sábado, 31 de octubre de 2020

Desvelada...

 

   Son las 3 de la madrugada y no logro dormir.  Estoy a vueltas en la cama, un rato a la izquierda,  al siguiente a la derecha y nada, casi como votante indeciso, jajaja. Pienso en conectarme a Netflix  y me arrepiento. He comenzado una serie que no me convence mucho y no voy a quitar tiempo a mi descanso para ver algo que no me entusiasma. Otra opción es aprovechar el tiempo leyendo, pero tampoco me resulta atractivo. La novela iniciada hace un día y medio, no me agrada del todo, a pesar del autor. Creo que la desecharé (lo siento, Robert, he leído  varias y muy buenas obras tuyas, pero ésta no me gusta, 😌😌). La dejaré en el fondo del armario digital,  en un lugar en el que habitualmente no se busca, o porque está  muy alto o muy bajo. Pensándolo bien, sería muy atractivo que se pudiera ir eligiendo el libro que uno quiere leer con sólo tocar el lomo del texto, como cuando uno toma un libro en una biblioteca física.  Pero no es así, ¡qué fome! Lástima que yo no entienda nada de programación. De otra manera buscaría la forma de "construirme" una biblioteca virtual con esa gracia.

  En fin, no quiero ver una película o serie, no quiero continuar leyendo la novela,  entonces, ¿qué hago? Aparte de expulsar el cubrecama que había  devuelto a la cama por los fríos de los últimos días y que ahora me acalora más de la cuenta, me levanto, bajo al piso inferior a buscar más agua mineral. Me decido. Me conectaré a Internet a través de la tablet y buscaré más  antecedentes para el Árbol Genealógico Familiar. Empezaré  averiguando los números  de carnet de parientes más alejados. Los viejitos ni aparecen. ¡Pobrecillos, doblemente olvidados!  Agotado el tema, me voy a Booking.   

  La semana próxima en Rancagua pasaremos a  fase 3 y eso significa que podemos hacer viajes interregionales, justo lo que estaba esperando ya hace tiempo.  Claro que ahora no podré viajar al sur como quería, porque por allá han retrocedido (no se portaron muy bien, como dice el Dr. Paris). Estamos casi jugando al "corre que te pillo", con esto de los avances y retrocesos en el ámbito Covid19. Quiero y necesito caminar por las arenas 🚶 de alguna playa...y, al mismo tiempo, no quiero... ¡Uff! Esta pandemia está  dejando efectos colaterales insospechados. Deberé  lidiar con el deseo y el temor, en varios ámbitos. Y aunque esta lucha entre lo que quiero y lo que temo es parte de la vida, esta coyuntura sanitaria la ha hecho más  patente, por su extensión y su omnipresencia. Averiguo localidades costeras de esta región y de la séptima. Al final, me dispongo  a dormir. Ya deben ser las 5.    

   No se trata sólo de no dormir un par de horas o más lo que me ha sucedido,  sino que después, durante el día  uno actúa casi en modo zombie, con las capacidades disminuidas, con el entusiasmo en niveles de descarga, casi en categoría de vegetal o ameba, con el perdón de las amebas y vegetales. Así y todo logré unas horas de buen funcionamiento  luego de una ducha helada posterior a una salida, en que el sol ☀☀ y la cantidad de ropa que vestía casi me derritieron. Al menos, logré preparar el almuerzo y actuar eficientemente como hortelana, plantando unas matas de ciboulette recién adquiridas. Ayer, mientras veía la abundante huerta de mi hermana en La Unión a través de zoom, con diversificación de productos y aumento considerable de terreno cultivado, me sentí en la inopia con mi tierra en unas cuantas jardineras. Así que, en compensación de ese sentimiento de carencia de la tierra ancestral, me dediqué  a preparar una nueva jardinera con mis plantas de ciboulette recién adquiridas y a transplantar algunas achicorias bebés, aplicándoles también la normativa sanitaria de la necesaria distancia física. Hasta para hacer chistes estoy fome hoy día. En fin, por suerte  no me dediqué  al humorismo.

   Como pueden darse cuenta, todos tenemos algún día para el olvido, incluso yo, que soy un ser especial, jaja. ¡Hasta pronto!                                                               (30 de octubre 2020)



miércoles, 28 de octubre de 2020

Guernica...

   

   No creo mucho en las "casualidades", no porque sea una partidaria de lo contrario, el determinismo, sino porque el término 'casualidad' en su propio significado anula el elemento voluntad (o libre albedrío, como le llaman otros) absolutamente presente en la vida humana; también  el determinismo lo hace. No siempre estoy tan segura de las cosas, dudas tengo a cientos. Miles de tratados sobre esto e ideas parecidas se han escrito, a favor y en contra, y no voy a ser yo quien asegure haber hallado la verdad en algo en que muchos estudiosos no se han puesto de acuerdo. Mientras algunas veces estoy en la incerteza de su existencia (me refiero al azar),  no me resulta fácil descartarlo en algunas situaciones.

   Guernica desde hace años "me persigue". Aparecen  de vez en cuando sus extrañas figuras en claroscuro en el fondo de mi conciencia.  Es un fuerte imán su imagen. Me refiero a la pintura nacional - y universal a la vez- que surgió  del pincel de Pablo Picasso. No soy aficionada a la pintura, aunque hay obras que a lo largo de mi vida me han cautivado, por su belleza, colorido, creatividad, fuerza y emociones -positivas o negativas- que generan. Muchas, debo ser honesta, no me dicen nada. No me "interpelan"  dirían algunos. Otras, como Guernica de Picasso, me gritan a voz en cuello. 

  Cuando en una de mis cacerías virtuales de novelas para mi lectura, encontré  un texto bajo ese nombre  no lo pensé  dos veces para descargarlo, sin siquiera leer su sinopsis argumental. El tema no era desconocido para mí y sigue apasionándome, así como Pompeya, por ejemplo, con la clara diferencia de que la desgracia horrorosa en el primer caso es obra de la voluntad humana. En lo que le ocurrió  a la ciudad de Gernika no hubo azar ni determinismo, tal vez en Pompeya, pero no en el espacio sagrado de la espiritualidad vasca.  

