jueves, 23 de noviembre de 2017

El día en que se detuvo la Tierra.... Veinte.... [Hoy]

  Veinte...                                                       [Hoy]

Tranquilidad es lo que me ha embargado al salir del hospedaje y encontrarme con un día templado y con un lunes tranquilo, de pueblo pequeño, que se niega a vivir las prisas de las metrópolis. Se respira naturaleza a pesar de estar rodeados de desierto. Muchos árboles, con años hasta decir basta, en la Plaza de Armas de Copiapó
   De pronto uno puede caer en pensar que es descuido de los habitantes -no me consta-, pero mirando el contenido que le queda al vaso, prefiero pensar que es la manera de cuidar y mantener lo que se tiene, evitando caer en la cultura del desecho, y, en este caso, hacer leña de ellos. Lo que más me alucina son los árboles con sus flores lilas, chañar o pimiento, me dice el joven del café cuando le pregunto. No está seguro.
   Un buen Capuccino para empezar el día y hacer tiempo, mientras los de una oficina de Turismo, particular, se dignan en iniciar el trabajo semanal. Especifico "particular", pues en la oficina pública de Informaciones  me atendieron temprano y en forma expedita, entregándome todos los folletos necesarios.
   Ahora, aquí estoy, esperando que los benditos encargados de la Office lleguen, aunque ya me comuniqué por teléfono con uno de ellos. ¡Malas noticias! El desierto florido está en extinción. Ése era mi objetivo. ¡Grr! En fin, aprovecharé los días en visitar la región, que también tiene sus encantos, según lo que me informaron. Ya veré el próximo año el florido desierto, aunque tenga que pedir permiso en el trabajo...¡¡Bien!!  

   Viajo a Caldera. Me encantó el puerto. 
Lo recorro por la playa hasta donde ésta termina y debo ascender hasta la calle haciendo uso de mis habilidades físicas. No encontré a nadie en mi recorrido y eso que era pasado el mediodía. Regreso al centro por una Avda. en construcción, con mucho equipamiento de juegos y ejercicios. Tremenda y hermosa inversión. 
   Llego a una Plaza diferente: la del Padre Negro, cuyo hito central es la Iglesia del mismo nombre, la que llamó mi atención por estar en altura, construida sobre una alta base de piedra y de forma cuadrada. Subo la escalinata. Guardando las distancias, me parece estar ascendiendo a un monumento maya. Es pequeña, ornamentada con pinturas muy vívidas. Su altar está construido directamente en la roca. Es hermosa. Fue construida en 1940, gracias a la gestión del Padre Negro, un sacerdote colombiano. 
  Almuerzo en el centro, en una mesa al aire libre. No es una maravilla el menú pero está mejor que el de ayer, que consumí en un restaurante peruano. 

 Luego de satisfecho el hambre, me dirijo a Bahía Inglesa, aquí en Chile. Hermosísima playa de "arena" blanca y aguas color turquesa. Y lo más maravilloso: había muy poca gente. Estuve un par de horas allí, a todo sol.
 Felizmente andaba con un sombrero de mi colección, así que, al menos la  cabeza y el rostro estuvieron protegidos. Fue una delicia leer, mientras el sonido de las olas  llegaba suave, a un par de metros de donde yo estaba.
   Quise conocer la Estación de Ferrocarriles de Caldera, hito histórico en el desarrollo de esta vía de traslado en nuestro país. Pero estaba cerrada por reparaciones.¡¡Plop!! 

 De vuelta en Copiapó, me encontré con la fantástica Estatua por la Paz Mundial, en honor  al rescate de los 33, enviado por China, además de una áurea estatua ecuestre,  que no supe en honor a quién era pues no tenía inscripción. 
De lo que sí estoy segura es que no era don Quijote ni tampoco el nunca-bien-ponderado General de los anteojos oscuros. Se veía imponente al atardecer.
   Siguiente día: viaje a Vallenar y Huasco, pasando por la tristemente célebre Freirina.     
No me gustó Vallenar,  al menos lo que vi. Veredas muy sucias, no con basura que se recoge y se soluciona el problema,  sino con aquella suciedad pegada, que ya no es posible "erradicar". Ciudad muy descuidada y en deterioro subterráneo.  Hay un Paseo, en lo que recorrí,  que está más cuidado, seguramente porque es de más reciente construcción.  Me recordó las ciudades de Talca y Arica (el Paseo, no el descuido ostensible) 

