Aún no crecíamos lo suficiente, especialmente yo, cuando ya le ayudábamos a desgranar las habas (o arvejas o porotos) a nuestra madre. A mí, personalmente, me encantaba un paseo matinal por la huerta ya en plena producción, cosechando productos para el almuerzo del día, porotos, habas, arvejas sinhilas o granadas, cilantro o perejil, un par de zanahorias, unas hojas de acelga, alguna lechuga y...¡ta ta ta tán! (sonido de tambores) ¡listo los ingredientes para el almuerzo! ¡No, un momento!, me faltaba escarbar en las raíces de un par de plantas de papas, para birlarles los tubérculos más grandecitos, dejando los más pequeños para que sigan creciendo. ¡Qué tremendo relajo y satisfacción era ese paseo mañanero por la huerta!
Y luego venía la tarea de pinche de cocina: desgranar, despuntar, raspar, lavar, rallar, picar..., mientras, a cada descuido, un trozo de zanahoria o rábano iba a parar a mi boca 👄. ¡Mmm! ¡Qué recuerdos y sensaciones más gratas, olorosas y nutritivas! La vida fue generosa conmigo en ese tiempo, me preparó a conciencia, por suerte, para lo que venía. Ahora, ya reconciliadas y resignada-yo-, he recuperado muchos de esos momentos, sensaciones y satisfacciones. A diario, corto los tallos del perejil (me gusta más el cilantro, pero se me terminó la semilla) destinados a adornar y adobar mi almuerzo, los lavo y los pico pequeñitos antes de ubicarlos en su lugar de destino. No puede faltar el verde en la comida. Le da color y alegría. Otras veces, cuando preparo carne o algún guiso, allí están las plantas de tomillo y romero esperando que recurra a ellas para agregarle sabor a la comida. Unas plantas de ciboluette e hinojo están a medio morir saltando, dudando si seguir adelante o no aunque yo trato de ayudarles, pero sin mucho éxito.
Leguminosas y tubérculos no tengo, lo que es obvio, porque no son plantas para cultivar en maceteros o jardineras. Así que el goce llega cuando las compro al verdulero o en una feria. Ayer compré algo más de dos kilos de habas. Con yapa de 200 gramos me entregó la bolsa el vendedor, según él, porque yo "soy una buena persona". Extraño, por decir algo, resulta que alguien te recompense de esa manera, aunque la cantidad haya sido menor y que lo diga ante otros clientes. Pienso que el verdulero sólo ha visto una pequeña parte de mi lado A. Me conoce desde hace años, pues lleva tiempo instalándose a las puertas del condominio, de la época en que yo era parte de la directiva del edificio. Claro, le dimos ciertas facilidades para su funcionamiento, que luego la nueva directiva le dificultó. Aún agradece aquello.
Cuando éramos infantes, las habas las consumíamos como el pan, a la hora de almuerzo. Mi madre cocía una "ollada" de habas, las que, llegada la hora de sentarse a la mesa, las vaciaba, humeantes, en una fuente grande ubicada al centro de la mesa. En tales ocasiones se eliminaba el pan 🍞 del menú. La idea es que mientras fuéramos sirviéndonos la cazuela, fuéramos comiendo las habas. Al comienzo éramos tres hermanos y los dos padres. Nos alimentábamos sin sobresaltos, pero a fines de los 60 ya eramos 5 los hermanos y los dos papás, y la fuente era la misma. Por tanto, había que ganar el quien vive. Nada de comer calmada y juiciosamente. Había que asegurarse la ración necesaria para no estar a media tarde ladrando de hambre. ¡Éramos hambrientos por naturaleza! Así que cada cual, primero que nada, se aseguraba su porción de habas, no vaya a ser cosa que por respetar el manual de Carreño, quedarámos a "media tripa". Había veces, cuando el hambre acuciaba, especialmente en el caso de mis hermanos, que se las comían con cáscara y todo, con el fin de alcanzar su objetivo: quedar sin hambre, jajaja.
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