    Creo que oí hablar por primera vez de lo sucedido en Gernika cuando estuve en la universidad, mientras estudiábamos y leíamos a los ensayistas,  novelistas, poetas y dramaturgos de las generaciones del '98 y del '27, principalmente. Nuestros profesores nos hablaron de la Guerra Civil, del fusilamiento de García  Lorca, del exilio y muerte de Antonio Machado, de la prisión  y muerte de Miguel Hernández, del exilio de Rafael Alberti, Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez, Max Aub, Ramón Sender, Luis Buñuel y de tantos intelectuales simpatizantes de la causa republicana. En esas clases nos enteramos de qué manera esa pequeña ciudad vasca había sido conocida a nivel mundial: gracias a la pintura de Pablo Picasso.  

   [Entre paréntesis... En el texto leído aparece una referencia muy interesante a un documental de autoría del cineasta Luis Buñuel, llamado "Las Hurdes: tierra sin pan" del año 1933, que es realmente impactante. En el cortometraje de 27 minutos se da a conocer la vida de los habitantes de una pequeña localidad de la Región de Extremadura, tan atrasada y aislada que hasta el pan les era desconocido. Es una realidad brutal, ya avanzado el siglo XX...(el documental se puede encontrar el youtube)...Cierro paréntesis]    

    En mi segundo viaje a España, llegué  hasta Gernika un día con lluvia. La ciudad actual no refleja ni muestra a sus visitantes su trágico pasado al pasear o recorrer sus calles. No hay ruinas a la vista, han desaparecido,  al menos en la zona que yo recorrí. Sí quedan como testigos silenciosos unas construcciones y símbolos que se salvaron del bombardeo, no sé si por casualidad o por cosas  del destino: el Árbol  sagrado (ante el cual juraban los reyes desde la edad media), la Sala de Las Juntas, la Iglesia-Catedral Santa María. Cerca de estos símbolos de un tremendo peso histórico, el Parque de los Pueblos de Europa, con obras de artistas reconocidos, entre ellos el escultor vasco Eduardo Chillida, de quien vi obras también en otras ciudades españolas.

   Lo más impactante para mí en ese 22 de diciembre del 2017, fue la visita al Museo de la Paz de Gernika, donde participé  en la recreación auditiva y visual del bombardeo de la ciudad, ejecutado por aviones de la Legión Cóndor de nacionalidad alemana, quienes probaban ese día  el concepto de "guerra total" contra una localidad cualquiera sobre civiles desarmados, todo en connivencia con Franco y Mussolini. 

   Al comenzar la lectura de Guernica, la historia de un ícono del siglo XX, del historiador neerlandés Gijs van Hensbergen, me encontré  con la sorpresa que no era una obra literaria, tampoco hablaba de la vida de la ciudad sino que era la historia del cuadro del malagueño Pablo Picasso denominado Guernica, el que se transformara en símbolo del sufrimiento del pueblo español y de todos los pueblos que han vivido los horrores de la guerra. En sus casi 500 páginas, se informa del contexto histórico, económico, político  y cultural de Europa, España y Estados Unidos, para entender la génesis,  el desarrollo y el significado  final de una de las pinturas más relevantes del siglo XX. Todo lo que sucedió desde antes de su creación en 1937 hasta su envío a Estados Unidos con el fin de salvaguardar la obra, su posterior regreso a España el año 1981 y su instalación  definitiva en el Museo de Arte Reina Sofía en la ciudad de Madrid aparece en este libro detalladamente.

    Resulta interesantísimo conocer todos los entretelones de su creación,  de los efectos  que causó en la Exposición de 1937 en París,  cuando se dio a conocer y se denunció a través de ella la atrocidad de la guerra en tierra española,  por qué se decidió  su envío a Estados Unidos, la gira que hizo por diferentes ciudades, museos y exposiciones, el lugar donde quedó en custodia, las reacciones a favor y en contra de su mensaje y valor artístico, las negociaciones de años para lograr su regreso, luego de la muerte  de Franco, un par de años después  de la muerte de su autor, Picasso, quien nunca más  regresó a España (imposible hacerlo, estaba vetado por el régimen por su postura política), muriendo en tierra francesa.

   La lectura de este libro ha sido una intensa lección de historia del siglo XX a través del impacto del arte en la vida humana. ¡Absolutamente recomendable!

domingo, 25 de octubre de 2020

Pérdidas...

   

  Ayer no debería haberme levantado. Cierto, un hermoso día, tranquilo, sábado, con planes ya establecidos. Pero como uno no posee el gen de la adivinanza ni ningún otro gen que se le parezca, me levanté y me preparé para cumplir mis planes: salir a comprar alimentos. No me quedaba pan, por tanto obligatoriamente debía  salir. El pan, al igual que el H2O y el vino🍷, son fundamentales en mi vida cotidiana (moderadamente, añado). En mi itinerario visitaría al menos dos supermercados. Trayecto sin problemas, bastante despejado pero no tanto como en jornada dominguera. Ni siquiera me pidieron el permiso temporal y eso que me encontré con más de un amigo en mi camino. Ya deben estar hartos, como nosotros, con las restricciones de movimiento y la pandemia.  

   Adquirí nuevos productos en el Supermercado, que hace tiempo no compraba por sus precios más altos de lo conveniente: zapallos italianos, berenjenas 🍆 🍆 🍆 , plátanos barraganete (ya aprendí a cuáles seleccionar, ya que la vez anterior no fui muy acertada) y otros. Todo bien, hasta que salí del local. Al cruzar la calle para continuar con mi itinerario me di cuenta que mi reloj-pulsera había  desaparecido. Me detuve sobre un banco público, revisé  mochila y bolsa y no estaba. Era una posibilidad: que se me hubiera caído dentro al guardar la mercadería. Volví al super, pedí  permiso para ingresar, fui hasta la cajera y le consulté, nada. Me dejó  ir al interior, donde rehíce mi itinerario sin resultados. Haciendo memoria, sabía que había  salido con el reloj porque revisé  la hora en el momento en que bajaba la escalera del edificio. Aunque regresé por el mismo trayecto mirando y volví a revisar los envases al llegar a palacio, el resultado fue completamente  negativo. ¡Lo había  perdido!  

