domingo, 14 de julio de 2019

Olas...

   
Llego a las 10,30 A.M a Bahía Inglesa. Me dirijo a Playa Blanca por los roqueríos, pues por ser fin de semana, creo que la playa principal "La Piscina" tendrá público, no tanto como en temporada estival, pero más que un día de semana. Busco un refugio y lo encuentro. Una roca en la playa que me permite apoyar la espalda mientras me siento en la arena a unos dos metros del agua, entre algas y pelillo, con fuerte aroma a mar. 
Respiro intensamente, escucho el golpeteo de las olas, observo las verdeazuladas aguas hasta que... un ruido metálico interrumpe la tranquilidad del lugar. ¡Es un dron! Un señor, cuarentón o más -no me dedico a calcular su edad, pues apenas lo miro-, juega con el aparatito y el idílico momento llega a su fin. Ojalá se le eche a perder y caiga al mar, pienso. ¡Sería fantástico!  No sucede así y, aunque él desaparece, el dron sigue revoloteando por la playa. Así y todo, logré grabar un par de vídeos de recuerdo. 
   Pronto me traslado a la playa principal, ya con varios visitantes, para, finalmente, optar por caminar a orillas de la larga Playa Las Machas
Dejo atrás un par de construcciones turísticas y casi llego hasta un domo lejano. Ya son las 13,30 horas y decido regresar, no para almorzar, que en Bahía Inglesa no hay menús económicos (ya lo comprobé el día jueves), sino para volver a Caldera y almorzar allá aunque sea a las 15 ó 16 horas. 
    Unimarc me provee de una bandeja de pollo asado con papas fritas (todo diet, jaja), que me alcanza para almorzar dos días y un par de sandwichs para una once. Con toda esa carne de plumífero, completé mi dosis de pollo de este viaje.
    Haciendo un recuento,  debo señalar que al tercer día de mi estadía en Caldera no resucité, pero casi entré en depresión. Ya me había reencontrado con Bahía Inglesa y, a pesar de andar tras los operadores de tours presencialmente, por teléfono y wsp, no había tenido resultados positivos para visitar lugares desconocidos y muy atractivos, de acuerdo a las descripciones. Con un conocido del Hostal había acordado hacer un par de viajes pero no habían fructificado, pues el vehículo en cuestión había sufrido un percance mecánico. Así que tuve que resetearme y ver el vaso medio lleno.  
Tenía el mar a unas tres cuadras y podía recorrer la o las playas hasta cansarme si quisiera, de manera que no iba a estar achacándome. No podía regresar a Copiapó o irme a otra ciudad, pues perdería el pago de la estadía. 
   Entonces, decidí utilizar mis pies e irme caminando hasta un par de playas que estaban ubicadas entre Caldera y Bahía InglesaEso hice el domingo, gozando de la caminata, primero por carretera, luego por tres playas, Calderilla, Loreto y Punta Padrones

 Luego de dedicarme a la caminata,con los correspondientes  descansos, fotografía y exploración de piedras, caracolas y conchillas, decidí regresar de la misma manera, aunque por otra ruta: a campo traviesa, o, mejor dicho, a "desierto" travieso (de atravesar, no de juguetón, jaja) 

