Ya se acalló el acento thai, tan extraño a nuestros oídos pero tan musical a la vez y suave, en general, como el trato, extraordinariamente amable, deferente y sonriente de los tailandeses que nos atendieron en distintos hoteles, resorts, restaurantes, sitios de visita. Ese acento acompañado de sonrisa y gesto de inclinación de la cabeza y unión de las dos manos, también es, según tengo entendido, parte del saludo de los habitantes de otras naciones de ese sector del planeta. Esa diferencia y amabilidad es la que nos falta a nosotros la mayor parte del tiempo. El tailandés, se nos dijo, no se preocupa del futuro, vive el hoy, el presente, y por eso sonríe y agradece.
Pasamos el último día en Bangkok. Volvimos de las maravillosas playas a la gran y populosa capital. Salimos a las 10 de la mañana del lunes 18 de Krabi (al sur de Tailandia) y ya, pasadas las 13 horas, estábamos de vuelta al hotel del inicio. Algo desesperados, porque todos, cuál más, cuál menos, queríamos gastar nuestros últimos bahts y realizar las compras pendientes, 🛍 🛍 🛍. Teníamos para ello, en teoría, 4 y media horas, que se reducían a menos de dos, si se consideraba una hora de ida, otra de regreso (según el tráfico, bastante infernal en horas punta). Había otra desventaja: los guías, nuestros guías, no nos acompañarían, 😒. Así que tendríamos que "batirnos" solitos por la inmensa urbe. Lo que sí hicieron ellos, fue conseguirnos taxis o van para llegar al centro en grupos y según destino. Yo quería ir a la Calle de los Mochileros (Khao San Road), donde había muchos locales a orillas de vereda con un cuánto hay de productos.
Una vez recibí la habitación me apuré en ir a dejar el equipaje y bajar enseguida. Me uní a un grupo de 5 compañeros más que tenían el mismo objetivo. Cuando ya estuvimos allá nos pusimos de acuerdo en la hora y lugar de encuentro para el regreso y nos "lanzamos" al ataque. Esto era transpirar y transpirar porque hacía un calor sofocante, tratando de esquivar a los insistentes vendedores que veían en cada uno de nosotros la venta del día. Lo primero que compré fue una maleta para bodega, porque la que había llevado, además de estar en las últimas, era chica para ir a bodega, pero grande para cabina. Eso no me permitía aprovechar el cupo de kilos que tenía en bodega. Compré casi toda la lista que había elaborado, regateando como una avezada compradora.
Cuando iban a ser las 16 horas, me fui acercando al lugar de encuentro. De pronto, escuché mi nombre. Eran mis compañeros, que estaban sirviéndose una Singha en un restaurante al paso. Fui hasta ellos y los imité. La cerveza estaba fantásticamente helada, ¡deliciosa! Regresamos al hotel. Demoramos una hora completa, 😒, en llegar a nuestro destino.
A las 18,30 h. teníamos cita para concurrir a la Úúúúltima Cena, para la cual había que "arreglarse", partiendo por una buena ducha con lavado de cabello y ropa semiformal. Me puse un vestido comprado ad hoc, de colores fucsia. Por más holgado que era, igual me veía rellenita, 😂 😂 😂. ¡Nada qué hacer! Aunque la mona se vista..., 🙈 🙈. Nos llevaron a un restaurante a orillas del Río Chao Phraya, donde nos ofrecieron un té frío en cuenco. No sé qué tendría de especial el té (que era de una fruta deshidratada que se veía al fondo de la taza-cuenco), pero no le encontramos nada de extraordinario. ¡Qué poco sabemos valorar los occidentales, a veces, lo que no conocemos! Desde allí se tenía una privilegiada panorámica del río y sus alrededores. Esta vista se optimizó cuando nos subimos al barco-restaurante en que cenaríamos esa night al mismo tiempo que recorreríamos el cauce del río más largo e importante de Tailandia.
Fue una actividad que estuvo a la altura nuestra (🤫) y más allá. La cena era de siete tiempos, una delikatessen. Con preparaciones en pequeñas cantidades (¡nada qué ver con el restaurante "Juan y Medio", 😂), artísticamente presentadas, con uso de hielo seco, con el correspondiente efecto visual, que, personalmente, en mi reducido mundo de profesora jubilada no más, 🤭🤭, nunca había experimentado. En el ámbito de lo bebestible, teníamos ¡¡¡bar abierto!!! ¡Eh,eh,eh! 🎶...¡Cuidado! No vayan a creer que levanto el codo más de la cuenta, 😂 😂. Sólo en ocasiones especiales y de manera razonable, 😉. Pedimos un vino tinto,🍷 🍷. Estaba rico. Nos habría gustado un vino tailandés, pero éste había que pagarlo y costaba 2.990 bahts, es decir, $ 80.800 ¿No será mucho, Lucho? Desistimos, pero nos dieron a probar una copa. Estaba rico, pero nunca como para costar esa cantidad. En todo caso, no soy enóloga, amigos; sólo consumidora amateur, 😉.