   Cualquiera diría "¡Qué tanto por un reloj!". Yo estaría  de acuerdo si fuera cualquier reloj, pero resulta que en este caso no era así. El reloj fue mi regalo de titulación para mi hija. Ella me prometió cuidarlo "como hueso santo" y lo hizo...hasta que pudo. Después, yo tomé el testigo y continué haciéndolo, hasta ayer, que lo perdí. No era un adminículo valioso materialmente  (tampoco costaba 2 pesos), pero de un precio sentimental incalculable. Lo perdí y deberé  resignarme a no tenerlo  más. A pesar de todas las pérdidas, no resulta fácil asumir una más, especialmente si está relacionada con Mirella. 

  Mientras vivimos, son innumerables las pérdidas que debemos sufrir, algunas de poca relevancia, otras, irreemplazables y dolorosas. ¿Qué  marca la diferencia del efecto que produce en nosotros? Yo diría que esencialmente tiene relación con nuestra manera de ver el mundo y con nuestros valores. Para algunos, los valores pueden no ser tan esenciales  y están  dispuestos a transarlos -y perderlos- si está en juego la sobrevivencia, el status,  algo de 💰, el trabajo u otra cosa parecida. Pero hay otros, los imprescindibles, dijera Bertolt Brecht,  que luchan toda la vida por sus valores (libertad, honor, honra, religión, amor, amistad...) y si por ellos deben perder la vida, están dispuestos a ello. Muchos fueron y siguen siendo heroicas víctimas en las distintas guerras que ha sostenido nuestra especie a lo largo de su historia.  
   Las últimas  son, sin duda, las pérdidas más dolorosas, para su causa, para su familia, para sus amigos. Sólo cabe la conformidad ante lo significativo y representativo de su pérdida. No hay más  alternativas; estamos inermes frente a la muerte. Hay otras pérdidas menos inapelables, pero también lapidarias: de la salud, de un inmueble (por causa de una catástrofe natural o humana), del trabajo, de dinero, de otros bienes. Duelen, pero no son definitivas. Uno es capaz de superarlas si tiene la fortaleza para volver a levantarse y volver a empezar, o seguir en condiciones deficitarias. Y están las pérdidas menores, si bien no insignificantes, de poco peso en el bolsillo y en el alma.
   

     Pero, aparte de ellas, hay otras pérdidas invaluables, no por sí mismas, sino por lo que representan, porque afectan a los sentimientos personales, a las emociones. Muchas de ellas son consustanciales al hecho de ser de la especie y su desarrollo: la pérdida de la inocencia y de la juventud, por ejemplo. Otras son objetos únicos, casi mágicos por su poder, que mantienen los hilos de unión con los seres amados. Estas pérdidas también cuesta asumirlas. Una fotografía, un regalo apreciado, un objeto de recuerdo. Sólo  queda aferrarse a la imagen que guarda nuestra memoria y seguir adelante, aunque el tiempo, lamentablemente, irá dejando su huella, difuminando los colores y el entorno, eliminando los detalles. El camino no ha terminado; hay que seguir junto a lo y los que valen la pena, el esfuerzo y el recuerdo. El tiempo también ayuda a disminuir el dolor y la pena de las separaciones. ¡Hasta pronto!  

viernes, 23 de octubre de 2020

Habas...

  

   Esta planta herbácea de la familia de las leguminosas ha formado parte de mi vida desde tiempos inmemoriales,  😂 (yo misma me saboteo). Ya saben que mi ascendencia es completamente rural y sureña. Hasta nací en pleno campo, atendida -mi madre- por una partera. Soy lo más natural del mundo, jaja, y sana, agrego.    

  Aún  no crecíamos  lo suficiente, especialmente yo, cuando ya le ayudábamos a desgranar las habas (o arvejas o porotos) a nuestra madre. A mí,  personalmente, me encantaba un paseo matinal por la huerta ya en plena producción, cosechando productos para el almuerzo del día, porotos, habas, arvejas sinhilas o granadas, cilantro o perejil, un par de zanahorias, unas hojas de acelga,  alguna lechuga y...¡ta ta ta tán! (sonido de tambores) ¡listo los ingredientes para el almuerzo! ¡No, un momento!, me faltaba escarbar en las raíces de un par de plantas de papas, para birlarles los tubérculos más  grandecitos, dejando los más  pequeños para que sigan creciendo. ¡Qué tremendo relajo  y satisfacción  era ese paseo mañanero por la huerta!

   Y luego venía la tarea de pinche de cocina: desgranar, despuntar, raspar, lavar, rallar, picar..., mientras, a cada descuido, un trozo de zanahoria o rábano iba a parar a mi boca 👄. ¡Mmm! ¡Qué  recuerdos y sensaciones más gratas, olorosas y nutritivas! La vida fue generosa conmigo en ese tiempo, me preparó  a conciencia, por suerte, para lo que venía. Ahora, ya reconciliadas y resignada-yo-, he recuperado muchos de esos momentos,  sensaciones y satisfacciones.  A diario, corto los tallos del perejil (me gusta más  el cilantro, pero se me terminó la semilla) destinados a adornar y adobar mi almuerzo, los lavo y los pico pequeñitos antes de ubicarlos en su lugar de destino. No puede faltar el verde en la comida. Le da color y alegría. Otras veces, cuando preparo carne o algún  guiso, allí están las plantas de tomillo y romero esperando que recurra a ellas para agregarle sabor a la comida. Unas plantas de ciboluette e hinojo están a medio morir saltando, dudando si seguir adelante o no aunque yo trato de ayudarles, pero sin mucho éxito.  

   Leguminosas y tubérculos no tengo, lo que es obvio, porque no son plantas para cultivar en maceteros o jardineras.  Así que el goce llega cuando las compro al verdulero o en una feria.  Ayer compré algo más de dos kilos de habas. Con yapa de 200 gramos me entregó la bolsa el vendedor, según él, porque yo "soy una buena persona". Extraño, por decir algo, resulta que alguien te recompense de esa manera, aunque la cantidad haya sido menor y que lo diga ante otros clientes. Pienso que el verdulero sólo ha visto una pequeña parte de mi lado A. Me conoce desde hace años, pues lleva tiempo instalándose a las puertas del condominio, de la época en que yo era parte de la directiva del edificio. Claro, le dimos ciertas facilidades para su funcionamiento, que luego la nueva directiva le dificultó.  Aún  agradece aquello. 