  Me fui a Huasco,  donde el mar me reconcilió con el viaje.  Es un puerto menor que el de Caldera, en el cual se veía muy poca actividad. Los numerosos locales ubicados en la Costanera estaban cerrados. Había un sector  bloqueado por reparaciones. 
  Caminé hasta una escultura gigante que,  parecía un pájaro según desde dónde se le mirara. Volví a la calle principal,  desde la cual divisé una Iglesia de peculiar construcción. Fui hasta ella. Era realmente hermosa. Se levantaba mirando al mar.  No ingresé a ella. La fotografié bastante,  eso sí.  Día caluroso en Huasco. Luego de comprar agua, mandarinas y damascos,  me di a la importante tarea de buscar un Restaurante.  Encontré uno que me satisfizo y el menú solicitado estaba muy rico. Lo hice acompañar de un sauvignon blanc Misiones de Rengo, ¡¡¡exquisito!!!  Luego de negociar el cambio del postre (de chocolate,  ¡puaj! , me carga ese sabor en todo, excepto en las barras del mismo) por un café,  me fui a  caminar por la Costanera huasquina.
 Esta vez llegué al  Faro; más allá estaba la playa... No pude permanecer mucho tiempo: debía regresar a Vallenar.  Lo hice, envuelta en la modorra de media tarde.  
   Llegando a Vallenar me bajé al ingresar a la ciudad. Quise caminar por un Paseo a orillas del río... El cauce era abundante y rápido.  Era un gusto mirar sus aguas en medio de una zona tan árida. Sin embargo,  el lugar, de reciente implementación, estaba completamente descuidado (malezas, pasto largo y basura).
   Faltaba aún para mi viaje de regreso pero opté por esperar en el Terminal, de preferencia, en algún lugar fresco. Antes de iniciar la espera,  a comprar agua y un helado (de H2O, of course).
  Regreso sin inconvenientes, un rico café al llegar al alojamiento con un sándwich con el último pan existente en mi despensa.  
  Otro día,  último recorrido, esta vez hacia el norte: Chañaral.  Un capuchino antes de subir al bus y partimos.  No alcanzamos a recorrer una cuadra y el bus chocó con un poste, rompiendo una luz trasera. Debió regresar al Terminal y se ignoraba la hora en que se continuaría el viaje. ¡Tur Bus!  Pedí el cambio de pasajes para el día siguiente. "No se puede", dice la funcionaria. "Haga un reclamo y le devolverán el dinero". Otra ventanilla,  llenado del formulario correspondiente,  recepción dinero.  Nueva ventanilla, a comprar los pasajes para el día siguiente.  Elijo horarios,  asientos (evitando números fallidos, jajaja) y al querer pagar, el total era el doble. Pensé que había escuchado mal o  me estaba vendiendo cuatro pasajes, pero no. ¡¡Valían el doble!! Después de lanzar un comedido "sinvergüenzas", me fui a la competencia.  Tuve que esperar un rato, pero disponía de un horario más tarde de regreso, con lo que compensaba la demora.  
  No voy a entrar en detalles de lo que hice en el intertanto, pues lo importante es que salí y llegué a la hora a Chañaral.  Por suerte se me ocurrió preguntar por horario de buses a Diego de Almagro, porque de otra manera me habría quedado con las ganas de ir. El mismo bus en que había llegado partía para allá en 30 minutos.  Decisión del caso: me fui a Diego de Almagro antes de conocer  Chañaral.  
  Durante una hora y media,  bajo un sol achicharrante, recorrí algunas calles del pueblo, especialmente su Avda. principal por el bonito bandejón central, lo más recientemente reconstruido. 
Anduve por la Plaza y otras calles aledañas en buen estado, pues había otras, perpendiculares a la principal, que estaban en reparación y sólo con ripio. 
Cuando finalicé mi recorrido y me dispuse a esperar el bus, extraje el agua mineral de la mochila para calmar mi sed. ¡Estaba tibia!
    Una vez de regreso en Chañaral me dediqué a recorrer lo más vistoso a simple vista: el Faro del Milenio, en un cerro y una gruta a la Virgen (o a una virgen, jaja), ambos en altura. 
   Por suerte estaba descansada; así y todo, debí hacer varias detenciones. Luego recorrí todo el borde costero, subiendo y bajando también algunas escaleras. Ya de vuelta, pasé a un Restaurante. Me merecía alimentarme con algo rico, especialmente pensando que en D.de Almagro no había almorzado para lograr recorrer el máximo en las dos horas que tenía. Me prepararon un rico sandwich (un churrasco con palta y tomate)Lástima que la señora no tenía ají. Extraño encontrar un local de comida sin ají. Le disculpo el servicio higiénico, que aún estaba en construcción, ¡pero no el ají! Y el café parece que era Dolca no más, porque ella me llevó la taza ya preparada, como para que yo no gaste mucho, jajaja. En todo caso, no era Nescafé, tampoco Juan Valdez (jajaja). En fin... La necesidad tiene...
   El regreso a Copiapó fue un desastre. Más de una hora de atraso, injustificado desde mi punto de vista, pues el bus no venía de Arica, pues. Me llamó la atención la informalidad de estas personas. 
   Mañana descansaré, aunque no sea el séptimo día, sino sólo el quinto. Me quedaré en Copiapó y visitaré el Museo, si me queda tiempo, pero más importante me parece ir a conocer la Estación de Ferrocarriles, que vi al pasar cuando llegué el domingo...  
  Casi ya cumplido la mayor parte de esta salida, me siento realmente contenta, a pesar de no haber logrado el objetivo primero (no obstante, en las cercanías de Vallenar, pude divisar campos de flores de color fucsia a orillas de carretera). Todo ha sido conocer lugares por primera vez y tomar fotografías preciosas, además de descansar de la actividad laboral. 
  Al finalizar esta parte, debo señalar que las huellas de la catástrofe sufrida por Chañaral y Diego de Almagro aún se notan. La tierra acumulada, los escombros, el polvo en suspensión, las paredes sucias de las casas y hasta las nuevas construcciones son testigos de lo sucedido. 
Sin embargo, es mínimo lo que se observa comparado con lo vivido. Resulta muy difícil compatibilizar las imágenes de lo visto por los medios, en que el agua corría caudalosa por las calles arrastrando lo que encontraba a su paso y la aridez de los cerros y los caminos en la actualidad.  
   Y así como en el desierto las semillas duermen un largo sueño para despertar airosas en invierno y primavera, los torrentes de los ríos, también invisibles la mayor parte del tiempo, de pronto despiertan arrolladores, trayendo consigo el recuerdo al hombre que la naturaleza no se deja dominar tan fácilmente. Y yo, una Maui contemporánea cómoda, visitando el lugar cuando el peligro ya ha pasado. Es dura la vida por acá, lo acabo de comprobar. 
   Al regresar, me llevo en la retina los distintos tonos de café de montañas y cerros, los colores del agua y del desierto, la  intensa tonalidad de las flores, que alegran la vida de estas Mauis chilenas del siglo 21.

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