 Quienes ya me conocen algo saben que  no soy una experta en ubicación espacial, así que podrán imaginar lo que sucedió (jajaja)
  Lógicamente, pienso ahora, la costa con sus respectivas playas no es geométricamente recta,  por lo que no se trataba de cruzar el sector desértico y ya. Que salí a un camino, es cierto, pero no era el mismo por el cual había caminado antes de llegar.  Así que debí cruzarlo y continuar. Por suerte razoné lo suficiente antes de seguirlo por la izquierda y no lo hice, sino que "escalé" el promontorio más alto y cercano, para desde allí otear las cercanías. Fue la mejor decisión. 
 Desde aquel "mirador", además de observar toda la basura que se acumulaba en el llano y a los pies del montículo,  pude reconocer la carretera y las construcciones de la entrada sur  a Caldera. ¡Uff! Después de todo, había acortado camino. No andaba tan perdida.
 Ingresé a la ciudad por la Gruta del Padre Negro (pequeña iglesia construida en 1940 por un sacerdote colombiano, a fuerza de fe y perseverancia). Desde allí, ya era una bicoca llegar hasta el Hostal, donde, además, estaba invitada a una parrillada familiar. Fueron gratos momentos de conversación y sabrosa comida, todo un logro para mí, que no acostumbro a compartir con extraños. 
....
  Ya en el último día en CALDERA, hago una evaluación de esta semana, lo bueno y lo malo, además de lo peor. Aprovecho de sacar lecciones y aprender para nuevos viajes.  
 Es grato viajar en tiempos de temporada baja en nuestro país: las playas y lugares de atracción están casi vacíos y esto resulta mágico para quien no gusta de las multitudes. También se está lejos de la contaminación acústica y de la automovilística. Un verdadero oasis de paz. El sol alumbra y calienta moderadamente, lo que es otra de las ventajas. Pero, pero... el gran problema lo constituye la nula o escasa oferta de tours a lugares de interés a los que no es posible ir caminando o con movilización pública. 
   Eso me sucedió en Caldera, donde lo peor ha sido no poder conocer la Ruta Costera del Desierto con todas las hermosas playas y caletas, además de variados lugares interesantes de ver, debido a que no se pudo contar con el mínimo de turistas que hicieran posible la programación de un viaje. Casi he llegado a pensar que ha sido una cuestión de mala suerte mía, pues ya tenía a medio pagar un viaje, cuando me avisan, en el momento de la partida,  que no se va a realizar pues los otros inscritos habían desistido. Quedé como una novia ante el altar esperando al novio que no llegaba...hasta que le avisaron que se había arrepentido. Sólo el último día, cuando ya las esperanzas estaban a milímetros del suelo, el hermano del dueño del hostal parece que va a cumplir  la petición de su hermano de llevarme a un recorrido por los alrededores de la ciudad. Estoy en el proceso de espera, con el entusiasmo controlado, porque me he dado cuenta que algunas expresiones populares llevan toda la razón cuando señalan que quien mucho habla poco hace, que por la boca se muere el pez y que los cuenteros son más abundantes que los callados. En fin... Es que parece que el tal Danilo, con quien hice un trato de 2 tours en primer día que llegué que no cumplió, según él, por razones de fuerza mayor (problemas mecánicos de su vehículo),  es un cuentero de lo más avezados.
   Lo peor con que me he encontrado ha sido el descuido en esta ciudad-puerto, con tanto potencial turístico pero no bien aprovechado. No hay culto a la  limpieza medioambiental: construcciones derruidas, sectores cercanos al centro y a la playa transformados en basurales, mala calidad en las construcciones y otros. Caminando por la costa norte me encontré con la que yo denominé "Playa Negra", precisamente por su colorido.
 La belleza diferente se pierde entre la basura esparcida por sus alrededores y en un mayoritario sector de ella donde se ubican lo que fue un basural, (ahora relleno sanitario a medias) y las instalaciones de una industria pesquera. Son cientos de metros de playa contaminados biológica, física y visualmente, lo que me obligó a volver por carretera en lugar de retornar por el mismo  basural mal recubierto. 
Lo bueno ha sido el contacto humano con gente diferente. Con Yuri, por ejemplo, joven colombiana, que viaja por Sudamérica en bicicleta y que está pasando el invierno en el hostal (a cargo de él mientras dura su estadía) hasta fines de julio, momento en que reemprenderá su viaje al sur, hasta llegar a Punta Arenas y  pasar a Argentina. Ella me ha hablado de su país, de la belleza de la zona selvática, de los largos y fascinantes viajes fluviales, de la riqueza de la flora nacional. Me he entusiasmado con visitar su país. 
También he compartido con Marcelo y su familia, dueño de la casa en que funciona el hospedaje, poseedor de una vena conversadora digna de un político, que me ha atendido casi como visita ilustre (jajaja). Gente sencilla, recién estrenados en el servicio de hospedería, por lo que no han perdido su esencia acogedora. 
   Aún cuando resulte el viaje prometido (del cual estoy dudando mucho ya que llevo más de una hora esperando) creo que por mucho tiempo no volveré a Caldera. Me ha dejado un regusto amargo, aunque, no puedo dejar de reconocer, que me ha obligado a practicar otra vía de conocimiento: la exploración pedestre, en la cual me he sentido muy a  gusto y con la capacidad física y anímica necesarias, a pesar de no llamarme Dora (jaja). ..

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