sábado, 6 de febrero de 2016

Primeras impresiones: no todo es lo que parece...


Una vez instalados en el Hotel España el viernes 29, nos preparamos  para salir a conocer parte de La Paz. Ya había oscurecido, pero aún así en las calles había mucha gente. Teníamos hambre, así que, además de caminar por la Avda. principal, nos dedicamos a buscar un lugar a nuestra altura, (quiero decir, rango, alcurnia, prosapia, no tamaño literalmente hablando, porque no creo que hubiera encontrado algo para mí, jajaja) para alimentarnos. 
 Habíamos salido a las 9 de la mañana de Arica y ya eran casi las 21 horas y, si bien habíamos recibido una colación en el camino y habíamos masticado más de alguna galleta, todo había sido regularmente frugal, para precaver cualquier problema del efecto de la fuerza de gravedad en nuestros bellos cuerpos.  
Llegamos a un lugar que se veía  fantástico y que nuestros anfitriones conocían. Ya en la entrada, el lugar nos fascinó: había varias vitrinas con tipos de helados y una numerosa variedad de tortas con diseño. Por ahí apareció una Campanita, un palacio con su princesa (o Principessa como yo, jajaja). Fotografiamos algunas y luego fuimos a buscar asiento al segundo piso. Nos recibieron los acordes  de la música de un piano, que, en vivo, era interpretado por un joven.
 Las mesas estaban adornadas con velas, así en un estilo medio  romántico. Nuestro pedido con mi hermana fue una Ensalada Primavera (con lechuga, trozos de pollo a la plancha, tomates, cebolla morada, queso, trozos de frutas como frutilla, naranja, pomelo, durazno, más semillas de sésamo y maravilla, con alguna salsa y tres tostadas al orégano). ¡Resultó deliciosa, tanto que en  mi plato, que no dejaba de ser grande, no quedó nada! Lo que se sirvieron nuestros anfitriones ya no me acuerdo, pero la foto ayudará a recordar (cuando la encuentre). Lo que sí recuerdo claramente fue que acompañamos nuestra comida con Cerveza Huari, por recomendación del garzón (cuando nos trajeron la cuenta, aprendimos que nunca, en cuanto al bebestibe, hay que atender la recomendación de cualquiera de ellos, porque es sabido que ofrecen lo más caro y cómo chilenos que somos, tímidos y humildes, no siempre  nos atrevemos a preguntar cuánto vale, por tanto una vez consumido, sólo hay que pagar).

   El pianista interpretó canciones de Los Beatles, de Laura Paussini, alguna canción de Victor Heredia y otras, todas preciosas. Cuando hubo un intermedio, la música envasada continuó acompañándonos. Fue una bonita velada, pero,  como todo, duró hasta que se acabó. Llegó la hora de pagar y al recibir la boleta, nos dimos cuenta que la cerveza nos había salido bastante más cara de lo habitual. Más adelante, al observar que toda cerveza en cualquier lugar era más cara que en nuestro país, entendimos que era por el alto impuesto que a estas  bebidas y similares se les aplica en  Bolivia. 
   Salimos de allí y recorrimos el sector, emprendiendo el camino hacia el Palacio Quemado. Lógicamente sabíamos que no íbamos a encontrar al Evo, pero no sería realmente un viaje de aprendizaje si no íbamos, primero, a la Sede del gobierno del país que visitábamos, teniendo la posibilidad al alcance de la mano. Caminamos la calle en subida (¡ufff!) hasta llegar a la Plaza Murillo, en torno a la cual se encuentra éste y otros edificios. Un policía nos prohibió seguir la vereda frontal del palacio (para ser honestas y justas, también Carabineros del Palacio de La Moneda nos había prohibido lo mismo el 18 de enero, en Santiago), invitándonos a caminar por la plaza.
 La Casa del Gobierno Boliviano originalmente tenía otras funciones. El edificio fue víctima de un incendio en el siglo XVIII y, luego, al ser restaurado, se constituyó en sede gubernamental. 
 Frente al Palacio (en realidad, de poca envergadura, aunque con una arquitectura bien cuidada, más bien tradicional o clásica, pero nada extraordinaria) había otro edificio, más llamativo que el anterior, el Palacio del Ejecutivo y también una Catedral  mientras que en el centro de la plaza hay varias estatuas. 
   Después de un rato en este lugar, esperando en vano que el Evo saliera a saludarnos (jajaja), avanzamos hacia la Avda. principal hasta llegar más allá de la Basílica de San Francisco, pero al rato debimos reandar lo andado, pues ya el lugar se estaba tornando muy popular y podría resultar peligroso. La verdad, caminamos bastante y eso nos cansó ídem; no en  vano estábamos a más de 3000 metros de altura. 
   Volvimos al hotel  a dormir nuestra primera noche boliviana, la que transcurrió tranquila y con el descanso reparador que necesitábamos  después de un largo viaje. Nos despedimos de nuestros vecinos citándonos a las 9 para desayunar, aunque sin aclarar si era horario chileno o boliviano, lo que produjo un pequeño impasse. 
  Second day

