En más de una familia, más bien en la mayoría de ellas, suele haber secretillos o secretos. Los primeros son, podría decirse, de carácter venial, vergonzosos aunque no mortales, con rasgos pecaminosos y hasta cierto punto perdonables, no por lo inocuos sino porque no es la primera vez que ocurre ni será la última en este planeta. Los segundos -los secretOs- son más serios; entrañan más de un "cadáver" en el armario, desván o sótano, que no desaparece con el tiempo, sino que sólo se fosiliza. ¡Benditas sean las familias que no arrastren estas pesadas cargas! ¡Benditas aquellas otras que no cargan sobre hombros inocentes 😇 -no tanto a veces, si su silencio es cómplice- los esqueletos de alguno de sus integrantes! No sé si obtendrán pase libre al cielo, pero en una de ésas... En todo caso, nuestra familia, no; deberá pagar entrada, jajaja. Parece que casi todos sus integrantes, ¡glups!
Abro paréntesis... [Quiero entregar cierta -"cierta", repito- tranquilidad a my family, asegurándole -por ahora- que no revelaré secretillos ni secretos de nadie sin autorización. Si alguna vez, en estos días, se me va la lengua -las manos, mejor dicho- no será por un afán malsano. Para que me tengan en sus oraciones, les comento que se dice por ahí, que podría estar entre los efectos no deseados de la pandemia que algunas personas cambien sus buenos y recomendables hábitos de mantenerse callados por una verborrea incontinente, que no conduce a nada, tal vez sólo a la diversión de otros. En fin, espero haberlos tranquilizado... Cierro paréntesis]
En El monarca de las sombras (título bastante engañoso y truculento a primera lectura), Javier Cercas incursiona en su historia familiar, en una parte que le avergüenza porque constituye un baldón para cualquiera en la España de la Postguerra, en la España de la Memoria Histórica, en la España de lo políticamente correcto : el hecho de que su familia (abuelos, tíos abuelos) perteneciera al bando vencedor, al bando falangista y franquista, antes y durante la dictadura. Por años, nos dice él en su novela real (lo que no necesariamente debemos creerle), desestimó la idea de escribir sobre un tío abuelo, el héroe de la familia, que murió durante la Guerra Civil luchando por el bando de los vencedores. De Manuel Mena le ha oído hablar toda la vida a su madre, la que estuvo muy unida a ese adolescente que jugó con ella como ningún otro familiar y a quien lloró incansablemente cuando supo de su prematura y trágica muerte.
Prontos a cumplirse los 80 años de la muerte del personaje, Javier, su sobrino nieto, investiga sobre su corta vida, con pocas expectativas, considerando que de quienes lo conocieron quedan muy pocos con vida. Estos últimos, octogenarios y nonagenarios, además de luchar con achaques y enfermedades, lo deben hacer con la memoria, la que por cuarenta años estuvo reprimida (en muchos hogares o en la mayoría el lema era :¡Aquí no se habla de guerra!"; se practicó la ley "mordaza"). Sin embargo, a pesar de ser casi una misión imposible, el narrador logra acceder a los pocos documentos que quedan de los años 36 al 38 y al relato de pequeños episodios de la vida de Manuel, hijo menor de una numerosa familia extremeña, habitantes "importantes" de una pequeña localidad cerca de Cáceres, lo cual le permite reconstruir los últimos años del héroe y, más importante, el cambio de actitud frente a la guerra en comparación con la del inicio, a apenas dos años de transcurrida y de una participación directa sólo en el último año de su vida. El inicio entusiasta e idealista de su tío devino en decepción y resignación ante lo visto y experimentado, en lo que persiste porque en caso de renunciar un hermano mayor (ya casado y con hijos) debería haber tomado el testimonio, de acuerdo a la ley. Manuel volvió al campo de batalla ya sin creer en ello y sabiendo que su vida estaba hipotecada.
En un doble correlato mítico-literario, Javier Cercas identifica a Manuel Mena con el heroico Aquiles, que teniendo todas las posibilidades de una larga vida por su estirpe, prefiere la muerte gloriosa en la guerra de Troya, por una causa que inicialmente le apasionó pero que ya le es ajena. A diferencia del héroe Ulises, que opta por regresar con Penélope y a Ítaca, a una vida tranquila y familiar, Aquiles sigue siendo rey, aunque sea en el inframundo y seguirá siendo joven hasta el fin de los tiempos, porque no le dio ocasión a Cronos a realizar su implacable tarea de deterioro. Manuel Mena vive similar destino : todos envejecerán, pero no él. Está por encima de la condicionante temporal y, como nada se pierde y todo se transforma -dice el narrador-, es parte de cada uno de los descendientes de la familia.
¡Vaya consuelo! Si a mí me preguntaran qué hubiera preferido : morir en plena juventud y que me recuerden lozana y llena de vida o vivir hasta la ancianidad, sin duda prefiero lo último, independiente que no esté conforme con el trabajo del tiempo en mi persona. Si a mi hija se lo hubieran preguntado, sé que su respuesta habría sido la misma. Y en su caso, el casi único consuelo que tenemos es su rostro sonriente la mayoría de las veces y en plena juventud, además de todo lo compartido por 25 años.
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