   Cuando éramos infantes, las habas las consumíamos como el pan, a la hora de almuerzo. Mi madre cocía  una "ollada" de habas, las que, llegada la hora de sentarse a la mesa, las vaciaba, humeantes, en una fuente grande ubicada al centro de la mesa. En tales ocasiones se eliminaba el pan 🍞 del menú.  La idea es que mientras fuéramos sirviéndonos la cazuela, fuéramos comiendo las habas. Al comienzo éramos tres hermanos y los dos padres. Nos alimentábamos sin sobresaltos, pero  a fines de los 60 ya eramos 5 los hermanos y los dos papás, y la fuente era la misma. Por tanto, había que ganar el quien vive. Nada de comer calmada y juiciosamente. Había que asegurarse la ración necesaria para no estar a media tarde ladrando de hambre. ¡Éramos hambrientos por naturaleza! Así que cada cual, primero que nada, se aseguraba su porción de habas, no vaya a ser cosa que por respetar el manual de Carreño, quedarámos a "media tripa". Había  veces, cuando el hambre acuciaba,  especialmente en el caso de mis hermanos, que se las comían con cáscara  y todo, con el fin de alcanzar su objetivo: quedar sin hambre, jajaja.  

   En la actualidad rara vez consumo habas, no porque no me gusten, sino para evitar el exceso de calorías (jaja, como si no tuviera bastantes). Ayer, las más tiernas, las preparé con vaina y todo, a manera de guiso, acompañando un trozo de pollo. Hoy, las cocí aparte para preparar una rica ensalada fría con cebolla y lechuga. Una porción se fue al congelador. Hay personas que la consumen junto a trozos de queso maduro y ensalada de tomates. Las he probado de esa manera y también quedan muy ricas. No sé si habrá otras formas. Imagino que sí. Es factible en forma de puré; también, preparadas al almíbar o caramelizadas, al igual que las castañas, otro producto maravilloso. Me parece que he visto en algún supermercado harina de habas...En fin... Las formas pueden ser numerosas y variadas, dependiendo de la creatividad, del tiempo que se disponga y del cariño. No cabe duda quehay más de un chef en cada una/o de nosotros. ¡Bon appétit!   

jueves, 22 de octubre de 2020

Lápiz azul...

  

   Este plebiscito no sólo ha significado para mí UNA sola decisión. ¡Para nada!  Me ha puesto en la tesitura de hacer VARIAS elecciones, mucho antes de siquiera poner un pie en la calle para concurrir al local de votación. ¡Una verdadera complicación! Primero fue, ya hace un par de meses, decidir si participaría o no. No fue fácil. Por suerte comencé pronto con la evaluación de si valdría la pena o no, llegando a la conclusión de que era importante mi sufragio. Cabe señalar que yo no me he perdido ninguna votación democrática -ni antidemocrática-, a excepción de la última segunda vuelta presidencial, en que me encontraba fuera del país. Como una ciudadana  respetuosa y responsable de mis deberes cívicos (no sólo de este deber), casi siempre (dejo un margen, para que no se me acuse de mentirosa en caso me hayan sorprendido en algún  renuncio) acostumbro a ajustar mi actuación 🎭a las normas ciudadanas establecidas, anteriores y actuales (¡por suerte no conduzco!, porque ahí vulneraría a cada rato las normas del tránsito por mi incapacidad conductora).    

   Una vez decidida mi participación, en segundo lugar,  se me presentó la disyuntiva de por qué opción inclinarme cuando llegara la hora de marcar la papeleta. Para no hacerlo sólo por lo que sintiera con la "guata", me aboqué a la tarea de revisar la Constitución vigente. Ya revisada e informada lo suficiente, alcancé la luz. Pero aquí no habían han terminado mis elecciones. Faltaban y faltan otras. Aún no ha llegado el Día D, por lo tanto hay aún un rango de posibilidades de que surjan otras decisiones por tomar, o bien, que todo haya sido inútil, si es que, en el colmo de la mala -o buena- suerte, contraigo el virus y eso significa que no puedo abandonar las dependencias de palacio. ¡Toco madera!   

   El horario en que concurriré ya lo determiné, no por mi edad, que quede claro, sino por conveniencia sanitaria. Me falta decidir, de acuerdo al pronóstico  del tiempo, qué  ropa vestiré para tan magno evento, además de cuál  mascarilla llevaré puesta y, lo más importante, qué lápiz azul  me acompañará para la firma y votación.  Está  claro que debe ser de pasta, así que ya tengo eliminados los plumones para pizarra acrílica, los lápices scripto, los de colores, las lapiceras, los lápices de cera y el lápiz de ojos, categorías en las cuales hay especímenes azules de estos materiales y sustancias. ¡Lo lamento, "amigos míos" (me dirijo a mis lápices), pero si tenían  alguna esperanza de salir a pasear y pasar a formar parte de un momento histórico para nuestro país, debo decepcionarlos! ¡No lo harán porque vuestra naturaleza no lo permite! ¡Punto final!  

    Ahora, entre mis lápices de pasta AZUL (por suerte, a los de pasta negra y roja ya les quedó claro que no están en este concurso) está  la competencia. Son muchos los participantes, con ojos ansiosos e ilusionados, esperando salir de la caja en que los guardo -no del clóset- y tener contacto con el mundo,  más allá de estas cuatro paredes (perdón, son más  de cuatro, si considero los dos pisos y cada una de las dependencias; bueno, ustedes me entienden). En estos días  que faltan, me dedicaré a probarlos, aclaro, a escribir con ellos (probar de otra manera no tiene ningún sentido) para conocer  el matiz, el trazo y la desenvoltura de cada uno. Creo que descartaré los que por fuera no sean azules para evitar contradicciones, aunque puedan acusarme de discriminación "racial". Pensándolo bien, elegiré dos para el proceso final.  No vaya a ser cosa que el único ganador resulte caprichoso o extremadamente nervioso  y no se comporte a la altura de las circunstancias. Sería poco auspicioso que, llegado el momento, el Elegido se niegue o no pueda escribir y deba solicitarle a una Vocal un reemplazante, con el riesgo sanitario correspondiente. ¡Hasta pronto!

miércoles, 21 de octubre de 2020

Trapos sucios...