   Después de servirnos, por fin,  un desayuno de cortesía (digo "por fin", pues nuestros vecinos se levantaron a las 9 hora chilena, en tanto nosotras asumimos hora boliviana; sin embargo, cuando nuestros madrugadores bajaron a desayunar, se encontraron con que no habían comprado pan, jajaja) , nos preparamos para salir a conquistar La Paz (¿o alcanzarla?, jajaja)  desde las alturas (¡cómo si no fuera suficiente la que teníamos a ras de pavimento, jajaja!).
Próximo destino: el Teleférico.  Tomamos un taxi (boliviano, obvio) para  llegar hasta la Terminal de la línea amarilla (hay, además, una roja y otra verde, todo muy nacionalista y boliviano).  El edificio era nuevo de paquete igual que cada uno de los carros;  el precio del pasaje: tres bolivianos (aproximadamente 330 pesos de los nuestros).
 En cada unidad caben 10 personas de contextura normal (jajaja), pero como la afluencia no era extraordinaria en ese momento (me dio la impresión que no había atochamientos en ningún momento, porque el costo del pasaje es el doble del valor que cuesta la locomoción terrestre, por lo que creo que no es tan popular, aunque realmente el sistema es un enorme adelanto y solución, por su limpieza, rapidez y seguridad).

Fue casi una experiencia "religiosa y mística" realizar dos trayectos en el Teleférico, perder el miedo a la altura, observar a  nuestros pies (jajaja) a una de las ciudades más importantes de Bolivia (aunque no sea la capital, es clave en el ámbito político). Por indicación de un funcionario, quien, muy atento, nos brindó bastante información de dónde bajarnos si queríamos a llegar a determinado lugar, abandonamos el silencioso planeo y quisimos dirigirnos a la Plaza San Francisco. No sabemos si el funcionario quiso perjudicarnos, reírse de nosotros o es que realmente la estación en que descendimos era la más cercana a nuestro próximo destino, la cuestión es que debimos obligatoriamente tomar locomoción para llegar a él.
 Quisimos experimentar la locomoción pública en furgón (que allá le llaman "movilidad"), vehículo en el cual uno debe subirse a la carrera, tratando de no golpearse la cabeza y cerrar la puerta corrediza del utilitario. Si éste va muy lleno, sirve para darse un breve o largo baño turco. También sirve para otros menesteres como, por ejemplo, aburrirse, bajar la comida si es que consumiste mucho, debido a los saltos que da, experimentar lo que es un dolor de cabeza con toda la polución reinante, gastar tiempo en cantidades industriales si no tienes en qué, jajaja... Después de más de media hora, entre detenciones, bocinazos, casi choques, saltos y demases, nos  bajamos de la "limusina" luego  de pagar 150 pesos y darnos sendos cabezazos  (¡Ayyyy! ¡Sniff!) en la cornisa del furgón.

- Oye, Princess.
- ¿Quéu?
- Los furgones no tienen cornisas, las casas sí, los acantilados...
- Da lo mismo, no soy tan purista, jajaja, yo me entiendo


Basílica de San Francisco.

