sábado, 18 de noviembre de 2017

El día en que se detuvo la Tierra... Diecisiete...[Ayer]

  Diecisiete....                                                               [Ayer]
  Se asomó a la boca de la cueva para ver si podía recuperar algunas de sus pertenencias, pero no fue así. Sólo descubrió su piedra para hacer fuego cuando paseaba su vista por segunda vez en el pequeño espacio que había quedado despejado, después del derrumbe. Tomó su único bien y se alejó de la caverna, no -corrijo- del lugar de donde había estado su caverna.
  No bien había caminado unos metros (o pasos más bien, porque Maui no sabe de medidas de ningún tipo) cuando sintió moverse la tierra nuevamente, aunque no con la intensidad ni duración del gran seísmo que había ocurrido hacía unas horas.
  "Réplicas", pensó la Maui moderna, mientras "veía" a su antecesora enfrentada a dicha situación límite, sola, desinformada y sin ayuda gubernamental. ¡Fuerza, Maui! ¡Tú puedes!
  Se fue al lugar donde había terminado de pernoctar luego del desastre y se sentó a reflexionar.
   No se trata que nuestra amiga no pueda hacerlo caminando (como suele suceder con algunas - y algunos-), sino que necesitaba toda la tranquilidad y calma posibles.
  Analizó su situación: ya no tenía caverna ni ninguna posesión; tampoco tenía alimentos (habían quedado sepultados bajo el montón de roca), ni armas ni utensilios. Había vuelto a fojas cero. Por lo tanto, debía reaccionar, ponerse en marcha, buscar alimento, conseguir pieles, encontrar una nueva cueva... o construirse un habitáculo, alejado de sectores rocosos para no irse al mundo de los espíritus antes de tiempo.
   Pensado, analizado y ¡manos a la obra! Se sacudió sus ropas, buscó una rama gruesa entre los árboles caídos, la limpió de hojas, pequeños brotes y ganchos, y sosteniéndola en una de sus manos, mientras en la otra sujetaba la piedra fogar, inició su recorrido, esta vez sin retorno.
   Ya cerca del gran agua se dio cuenta que también se habían producido cambios en sus alrededores. Se notaba que las olas habían ocupado espacio que antes no ocupaban. ¡Eran cientos de metros los que mostraban restos de rocas, árboles y... ¡animales marinos!

    Dentro de todo lo gris que veía sus días venideros, apareció el esbozo de una sonrisa en su rostro. ¡Podría alimentarse sin inconvenientes! Buscó un lugar bastante alejado  de la nueva orilla marina, dispuso piedras (recurso natural en abundancia en ese momento) y salió a recoger ganchos y ramas que le sirvieran para realizar una fogata. Dejó los peces que llevaba allí. No demoró mucho en regresar con una brazada de leña, preparó el fuego y una vez ya segura que no se apagaría, ubicó el par de peces sobre unos ganchos traídos ex profeso, sentándose a esperar que la comida estuviera cocida. Esta vez debería consumirla sin la sustancia llamada sal, pues no resultaría fácil ni conveniente por lo ocurrido, darse a la tarea de recolectarla. En estos momentos no eran seguras ni las rocas ni las olas. ¡Su mundo había cambiado de manera significativa!
    Devoró su alimento, quedando completamente satisfecha. El día ya no le parecía tan gris después de saciar su hambre.
¡Primera tarea cumplida! Seguiría caminando el resto de la jornada. Según concluyó al mirar el sol, era la hora mediana. Avanzaría manteniendo la distancia de la orilla del mar, pero transitaría paralela a su ubicación. Intentaría llegar al lugar donde  se encontró, hace algunas lunas, con la familia de la que aprendió el fuego. No tenía muchas esperanzas que allá pudiera encontrar refugio, pues los restos de sedimentos y materiales que arrastró el mar a cientos de metros, le indicaba que el movimiento terrestre había sido poderoso. ¡La tierra, las rocas y el mar se habían movido y parecía que en un extenso territorio!
    Una vez que advirtió que debería alejarse más del océano para dirigirse al sector rocoso, se acercó a su orilla a buscar más alimento para ingerir antes de terminar la jornada.
    Al ir llegando a su destino, la desazón la invadió. Todo tenía similar aspecto a lo sucedido en su hábitat. La Tierra, definitivamente, estaba muy enojada.
   Alejada de pared rocosa, que mostraba abundantes desprendimientos, repitió la tarea realizada a mediodía, logrando en un tiempo récord, contar nuevamente con el alimento necesario para su sustento.
  Terminada su alimentación, procedió a realizar algunos viajes al bosquecillo para acopiar combustible, que le permitiera pasar la noche sin congelarse. No tenía ropa de abrigo ni pieles para dormir. Pernoctar junto a las rocas era un verdadero riesgo; ir al bosquecillo también lo era, por lo que debería dormir a la intemperie.
   El rocío matinal la despertó. No había dormido mucho pero sí lo suficiente. Mientras se estuvo dando vueltas en su lecho de hojas de árboles con algunas delgadas ramas con las que se cubrió, cerca de la fogata (de la que apenas quedaba un sector de cenizas tibias), había analizado su nuevo escenario. De dicho trabajo neuronal había resultado un producto convincente: se quedaría algunos soles en ese lugar para darse el tiempo de examinar el sector boscoso viendo si, además de encontrar alimento, lograba las pieles necesarias para su abrigo.
  ¡Bien pensado, Maui! Seguramente  las pieles que encuentres no sean de visón o marta, pero te abrigarán, que es lo que realmente importa. Evaluando tus circunstancias vitales, querida Maui, intuyo que esa búsqueda de pieles animales, quedó en el ADN de tus descendientes, con algunos ajustes, claro está, producto del tiempo y de la evolución. ¡No me cabe ninguna duda! Las Mauis contemporáneas también salen a cazar pieles, pero a los Malls y Tiendas exclusivas donde el arma es una tarjeta ... o varias. Las preferencias han cambiado, pues el criterio no es "cazar lo que se encuentre", sino lo más exótico y, ojalá, a punto de extinguirse. La carne de su interior carece de valor. ¡Ojalá sirva para alimentar a los niños hambrientos del mundo!, pero si no es así, el peso en la conciencia es uno elevado a cero.
    Sin duda, hemos evolucionado.

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