: el termómetro marcaba 24° y ya las fuerzas no daban para más. Regresé al hotel a descansar y alimentarme, para planificar la siguiente etapa de mi itinerario. ¡Hasta pronto!
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