miércoles, 12 de febrero de 2020

En En Escorial...de visita...

 
He regresado a España, esta vez por 80 días,  no para dar la vuelta al mundo, sino para seguir adentrándome en la historia hispana, de ayer y de hoy, llegando hasta lugares e hitos a los que no llegué  las veces anteriores.
   Ya conocedora de cómo  funcionan  algunas cosas, como la movilización, por ejemplo, me ahorré  30 euros y desistí  de salir del Aeropuerto de Barajas en taxi para llegar hasta e, centro de Madrid. Esta vez utilicé  el sistema del Metro, que es bastante eficiente. Sin embargo, demoré más de lo acostumbrado  para ingresar al país éramos unos 500 "no europeos" que hicimos la correspondiente e interminable fila multiplicada por 6 para que la Policía nos revise  los pasaportes. Una vez hecho esto, llegué a mi alojamiento  sólo  habiendo gastado  3,10€. ¡Una maravilla! Y otra novedad: esta vez compré  un chip que me permitirá estar conectada en el país,  al menos a través  de las redes sociales e internet. Es cierto que todos los hospedajes  cuentan con este servicio, pero si uno quiere ubicarse  por Google Maps o necesita alguna información mientras está  fuera del hospedaje, es imposible.  Ahora ya no tendré ese problema. ¡Bravo!
    En mi segundo día  en Madrid, antes de empezar mi itinerario programado por las otras ciudades, decidí  cumplir con un par de pendientes: El Escorial y el Valle de los Caídos.  Logré  llegar al primero,  pero no al segundo,  aunque no fue por falta de empeño.  Ya les cuento...
  Mi descanso la noche anterior no anduvo muy bien por el ruido ocasionado por unos pasajeros que llegaron tarde. Eso me quitó  un poco el sueño,  me entretuvo mirando una serie  y en la mañana desperté más tarde de lo conveniente.  La verdad sea dicha,  nunca tan tarde (8,34 hrs.), pero me  atrasó para  alcanzar el tren de las 10 y debí  esperar  40 minutos...Una hora y un poco más de viaje y ya casi era mediodía cuando llegué al pueblo San Lorenzo de El Escorial. Ya allí,  a averiguar cómo llegar al Monasterio.  Caminata de un kilómetro por el interior de un parque,  en subida  (el monasterio se ubica a 1.028 msnm.). Felizmente un hermoso trayecto,  con contados caminantes.  Faltaban  400 metros aproximadamente,  en un cruce de caminos,  cuando ya pude disfrutar de la primera vista de la construcción,  imponente entre los árboles.

Cuando uno ve esa primera imagen,  inmediatamente el cansancio de la caminata y la subida  desaparecen, el ánimo se recompone y uno piensa que el esfuerzo ha sido pequeño para lo que le espera. 
Ya en la entrada (luego de haber errado en primera instancia al ingresar por un portalón que daba a un lateral del edificio,  salir y reiniciar otra ruta), había  llegado la hora  de pasar los objetos por rayos X (como en los aeropuertos),  comprar el boleto de ingreso y comenzar el trayecto. 

Al observar el recorrido estipulado me entró la duda si  alcanzaría a terminar un poco antes de las 15 horas  (era la hora que el día anterior me dijeron,  en una oficina de Turismo,  que partía un bus hacia el Valle de los Caídos). Trataría de hacerlo rápido,  sin que por ello dejara de apreciar lo que estaba ante mí. 
   


  El Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial  es un complejo arquitectónico renacentista, construido por orden del Rey  Felipe II entre los años 1563 y 1584 con la idea de ser el Panteón de los Reyes Españoles. Sin embargo, se transformó  en mucho más que eso, pues además  es un palacio  real, una biblioteca, una basílica y un monasterio,  a lo que hay que agregar, en la actualidad, la calidad de Museo, por la cantidad de obras de pintores de renombre y piezas museísticas variadas.

  El Palacio Real fue residencia de la familia real española, la basílica es lugar de sepultura de los  reyes  de  España y el monasterio está  ocupado  actualmente por frailes de la Orden de San  Agustín. Se ubica en la Sierra de Guadarrama en la localidad ya mencionada.  Durante el siglo XVI era considerado  la Octava Maravilla del Mundo.  

  Los dos primeros hitos,  ¡una maravilla! : la Biblioteca y la Basílica. Personalmente me impresionaron las pinturas en el cielo raso de ambas dependencias,  de gran factura, coloridos y con temática ad hoc. Mientras en la basílica  las escenas eran religiosas, asociadas a distintos  pasajes bíblicos,  en la biblioteca, los pintados eran algunos personajes históricos,  así  como los grandes de la filosofía griega: Sócrates,  Séneca, Platón y Aristóteles. 

   Pregunté  si podía fotografiar  algo,  me dijeron,  lógicamente, que no (quién  me manda a preguntar,  pues no había  ningún  cartel prohibiéndolo). Las imágenes  utilizadas de estas dependencias las busqué  en Google; las otras,  aprovechando que había  muy pocos visitantes a esa hora, las tomé yo "a la maleta", cuando algún  guardia se distraía (y había bastantes, uno por cada sala). 
   