  

   En más de una familia, más bien en la mayoría de ellas, suele haber secretillos o secretos. Los primeros son, podría decirse, de carácter venial, vergonzosos aunque no mortales, con rasgos pecaminosos y hasta cierto punto perdonables, no por lo inocuos sino porque no es la primera vez que ocurre ni será la última en este planeta. Los segundos -los secretOs- son más  serios; entrañan más de un "cadáver" en el armario, desván o sótano, que no desaparece con el tiempo, sino que sólo se fosiliza. ¡Benditas sean las familias que no arrastren estas pesadas cargas! ¡Benditas aquellas otras que no cargan sobre hombros inocentes 😇 -no tanto a veces, si su silencio es cómplice- los esqueletos de alguno de sus integrantes! No sé si obtendrán  pase libre al cielo,  pero en una de ésas... En todo caso, nuestra familia, no; deberá  pagar entrada,  jajaja. Parece que casi todos sus integrantes, ¡glups!

   Abro paréntesis...  [Quiero entregar cierta -"cierta", repito- tranquilidad a my family, asegurándole -por ahora- que no revelaré secretillos ni secretos de nadie sin autorización. Si alguna vez, en estos días,  se me va la lengua -las manos, mejor dicho- no será  por un  afán malsano. Para que me tengan en sus oraciones, les comento que se dice por ahí, que podría estar entre los efectos no deseados de la pandemia que algunas personas cambien sus buenos y recomendables hábitos de mantenerse callados por una verborrea incontinente, que no conduce a nada, tal vez sólo  a la diversión de otros. En fin, espero haberlos tranquilizado... Cierro paréntesis]

    En El monarca de las sombras (título bastante engañoso y truculento a primera lectura), Javier Cercas incursiona en su historia familiar, en una parte que le avergüenza porque constituye un baldón para cualquiera en la España de la Postguerra, en la España de la Memoria Histórica, en la España de lo políticamente correcto : el hecho de que su familia (abuelos, tíos abuelos) perteneciera al bando vencedor, al bando falangista y franquista, antes y durante la dictadura. Por años, nos dice él en su novela real (lo que no necesariamente debemos creerle), desestimó la idea de escribir sobre un tío abuelo, el héroe de la familia, que murió durante la Guerra Civil luchando por el bando de los vencedores.  De Manuel Mena le ha oído hablar toda la vida a su madre, la que estuvo muy unida a ese adolescente que jugó con ella como ningún otro familiar y a quien lloró incansablemente cuando supo de su prematura y trágica muerte.  

  Prontos a cumplirse los 80 años de la muerte del personaje, Javier, su sobrino nieto, investiga sobre su corta vida, con pocas expectativas, considerando que de quienes lo conocieron quedan muy pocos con vida. Estos últimos, octogenarios y nonagenarios, además de luchar con achaques y enfermedades, lo deben hacer con la memoria, la que por cuarenta años estuvo reprimida (en muchos hogares o en la mayoría el lema era :¡Aquí  no se habla de guerra!"; se practicó la ley "mordaza"). Sin embargo, a pesar de ser casi una misión imposible, el narrador logra acceder a los pocos documentos que quedan de los años 36 al 38 y al relato de pequeños episodios de la vida de Manuel, hijo menor de una numerosa familia extremeña, habitantes "importantes" de una pequeña localidad cerca de Cáceres, lo cual le permite reconstruir los últimos años del héroe y, más importante, el cambio de actitud frente a la guerra en comparación con la del inicio, a apenas dos años de transcurrida y de una participación directa sólo  en el último año de su vida. El inicio entusiasta e idealista  de su tío devino en decepción y resignación ante lo visto y experimentado,  en lo que persiste porque en caso de renunciar un hermano mayor (ya casado y con hijos) debería haber tomado el testimonio, de acuerdo a la ley. Manuel volvió al campo de batalla ya sin creer en ello y sabiendo que su vida estaba hipotecada. 

   En un doble correlato mítico-literario, Javier Cercas identifica a Manuel Mena con el heroico Aquiles, que teniendo todas las posibilidades de una larga vida por su estirpe, prefiere la muerte gloriosa en la guerra de Troya, por una causa que inicialmente le apasionó pero que ya le es ajena. A diferencia del héroe  Ulises, que opta por regresar con Penélope y a Ítaca, a una vida tranquila y familiar, Aquiles  sigue siendo rey, aunque sea en el inframundo y seguirá siendo joven hasta el fin de los tiempos, porque no le dio ocasión a Cronos a realizar su implacable tarea de deterioro. Manuel Mena vive similar destino : todos envejecerán, pero no él. Está por encima de la condicionante temporal y, como nada se pierde y todo se transforma -dice el narrador-, es parte de cada uno de los descendientes de la familia.  

   ¡Vaya consuelo! Si a mí me preguntaran qué hubiera preferido : morir en plena juventud y que me recuerden lozana y llena de vida o vivir hasta la ancianidad, sin duda prefiero lo último, independiente que no esté conforme con el trabajo del tiempo en mi persona. Si a mi hija se lo hubieran preguntado, sé que su respuesta habría sido la misma. Y en su caso, el casi único consuelo que tenemos es su rostro sonriente la mayoría de las veces y en plena juventud, además de todo lo compartido por 25 años.  

martes, 20 de octubre de 2020

Vida latiendo...

  

  Tejo a crochet mientras espero que se cargue la tablet  que se descargó cuando iba en las últimas páginas de la novela en que estaba sumergida. Poco previsora... El colorido distinto y animado del hilo que estoy encadenando como una verdadera Aracné, me anima a mí también.  ¡Qué  increíble! Hasta ese "detalle" influye en el entusiasmo con que uno emprende o continúa una tarea. De trasfondo escucho el sonido de los tambores de una batucada que participa en la manifestación que se está gestando. Al parecer,  se retomará la "costumbre" de octubre a febrero, de manifestaciones diarias llegando a Plaza  de los Héroes.  ¡Paciencia! ¡Es vida latiendo!, pero no la única.  

