sábado, 13 de febrero de 2016

Apuntes de viaje...de una Principessa...


  Conocer un nuevo lugar es todo un desafío y una responsabilidad; también es el cumplimiento de un anhelo. Has juntado dinero y ganas para realizar esa aventura que te propusiste y cuando ésta se va desarrollando vas, cual papel secante (oh, se me cayó la sota, jajaja)  absorbiendo todo lo que ves. Así nos pasa a las Principessas viajeras; ignoro si es lo mismo con los ciudadanos comunes y corrientes (jajaja).

    Esta vez, fue el tercer viaje a Perú y el primero a Bolivia. Pude comparar, sacar conclusiones, ver en terreno (en las partes que anduvimos lógicamente, que no fueron muchas, más por un tema de tiempo que de dinero) lo que conocía desde las noticias y los reportajes. Y si bien lo recorrido no fue demasiado, siempre del hilo se puede descubrir la madeja.
- ¡Oh! ¡Qué refranera te has puesto! ¿Será un signo de madurez y sabiduría?
- ¡Obvio!  ¡Pura sabiduría y madurez! Una buena mixtura.
   En ocasiones anteriores visité Lima, el Cusco, Machu Picchu, el Desierto de Paracas, Arequipa, Moquehua, el Puerto de Ilo, además de Tacna, en Perú, en tanto,que en el caso de Bolivia, en esta única ocasión, visitamos La Paz y Copacabana. 
   En un pequeño planeo, no resulta fácil ver las siete diferencias entre ambos pueblos, pues las similitudes son numerosísimas: 
* antepasados comunes (raíz  que comparten con nuestros compatriotas nortinos y probablemente conmigo, jajaja);
* biotipo similar (tez morena, perfil aguileño, baja estatura, a grosso modo); 
*  cantos y bailes similares en honor a la Virgen (y en el caso del norte de Chile, Perú y Bolivia, son exactamente iguales, pues lo que vimos en el Carnaval con la Fuerza del Sol de Arica, lo que se muestra en Oruro, así como lo que vimos en Copacabana  parecieran ser los mismos grupos que van  viajando de una a otra actividad, aunque sabemos que son diferentes muchos de ellos);
* Forma de hablar parecida, con una modulación poco marcada, rápida, con la terminación de las palabras casi aspiradas y un acento medio musical y cantado, que no hace fácil su comprensión para el no nativo; 
* Vestimenta colorida para la mujer, cuya base son las faldas, chales y sombreros, mientras que para el hombre su vestimenta es más bien moderna, pero principalmente de colores grises y oscuros;
* Creencias religiosas similares (el sol, la luna, el cóndor, la Pachamama y otros, son elementos que comparten);
* Habitan tierras parecidas: el altiplano, por tanto, los cultivos y animales que poseen son los mismos; eso significa que en  la alimentación tienen más de un punto en común: presencia predominante del maíz, la quínoa, las papas, el arroz, las tunas, las papayas, el mango, así como la  carne de pollo y de llama. Todos los restaurantes y cocinerías más bien populares huelen y respiran pollo;
* Artesanía muy colorida en materiales textiles, cerámicos, metálicos. Mención especial le cabe a sus tejidos, tan característicos como  el aguayo, que de ser originalmente el chal con el que envolvían y cargaban a la espalda a sus bebés (y lo siguen haciendo) se ha transformado, además,  en producto de origen, el que están aplicando a todo tipo de vestimenta, calzado, joyas, artículos de hogar y de oficina, entre otros. Asimismo, los tejidos de alpaca  son absolutamente característicos; 
* Una de las manías que comparten los peruanos y los bolivianos es andar siempre apurados, pareciendo que están atrasados o van a llegar tarde a alguna parte. Esta manía es propia del ámbito de los transportistas, que cada vez te apuran, casi te empujan e incluso  te dejan con una pata arriba del furgón y ya están partiendo,  tocando la bocina a rebato, apurando a sus colegas en la ruta, no sé si es porque no quieren llegar tarde, o es porque quieren ganarle a los demás o simplemente es sólo un afán de hacer ruido.
* La característica anterior lleva a otra en común: la contaminación acústica y atmosférica en las grandes ciudades, pues los medios de transporte público son esencialmente terrestres  y de poca capacidad, lo que obliga a aumentar la cantidad de móviles para atender la demanda. Y como los vehículos no son de última generación ni catalíticos, indudablemente el aire se enrarece y contamina. 
* Manejo de la tecnología y de la capacidad de duplicar todo lo existente (libros, películas, ropa), habilidad que han sabido aprovechar en todo lo que es vendible.
* Dedicación al comercio y al turismo. Es sabido, por ejemplo, que la economía tacneña gira en torno al consumo de los visitantes y turistas, ya sea en servicios médicos (estéticos, dentales, oftalmológicos), alojamiento y alimentación, como en venta de productos alimenticios, textiles y de artesanía.
* Un concepto del tiempo y de las distancias medio distorsionado en comparación con nosotros, pues lo que está a la vuelta o en la otra esquina, resulta finalmente estar a 3 cuadras y media. Nos pasó con gente de ambos países.