   Su estilo arquitectónico  es antiguo. De acuerdo a la inscripción que hay fuera de ella, en un sector de la  Plaza Mayor  de San Francisco, el edificio original fue construido en el siglo XVI (año 1549, no podía ser más antigua) , aunque fue destruida por una nevada, por lo cual, el actual edificio data de 1743-1758.
 Me sorprendió aquello de que una "nevada" pudiera destruir un edificio, pero eso registra la historia. Ingresamos al interior de la Basílica, y, para variar, nos sorprendió la belleza (y riqueza) de su ornamentación.  

   En cambio, en las afueras, en la Plaza Mayor, una gran explanada pavimentada, hay comercio, música, propaganda política con altavoces, mendigos, gente ebria, artistas de la calle, puestos de venta de fruta, ropa y otros artículos, es decir, de todo un cuanto hay. ¿Se volvería a enojar Jesús por una fe medio prostituida? ¡Quién sabe! Capaz que ya esté cansado y haya "tirado la toalla"...

Barrio Artesanal

  La verdad no es un barrio ni se llama así; yo le he puesto ese nombre a ese sector de varias calles ubicadas en los costados y alrededores de la Catedral San Francisco, en subida (¡ufff!). ¡Es fantástico! Pura entretención para nosotras (pobre hermano mío, de paladín al lado nuestro, acompañándonos en nuestra romería con más estaciones que la ascención de Jesús al Monte Calvario, jajaja, ¡moriré quemada, pero no en el palacio que el Evo quiere vitalicio para sí, jajaja). 
 ¡Allí encontramos joyas, recuerdos, artesanía, tejidos, bolsos, mochilas, más joyas y joyas, jajaja! Como ya habíamos aprendido a regatear, adquirimos varios objetos a menor precio del inicial, así que "ahorramos" bastante, jajaja. Seguro, servirá para otro viaje u otras cosillas. A esa hora, nosotras, las hermanitas, ya estábamos expertas también en el cambio de moneda (o billete). 
     Cuando nos dio hambre más que cansancio de tanto vitrinear y comprar (jajaja), buscamos un lugar para almorzar. Llegamos al Mercado, sorteando puestos de frutas y artículos diversos (también comida preparada) y buscamos un lugar para nutrirnos. Fuimos subiendo una especie de "caracol" hasta encontrar un lugar que tuviera puestos libres y nos ubicamos en un local que ofrecía, entre otros platos, "sopa de fideos", "pique a lo macho", "pique de guatita" y otras "exquisiteces" que ya no me acuerdo. Preferimos decidirnos por algo conocido: carne al jugo, que era acompañada (para que no se sintiera tan sola, jajaja) con arroz, papas normales y  papas "chuño". Personalmente, yo solicité que me cambiaran las papas "normales" (en Bolivia existen 400 tipos de papas aproximadamente; las que llamo "normales" son las que habitualmente nosotros consumimos) por ensalada. La garzona aceptó. Para humedecer la garganta ya reseca de tanta caminata y calor, pedimos una Coca-cola, porque el jugo que nos ofrecieron no nos "tincó": agua de linaza con limón (¿?). Nos llegó rápidamente la comida y cuando miré mi plato vi que  era exactamente igual que los demás. "¡Pos, ora!", me dije. Llamé a la persona que sirvió los platos y le reclamé la ensalada que se habían comprometido. ¡Y eso sí que fue folclórico!: llegó una señora con cara de pocos amigos y con una tenaza echó (casi tiró, diría yo, jajaja) un poquito de ensalada de tomate a la boliviana (con cebolla morada) sobre la carne y casi le lanzó a mis demás compañeros unas tres julianas de cebolla con unos dos trocitos de tomate, jajaja. 
