Adquirí nuevos productos en el Supermercado, que hace tiempo no compraba por sus precios más altos de lo conveniente: zapallos italianos, berenjenas 🍆 🍆 🍆 , plátanos barraganete (ya aprendí a cuáles seleccionar, ya que la vez anterior no fui muy acertada) y otros. Todo bien, hasta que salí del local. Al cruzar la calle para continuar con mi itinerario me di cuenta que mi reloj-pulsera había desaparecido. Me detuve sobre un banco público, revisé mochila y bolsa y no estaba. Era una posibilidad: que se me hubiera caído dentro al guardar la mercadería. Volví al super, pedí permiso para ingresar, fui hasta la cajera y le consulté, nada. Me dejó ir al interior, donde rehíce mi itinerario sin resultados. Haciendo memoria, sabía que había salido con el reloj porque revisé la hora en el momento en que bajaba la escalera del edificio. Aunque regresé por el mismo trayecto mirando y volví a revisar los envases al llegar a palacio, el resultado fue completamente negativo. ¡Lo había perdido!
Mientras vivimos, son innumerables las pérdidas que debemos sufrir, algunas de poca relevancia, otras, irreemplazables y dolorosas. ¿Qué marca la diferencia del efecto que produce en nosotros? Yo diría que esencialmente tiene relación con nuestra manera de ver el mundo y con nuestros valores. Para algunos, los valores pueden no ser tan esenciales y están dispuestos a transarlos -y perderlos- si está en juego la sobrevivencia, el status, algo de 💰, el trabajo u otra cosa parecida. Pero hay otros, los imprescindibles, dijera Bertolt Brecht, que luchan toda la vida por sus valores (libertad, honor, honra, religión, amor, amistad...) y si por ellos deben perder la vida, están dispuestos a ello. Muchos fueron y siguen siendo heroicas víctimas en las distintas guerras que ha sostenido nuestra especie a lo largo de su historia.
Las últimas son, sin duda, las pérdidas más dolorosas, para su causa, para su familia, para sus amigos. Sólo cabe la conformidad ante lo significativo y representativo de su pérdida. No hay más alternativas; estamos inermes frente a la muerte. Hay otras pérdidas menos inapelables, pero también lapidarias: de la salud, de un inmueble (por causa de una catástrofe natural o humana), del trabajo, de dinero, de otros bienes. Duelen, pero no son definitivas. Uno es capaz de superarlas si tiene la fortaleza para volver a levantarse y volver a empezar, o seguir en condiciones deficitarias. Y están las pérdidas menores, si bien no insignificantes, de poco peso en el bolsillo y en el alma.
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