El paseo y la cena tuvo un plus. Se les entregó un presente ad hoc a los viajeros frecuentes (un hermoso 🐘 de un buen tamaño), en tanto todos recibimos una carpeta con una foto grupal y personal de recuerdo más un mensaje del fundador de la empresa, Claudio Iturra. Fueron unas horas mágicas, digno cierre de la aventura por Tailandia, la Joya del Sudeste Asiático, el País de las Sonrisas.
Al día siguiente, ya a las 8,30 estábamos arriba del bus en dirección al Aeropuerto de Bangkok. Nuestro vuelo partía a las 12,30, en dirección a Ámsterdam, Países Bajos. Ocuparíamos casi 12 horas de nuestras vidas en llegar allá, con la ventaja que retrocederíamos en el tiempo 6 horas. ¡Nada mal, si uno aspira, de cualquier manera, a ser más joven, 😁 😂 😂! Tuvimos un tiempo de espera de poco más de dos horas, que no nos dio ni tiempo a vitrinear, 🙈. Y ya era hora de subirse a un nuevo avión, esta vez en dirección a Santiago de Chile, pero con escala en Buenos Aires, con 14 horas de vuelo.
[Entre paréntesis: a algunos nos habían quedado varios bahts que no alcanzamos a gastar en Bangkok. Una vez que pasamos todos los registros en el aeropuerto, antes de abandonar Tailandia y quedarnos con dinero que no nos iba a servir en ninguna otra parte, nos dimos a la tarea casi de gynkana de buscar productos en qué gastarlos, claro que con la tremenda desventaja que en estos lugares cualquier cosa cuesta el doble o triple de su valor en la ciudad. Así y todo, invertí mis 750 bahts ($ 20.000) en caramelos de coco, tamarindo, durian -una exótica fruta tailandesa- y mangostino -fruta tropical, conocida en viaje a Colombia-. ¡Ah! y unos chicles. Y en eso se fueron las lucas, perdón, los bahts. Sólo me quedó un billete de muestra, con la cara del rey, que uno se la encontraba hasta en la sopa, 😉. ¡Perdón, su majestad! Cierro paréntesis].
Para qué hablarles de lo que hicimos en las titantas horas de vuelo, las distintas posturas que intentamos para poder dormir, las películas vistas, los paseos al baño, las comidas ingeridas, algunas muy sabrosas, otras, para nada, etc.etc. Y en cada conexión, volver a pasar por escáneres y revisión exhaustiva (a pesar de ello, todo fue bastante expedito en comparación con la ida, en que tuvimos una espera de 10 horas en el Aeropuerto de París). La angustia que casi nos embarga cuando en Buenos Aires se atrasa el vuelo por mal tiempo. ¡Es que "chovía" a cántaros, con relámpagos incluidos! Suerte que no fue tanta la espera, cerca de una hora nada más. Una vez en altura, el cielo estaba despejadísimo, mientras bajo nosotros las nubes seguían cargaditas de agua.
Al realizar mi declaración del SAG, antes de llegar a Chile, recibí un mensaje de revisión de equipaje. ¡Nooo! 😢😭, pensé. ¡Qué mala pata! No era que trajera nada prohibido (lo más peligroso era un paquete de té de jazmín tailandés, sellado, y unos chips de coco, sellados). El problema era abrir la maleta y poder, luego, volver a ordenar todo, con la correspondiente demora. Me resigné y, al tener conmigo el equipaje, partí, como Juana de Arco, digna al sacrificio, luego de despedirme de varios de mis compañeros de viaje y de los amorosos guías. Mostré mi declaración con el mensaje y, con una sonrisa, el funcionario me dijo: "Muy bien, puede irse", 🙄. O sea, ¿era para puro asustarme? ¿Para ver si eludía el control? Probablemente. En fin, salí feliz a buscar el Tur bus, que me llevaría el Terminal Alameda, donde tomaría otro Tur bus, que me traería al Terminal O'Carroll de Rancagua, donde pediría un Uber, que me conduciría a palacio, lugar donde me esperaba el quinto piso inundado de h2o debido a un problema con el desagüe que comparto con el depto. vecino. Pero como aquello de entrar chapaleando a mi palacio es harina de otro costal, o sea, tema para otro relato, lo obvío por el momento.
Así culminó, amigos, mi aventura por Tailandia, maravillosa, variada, completísima en experiencias, con cero costo extra (salvo las compras personales), en excelentes hoteles y resorts, con seguridad al cien por ciento, atendidos y regaloneados al máximo. En síntesis, uno de los mejores tours realizados por esta personilla. Y como lo bueno hay que repetirlo en la medida que se pueda, pronto habrá noticias. Por de pronto, me queda la síntesis detallada, que compartiré con mi ser más querido, a la brevedad. Hasta pronto.
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