   El arroz estaba ¡asqueroso!!! (era un arroz de ésos que uno prepara en la adolescencia, cuando está  recién aprendiendo y le queda una pura mazamorra, que ni siquiera es pariente pobre del rissotto), probé un poquito y nada más, el resto lo dejé igualmente armadito como estaba en su forma. La carne no era filete ni nada por el estilo, era un trozo con hueso, de ésos que usan para las cazuelas; la papa "chuño" una cosa chica de color negro, ¡guácala!, cuyo fin fue quedar también como lo que dejó la ola luego de besar la playa (jajaja). La carne y la "ensalada" me las comí, tomé bebida y luego de tratar de limpiarme  la boca con unos pequeños triángulos de papel roneo que hacían las veces de servilletas, pagamos y "salimos cascando" (jajaja).  
   Después de aquella aventura gastronómica y antes de irnos a nuestro cinco estrellas a descansar un poco, pasamos por una feria de verduras. Los "chiquillos" compraron un par de paltas (son fanáticos de ellas) y yo, de puro curiosa, compré 6 bolivianos de tumbos, unos frutos parecidos, en la forma externa,  a los pepinillos pero de color de melón tuna, mientras que en la parte interna, una especie de granada, pero de color naranjo. Me fui orgullosa con mi libra de  tumbos, aunque no dando tumbos (jajaja).
 Cabe destacar, como ya deben haberse dado cuenta, que para  las verduras y frutas utilizan como medida de peso la libra, no el kilo (equivalente a medio kilo aprox.).  Vimos muchas tunas, rábanos lilas, uvas, naranjas, plátanos, papa yuca y...¡unos pececitos del tamaño de un dedo de la mano, pero más flacos!
   Nos fuimos al hotel, el 75 % a dormir y yo, a escribir, lo que hice en una salita que había en el primer piso, con luz natural que llegaba a través del vidrio del techo. No quería caer en los brazos de Morfeo (creo que ya les he dicho que no me gusta dormir de día o siesta, me pone de mal humor pues despierto con dolor de cabeza, jajaja, de verdad).
Estaba en lo mejor escribiendo cuando comencé a escuchar unos retumbos que, al comienzo, no identifiqué, pero cuando sobre el techo vítreo  comenzó a arreciar la lluvia, entendí que eran ...¡truenos! Las oscuras nubes que habíamos visto antes se descargaron con furia por un rato, quedando luego todo calmo. Volví a mis aposentos a anunciar la tremenda lluvia a mis compañeros de viaje. Uno de ellos despertó y salió en paños menores al pasillo a observarla (jajaja)
   Para felicidad nuestra, no duró mucho el celeste llanto, así que siendo las 19 horas pasadas les recordé que se habían comprometido a salir a esa hora para ir al Cine. Llegamos cuando "El Renacido" ya había comenzado y la otra, que iba a ver yo (porque a Di Caprio ya lo había disfrutado, como actor, se entiende, jajaja), tenía función a las 22,30. ¡Nada qué hacer! ¡Adiós función fílmica! 
   A esa hora, la solitaria estaba ya reclamando. Habíamos comido un pan con palta y un tumbo (no me gustó mucho, pues era una pálida versión de los maracuyás, de cuyo sabor me enamoré, aunque menos cítrico, jajaja), pero como la conciencia tiene memoria y recordábamos la pobreza y poca calidad de nuestro almuerzo, acompañamos en su antojo a mi hermano.
 En un local de comida italiana, en un segundo piso con vista a la avenida, pedimos café con un sandwich de carne turca, llamada allá gyros, que acá se le llama de otra manera (es esa carne que se cuece en forma horizontal por capas, en torno a un fierro o espada central, que va dando vueltas mientras se cocina). Era un puesto anexo al restaurante, pero que formaba parte del mismo. ¡Estaba exquisito, con harto condimento, cuyo efecto se aminoraba, por suerte, con los demás ingredientes que la acompañaban: lechuga, tomate, salsas y otros, envuelto todo en un especie de tortilla o panqueque.
 Después de aquello, caminamos un rato y luego nos fuimos a nuestros aposentos, porque al día siguiente saldríamos en un tour que nos llevaría a las Ruinas de Tiwanaku. Había sido un buen día. Era hora de descansar.

  

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