domingo, 25 de octubre de 2020

Pérdidas...

   

  Ayer no debería haberme levantado. Cierto, un hermoso día, tranquilo, sábado, con planes ya establecidos. Pero como uno no posee el gen de la adivinanza ni ningún otro gen que se le parezca, me levanté y me preparé para cumplir mis planes: salir a comprar alimentos. No me quedaba pan, por tanto obligatoriamente debía  salir. El pan, al igual que el H2O y el vino🍷, son fundamentales en mi vida cotidiana (moderadamente, añado). En mi itinerario visitaría al menos dos supermercados. Trayecto sin problemas, bastante despejado pero no tanto como en jornada dominguera. Ni siquiera me pidieron el permiso temporal y eso que me encontré con más de un amigo en mi camino. Ya deben estar hartos, como nosotros, con las restricciones de movimiento y la pandemia.  

   Adquirí nuevos productos en el Supermercado, que hace tiempo no compraba por sus precios más altos de lo conveniente: zapallos italianos, berenjenas 🍆 🍆 🍆 , plátanos barraganete (ya aprendí a cuáles seleccionar, ya que la vez anterior no fui muy acertada) y otros. Todo bien, hasta que salí del local. Al cruzar la calle para continuar con mi itinerario me di cuenta que mi reloj-pulsera había  desaparecido. Me detuve sobre un banco público, revisé  mochila y bolsa y no estaba. Era una posibilidad: que se me hubiera caído dentro al guardar la mercadería. Volví al super, pedí  permiso para ingresar, fui hasta la cajera y le consulté, nada. Me dejó  ir al interior, donde rehíce mi itinerario sin resultados. Haciendo memoria, sabía que había  salido con el reloj porque revisé  la hora en el momento en que bajaba la escalera del edificio. Aunque regresé por el mismo trayecto mirando y volví a revisar los envases al llegar a palacio, el resultado fue completamente  negativo. ¡Lo había  perdido!  

   Cualquiera diría "¡Qué tanto por un reloj!". Yo estaría  de acuerdo si fuera cualquier reloj, pero resulta que en este caso no era así. El reloj fue mi regalo de titulación para mi hija. Ella me prometió cuidarlo "como hueso santo" y lo hizo...hasta que pudo. Después, yo tomé el testigo y continué haciéndolo, hasta ayer, que lo perdí. No era un adminículo valioso materialmente  (tampoco costaba 2 pesos), pero de un precio sentimental incalculable. Lo perdí y deberé  resignarme a no tenerlo  más. A pesar de todas las pérdidas, no resulta fácil asumir una más, especialmente si está relacionada con Mirella. 

  Mientras vivimos, son innumerables las pérdidas que debemos sufrir, algunas de poca relevancia, otras, irreemplazables y dolorosas. ¿Qué  marca la diferencia del efecto que produce en nosotros? Yo diría que esencialmente tiene relación con nuestra manera de ver el mundo y con nuestros valores. Para algunos, los valores pueden no ser tan esenciales  y están  dispuestos a transarlos -y perderlos- si está en juego la sobrevivencia, el status,  algo de 💰, el trabajo u otra cosa parecida. Pero hay otros, los imprescindibles, dijera Bertolt Brecht,  que luchan toda la vida por sus valores (libertad, honor, honra, religión, amor, amistad...) y si por ellos deben perder la vida, están dispuestos a ello. Muchos fueron y siguen siendo heroicas víctimas en las distintas guerras que ha sostenido nuestra especie a lo largo de su historia.  
   Las últimas  son, sin duda, las pérdidas más dolorosas, para su causa, para su familia, para sus amigos. Sólo cabe la conformidad ante lo significativo y representativo de su pérdida. No hay más  alternativas; estamos inermes frente a la muerte. Hay otras pérdidas menos inapelables, pero también lapidarias: de la salud, de un inmueble (por causa de una catástrofe natural o humana), del trabajo, de dinero, de otros bienes. Duelen, pero no son definitivas. Uno es capaz de superarlas si tiene la fortaleza para volver a levantarse y volver a empezar, o seguir en condiciones deficitarias. Y están las pérdidas menores, si bien no insignificantes, de poco peso en el bolsillo y en el alma.
   

     Pero, aparte de ellas, hay otras pérdidas invaluables, no por sí mismas, sino por lo que representan, porque afectan a los sentimientos personales, a las emociones. Muchas de ellas son consustanciales al hecho de ser de la especie y su desarrollo: la pérdida de la inocencia y de la juventud, por ejemplo. Otras son objetos únicos, casi mágicos por su poder, que mantienen los hilos de unión con los seres amados. Estas pérdidas también cuesta asumirlas. Una fotografía, un regalo apreciado, un objeto de recuerdo. Sólo  queda aferrarse a la imagen que guarda nuestra memoria y seguir adelante, aunque el tiempo, lamentablemente, irá dejando su huella, difuminando los colores y el entorno, eliminando los detalles. El camino no ha terminado; hay que seguir junto a lo y los que valen la pena, el esfuerzo y el recuerdo. El tiempo también ayuda a disminuir el dolor y la pena de las separaciones. ¡Hasta pronto!  

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