 En la basílica hice lo que ya se ha transformado en un rito  personal: prender velas por mis seres queridos: mi hija, Mirella y mis padres. Estuve con ellos en pensamiento.  

    A continuación, 
 visité el Claustro Prjncipal, la Iglesia Vieja y las Salas Capitulares (dependencias en que se efectuaban reuniones específicas), todas con profusión de pinturas de famosos como los italianos  Tiziano, TIntoretto y El Veronés; los españoles, El Greco, José de  Ribera, Claudio Coello, Juan Sánchez,  entre otros,  desconocidos para mí. Fue  un verdadero baño de cultura. En las salas capitulares, además  de las pinturas, me impresionó  la especie de artesonado  en cada sala, muy hermoso y diferente a lo que yo he visto en otros lugares y edificios.  
   
El Panteón de los Infantes y el Panteón de los Reyes  sobrecogen por su belleza y majestuosidad. La de los reyes y reinas es verdaderamente impresionante. 

Allí,  al leer tanto nombre "regio", me vinieron a la memoria los versos del poeta Jorge Manrique: "¿Qué  se hizo el rey don Juan?/Los Infantes de Aragón,  ¿qué  se hicieron?/¿Qué fue de tanto  galán?..." Allí  estaban reinas  y reyes, el emperador Carlos V, todos en sus ataúdes lujosos.

Luego llegó  el momento de visitar los palacios: el Palacio  de los Austrias y el Palacio  de los Borbones, además  de la Sala de las Batallas.  Fue pasar de una a otra sala, cual más ricamente adornada, aunque los muebles, por ser originales,  se veían algo deslucidos y gastados.  Algunos cielos rasos ornamentados en estilo pompeyano.  La tapicería adornando casi por  completo  las paredes de los palacios, muchos de ellos creados por Francisco de Goya, hermosísimos,  coloridos, con escenas de caza, de juegos de niños, de mujeres paseando en medio de paisajes campestres. 
   Por último,  después  de caminar seguramente a lo menos un par de kilómetros al interior y subir y bajar numerosas escaleras de piedra, fui a conocer los Jardines de El Escorial, desde donde se obtiene una privilegiada panorámica del valle. No hay flores,  salvo unas rosas que escalan las paredes de la construcción; todo lo demás  lo constituyen setos de boj con cuidadas figuras.
   
 Cuando salí del Monasterio, casi santificada con tanta pintura religiosa, la fila de visitantes era de media cuadra.  A mediodía  yo accedí  de inmediato, pues había  un par de personas más,  una verdadera  suerte. A continuación,  quise visitar el centro de la localidad pero al ver sus alrededores con trabajos en la calle, desistí.  Recorrí  el kilómetro de regreso y al llegar a la entrada, pedí  antecedentes para llegar al Valle de los Caídos. Casi se me cayó  el pelo cuando el guardia me dijo que el bus salía  desde la Estación  de Autobuses  que quedaba cerca del Monasterio. ¡Grrr!
   
Estuve en un verdadero trance hamletiano: "¿Vuelvo  o no vuelvo? Tal vez será  mejor dejar la visita para cuando llegue nuevamente a Madrid y prepare mi regreso a mi país",  pensé. Pero recién  eran las 15,30 y la idea era aprovechar el tiempo de la mejor manera posible. Al rato después,  cuando por segunda vez recorría  el camino kilométrico de  regreso, prometí  hacer mayor caso a mis primeras intenciones.  
   Sucede que me fui esta vez por la carretera hasta el terminal de buses.  También  era en subida y hacía calor (al menos yo lo tenía). Le pedí ayuda a google y a un par de ciudadanos para llegar, hasta que al fin llegué.  ¡El último bus ya había  salido y no había  ninguno hasta mañana! 
 "¡Maldición,  maldición,  maldición!",  exclamó  la Principessa, y se dispuso a caminar un nuevo  kilómetro, esta vez por el "Paseo de los álamos ", a orillas del parque del monasterio, un camino de tierra, esta vez en bajada (obviamente). Recuperé algo de mi suerte al llegar a la Estación  de FFCC, escasos 10 minutos antes de la partida del tren de vuelta a Madrid,  estación SOL (plaza principal). 
   En el tren, luego de haber caminado  17 kilómetros  hasta ese momento, me relajé,  tanto, que parecía  perrito  de taxi, moviendo la cabeza para todos lados,  debido al sueño. Sólo  logré  revisar y corregir las fotografías  tomadas,  tomar un par de fotos más  y dormitar. 

Cerca de las 18 horas, ya estaba en la superficie  madrileña, respirando la baja temperatura del atardecer invernal.  Intenté  pasar a comer  a un par de locales, pero los menús  no me convencieron.  Opté  por  caminar hasta el alojamiento, pasar al súper del trayecto,  comprar  frutas, queso, pan, mantequilla y otra cosilla, para alimentarme  como Dios manda. Hasta esa hora  sólo  había ingerido el desayuno. No me había quedado  tiempo  para alimentarme,  además  de utilizar la circunstancia para hacer dieta obligada. ¡Ya era hora! Mañana empiezo a moverme a otras ciudades. Ya se enterarán  a dónde  me llevan mis patitas y el tren. ¡Arrivederci!
   

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