    Las pocas diferencias detectadas entre ambos pueblos, al menos de lo observado por mi aguda e insuperable  visión viajera, propia de una estudiosa de la naturaleza humana, las explico a continuación: 

# Mayor rasgo de amabilidad de parte de los bolivianos, en tanto los peruanos son más serios, graves y hasta cortantes muchas veces.
# Un acento un tanto más "cantadito" de parte de los bolivianos, que a veces hace menos entendible lo que dicen, pues se pierde el final.
# Una gran diferencia en el manejo del aseo e higiene, tanto del entorno, como de los interiores. Si bien es cierto, no puedo decir que los peruanos son campeones de la limpieza e higiene, sí debo decir que el desaseo personal, del entorno, de las calles menos céntricas es proverbial en Bolivia.
   Y en este ámbito voy a detenerme. Vimos bastante mendicidad en La Paz, cosa que no recuerdo mayormente haber visto en las ciudades de Perú. En Bolivia parecieran convivir tres conglomerados sociales: los que tienen mucho, la clase trabajadora dependiente (de oficinas, escuelas, comercio grande y establecido, bancos, farmacias, etc.) y  los pobres, que viven el día a día en las calles, desde primera hora, vendiendo en pequeños kioscos de 1,80×1×0,60  instalados en las veredas, adosados a las murallas. A ellos se suman los que no tienen estos kioscos o puestos y venden diversos productos sentadas (son principalmente mujeres) en el pavimento de las veredas, con hijos pequeños, durmiendo entre los productos, comiendo entre ellos, hasta casi medianoche, al calor o al frío. Al finalizar cada jornada envuelven su mercadería en sus aguayos, que cargan en sus espaldas, a veces junto con sus hijos, cuando éstos son pequeñitos. Nos tocó ver alguna niña no mayor de 10 años, pasadas las 23 horas, esbozando unos pasos de baile al son de la mùsica de una vieja  radio a pilas, SOLA, intentando ganar unos pesos. Vimos  gente durmiendo bajo unos trapos y cartones, sobre la vereda, en una noche muy helada.
    Nos preguntamos en más de una ocasión acerca del futuro y riesgos que corría esa niña, si venderían o no pañuelos y carteras esas mujeres, a las 23 horas o más, como para estar allí, luchando con el frío, el cansancio, el aburrimiento, el sueño y la desesperanza. En todas nuestras salidas  vimos mujeres durmiendo sentadas al lado de su mercadería, lo que nos provocó una profunda pena y conmiseración. Y todos , o casi todos, para no caer en las generalizaciones, desaseados, ofreciendo alimentos para consumir, expendido al aire libre, sin tapas ni resguardos ante el polvo, la polución o las moscas. 
   Los servicios higiénicos,  en La Paz y Copacabana para no generalizar al país completo, constituyeron  un verdadero problema para nosotros, acostumbrados a que este tipo de servicio esté limpio, con papel, jabón y agua corriente, tanto para el inodoro como en los lavamanos. Nos encontramos con muchos restaurantes más o menos aceptables, con unos baños asquerosos para sus clientes, sin agua en ninguna parte, para qué pensar en el papel y, además, sucios. Los baños públicos eran el súmum de esta costumbre. En Copacabana, una ciudad que se notaba de mejor nivel que La Paz (aunque bastante más pequeña) con el enorme  Lago Titicaca a sus pies, unos hermosos restaurantes en la calle que llega a la playa,  sin embargo, lo más elegante que tenían los baños eran los carteles que los anunciaban. ¡Eran realmente una porquería y sólo la necesidad nos hacía ocuparlos! ¡Y lo peor, no tener dónde lavarse las manos! 
   En  nuestro viaje conocí dos tipos de servicios higiénicos que no estaban en mis registros: en Tiwanaku (el nombre de este lugar aparece escrito de otras maneras, pero lo correcto, según Juan el guía, es ésta)  el baño ecológico o eco-baño, todo un rompecabezas para mi persona cuando, sorpresivamente, me encontré con él en el Eco-Restaurante. Consiste en un inodoro con división (cada parte para cada uno de los productos, jajaja) y luego de ocupado, debe vaciarse aserrín en el segundo compartimento, el que se saca de un recipiente que hay al lado del sanitario, mediante una poruña. ¡Plop!, me dije. Esto quedará en los anales de la Principessa.
