lunes, 11 de septiembre de 2017

La soledad del poder...

   En más de una ocasión ha aparecido esta frase, que, no por la fuerza de la reiteración, sino por el peso de la verdad, es una máxima casi inapelable. La historia lo corrobora una y otra vez. El poderoso, mientras más lo es, va quedando solo,  en  muchos casos, por un ansia irrefrenable de poseer sin compartir. En otras ocasiones, por las envidias que genera su cargo, lo que impide la confianza en los más cercanos, que, en su mayoría,  velan por sus intereses individuales.   

 Después de leer cuatro novelas del autor andorrano,  Albert Salvadó,  con personajes como Atila,  Aníbal,  Ramses XI  y otros, me entusiasmé con su estilo, lo histórico planteado desde una perspectiva muy humana, y decidí enfrentar la lectura del relato de un personaje más cercano en el tiempo, del que desconocía  absolutamente...¡TODO!...
   La trilogía literaria de Albert Salvadó,  JAIME I EL CONQUISTADOR,  resultó ser un apasionante viaje a la España del siglo XIII.  En cada una de sus partes, El puñal del SarracenoLa Reina Húngara y Hablad o Matadme,  el hilo conductor es el personaje central, que desde los 6 años debe prepararse para ser Rey de Aragón y Cataluña al morir su padre. Sin embargo, a esa edad era imposible que estuviera preparado para tan magna tarea,  por lo que un "amable familiar" se hace cargo, mientras otro disputa esta labor, "desinteresadamente". Los adultos que se esmeran en educarlo (Caballeros de la Orden de los Templarios), junto con hacerlo, deben también protegerlo... de los interesados en hacerlo desaparecer. La esperanza de vida en esos tiempos no era muy alta  (jajaja), especialmente si había intereses creados. 
   Apenas en el inicio de su adolescencia debe asumir el poder y casarse, lógicamente por conveniencia. Los asesores planifican su vida y deciden cada paso que da, hasta que, gracias a la educación recibida,  logra ir imponiendo su criterio por sobre los intereses personalistas de los nobles que lo rodean y que son leales sólo consigo mismos. Con amargura, el joven Rey debe aprender de las deslealtades de la nobleza, que rápidamente le da vuelta las espaldas cuando el "botín" no le parece sustancioso (tierras, títulos,  cargos). De los errores va aprendiendo, aunque la empresa de gobernar por sobre estos señores feudales, enorme cantidad de personas carentes de una visión de Estado, más dos numerosos y fuertes conglomerados humanos -los judíos y los sarracenos-, no resulta una  tarea fácil.    En tanto, la Iglesia, interesada más en el poder político y económico que en lo espiritual, se transforma en otro frente que atender.
   En el ámbito de su vida personal, su matrimonio no tiene un  resultado halagüeño.  Los dos púberes,  que se vieron por primera vez horas antes de casarse, no tienen un temperamento compatible. El nacimiento del primogénito del rey se visualizó como una posibilidad de mejorar la relación con la reina, pero esto no fructificó, produciéndose la anulación del vínculo. Las presiones del cargo lo obligan a contraer un nuevo matrimonio, esta vez con una heredera húngara, de la cual, apenas la escucha y ve (también en el altar) queda prendado. El amor surge impetuoso en ambos. Violante es la mujer perfecta para él y el reinado. Los hijos completan la familia, la felicidad persiste, su fama como Conquistador se consolida, mientras el territorio bajo su dominio también aumenta. 

   Lo interesante de la saga es que uno va siendo testigo de la evolución del personaje, de cómo va asumiendo sus debilidades, va perdiendo la paciencia, adquiriendo sabiduría, manteniendo la palabra, aprendiendo las lecciones de los errores pasados y evitando caer nuevamente en ellos. 
   En el fondo, el gran aporte del texto no es tanto lo histórico, aunque se es riguroso en esto, sino la profundidad humana, la soledad del poder, la fidelidad de los amigos, la inteligencia de los asesores, el péndulo del poder, los intereses y ambiciones de los cercanos...
    Vale la pena leerla...

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