Eso pensamos nosotras, las hermanitas, cuando luego de regresar del último tour en San Pedro, el Valle Arco Iris, revisamos nuestros tesoros traídos del lugar. Las hermosas piedras recogidas y cargadas de regreso al Hostal, no parecían las mismas. O un duende las había cambiado o ellas habían sufrido una metamorfosis con el objetivo, tal vez, de castigarnos por haberlas sacado de su hábitat... ¡Quién sabe! Pero algo había sucedido. Ya no brillaban y el color por el que las escogimos ya no existía. Había que hacer un soberano esfuerzo para lograr convencerse que era las mismas que nosotras habíamos encontrado.
Mi hermana las dejó abandonadas (¡qué mala!, jajaja), yo las traje a Rancagua. Acá veré si puedo hacer que sonrían.
Tengo alguna teoría al respecto de lo que sucedió, que, a pesar de mis pocos conocimientos geológicos, físicos y químicos, pueden acercarse a la verdad.
Creo que lo sucedido tiene que ver con el entorno: una altura respetable (a lo menos de 3000 metros), un sol permanente y constante, una ausencia de humedad considerable (Nicolás, el astrónomo, nos dijo , por ejemplo, que los labios se nos partían debido al exceso de sequedad), una cantidad numerosa de diferentes minerales en el lugar (óxido de cobre, pirita de hierro y otra serie de minerales de nombres extraños para nuestra vida común y corriente) y una enorme cantidad de ejemplares de cada una. Ello hace que el efecto sea distinto, que unas al lado de las otras, iguales en color y en componentes, se potencien y el verde sea más intenso, el blanco de distinga claramente y el café parezca chocolate amargo, mientras el brillo, bajo los rayos solares, resulte espectacular. Además, hay otro elemento fundamental: la perspectiva.
- ¿La perspectiva? ¿Qué quieres decir exactamente con eso?
- Te lo ejemplificaré, para mejor comprensión...
- ¿Insinúas que tengo problemas de entendimiento? Te recuerdo que quien se perdió en el desierto no fui yo, jajaja...
- ¡Ja! No replicaré tu pesadez, sólo por las fiestas navideñas, jajaja...No todas las perspectivas permiten apreciar lo mismo. Me explico: el colorido que uno aprecia de una laguna, por ejemplo, desde distintas distancias no es el mismo. Mientras la cercanía te impide apreciar color, la lejanía le otorga a esa fuente de agua un color que puede ir desde un verde esmeralda hasta un turquesa incomparable.
- ¡Ajá! Ahora entiendo: o sea, que la distancia y cantidad de piedras de similar composición mineralógica (¿se dirá así? ¿quién sabe?, pero suena bien, jajaja) ofrece un colorido distinto al que podamos obtener de la mirada de UN solo elemento a una mínima distancia.
Eso es lo que debe haber pasado, creo yo. Suena bastante lógico para provenir de una neófita del ramo. En fin... Lo que yo haré será darle brillo artificial a mis "tesoros" a través del barniz y así mantener una pequeña muestra de ese maravilloso paisaje visto.
Creo que esto mismo es lo que pasa con nosotros, las personas. Más de alguna vez nos encandilamos (ufff, me salió muy antigua la palabra) u obnubilamos (ahí está mejor) con algún congénere y sólo cuando nuestra visión se despeja, nos damos cuenta que bajo y en sus pies el ídolo sólo tenía barro y su composición no pasaba de ser pirita de hierro. Lo ingrato es cuando el efecto del deslumbramiento ha sido provocado por el otro (u otra, porque también hay "perversas") y tú, como mosca ante el aroma y los colores de la planta carnívora, caes en el engaño. Aún así, lo importante es que logres liberarte y no vivas toda tu vida con un velo ante los ojos.
Por ello, y ya yéndome al plano personal, prefiero no engañarme...siempre. Hay momentos en que casi lo consigo y hasta logro sentirme feliz dentro de lo que cabe, pero también debo aterrizar y ver la soledad del desierto. Hay belleza en él, pero también dolor, sobre todo en estos días. Así que es hora de servirse este trago amargo, a solas, sin testigos, para estar luego en condiciones de apreciar lo agridulce de lo cotidiano... y del resto de mi vida.
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