jueves, 23 de noviembre de 2017

El día en que se detuvo la Tierra... Veintiuno... [Ayer]

Veintiuno ...                                                                  [Ayer]
   Se internó en el bosquecillo cercano con dificultad. Los obstáculos que representaban las ramas y los ganchos caídos eran numerosos. Aunque ocupara el resto del día, debía llegar hasta el Gran Bosque. Sólo allí habría posibilidades de caza. Era altamente probable que los animales también hayan iniciado el éxodo. Por tanto, no sería una tarea fácil tener éxito. Pero, pensándolo bien, también cabía la posibilidad de encontrar alguna pieza aplastada y/o muerta, como los animales marinos hallados. 
   De arma sólo llevaba un par de toscas lanzas aguzadas en forma rápida en la hoguera. Por el momento, con eso le bastaría  para asegurar su subsistencia y su abrigo. 
   Según el tamaño de lo que cazara, podría seguir su camino, alejándose más del mar, adentrándose en lugares llanos y de aguas correntosas, buena para tomar. Sin embargo, allá era más helado, le había dado a entender la pareja con la que se había encontrado lunas atrás. Por ello, su plan era mantenerse por los sectores conocidos durante varios soles y algunas lunas, hasta que pudiera proveerse de pieles, elaborar más y mejores armas, fabricar algún utensilio, recolectar frutos, secar carne, sea cual fuere el animal. También necesitaba confeccionar un bolso para cargar pieles, alimentos y todas sus pertenencias.
  Dejó de pensar en el futuro, para preocuparse del presente. Era necesario. ¡Cada cosa a su tiempo!
  ¡Bien, Maui! Concreta y práctica como siempre, sin dejar de lado la proyección temporal. Los pasos deben irse dando de a poco, sin apresurarse. Además, ni a ti ni a mí, nadie nos espera, por lo que nadie te apura. Eres dueña del tiempo y del reloj, eres dueña de tu vida. 
 Caminó con oído atento los senderos ya conocidos, los que pudo reconocer, a pesar de la variación que introdujo el fenómeno telúrico. Fijó los hitos de su ingreso al bosque. Aquello, le permitiría ingresar sin temores porque podría encontrar la salida sin dificultades. Reinició el avance, atenta a cualquier ruido que pudiera escuchar. 
   El silencio la envolvió, dándole un aire de sobrenatural al ambiente. El bosque parecía haber quedado sin vida, salvo que...¡No! ¡Otra vez! Debo protegerme. Oyó el ruido ya conocido la noche anterior, aunque menos intenso. La tierra bajo sus pies comenzó a moverse. Rápidamente, por instinto, se deslizó bajo unas ramas, pues éstas, si no se equivocaba, amortiguarían  el golpe de alguna caída. Sintió alivio cuando el movimiento así como comenzó terminó. Al afirmarse en tierra para salir de su escondite tocó algo blando. Se asustó, emitiendo un grito. Quiso salir arrancando, pero luego pensó que, tal vez allí, tenía parte de su comida o vestimenta. Se movió cuidadosamente y levantó, después de varios intentos, la enorme rama que le había servido de refugio. Cuando se dio cuenta que lo tocado correspondía al cuerpo de un venado, soltó la rama para evitar que éste huyera, si acaso aún estuviera con vida. Se alegró de su suerte, aunque inicialmente el terror casi se apodera de ella. 
 Salió del lugar y buscó otra rama o tronco que pudiera hacer de puntal para levantar la que le interesaba. El esfuerzo se vio recompensado. Logró levantar un sector de la mole de ramas y hojas, dejando al descubierto el cuerpo, inerte, del venado. Agradeció a sus manes por lo encontrado y se dio a la tarea de arrastrar su presa para dejarla en el sendero. El animal había recibido el golpe en la cabeza y una de sus patas estaba quebrada. Aunque hubiera quedado con vida, no habría sobrevivido mucho tiempo. Había sido un hermoso animal. 
   Decidió regresar a su improvisado campamento para desollar y curtir la piel, además de despiezar y cortar carne, la que pondría a secar el mayor tiempo posible. Esperaba hacer todo aquello sin inconvenientes ni sorpresas inesperadas y desagradables. Pero, pero...
    En su entusiasmo, casi se olvida que la sed ya se estaba transformando en una necesidad acuciosa. Por lo tanto, su tarea inmediata era conseguir agua. No podía estar otro día sin el vital elemento. ¡Hum! ¡Cambio de planes! Debería buscar una corriente de agua lo más cerca de allí e instalar un nuevo campamento.  El anterior ya no le servía para la tarea que se avecinaba.
    Se sentó a descansar un momento, aprovechando de planificar sus siguientes acciones. Debería construir una nueva parihuela para llevar el venado. No sabía cuán lejos estaba la corriente de agua, por lo que requería de ese artilugio  para caminar más rápido con su carga e instalar su provisorio hábitat. 
   Se dio a la tarea con afán y pronto tuvo el resultado esperado. Dejó su cargamento en la linde del bosque y fue hasta donde estaban los restos de la hoguera a buscar su piedra fogar. Se encontró con que alguien o algo había estado allí: la comida que había dejado bajo el follaje que le sirvió de lecho había sido descubierta  y ya no estaba. Respiró tranquila. El o los ladrones había(n) dejado huellas pequeñas, por lo que no debía temer. Encontró lo más importante. Luego, escogió algunas proyectos de lanzas y volvió rápidamente al lugar donde había dejado su cargamento. Estaba intacto. Decidió rodear el bosquecillo. Ir por el interior revestía más peligros que ventajas. Dedujo que si allí había vegetación abundante, cerca debía existir una fuente de agua. Siempre era así. 
   El sonido de un tropel  casi la toma de sorpresa. Una manada de venados, pasó cerca de allí a velocidad de huida. Seguramente un depredador los perseguía. No alcanzó a divisar ni a los fugitivos ni al perseguidor(es). De pronto, llegó hasta sus oídos el ruido del chapoteo  que hacían los animales al ingresar a un curso de agua y, a la vez, de nuevo, la tierra moviéndose. Se detuvo y también la tierra. Rectificó su conjetura: no era de un depredador del que huían sino del movimiento telúrico. Se alegró de que aquella fuera la razón y no la primera que había pensado. Eso la tranquilizaba.
   Siguiendo la dirección en que los había escuchado, logró llegar a un pequeño arroyuelo. Se sintió feliz, feliz. Había culminado una nueva tarea con éxito. Ahora, había que poner manos a la obra. 
   Con una piedra filosa a manera de cuchillo, realizó una incisión en el cuello del animal, lo sangró sobre la tierra, agradeció a sus propios protectores y a los de los venados y se dispuso a separar la piel de la carne.

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