sábado, 20 de febrero de 2016

Entre gallos y chilcos...


   Puede no haber mucha gente en Bahía Murta, ni malls, centros comerciales ni galerías artesanales, pero que hay gallos (y bien "agallaos") los hay,  y chilcos  y más chilcos, plantas de mosqueta, además de chaura y otras, pero no de murta. Alguien se equivocó, pero ya no importa. Total, la chaura se parece a la murta y "errare humanum est".  

   Resultó curioso escuchar el canto de los gallos en cualquier momento del día, y verlos, al recorrer el lugar, como si fueran guardianes de cada casa, a la entrada de los cercos de las viviendas, casi en lugar de los canes. Y fue allí donde nos enteramos que los pavos y los gallos "no se pueden ver" (jajaja), a pesar del todo el espacio existente, que permitiría que cada cual pudiera tener su propia parcela. 
A pesar de ello, vimos una escaramuza en toda regla entre ambas especies en que el Sr. Gallo ganó por puntos. Otro día, el enfrentamiento tuvo un resultado absolutamente distinto, pues el gallo, que no era el mismo ya mencionado, optó por escapar, con la premisa de que soldado que huye sirve para dos guerras (¡qué cobarde!, jajaja) . En fin, cada loco con su tema...
  En cuanto a la flora, nunca habíamos visto tanto chilco junto, lo  que le daba colorido al camino, en toda la región, aunque en Bahía Murta, esto resulta elevado a la potencia "n". Y aprendimos a que también era posible alimentarse de esta planta, pues los frutos son comestibles y, además de parecerse a unos minúsculos pepinos, tienen el sabor de tales. La verdad no son muy sabrosos, pero en caso de hambre, alimentan. 

  Las plantas de mosqueta son también numerosas, lo que teóricamente hace pensar que las murtinas (mujeres habitantes de Murta) deben ser expertas en mermelada de mosqueta, una de las más difíciles de elaborar, pero también una de las más ricas. Recuerdo haber ayudado a mi madre en la fabricación de esta mermelada cuando era adolescente, pero no dejo de pensar en que no me gustaba para nada, pues las manos quedaban llenas de espinas, que por lo finísimas no resultaban fáciles de extraer. 
Último día en Bahía Murta
  El último día que estuvimos a orillas del Lago G.Carrera felizmente no llovió. Las actividades fueron esencialmente dos: asistir a un almuerzo en casa de un familiar de Ruth (es decir comer  carne de diferentes tipos, hasta de chivo; estaba sabrosa) y hacer trekking.
- ¡Jajaja! ¡Trekking! ¡Ja! 
- ¡De verdad!
- ¡Qué chistosa!
- ¡No, para nada! Hicimos trekking para ascender a una meseta cercana a la localidad, con el correspondiente equipamiento y , luego, al regreso, bajamos por el medio de bosque; todos, unos verdaderos deportistas extremos, jajaja. 
  Fuera de bromas, fue un buen ejercicio, toda vez que lo que habíamos comido no dejaba de ser contundente y abundante. ¡Hasta postre de casatta habíamos degustado!¡Ufff!  Así que fuimos provistas de bastones para trekking y nos dirigimos camino a la Meseta de Bahía Murta. Iniciamos la aventura  por la parte fácil, es decir, por el camino ya existente, seguramente construido por diferentes personas con la misma idea nuestra u otras, que lo hicieron por necesidad o, tal vez, fue tarea de animales con sus guías (¿o es al revés y son los murtinos los que se aprovecharon del sendero creado por los animales? La verdad, no es relevante y no me dediqué a averiguarlo. ¡Es que sólo estoy para las grandes cosas, jajaja!)
   A pesar de que el trayecto tenía la pendiente adecuada igual debimos ir subiendo por tramos, aprovechando las detenciones para tomar fotografías del lugar y para examinar la flora. Fue así como nos encontramos con algunas plantas de calafate aunque sus frutos  ya estaban secándose. ¡Tate!, me dije (rima con "calafate", jajaja). Pasaré al regreso a buscar estos frutos para llevar a palacio y hacer alguna preparación gourmet. Lo dejé anotado en mi memoria ram y continué caminando con los demás expedicionarios. Una vez en la meseta, había que cruzarla y bajar por el lado contrario, en medio de un bosque, con mucho menos inclinación que lo ya realizado.
Pasamos cerca de unos novillos, lo más respetuosamente posible, para no despertar el animal que llevan dentro, nos topamos con unos bandurrias que nos miraron con sospecha pero no levantaron el vuelo, con un pequeño rebaño caprino, que arrancó a perderse apenas nos vieron, apresurándose en bajar la meseta a velocidad casi supersónica (jajaja)
Estábamos descansando de nuestra caminata y ya eligiendo el lugar del descenso cuando escuchamos unos balidos desgarradores.
 "¡¡Beeeeeé, beeeeeé!!"   ¡Era una chivita que había perdido su rebaño y que corrió hasta nosotros buscando su familia! Nos impresionó su desesperación, que no sólo se tradujo en balidos, sino también en carreras y saltos dirigidos a nuestras personas. Le hicimos saber por donde habían bajado sus parientes, le reprochamos su descuido, pero, al parecer, no nos entendió; seguía balando desgarradoramente.

 Aprovechamos que  se alejó un momento y comenzamos a bajar, pero de un par de saltos, estuvo cerca. Rápidamente comenzamos a bajar, "no vaya a ser cosa que a esta cabrita le dé por atacarnos!", nos dijimos. Pero ella, con un par de brincos, comenzó también el descenso y, en tres tiempos, ya había desaparecido de nuestra vista.

