domingo, 5 de noviembre de 2017

El día en que se detuvo la Tierra...Catorce .... [Hoy]

    Catorce                                                                     [Hoy]
  Leyendo Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro me convenzo nuevamente de la deuda que guarda el cine con la literatura.

   En enero de 2010 -recuerdas, Mirella-, estuvimos en Arica durante varios días, con mi madre y hermana, en casa de uno de mis hermanos. Hermoso recuerdo desde la presente perspectiva.  
Era la primera vez que viajábamos en avión, la prima ocasión que visitábamos Arica, ¡¡la única vez que estuvimos todos juntos!!
    Cuando fuimos a Tacna compramos varias películas, entre ellas, una que se titulaba "Nunca me abandones", la que vimos juntas en casa de mi hermano. Recuerdo que nos impresionó el argumento, aunque no le dimos vueltas después. Ése era uno de los tipos de filmes que disfrutábamos. Un futuro distópico.
   Cuando me enteré del nuevo laureado por el Nobel y quise conocerlo, me enteré que una de sus novelas había sido llevada al cine. No ésta precisamente, pues en ese momento no la asocié con el escritor. En cambio, cuando supe que era Lo que queda del día, la recordé inmediatamente. La había visto y me había gustado mucho, quedando en mi memoria la extraordinaria actuación de Anthony Hopkins. 
  Sólo cuando, luego de leer Pálida luz en las colinas, me dediqué a descargar otras novelas del autor, la memoria de largo plazo me trajo el recuerdo de esa película vista en Arica y  al buscarla para comprobar si correspondía al relato, me di cuenta que era así.
   Mientras la leía, hace un rato -ya voy en la mitad del libro-, estuve pensando en cómo algunas cosas, situaciones, momentos, se van repitiendo o volviendo a aparecer en nuestra vida, como si quisieran darnos una segunda oportunidad, para que entendamos el mensaje. Han pasado casi 7 años y me vuelvo a enfrentar, no, corrijo,  a "encontrar"  con los personajes y con ese mundo  de una dimensión aparentemente humana, pero de "segunda clase", si pudiera llamarse así. ¿¿Será la casualidad la que me ha enfrentado a ellos, nuevamente, esta vez desde las páginas de un libro??
   Y pienso y le doy vueltas a la idea de si acaso esta vida está llena de círculos concéntricos, de los que uno no siempre tiene clara conciencia en este embotamiento citadino actual, aumentado por la realidad virtual que se nos impone o por la que optamos con más o menos voluntad.
  Recién hace un par de días, un alumno, 17 ó 18 años, cuarto medio, al finalizar la clase, se "confesaba" admirador de Niesztche y partidario del Nihilismo, señalando que no creía en nada, y todo ello, en un tono monótono y sin entonación ni emoción, casi al estilo Asperger. ¡¡Y sólo ahora, en la clase número 26 vengo a darme cuenta!!   Me trajo a la memoria a la Maui-adolescente, que no creía en nada, que compartía  escasamente con los demás, que se  escondía en la lectura y su dormitorio, sintiéndose  "extranjera" en medio de la gente. 
   En la actualidad, la verdad no ha cambiado mucho el espectro, pero al menos está la fe en la familia -o en parte de ella- y en los amigos, además de la fe -si una descreída como yo puede utilizar este sustantivo- en mi voluntad de no hacerle mal  a nadie si puedo evitarlo. También,  de la absoluta creencia -tal vez  la más relevante- de que los 25  años compartidos, con todo lo que ellos trajeron consigo, valieron la pena, querida Mirella. 
   Los círculos concéntricos, estoy segura, seguirán formándose. Ojalá pase tiempo aún en que me corresponda estar en el del centro, que me engullirá sin remedio en el vórtice que dará inicio a un nuevo ciclo, con o sin mí...  
  ....
    Al terminar de leer la novela, la desesperanza me invade, al igual que a los personajes. Yo, un personaje más, esta vez de una historia humana, debo asumir que no decidimos prácticamente nada. El tiempo, los hechos, los demás, todo interfiere en nuestro decurso, en nuestros deseos y propósitos. Aunque creo que esto lo he sabido desde siempre. A estas alturas casi resulta vergonzoso dármelas de inocente. 
  ¿Qué nos queda? ¿¿Qué me queda??  Asumir  y continuar de la mejor manera, hasta que el remolino me absorba. Lo importante será mantener los ojos abiertos y el oído atento, no tanto para ver y oír el aumento de la velocidad, sino para disfrutar del paisaje, de los colores, de los sonidos. Y, de vez en cuando, cerrar los ojos para recibir el sol en el rostro y tapar los oídos para escuchar la voz interior. 
  ¡¡Maui, ídola!!

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