  No alcanzo a darme cuenta ni a espantarla,  cuando una paloma ya está  en el interior de mi jardín del Paraíso. Dije "paloma", no "serpiente", pero son casi análogas para mí. ¡Las odio! Ya lo he comentado en alguna ocasión. Precisamente mandé  a cerrar  los balcones con vidrieras para impedir sus presencias infestas, independiente de lo que lo que simbolicen y de los servicios que hayan prestado en más  de una situación prebélica o bélica en el pasado. ¡Diablos! Tendré que ayudarle a salir, no podrá  sola encontrar el angosto resquicio de la ventana que está abierta. ¡Qué  lata! Me acerco, se desespera, le tomo de un ala (literalmente), me quedo con sus plumas en la mano. ¡Qué  asco! Debo echarla cuanto antes, de otra manera dejará  huellas en el Edén y romperá más de una planta. Segundo intento. Alcanzo la otra ala, la segunda y última, jajaja.  Igual resultado, plumas en la mano. Si sigo así la voy a dejar desnuda. Pruebo con la cola. ¡Sorry! ¡Cola desplumada! Finalmente, como no puedo agarrarla a escobazos, pues se mueve entre las flores y los enanos (quienes no hacen nada por ayudarme y eso que son nada menos que siete), debo tomarla de su cuerpo y la lanzo por la ventana, desde el quinto piso a tierra. ¡Upps! Alcanza a planear sobre un arbusto y desaparece de mi vista... Seguramente, con su prodigiosa memoria (porque a diferencia de los caballeros las palomas sí la tienen), elaborará su venganza mientras espera que le salgan y crezcan nuevas plumas. En un par de semanas, deberé estar atenta. Hace unos años, a diario me daban vuelta los maceteros con cactus🌵 🌵 , en venganza de unos escobazos bien dados. ¡Fue una lucha a brazo o ala partida!

   Mientras tomaba contacto con mi enemiga, sentí latir su corazón . Fue una sensación extraña, impactante y desagradable. Me sentí de pronto dueña de su vida, la sentí a punto del infarto, luchando por su alada vida. En realidad,  eso es lo que estaba haciendo, plumas más plumas menos. Luego de analizar las sensaciones experimentadas, llegué  a la firme convicción de que no tengo rasgos psicopáticos,  al menos no graves. No me agradó ni me agrada quitarle la vida ni a un insecto. No me crean un alma llena de bondad, lejos estoy de eso, les advierto de antemano. Pero la responsabilidad sobre una vida y la necesidad de quitarla, en casos de un  insecto o de un ratón, por ejemplo, es estresante y de una descarga adrenalínica extrema. Darse cuenta de que es algo más que un ave, insecto o animal que no quieres tener cerca, darse cuenta, al captar en forma física, no sólo intelectualmente, que es un ser vivo, distinto pero tan vivo como uno, te interpela como especie. ¡Uff! Y uno llega a preguntarse cómo es posible que existan seres humanos que gozan "cazando" y matando a los de su especie, cómo  es posible que algunos puedan arrogarse el derecho a tomar la vida de otro u otra sin mayores cuestionamientos, si habemos una  mayoría -por suerte- que hasta no nos atrevemos a hacerlo con un ejemplar animal pequeño incluso en caso de necesidad. Ahora que lo recuerdo, creo que sólo matar a pulgas y moscas no me provoca objeciones de conciencia ni sentimentales, sólo asco. Hasta ver debatirse un ratón en una de esas trampas antiguas, me daba pena, hace aaaañoosss...

   La vida late también en el aire y en el silencio. Hasta este último tiene "vida" y se escucha, entre los ruidos de la vida cotidiana.  La manera de "matarlo" -me refiero al silencio- es indolora y provoca cero cuestionamiento. Sólo  es cuestión  de concentrarte en la lectura de un buen libro, darle vueltas a alguna idea, escuchar música o tejer.  Cualquiera de esas tareas, solas o combinadas, mata cualquier silencio y crea verdadera vida alrededor de uno, que permite que tu latido personal cobre sentido y tu corazón siga latiendo con normalidad.

sábado, 17 de octubre de 2020

Impostores...

 

  Si alguien comenzara su discurso diciendo "Impostores todos, tengan ustedes muy buenos días", seguro no sería muy bien recibido; lo más probable es que sería abucheado, e insultado para rematar.  Y aunque ese alguien tuviera toda la razón del mundo, nosotros no lo reconoceríamos (acaso a solas). Sucede que tenemos, en general, tan buena imagen de nosotros mismos y luchamos por proyectar algo similar, que ser acusados de impostores sería  como el más terrible insulto. Y sin embargo, la imagen que la mayoría tiene de sí mismo es más generosa de lo que debiera ser en realidad. Porque, aunque en general, seamos buenas personas (trabajadores normales, integrantes de una familia, viviendo y dejando vivir, sin caer en actos ilícitos), siempre escondemos algún  cadáver en el armario o  bajo el piso, por más pequeño que sea (el cadáver). Siempre, ya sea en la niñez, adolescencia o vida adulta, en algo relacionado con la familia, los amigos, desconocidos o con nosotros mismos, tenemos algo que reprocharnos, lo que, obviamente, no estamos dispuestos a confesar. Seguramente habrá  más de algunos que tienen su hoja de vida impoluta,  pero son los menos, los santos, por ejemplo. Por tanto, cual más cual menos, mentimos u omitimos algunas verdades (que es casi lo mismo) para evitar que aquello que nos parece o es deleznable no se conozca, y con ello iniciamos el  camino de la impostura, que muchos  dejan hasta allí, en tanto otros, persisten una y otra vez, avanzando cada vez más por una vía distinta, separándose de lo correcto y ocultándolo, sin posibilidades de volver atrás y corregir, salvo que se sea descubierto. 

   Una vez alguien  dijo de mí que yo era un fraude. Lo odié en el momento que me enteré y pensé "¿qué sabrá  de mí éste?" Pasado el tiempo, lo olvidé. Ahora no podría ni odiarlo ni olvidarlo, uno, porque está  muerto, y, dos, porque en esa situación específica, tenía razón. Yo también guardaba un cadáver en el armario, maquillado, claro, para que no se notara  su estado. Tuvo compañía (el cuerpo), pero ya el mueble está  vacío, no porque los haya sacado de allí, sino porque con el tiempo, al parecer, se volatizaron. O bien soy sólo yo la que no ve bien, por lo que el día menos pensado podrían aparecer sentados a mi lado o tras una puerta gritando "¡Sorpresa!" y dándome un susto de muerte. Como bien dice Javier Cercas en su libro El Impostor, el pasado no desaparece, es parte del presente y puede llegar hasta nosotros en cualquier momento.  