   Pero el servicio higiénico que ganó la gaviota de plata fue con el que nos encontramos en el pueblo fronterizo de Yunguyo, ya en territorio peruano. Sucede que más de alguna comida (tal vez el desayuno campero de la mañana que contemplaba unos huevos fritos quizás en que calidad de aceite, cueck!) me provocó un efecto indeseado, de manera que en nuestro último almuerzo en Copacabana, me tocó observar como mis compañeros se servían unas ricas truchas, mientras yo tomaba un líquido té de coca. No me quise arriesgar ni arriesgar a mis compañeros, pues esa tarde dejábamos la ciudad para cruzar la frontera, trasladarnos desde la prov. de Puno, partiendo por Yunguyo, pasando por Desaguadero, Moquehua hasta llegar a Tacna, para desde allí, cruzar a Chile y llegar al Valle de Lluta.
  Luego de pasar a cuanto baño encontré en Copacabana, llegó la hora de irnos de la ciudad. Nos llevaron en un furgón hasta la frontera y luego de hacer los trámites correspondientes nos trasladaron en otro vehículo a Yunguyo. Casi parecíamos narcotraficantes o "espaldas mojadas", trasladándonos de un móvil a otro, hasta llegar a la plaza de ese pueblo peruano en la frontera, donde la necesidad de servicios básicos se me hizo presente y patente. En la oficina del Bus Sol Andino, un verdadero cuchitril, que no tenía nada que envidiarle a los locales bolivianos, no había baño para los pasajeros, pero "¡Llegue hasta la esquina y a media cuadra hay uno!", me dijeron. Y aquí es donde surge el fenómeno de las cuadras de la confederación peru-boliviana. Anduve media cuadra, nada. Completé una cuadra, después de la esquina y no había ningún local, "Más allá, en la otra cuadra" , me contestó el consultado. ¡Otra cuadra! Caminé, corrí un poco. La segunda cuadra: había más locales comerciales por allí. Pregunté a una joven: "Vaya hasta la Feria o Mercado que está más allá y ahí hay un baño público". ¡Ufff! Ya apenas corría (jajaja). ¡Otra cuadra!, y divisé una especie de Feria, ví un letrero de Mercado y caminé hasta allá. ¡De pronto!: un gran letrero de ¡Baño Público! Pagué los 50 centavos  que me cobraron (por suerte mi cuñada me había prestado un sol), recibí el trozo de papel e ingresé al servicio. Vi unos tambores con agua antes de entrar al cubículo correspondiente. La sorpresa fue cuando al interior del cubículo me encontré con que no había sanitario, sino sólo un receptáculo a ras de piso, como un pequeño pie de ducha cuadrado y con un orificio al centro (no muy grande, jajaja). ¡Qué terrible!, pensé. ¿Y si no le "achunto"? (Jajajaja). Obligada a probar no más, no había alternativa a esa hora, después de toda la carrera para encontrar un baño. Al terminar, pasé a meter las manos en los tambores para lavarme las manos,  suponiendo que estaba algo limpia el agua (jajaja)
    Realmente, es un problema serio el tema higiénico y sanitario en Bolivia. Y conociendo sus servicios, uno piensa mientras come, si acaso tendrán cuidado con la manipulación de alimentos. Y si bien es cierto, mi organismo no se caracteriza por ser precisamente delicado, a pesar de mi alcurnia, debido a mi crianza rural, así y todo se resintió con algo de lo ingerido.
   Cambiando de tema, nos llamó poderosamente la atención, porque lo vimos claramente, la cantidad de cerveza que consumían los integrantes de las comparsas que bailaban en honor a la Virgen de la Candelaria, independiente fueran hombres o mujeres. Incluso vimos mujeres bailando por las calles, cada una bebiendo de una botella de cerveza Paceña que llevaban en las manos y muchos comparsistas bastante inestables en su baile y caminata. 
