lunes, 7 de diciembre de 2015

Brisas y sabores étnicos


   Este término -étnico/a- nos sirvió para divertirnos durante todo el día viernes (a algunos/as les basta tan poco para divertirse, jajaja). Mientras descansamos, escuchamos música en un pequeño aparato radial, disfrutamos de una tarde que ya refresca (por suerte!!!), gozando del reposo merecido después de toda una vida dedicada a la tarea de enseñar, con la tranquilidad de haber estado al lado de nuestros padres cuando fue necesario y en espera de la llegada de todos nuestros hermanos para realizar la reunión familiar planificada el 12 de octubre pasado, cuando nuestra madre nos dijo adiós. 
   El viernes, después de desayunar, emprendimos la salida del castillo. Luego de dejar los postigos cerrados, los cocodrilos en el foso y el puente levadizo levantado (para evitar que los reptiles salgan a vitrinear y se dediquen realmente  a su tarea de cuidar, jajaja), iniciamos nuestro viaje al centro valdiviano a realizar unos trámites, tarea que no pudimos culminar pues no faltó un documento. Resulta increíble que no baste nuestro Carné, en algunos trámites, para demostrar de quiénes somos hijos/as; ¡no, pues!,  hay que agregar un Certificado de Nacimiento. Como si importara más un papel que la propia persona en carne y hueso, como dice Aniceto Hevia en Hijo de ladrón. En todo caso, intentamos hacer la diligencia, aunque no nos resultó. Dicen que dos cabezas piensan más que una, pero en esta ocasión no parece haber sido así (jajaja). Luego de nuestro fracasado trámite, nos dedicamos con entusiasmo a visitar todos los locales que no contaron con nuestra presencia el día anterior. También visitamos unas ferias artesanales, bajamos a la Costanera y Feria fluvial, hasta que finalmente decidimos irnos a almorzar a Niebla. 
      Nos subimos a un taxi-colectivo que nos conduciría al conocido balneario y el chofer nos avisó que deberíamos esperar unos minutos, mientras se completaba la capacidad del vehículo. Nos dimos un margen de 15 minutos para esperar (la verdad, nos pusimos bien generosas considerando que el conductor debería haber partido de inmediato apenas nos subimos a su limusina, jajaja). No habían pasado ni 5 minutos cuando apareció una viejita con unas bolsas y bártulos que inmediatamente guardó en el maletero y procedió a  subirse, pero, aunque se le ofreció el asiento de co-piloto no lo aceptó. Nosotros celebrábamos internamente haber decidido irnos atrás, para que así la anciana se fuera más cómoda, sin embargo, le dijo al taxista que a ella no le gustaba irse adelante, por esto de los accidentes y del  cinturón de seguridad. Así que mi hermana, rápidamente, procedió a transformarse en copiloto y dejarle espacio a la Sra. Ella acababa de sentarse a mi lado, cuando aparece otra pasajera, por lo que iniciamos el recorrido. 
   Resultó un viaje muy conversado para mi sorpresa, porque no acostumbro a entablar diálogo con compañeros de trayecto.  La  mujer resultó ser una tatarabuela llamada Tiolinda, mujer de 92 años, trabajadora activa, que esa mañana había venido a Valdivia a vender productos a la Costanera y al terminar su tarea regresaba a su domicilio, ubicado en una villa de Los Molinos. Me impresionó su locuacidad, gracias  a la cual me enteré de muchos aspectos de su vida y de su familia, especialmente de los nietos. Me habló de todos sus años de trabajo, del esfuerzo permanente, de los copihues blancos que sale a buscar todos los años  en el mes de mayo para llevarlos a Santiago y venderlos. A ratos, me costaba entenderle  lo que me contaba pues hablaba muy rápido y su conversación se confundía con el diálogo que mi hermana sostenía con el conductor. 
   Sin embargo, a pesar de subirnos al vehículo correcto, nuestro viaje a Niebla se frustró y debimos seguir a Los Molinos. 
-¿Por qué? ¿Vieron alguna mala cara en Niebla?
- ¡Noooo! Resulta que nuestra idea primera era ir a degustar empanadas a la Feria Gastronómica, pero ésta sólo esta abierta los fines de semana y ese día era viernes...¡Plop!
- Jajaja...Eso quiere decir que eran turistas mal informadas...
- ¡Nones! En ocasiones habíamos ido en mitad de semana y estaba atendiendo. Después averiguamos que el funcionamiento interrumpido era por razones de carácter higiénico-ambiental.
    Frente a este impasse optamos por seguir hasta Los Molinos (no nos quedaba otra alternativa) . Allí nos dirigimos hasta el local en que en diciembre pasado celebramos con la familia los noventa años de mi madre, "La Mariscoteca". No es el lugar más económico, pero en ese momento (ni en ninguno otro) no estábamos preocupándonos  por detallitos de menor importancia, jajaja. Nos instalamos en el área de la terraza, con vista al mar. ¡Qué rico!
   Nuestro menú comenzó con unas empanadas de mariscos con cerveza Kunstmann (para evitar atorarnos, claro está, jajaja) , para seguir con unad sopaipillas que nos servimos con una deliciosa salsa picante. El plato principal fue un "jardín de mariscos" (¡realmente exquisito, fresco, variado; había todo tipo de "flores", jajaja) que logramos engullir en su totalidad, aunque el esfuerzo fue heroico (jajaja) . Y para cerrar el pantagruélico almuerzo y "cambiar de sabor" ( como dice uno de los hermanitos Alvarez) pedimos una copa de helado trisabor con dos cucharas: ustedes saben, ¡siempre dignas! (habría sido una "chanchería" pedir una copa para cada una; uff, habríamos bajado la escalerilla del local rodando).
    Terminado nuestro opíparo almuerzo, bajamos a la Costanera y caminamos por ella. Al llegar a una indicación de Tsunami ubicada señalizando hacia  la carretera, distante a unos 50 metros de altura, decidimos hacer el esfuerzo por si a los elementos se les ocurría entrar en acción violenta. A duras penas fuimos ganando peldaños en la escalera tsunámica (nooo, no era taaannnto el esfuerzo, no más que caminar en sentido horizontal, pues estamos en perfecta forma física, jejeje). Al acceder a la carretera, no pasó mucho rato cuando nos alcanzó un microbús al que decidimos subirnos. Originalmente pretendíamos llegar caminando a Valdivia, pero pasó un vehículo antes (la culpa no es nuestra; en todo caso, son 25 kms., upsss).
    Con toda esa aventura a cuestas, nos dirigimos a la mansión familiar. Ya no nos quedaba ánimo suficiente para otras actividades, así que  terminamos en el jardín-patio interno de la mansión, descansando de nuestra aventura, después de una helada y reparadora ducha. ¡Qué mejor manera de terminar el día! 
    
   

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