   No fue muy fácil el recorrido. El sendero, si se puede llamar así a aquello, estaba un tanto resbaladizo y más de un traspié sufrimos, pero logramos llegar al plano, que nos llevó al lado de  una antigua pasarela, ya deteriorada, sobre el Río Resbalón.
 De allí pasamos a la carretera, por lo que el resto del camino de regreso fue miel sobre hojuelas. Pero, como el trayectos era distinto al de la subida, ya no pasamos por las plantas de calafate que vimos al inicio. No obstante, como esta Principessa es de ideas firmes y decisiones permanentes, llegó a su lugar de hospedaje, buscó un envase y ...¡partió, cual cazadora a un safari, a cosechar calafates! (Jajaja).
     Logré un buen resultado, lo que justifica todos los rasmilladuras en las manos y brazos, para quitarle a la planta  sus frutos, luchando también contra unas abejas que habían pensado lo mismo que yo (o casi lo mismo, jajaja)
  Día lunes 15
  El Día de los Enamorados ya había terminado, el lunes había llegado y era hora de abandonar nuestro lugar de estadía y a los amables anfitriones murtinos. Iniciábamos el trayecto hacia la ciudad de Coyhaique 
   El camino se desarrolló sin mayores novedades (hasta Balmaceda ya lo conocíamos), salvo varias detenciones en el camino por los arreglos que en la Carretera Austral se están llevando a cabo, un furgón utilitario volcado  y muchos ciclistas haciendo eco-turismo en el camino. Tuvimos una gratísima sorpresa  cuando nos encontramos con una pareja casi octogenaria realizando el recorrido en ese camino de ripio, con innumerables curvas, subidas y bajadas. ¡Guau!, nos dijimos, ¡qué lección de vida!
    Casi después de 4 horas de camino, llegamos a Coyhaique, lugar donde ya había comenzado a caer algo de lluvia. Luego de quedar instaladas en un Hostal bastante céntrico, nos despedimos de nuestros compañeros de viaje -Juan Carlos, Ruth y Diego-  y nos hicimos nuevamente únicas responsables de nuestras vidas (jajaja)
   Lo primero era la primero: instalarnos, pero como la habitación aún no estaba preparada, pasamos al servicio higiénico (¡espectacular!),  dejamos nuestros equipajes y salimos a recorrer la  ciudad. Aunque yo no la conocía, mi hermana la había visitado en una ocasión pasada, así que algo recordaba de sus características.
 La verdad, la ciudad de Coyhaique no me atrajo mayormente, aunque el Paseo Peatonal y la Plaza aparecían como sus mayores atractivos (en lo que pudimos recorrer, que no fue mucho). Luego de recorrer una Feria Artesanal y comprar algunos pequeños recuerdos, nos dimos a la tarea de buscar un restaurant. Sólo habíamos tomado café al desayuno y el hambre "arreciaba". No son muy baratos los locales, así que buscamos uno mediano y nos servimos un rico chacarero con shop (lástima que no era kunstmann; era casi aguado, peto a falta de pan....). 
   Terminamos el día sin pena ni gloria, madrugamos al día siguiente, desayunamos servidas como principessas por un joven buenmozo y nos subimos al transfer a la hora señalada, para llegar hasta el Aeropuerto Balmaceda, donde llegamos sin novedad, nos embarcamos, volamos (el avión voló, nosotras íbamos dentro, jajaja), llegamos al Tepual, un bus nos llevó al Terminal de Buses Puerto Montt y emprendimos el regreso en menos de media hora, para llegar hasta La Unión, lugar de residencia de mi hermana, a las 16 horas.  
   El miércoles viajé a Valdivia, junto a mi hermano menor con su familia, con quienes compartimos una rica parrillada unionina ese mismo mediodía, en la mansión de my sister, en un lluvioso pero alegre día familiar. 
El jueves pasó "volando", entre la visita a mis padres y un viaje familiar a Niebla con un rico almuerzo en la Feria Gastronómica de ese balneario  
y una visita al Fuerte de Niebla, llamado Castillo de la Pura y Limpia Concepción de Monfort de Lemus (jajaja, ¡el nombrecito!), el que fue remodelado con unas escaleras y pasillos metálicos, que logran su objetivo de preservar el valioso monumento histórico de la dañina acción humana, pero que resulta un atentado contra la armonía del lugar y del tipo de monumento (los pasillos debieron ser de madera, aunque su durabilidad fuera inferior). 
El viernes (último día de esta hija ilustre de Valdivia en dicha ciudad) nos juntamos los hermanos que pudimos (cuatro de los seis) y compartimos un almuerzo con productos del mar  encontrados en la Feria Fluvial Valdiviana: caldillo de mariscos y salmón a la sartén con verduras salteadas, todo muy rico, como que lo preparé con ayuda de my síster.
   Hoy es sábado 20. Ya estoy en palacio. Llegó el momento de volver a la normalidad, a la pausa, a la vida hogareña individual. Estoy contenta de regresar y también feliz por todo lo compartido, por la experiencia adquirida, por las personas y los lugares conocidos. Guardo en la retina maravillosos y coloridos paisajes color turquesa, verde, azul y de distintas tonalidades de café y amarillo; guardo en mis oídos el sonido de la lluvia, de los torrentes de agua, del canto de las aves, de la música andina así como de los chamamé, de los bocinazos de los vehículos de Tacna, La Paz y Copacabana; siento en mi mente y en la yema de mis dedos el ritmo  del baile y la música frenética como de la vida tranquila y pausada de zona austral. Vuelvo a mi vida  enriquecida, más sabia si es posible (jajaja), a este mundo construido con mis seres más queridos, que a pesar de la ausencia, los tengo conmigo. Es hora de degustar lo vivido, de evaluarlo y prepararse para el invierno que está a la vuelta del siguiente día.


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