En la noche, mientras se celebraba la Fiesta en los diferentes escenarios preparados para la presentación de las bandas invitadas para el baile, desde los Pasantes, matrimonio auspiciador de la fiesta (equivalente a los que ofician de alférez en las celebraciones del norte de Chile) hasta  bailarines, celebraban con abundante riego. Vimos muchísima gente  ebria, que apenas se sostenía en pie y seguía celebrando.  
    Y aquí cabe la crítica de esta creencia religiosa unida a una gran cantidad de consumo de alcohol y comida, aunque me da la impresión que no es un tema de relajación de la religiosidad, sino que, desde siempre, la unión del hombre indígena con sus dioses ha contemplado el pasar por una especie de trance que no pocas veces fue inducido, en numerosas tribus,  por pócimas espirituosas, con contenido alcohólico y/o de esencias psicotrópicas. De pronto pareciera ser que ésta es la oportunidad de estas personas de liberarse y vivir sin preocupaciones por algunos días en el año, de manera que los aprovechan "a concho". ¡Quién sabe si acaso no es así! 
    El viaje de regreso fue toda una aventura (como  si no hubiéramos tenido  bastante). Además de pagar lo correspondiente a cuatro veces lo que le cobraban a los que subieron en Yunguyo, el Bus llegó a la hora que quiso. Tuvimos un plantón de dos horas, bajo un cielo amenazante que luego se licuó y nos hizo trasladarnos de la Plaza al cuchitril de la agencia. Cuando al fin nos subimos al bus, parecía que íbamos a ir bastante cómodos, pues no estaba completo. Cerca nuestro se subieron varias cholitas, con todas sus faldas y hatos a cuestas, más frazadas para abrigarse durante el viaje. Y era tanto el material de abrigo que llevaban que casi sentimos frío con la cantidad normal de ropa con la que íbamos vestidos.  
   La poca amabilidad de algunos peruanos la probamos cuando se le solicitó al auxiliar que revise la ventana que le correspondía a mi hermana, pues no quedaba bien cerrada y, además de sonar permanentemente, se filtraba viento por ella. El tipo fue a mover la ventana para dejarla mejor cerrada, pero aquí viene lo increíble. Luego de señalar que no había solución, dijo: "Si no queda bien es problema de la Sra., no de nosotros". ¡Plop! Quedamos de una pieza ante tamaña afirmación y la poca consideración hacia el cliente. 
   En Desaguadero, una ciudad bastante grande que estaba en el trayecto, se completó el bus. ¡Ufff! Mujeres con cabros chicos ruidosos y con tantos bultos, que obstruían completamente el pasillo, de manera que en caso de apuro, no había posibilidades de arrancar en forma expedita. Una cholita instaló su equipaje (un aguayo lleno de sus cosas de viaje) en su asiento y luego se sentó sobre él, de manera que sobresalía de su asiento por muchos centímetros.  El aire se hizo irrespirable pero no había nada qué hacer. Y el frío que temíamos "nunca fue", pues con tanta gente abrigada y el bus lleno, el vehículo era todo un bańo turco.
   Cuando llegamos a Tacna y bajamos del bus pudimos respirar tranquilos, casi como patos atorados. De allí nos fuimos  al Terminal y como en éste no había buses para llegar hasta Arica, debimos partir en un taxi-colectivo.
 Cuando pasamos el control fronterizo de Chacalluta respiramos a nuestras anchas. ¡Ya estábamos en nuestro país, donde el aseo e higiene es un elemento importante! (Jajaja)
Nos bajamos en una rotonda que, según la dirección que se tome, lleva a Arica, al Valle de Lluta y Bolivia, a Villa la Frontera  o a Chacalluta. Caminamos  con nuestro equipaje a cuestas por la carretera, rumbo a Lluta, en penumbras, sólo alumbrados por la luz de algunas luminarias y la de las estrellas, hasta que el vehículo de mi hermano, conducido por nuestra cuñada no-viajera, llegó hasta nosotros. Eran las 5 de la mañana.  


