viernes, 26 de junio de 2020

Pandora...

 Abrir la caja de Pandora no es inocuo, puede salir más  de un cadáver  del interior o monstruos ya disecados.  Es a lo que algunos "valientes" se arriesgan cuando toman aquella decisión.  Tendrán  que asumir las consecuencias, que pueden dejarlos mal parados. 
   Sin   embargo, cuando abres una caja que no parece caja y que por ello no sospechas que es aquella que Pandora ya abrió una vez, no sé  si tratarte de inocente, tonta  o ciega. Los años, la buena vida, el aburguesamiento han ido borrando aristas, te has vuelto blanda y poco precavida, ya no hay sustos desde hace años, no esperas nada con ansiedad, no buscas nada con ilusión, sólo  gozas de lo que llega y que permites que llegue a ti, por lo tanto, estás  desprevenida,  inerme, sin la desconfianza habitual,
  Creo que algo así me ha pasado en estos días.  En esos raptos de iluminación que vienen de vez en cuando, especialmente  en este tiempo, que éste se hace sentir en toda su extensión, las ideas se aglomeran y surgen casi listas, sin demasiado qué pulir. Así es como surgióme (jajaja, estilo antiguo para expresar las formas verbales) la brillante idea de elaborar un Libro de Familia, de la nuestra, partiendo de mis padres y llegando hasta los bisnietos de ellos, pasando por cada uno de los personajes que fuimos y somos,  con un relato en primera persona, que dé cuenta de nuestras vidas. 
   Lo más fácil  es haber expuesto la idea y encontrar varios adeptos. No todos, debo decir.  Una persona dijo que prefería  no participar (sus razones absolutamente  atendibles), pero hay otros que no han dicho nada. Han leído, han escuchado y nada más.  Ha pasado (16 junio) la  cantidad de 10 días y he recibido sólo cinco cooperaciones, de más  de una treintena. Estoy segura que recibiré  más, hay compromisos  explicitados,  pero aún  así, creo que terminaré escribiendo  varios relatos ajenos, esforzando mis recuerdos al máximo y, tal vez, recurriendo a fuentes indirectas ante el silencio (y arriesgando demanda, por supuesto, jajaja). Espero no cejar en mi empeño. Sucede que a veces me dejo rendir por la indiferencia.  

    Pandora asomó su rostro cuando, con uno de mis hermanos, estuvimos recordando algunas anécdotas  poco edificantes y menos representativas del amor paternal. A veces,  uno suele instalar una especie de aureola en torno a la imagen de quienes han partido de esta vida. En esta ocasión  que señalo, tomamos conciencia con mi hermano de la poca edad que teníamos para el tenor de las obligaciones que se nos asignaban, así  como de ciertos  castigos recibidos. Todo, claro, visto de la perspectiva actual, en que a veces se exagera con los derechos de los niños y se cae en una  educación  blandengue y permisiva,  que ha traído como resultado una generación que no sabe enfrentar las dificultades,  que no persevera ni insiste en alcanzar una meta, que elige el  camino de lo más fácil y divertido.  
   Pero cuando más  asomó  su rostro  Pandora, fue cuando  tuve que elaborar mi propia biografía.  Ahí  debí  enfrentarme al hecho de que no podía desclasificar todo (por un tema de síntesis, por un lado, por una buena dosis de pudor y vergüenza,  por otro). No todo se puede decir a todos. Tal vez a alguna persona  algo de todo lo menos conocido, pero no siempre todo tampoco. No quedaba otra alternativa que seleccionar lo más visible, conocido y recomendable. Pero eso no quita, que algunos sucesos tristes, vergonzosos, casi secretos, salgan desde el fondo de la memoria y afloren a la superficie,  cual cadáveres atrapados en el fango. 
   Y como una vez escribí sobre los claroscuros de una ciudad, también  debo señalar que en la mayoría de nosotros también hay esas tonalidades. El tiempo, inexorable en su transcurso,  también  lo es con los recuerdos. Los va difuminando (los rostros,  los gestos, los rasgos más  queridos, el entorno, el contexto emotivo), de manera que de pronto te encuentras frente a un suceso que ya habías dejado archivado en el fondo de un baúl  o que habías  decidido  enviar al fondo del océano, con lastre para evitar que aflorara. Y aunque no resulte fácil en ocasiones rememorar algunos hechos, gestos, palabras dolorosas, resulta crecedor y catártico hacerlo. Así  como resulta satisfactorio y feliz, darse cuenta que hay muchos momentos que diluyen la amargura de otros, transformando los primeros en nimios frente a todo lo positivo. Eso sin olvidar que un solo (uno solo) acto deleznable puede borrar todo lo meritorio. 
Yo, estilo afro
    Para no quedar con un regusto amargo, ha resultado muy divertido, asimismo, volver a recordar anécdotas infantiles, desde la mirada del cariño y de la inocencia. Y lo más extraordinario, hacerlo, a pesar de la distancia y del encierro, ayudados por la tecnología. 

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