   El impostor, novela de Javier Cercas,  escritor español, fue publicada el año 2014. En sus 368 páginas, se despliega el resultado de las investigaciones y entrevistas sostenidas  con Enric Marco, un nonagenario personaje real, cuyo caso tuvo resonancia mundial cuando en 2005 se descubrió que no era sobreviviente de un campo de concentración nazi como él aseguró durante años, mientras dictaba charlas en distintas instituciones, asistía a actos de conmemoración en representación  de los deportados españoles a la Alemania nazi y llegaba a la Presidencia de la organización Amical de Mathaussen de Cataluña, que reunía a sobrevivientes españoles de campos de concentración de esa comunidad. Un historiador acucioso y poco conocido, había observado inconsistencias en sus relatos y se dio a la tarea de averiguar. Marco nunca había huido de España al término de la Guerra Civil ni había sido deportado desde Francia hasta Alemania, terminando en el Campo de Flossenbürg, del cual había sido liberado por un ejército de las fuerzas aliadas al término de la II Guerra Mundial. ¡Jamás!  Había estado en Alemania sí, pero había llegado hasta allí porque se inscribió como trabajador voluntario en el pacto que establecieran Franco e Hitler, para que españoles fueran a "servir" en fábricas e industrias alemanas, entre otras cosas (mano de obra barata y casi esclava). Había sido colaborador de la dictadura franquista.   

   Lo increíble es que, al comienzo de su estrellato, el personaje había llegado a ser Secretario General de la CNT (Central Nacional del Trabajo) catalana y luego de la nacional, cuando esta organización, la más fuerte durante la República y hasta el final de la Guerra Civil, se reorganizó luego de la vuelta a la democracia, sin haber participado jamás en la lucha antifranquista. Posteriormente, alejado de esta organización, dirigió otra por años, la FAPAC (asociación de apoderados de Cataluña) con un éxito indiscutible, para terminar transformándose en el vocero de las víctimas del nazismo, sin haberlo sido. Su gran excusa y "explicación" al ser desenmascarado fue que su mentira había sido usada para una causa loable, que de no haber sido por él no se habrían conocido las atrocidades que habían sufrido muchos de sus compatriotas, que había sido la voz de los que no tenían voz.

   Cómo logra engañar, el Gran Impostor y el Gran Maldito, a tanta gente y durante tantos años es lo que explora, analiza y explica Javier Cercas en su novela no-ficticia, en un interesante correlato de Enric Marco con Narciso y con Alonso Quijano, que se reinventó en Don Quijote, para hacer de su plana vida de hidalgo de 50 años, un héroe caballeresco. 

martes, 13 de octubre de 2020

Infernal...

 

  Hace diez días inicié un viaje, uno de los más extensos de estos tiempos. Hoy me detuve. Era necesario, para descansar y respirar luego de salir del negro, árido y  horroroso agujero en que me vi sumergida, aunque no haya llegado al final... Sucede que estuve leyendo la novela póstuma de Roberto Bolaño,  llamada 2666, nombre extraño y misterioso, que me atrajo como a la  polilla la luz. Con mi ya compartido método de elegir libros para lectura, opté por éste, hipotetizando que, tal vez, sería futurista, lo que, agregado a la sabida temprana muerte de su autor, adquiría mayor atractivo, con claros matices morbosos. Y, una vez más, jaja, me equivoqué.  Nada más real, su cuarta parte, y horrorosa, agrego.   

   Cabe recordar que Roberto Bolaño, escritor chileno, poco considerado  en nuestro país (nadie es profeta..., dicen), aunque valorado luego de su muerte, vivió entre los años 1953 a 2003, falleciendo en Barcelona, mientras era publicado en varios idiomas, que aumentaron luego de su muerte. Yo, a decir verdad, tampoco me había interesado en conocerlo, pues no cumplía, y aún lo dudo si lo hace, con mi gusto literario, puede que no tan fino ni exigente, pero mío al fin y al cabo (jajaja). Entonces, cuando lo encontré como un personaje mitad real, mitad ficticio, en una novela del español Javier Cercas, decidí acercarme a su narrativa. Elegí, al parecer, su obra más compleja, llevada por el "espíritu de la tinca", que se apodera de mí en ocasiones. Luego de leer más del 70 por ciento de una novela de 1128 págs. (estuve en un tris de llegar a las 800 páginas) decidí detenerme, como ya lo había  pensado hace unos días,  cuando veía  que parecía  no llegar a ninguna parte. Y claro que llegué.  

     Santa Teresa es una ciudad ficticia, en medio del desierto de Sonora, ubicada al norte de México,  cuyas características  y hechos, principalmente  de la cuarta parte de la novela, corresponden a lo ocurrido en la Ciudad de Juárez. Me refiero a los numerosos femicidios, mayoritariamente impunes, casi no investigados, archivados sin resolver, olvidados rápidamente por la policía y los integrantes del sistema judicial,  así como por las autoridades y la prensa. El narrador, como un ente  externo, va señalando página tras página, la aparición de cadáver tras cadáver,  mes a mes, desde 1993 a diciembre de 1997, acompañado de los antecedentes del lugar en que fueron encontrados, la forma o estado del cuerpo, las heridas y vejaciones, cuando no mutilaciones, la edad, estatura, vestimenta (o no), color y largo de cabello de cada una de ellas, sus nombres, lugar en que trabajaban o estudiaban, momento y lugar de desaparición,  casi como si fuera un Informe policíaco, que de poco servía, pues, en la mayoría de los casos, su autor/es quedó o quedaron en el anonimato y en la más completa impunidad. En los casos en que la investigación  arrojó como culpables a un esposo o pareja, cuando se les buscó, ya habían desaparecido. Y los poquísimos casos en que hubo  apresamiento, acusación y condena de algún posible culpable, no había certeza, debido a los métodos de obtención de la confesión, además de que  los crímenes seguían sucediendo. 