   A pesar de lo expresado y para que no se crea que no vimos cosas bellas, en honor a la verdad, la ciudad de Copacabana es hermosa, especialmente el sector cercano  y frente a la Playa.


 Construcciones de muy buen nivel, con muchos argentinos atendiendo restaurantes (lo que nos llamó la atención) y bastante comercio de productos artesanales. 

Allí en Copacabana debimos proveernos de ropa de abrigo debido a la fuerte lluvia que azotó el lugar la mañana del día 2 de febrero. El agua corría en pequeños arroyos  por las calles, donde abundaban los restos de la fiesta de la noche anterior por todos lados. 

El único tour que alcanzamos a realizar fue, felizmente antes de la lluvia, el día 1 de febrero, a la Isla del Sol.
 Un viaje en embarcación de 90 minutos, sobre las aguas del Lago Titicaca, viento y sol en nuestros rostros (que nos dejaron a todos medio despellejados al par de días después), hasta llegar a una hermosa isla, con una infraestructura preciosa (hoteles, resorts, cabañas), con una escalera construida en piedra que tuvimos que subir en tramos para llegar a la altura que nos permitió admirar la belleza del lugar. 
Allí también pudimos apreciar, desde la distancia unas hermosas embarcaciones construidas de totora. Sin embargo, en medio de esa belleza, igualmente nuestra cámara descubrió un montón de basura, un punto negro e innecesario. 
    A pesar de lo aventurado de nuestro viaje de regreso, que nos llevó a cruzar la frontera de dos países, fue la mejor idea que pusimos en práctica (el autor de la idea fue de nuestro hermano). Teníamos los pasajes comprados desde La Paz a Arica pero preferimos perderlos con tal de regresar en forma más directa. Y, al ver las noticias posteriormente, la elección no pudo ser más acertada. Una movilización de Camioneros en Bolivia impidió a mucha gente salir de La Paz, de Cochabamba y otros lugares por varios días. Al saberlo, respiramos tranquilas: ¡Habíamos alcanzado a arrancar a tiempo! 
     

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