   Los analistas de la novela señalan como tema principal a los femicidios en esta ciudad ficticia, aunque sólo abarque una parte del relato. No estoy en desacuerdo, aún faltándome la última parte. Lejos, personalmente ha sido lo que más me ha impactado. No sólo por estilo narrativo de esta parte, escueto, frío, categórico y, por ello, más escalofriante. No están los eufemismos de la primera parte, ni el aburrimiento y sin sentido que rodea la vida de los personajes de la segunda y tercera. Aquí hay crudeza. Uno entra en contacto con la miseria extrema, el machismo profundo, el abuso despiadado, la corrupción desatada, el poder de la droga y los medios de comunicación al servicio de ella. La impotencia frente a lo que sucede no se aprecia en la policía, ni en las autoridades, menos en los medios de comunicación. Todos parecieran haberse curado de espanto o, simplemente, estar completamente desinteresados en aquellas perdidas y malogradas vidas humanas. Resulta más interesante un encuentro de boxeo.  Y los pocos que marcan la diferencia, que se interesan y quieren averiguar lo que sucede, engrosan la lista de desaparecidos o víctimas. Hay momentos en que hasta el clima y la geografía manifiestan su indiferencia ante lo que sucede y todo sigue igual. En el instante  en que se descubre un  cadáver,  dice la narración, hacía un calor espantoso. Al terminar el procedimiento y las averiguaciones acerca del crimen, el calor continúa  igual, como si nada hubiese pasado, finaliza el párrafo.

    Un estilo distinto, personajes aburridos, anodinos, buscando sentido a sus vidas en cosas sin sentido, soñando insensateces, mientras en Santa Teresa, cada semana aparece una o más  niña-mujer asesinada, viviendo el doble infierno del dolor y del olvido. Relato que no deja indiferente, por decir lo menos. 

domingo, 11 de octubre de 2020

Cielo estrellado...

   

  Después de agregarle algo más de agua a mi taza de café (estaba muy cargado y amargo), de revisar la olla en que se cuecen las alcachofas, me vuelvo a sentar en mi sillón-mecedora, el único que ocupo. Los otros, del living, parecieran estar de adorno y en permanente espera de que algún ser humano les dé  sentido a sus vidas (suele pasar con las cosas y las personas). De mí  ya no esperan nada. Mejor; deben asumir su inutilidad casi perpetua. Sólo unos muñecos y peluches, unos libros y tejidos permanecen sobre ellos, degradándolos. Eso piensan ellos, creo. Regreso. Me centro... Hace días -y noches, debo agregar- sueño (en el sentido de 'deseo, anhelo') con cielos estrellados. Quisiera encargar a alguien que pinte uno en el cielo raso de mi habitación. Este sueño-deseo ha ido ganando espacio en mis pensamientos y estoy segura que pronto me abocaré a averiguar si existe alguien  en la ciudad con suficiente talento como para hacer realidad mi anhelo. Sucede que duermo como los dioses (asumiendo que ellos duermen) mientras mayor oscuridad hay en la habitación. Lo he comprobado en lugares que he pernoctado, especialmente en la madre-tierra, donde algunas casas tienen postigos, cortinas blackout o persianas exteriores. Dormir allí, envuelta por la oscuridad es una delicia. Así  debe sentirse en el espacio sideral rodeada de la oscuridad cósmica,  con pequeños puntos de luz lejana.  

  Esto del gusto por el cielo nocturno no es un capricho de esta temporada. Durante la infancia sentí una atracción casi obsesiva por los astros llevada por el pensamiento mágico tan propio de esa etapa, en que a la maravilla incomprensible de las estrellas 🌟 y la luna 🌛 sosteniéndose en el firmamento se unía el temor casi cerval a que se cayeran sobre nosotros el día menos pensado, terror que se reprodujo en más de una pesadilla de la que desperté aliviada viendo que el mundo seguía igual que siempre. Esta fascinación por el universo se fue haciendo más  racional y objetiva mientras hojeaba y leía al respecto en los fascículos de la Enciclopedia Estudiantil Codex que mi padre nos compraba cada mes para nuestro aprendizaje. Me parece estar viendo a la niña de 8 a 10 años que fui, dando vueltas, con sumo cuidado, las coloridas páginas de aquellos depósitos del conocimiento. A través  de ellas aprendí los fundamentos básicos de astronomía, de la aparición en la Tierra de la especie humana y su evolución (¿?), del mundo de los romanos, de los griegos, egipcios y fenicios, de los grandes filósofos de la Antigüedad, de los peligrosos viajes del hombre por el mar y de sus descubrimientos, de las enormes y complejas máquinas de guerra creadas por el hombre (seguro  por allí estuvo Arquímedes aunque no lo recuerdo), del cuerpo humano, de las Matemáticas y tantas cosas más. No había un televisor pero estaban esas enciclopedias, que iluminaron con más intensidad los días  de invierno. 

  Ya adolescente la inquietud se trasladó a la búsqueda de posibles respuestas, lo que dio paso a la nutrida lectura de novelas de ciencia ficción, al asombro con las "locas" ideas de Bradbury y sus libros y casas parlantes, absoluta realidad en el día de hoy. Como todo tiene su fin, llegó  el momento del aterrizaje forzoso. Había que estudiar en serio, interesarse por el futuro y aplicarse en materias más concretas, toda vez que no iba a ser astrónoma ni astronauta. De todas maneras, seguí "soñando": con los mundos ficticios de las novelas de los escritores de todos los tiempos y con el empeño de transmitir ese gusto en los alumnos a mi cargo. Debo decir que fue una misión con algunos logros, pero menos de los ambicionados. Así y todo disfruté en su mayoría todo lo que duró esta misión casi imposible.  

  Desde que soy dueña de mi tiempo, he vuelto a las andadas. No todo ha sido desear sin cumplir. He podido observar otros cielos: los del norte varias veces, sólo con mis ojos y también a través de un telescopio. Ver la Vía Láctea  en todo sus esplendor, aprender en terreno de las estrellas enanas, de las supernovas, de la Luna, ha sido como para repetirlo. He sentido en la piel el frío de la ausencia del sol por intercesión de la Luna en pleno día en Copiapó. Aún me falta mucho. Más de una vez se me ha pasado por la mente la loca idea de comprar un poderoso telescopio que me permita viajar a las estrellas y elevarme un poco del suelo al que estoy condenada... En la Isla Apiao, en enero  pasado, compartí con unas entrañables amigas la inmensidad de una noche estrellada, limpia, sureña, nuestra. Por unos minutos, el cielo nos envolvió en su oscuridad y su música hecha de silencio. Deseé pertenecer, elevarme, diluirme...

  Mientras sueño posibles casi imposibles, me abrigo con la "Noche estrellada" de Van Gogh, transformada en chal o echarpe, traído desde Siracusa, que hoy me acompaña y abriga del relente. ¡Quién sabe si acaso cuando morimos sí podemos elevarnos e integrarnos al todo que nos rodea!